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El callejón
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La ciudad y los perros

 “España es uno de los países del mundo con una esperanza de vida más alta. Gente que en otros países con sus dolencias y su edad ya hubieran fallecido hace tiempo en España estaban viviendo y estaban viviendo una vida plena por causa de la eficiencia de la Sanidad española y esa gente es, desgraciadamente, a los que más afecta esta epidemia en concreto y, por lo tanto, pues podría estar por ahí también”

Pedro Duque, ministro de Ciencia

De la ya larga relación de despropósitos, inexactitudes, barbaridades e infamias perpetradas por este engendro de gobierno en los últimos cuarenta y cinco días ninguna más repugnante como la ignominiosa abstracción a la que han querido reducir las fatídicas cifras de fallecimientos ocasionados por la pandemia. En un miserable intento de eludir la futura avalancha de responsabilidades jurídicas derivadas de una gestión tan desastrosa, este gabinete infecto, que so pretexto de la emergencia sanitaria (y ante la vergonzosa carencia de recursos técnicos con los que testar a amplias franjas de población) ha sometido a la ciudadanía a una implacable reclusión domiciliaria, no sólo ha optado por la más mezquina opacidad informativa sino que también ha tratado de imponer la censura, al mismo tiempo que elude asumir ni un solo error y convierte a las víctimas de la tragedia en meros guarismos: sin rostro, sin nombre, sin biografía.

Esta sintomática ausencia de empatía (consustancial a los rectores de cualquier régimen totalitario), puesta de manifiesto en la ocultación del menor signo de duelo (esta gentuza ha de coincidir con Stalin en la convicción de que unas cuantas muertes son un drama, decenas de miles son solo estadística), contrasta con la feroz vehemencia con la que los ahora gobernantes estatales (pésimos, catastróficos en un mando único inoperante e ineficaz) arremetían contra la gestión del Ejecutivo de Rajoy (¡Qué tiempos aquellos de mi juventud, de la luna tan blanca de la banca y el mar tan azul oscuro, casi negro!) en la denominada crisis del ébola, que consistió en el contagio de una enfermera, felizmente recuperada (por contra, hasta hoy, en España, el número de profesionales sanitarios afectados por el Covid-19 supera los treinta y siete mil y los fallecidos son treinta y tres), y el sacrifico de Exkalibur, el perro de ésta.

En cánida asimetría con la beligerancia mostrada entonces por la otrora ladradora oposición (que ahora, desde el poder, demanda adhesión silenciosa e inquebrantable en torno a quienes -según ellos- conducen la nave con pulso firme e infalible precisión en mitad de la tormenta), fueron los canes (y sus legítimos propietarios) los primeros en poder salir a la calle desde el minuto uno de la declaración del estado de alarma. Y, en buena lógica, los siguientes en romper el confinamiento han sido los niños asintomáticos que, como sus queridas mascotas, a partir del domingo pueden pasear (y correr, ir en bici, saltar, vociferar) una hora al día, debidamente acompañados por un adulto.

He aquí la prueba evidente de que por civismo este Gobierno entiende el cinismo: corriente filosófica que menospreciaba por anómalo e impuesto el progreso social y abrazaba el bienestar de una vida libre y en armonía con la naturaleza, lo cual tanto nos asemeja con los perros, nuestros caninos hermanos, despreocupados, felices, serviles, leales, fieles, gregarios y siempre agradecidos con la mano que les da de comer y que es la misma que tira de la correa.

¡¡¡Guau, guau, guau!!!

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