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El callejón
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La peste en Atenas

[La siguiente pieza cómica, original del maestro Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952), fue publicada por vez primera en la revista Buen Humor, el 19 de agosto de 1923. La presente versión incluye algunos cambios de cosecha propia que han de recriminárseles al autor postizo, no a su creador primigenio]

Decoración.—

La calle de los Mermes, en Atenas.

El año cuatrocientos veintinueve.

La peste aherrojó con sus cadenas

a toda la ciudad; nadie se mueve

del suelo, en donde yacen muchos seres

hombres, niños, mujeres —

presas del mal terrible y lancinante

que mata a quienes pilla por delante.

Ya las sombras cubriendo el cielo van;

y la calle, con los seres que están

caídos, y que suman diez mil siete,

parece el comedor de Casa Juan

al llegar a los postres de un banquete.

De la escena en la parte de delante

hay un grupo de enfermos que es formado

por PERICLES, el hábil gobernante;

ASPASIA, su muier, que está a su lado;

FIDIAS, el escultor escachuflante;

SÓFOCLES, el autor tan celebrado;

PANENOS, que en pintura es un gigante,

e HIPÓCRATES, el médico afamado.

Todos sufren la peste y sus rigores

y se quejan con fúnebres clamores.

FIDIAS.— ¡Ay, ay, ay!

SÓFOCLES.— ¡Qué suplicio!

PANENO.— ¡Qué tortura!

HIPÓCRATES.— De dolor se me parte la cintura.

ASPASIA.— No puedo más…

PANENOS.— Ni yo tampoco puedo.

FIDIAS.— El socio que no sufra que alce el dedo.

(Con esfuerzo sobrehumano

alza Pericles la mano)

PERICLES.— ¿Tú dijiste? Pues ya te obedecí.

¡Si os faltan fuerzas aprended de mí!

(A contener su asombro nadie acierta

y todos quedan con la boca abierta)

HIPÓCRATES.— (Que goza del asombro consiguiente,

le murmura a Pericles lo siguiente:)

¡Qué voluntad la tuya! ¡Qué manera

de vencer al dolor en lucha fiera!

Bien se ve que te gusta el estoicismo

y que de Sanidad quieres ser ministro.

PERICLES.— En esta edad y en próximos centenios

no habrá otro mejor binomio

que Illa & Simón, qué par, qué genios.

SÓFOCLES.— Pericles, ¿y qué opinas del Procés?

Anteayer me escribieron una carta

diciendo que lo implantan en Esparta…

PERICLES.— Prefiero la doctrina de Savater,

que tiene, como Ortega, razón harta,

y no como esa nena de Adriana Lastra.

FIDIAS.— ¡Ay, ay, ay! ¡Qué dolor! ¡Qué pena!

Que como por ahí sigas

me sacas a relucir a Marchena

y aumentas por mil mis fatigas.

PERICLES.— Fidias, caray,

no nos entones más el ¡ay, ay, ay!

Procura hacerte fuerte

y luchar sin gemir contra la muerte.

Mira a tu alrededor: todos callados,

y están, cual tú y cual yo, muy apestados.

Aguántate el dolor y no seas burro.

La pobrecita Aspasia está hecha un churro

y calla con la flema londinense

propia de quien nació en la brava Atenas;

¡quien grita sus dolores y sus penas

es que ha nacido en Lugo o en Orense!

PANENO.— En bellas frases tienes un tesoro…

ASPASIA.— ¡Mereces que te den las dos oreja del toro!

FIDIAS.— ¡Nunca hubo hombres que tan bien hablaran…!

PERICLES.— (Pericles, que es un tío muy modesto,

corta la voz de Fidias con un gesto)

Cesad en los elogios, que me azaran…

¿Por qué, vamos a ver,

no le dais coba a Aspasia, que es mujer?

El darle coba a un tío

tan tonto como yo es gran desvarío,

como atroz es el dislate

hacer de Sánchez, ese orate,

un iluminado e infalible vate.

En esta moribunda reunión

está Fidias, aquel que el Partenón

adornó con inmensas esculturas,

y Sófocles, el mago de la escena,

e Hipócrates, el padre de la Medicina,

ciencia que más que curas

las tunas y las tumbas tiene llenas,

y está Paneno, sublime as de la pintura,

en ciencias y artes todos pueden dar lecciones,

que viéndoles despacio

son bastante más grandes que el Palacio

de Comunicaciones.

Pero yo… Sólo he sido

un pelmazo; de todos muy querido,

receptor de dulzuras y de amores,

pero un pelmazo nada más, señores.

ASPASIA.— (De Pericles esclava en los hechizos,

acaricia al Olímpico los rizos)

Peri… ¡No digas eso!

¡No señor, que hiciste BUP, no la ESO!

Tú has sido para Atenas el progreso.

Déjame que en tu faz imprima un beso.

SÓFOCLES.— Mirad cómo a Pericles besa y mima.

Sí, sí, tal cual recuerda a Corinna.

PERICLES.— Aspasia, cuida bien de que la rima

no dé grima y me hables del Peloponeso.

PANENO.— En esa horrible guerra

el renombre de Atenas cae a tierra.

Llevamos veinte meses en liza

y contamos la undécima paliza.

HIPÓCRATES.— Yo no sé de otro, en casos parecidos,

en que nos hayan dado más zurridos.

ASPASIA.— Sí, como el PP, de derrotas llevamos exceso

que pone en nuestras almas frío hielo.

SÓFOCLES.— ¡No están dando Esparta para el pelo!

PERICLES.— Para el pelo… poneso…

(Las gentes apestadas

vencen su cruel dolor a carcajadas)

PANENO.— ¡Tienes mucha más sal que Buenafuente!

PERICLES.— En esto de hacer chistes sí soy gente.

(Y Pericles recibe la ovación

adoptando un aspecto muy chulón,

como Ábalos entrando en la T4 en un salón)

FIDIAS.— Yo os suplico, ¡oh simpáticos!,

que dejemos los finos chistes áticos

para ocasión más buena y conveniente.

Nos cercan serios males

y hemos de hablar serenos y formales.

¡Fuera chuflas! Volvamos al aprisco…

La guerra, como veis, nos hace cisco;

la peste se nos lleva a toda marcha;

el ateniense fuego es hoy escarcha

y mirad sin pasión, caros amigos:

nuestro arte y nuestra ciencia son dos higos.

Pericles fue adminículo

que nos empujó a todos al pináculo;

si ayer tuvimos del saber el báculo,

hoy tenemos por báculo el ridículo.

Y yo me atrevo a decir

que ha llegado el momento de morir.

(Hay una pausa; de diversos modos

en lo dicho por Fidias piensan todos.)

HIPÓCRATES.— Señores, a mi juicio, habló bien éste.

¡Pongámonos supinos y a morir de la peste!

Extendámonos todos por el suelo.

¡Si vivimos, haremos el canelo!

(De allí a un breve momento

se arrojan de la muerte en la agonía.

Sólo es Atenas ya una tumba fría

cuando empieza a bajar el telón lento,

aunque antes de que ello suceda

por el fondo izquierda

se empieza a oír un sonoro lamento

que precede a la barbada figura

que al público se dirige con finura)

MARIANO RAJOY.— Y pensar que por unos dimes y diretes

España hoy se va por el retrete…

A mí que nadie acuse de recibo,

si acaso de gandul o de muerto vivus,

que las manos me lavo,

de punta a cabo

y de cabo a rabo,

para así no coger el Coronavirus.

(Y dicha la bravata por semejante baladrón

cae muy raudo, rápido

y acaso abochornado

el TELÓN

para los queridos lectores del Apuron)

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