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El callejón
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Un Papa azulgrana

El nuevo obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), es un reconocido seguidor del club de fútbol San Lorenzo de Almagro, cuyo palmarés es uno de los más destacados del balompié argentino, aunque ahora no atraviesa su mejor momento.

"Nunca un papa católico acumuló sobre sí tantos "por primera vez".

Es la primera vez que, en dos mil años, un papa escoge el simbólico nombre de Francisco.

Es la primera vez que un papa es latinoamericano.

La primera vez que un papa es jesuita.

La primera vez que llega a papa un cardenal que se cocinaba.

La primera vez que ese cardenal viajaba en metro o a pie.

La primera vez que un cardenal que va a un cónclave del que puede ser papa (casi lo fue cuando fue elegido Ratzinger) pide a sus fieles que en vez de ir a Roma usen lo que van a gastar para darlo a los necesitados.

El primer papa que al aparecer por primera vez en San Pedro, antes de dar la bendición a los fieles, les pide a ellos que pidan por él a Dios y se les inclina en silencio.

La primera vez que un papa se presenta en la plaza de San Pedro llamándose "obispo de Roma", que es lo significa el papa, pero que se les había olvidado desde hace siglos.

El primer papa que apareció vestido solo de blanco sin púrpuras ni oros.

El primer papa con un solo pulmón.

El primer papa que cuando cardenal besó lo pies a enfermos de sida.

Hasta aquí lo que recuerdo de su "primera vez" hasta hoy.

¿Y a partir de mañana?"

Juan Arias

La peor servidumbre que entraña el oficio de enseñante radica en la corrección de exámenes. Después de una década de docencia lo peor que sigo llevando es la monótona, ingrata y -muchas veces- descorazonadora labor de revisar ejercicios hechos, en su mayor parte, al trancazo. Es una realidad incuestionable: los chicos cada vez leen menos y, por tanto, escriben peor. Trato de combatir el marasmo que supone tan incómoda tarea mediante todos los recursos imaginables: me pongo música, me preparo un café, de tanto en tanto me asomo a la ventana, doy cortos paseos por el pasillo… Cualquier maniobra es adecuada con tal de distraerme de la tonga de controles que se acumulan en la mesa como un suplicio para Sísifo.

El pasado miércoles amenicé este mal trago con la espera, frente al televisor, de que hiciesen público el nombre del sucesor de Benedicto XVI y, tras unos segundos de tensa incertidumbre, en los que parecía que nadie se había enterado de nada, se descubrió que el nuevo pontífice era argentino. Y jesuita.

Le hice notar ambos detalles a mi hermano Míguel, que había venido a casa para disfrutar de la magnífica gesta del Málaga C.F., y a continuación le comenté que, entre otras muchas cosas, quedaba por saber si el Papa Francisco era hincha de River o de Boca. La duda no tardaría mucho en resolverse pero antes tuvimos la oportunidad de ver y escuchar, por vez primera, a quien se acababa de calzar las Sandalias del Pescador. Y hay que reconocer que, desde ese instante primero hasta hoy mismo, en que, tras oficiar misa en la iglesia de Santa Ana, en un barrio del Vaticano, para asombro de sus feligreses, el pontífice saludó a todos, uno por uno, a las puertas del templo, Jorge Mario Bergoglio no ha dejado de sorprendernos.

Liberado de cualquier sombra de repugnante colaboracionismo con el régimen de la Junta Militar (el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, ha asegurado esta semana que, si bien hubo obispos cómplices con la dictadura, éste no fue el caso de Bergoglio, quien trató de ayudar y proteger a sacerdotes y seminaristas que sufrieron cárcel y persecución), este hijo de emigrantes italianos, que llegaron a América en 1929, parece haber dejado claras sus intenciones con unos cuantos gestos que podrían parecer efectistas pero que suenan sinceros.

Así, durante su primer cara a cara con la prensa, ayer el Papa reveló que en el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de São Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero: "Un gran amigo, que cuando la cosa comenzaba a ponerse peligrosa, me reconfortaba", confesó el obispo bonaerense, en una inaudita confidencia de la reunión celebrada extra omnes.

"Al concluir la votación, los cardenales se pusieron a aplaudir y Humes me abrazó, me besó y me dijo: No te olvides de los pobres. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el hombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena. ¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!", añadió el pontífice, que recibió la ovación de los seis mil periodistas, después de pronunciar estas palabras.

Algunas voces críticas lo acusan de adoptar una determinada pose, de interpretar el rol de buen pastor que ha venido para lavarle la cara a una institución oxidada por el desprestigio, el inmovilismo y el progresivo alejamiento de las clases más desfavorecidas, que han sido sistemáticamente ignoradas para, en su lugar, abrazar y bendecir a los poderosos y con ello silenciar sus crímenes.

Nadie puede esperar que el Papa Francisco obre milagros en esa dirección: al fin y al cabo, se trata de un monarca absoluto que es designado por un consejo de ancianos en el más estricto secreto. Sin embargo, observando estos primeros gestos (calculados o no), hay verdaderos motivos para pensar que con la elección de Bergoglio la Iglesia puede recuperar algo del terreno perdido en los últimos treinta años en el campo de la justicia social y de la defensa de la caridad, de la compasión y del amor al prójimo que predicaba Jesucristo.

Y para aquellos que dudan de la buena voluntad de Jorge Mario Bergoglio hay que recordarles que este hombre es, además, devoto del club San Lorenzo de Almagro (su carné de socio es el 88.235), fundado, en 1908, por el sacerdote Lorenzo Massa, quien se inspiró en el manto azul y rojo de la Virgen María Auxiliadora para los colores del equipo popularmente conocido como "El Ciclón". Precisamente, en 2008, el nuevo pontífice ofició la misa con la que el club celebraba su centenario.

El Papa, que en su adolescencia practicó el baloncesto, tenía diez años cuando acudía con su padre a ver los partidos en el viejo estadio Gasómetro, hoy desaparecido.

Aunque carezca de la solera y de la popularidad de la que gozan otros grandes del balompié argentino, El Ciclón, que ahora entrena el recordado delantero del Tenerife, Juan Antonio Pizzi, siempre ha contado con excelentes futbolistas (Farro, Pontoni, Martino, José Sanfilippo -su máximo goleador-, el Gringo Doval, el Nano Areán, Héctor Bambino Veira, la Oveja Telch, Victorio Casa -que perdió un brazo en un accidente y siguió jugando sin él en Primera División-, los atléticos Ramón Cacho Heredia y Ratón Ayala, Héctor Scotta, Jorge Olguín -campeón del Mundo con la Albiceleste-, el malogrado Hugo Tomate Pena o Néstor Gorosito), ha ganado diversos títulos nacionales y fue el primer club argentino en participar en la Copa Libertadores.

Con todo, su brillante palmarés solo es eclipsado por la apasionada lealtad de una afición que, en 1982, en la última jornada del Torneo Clausura, asistió impotente al descenso de categoría, después de perder en casa, en un campo prestado, ante Argentino Júniors. Entonces, consumada la tragedia y durante más de una hora, varias decenas de miles de espectadores permanecieron impertérritos en las gradas, como si nada hubiese ocurrido, mientras coreaban como una sola voz: "Yo soy de la gloriosa hinchada de San Lorenzo, la que perdió su cancha y se fue al descenso. A pesar de los golpes, por los momentos vividos, siempre estaré contigo, San Lorenzo querido".

Cuesta creer que alguien que pertenezca a una hermandad como ésta pueda ser una mala persona. Aunque sea Papa y vista de blanco inmaculado (y merengue).

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