El pasado 14 de marzo cumplió ochenta años Michael Caine, uno de esos actores que traspasan literalmente la pantalla para formar parte de la nómina virtual de complicidades que todo espectador mantiene con ciertos intérpretes por los que siente una especial empatía.
No me cabe el honor de conocerlo, pero estoy completamente seguro de que no debe de resultar muy complicado hacer buenas migas con un tipo a quien su Graciosa Majestad, Isabel II, concedió el título de Sir, a pesar de que jamás ha renunciado al acento cockney, que refleja sus modestos orígenes: tras la Segunda Guerra Mundial, su familia se trasladó a una vivienda prefabricada en un barrio al sur de Londres, donde su padre trabajaba de pescadero.
De Michael Caine (su verdadero nombre es Maurice Joseph Micklewhite) conservo un recuerdo imborrable la primera vez que vi, siendo un niño, La huella, la fabulosa adaptación que Joseph Mankiewicz llevó a cabo de la pieza teatral de Anthony Shaffer (autor también del guión). En aquella ocasión, Caine protagonizaba un intenso tour de force junto a una auténtica leyenda, sir Laurence Olivier. Tiempo después del rodaje de esta pieza maestra, siempre audaz, siempre sorprendente, Olivier no dudó en reconocer que su compañero de reparto le había hecho sudar la gota gorda para estar a la altura y no desentonar en el exigente juego de máscaras que ambos personajes disputan sin escrúpulos, sobre el cínico tablero de ajedrez de una intriga endiablada, repleta de trampas y giros insospechados.
Luego, hemos seguido la trayectoria de Caine con el afecto que alguien experimenta ante los éxitos de un pariente lejano. Y, para muchos de nosotros (chicos que crecimos en la calle, con la pelota siempre enredada en los pies), terminó de convertirse en un colega más de la pandilla cuando decidió ponerse en calzón corto, lucir sin rubor una incipiente pipa cervecera y capitanear el mejor equipo de fútbol que se haya visto nunca en el cine, a las órdenes del inefable John Huston, en Evasión o victoria.
Como los buenos vinos, este magnífico actor, del que no se conocen apenas detractores y de quien todo el mundo habla bien, ha sabido envejecer y ha continuado proporcionando momentos únicos, caracterizaciones formidables, como en El americano impasible (2002) o Harry Brown (2009).
En su caso, los premios son lo de menos, ya que Hollywood tan solo le ha concedido dos estatuillas como mejor actor secundario (por su papel de cincuentón en crisis en Hannah y sus hermanas y por su inolvidable médico humanista en Las normas de la casa de la sidra), aunque, realmente, ¿a quién le importa?
Sin embargo, desde hace cinco años, los admiradores de Michael Caine, quienes, además, por motivos similares, también nos confesamos fieles devotos de Paul Newman, Jack Nicholson o Marlon Brando, lamentamos la ausencia en los últimos films del astro británico (y de su homólogo norteamericano aún en activo) de la voz inconfundible con la que sus creaciones nos han estado hablando durante toda la vida en nuestro propio idioma, ya que el actor de doblaje Rogelio Hernández Gaspar, fallecido el 31 de diciembre de 2011, a los 81 años de edad, se había retirado de la profesión en la que era un consumado maestro, debido a una retinopatía que le había privado casi por completo de la visión.
Barcelonés de nacimiento, Rogelio Hernández inició su carrera en el teatro en Madrid, aunque, en 1960, se instala definitivamente en su ciudad natal, que ha acogido durante décadas a la más destacada escuela de doblaje que existe en España.
Frente a la cantera de actores y actrices vinculada a los estudios de grabación madrileños, los intérpretes barceloneses poseen una formación más técnica y metódica, menos intuitiva. Tal y como descubrimos en el excelente documental de Alfonso S. Suárez, Voces en imágenes, estrenado en 2009, y que revela el rostro de aquellos y aquellas que, en la sombra y desde el más oscuro anonimato, han dado timbre, sonoridad y textura a las interpretaciones de las grandes y pequeñas estrellas del cinematógrafo en el último medio siglo.
Aparte de contribuir a desmantelar algunos tópicos sobre este oficio (como la errónea creencia de que el doblaje de las películas fue una imposición del franquismo), a lo largo de sus 140 minutos de entretenido metraje, Voces en imágenes proporciona numerosas anécdotas (como cuando a Joaquín Díaz/Jack Lemmon un director español le pidió, en una ocasión, que hablara como un cojo), rastrea entre entrañables recuerdos (por ejemplo: a Claudio Rodríguez le sigue sorprendiendo que Charlton Heston, en persona, lo felicitara y le agradeciera su trabajo, al doblarlo al castellano en tantas películas) y nos permite reconocer la humanidad que se esconde detrás de rostros cuyas voces en español hoy nos resultan tan familiares: desde el orondo Camilo García (que borda a Anthony Hopkins o a Gene Hackman), pasando por el gran Ricardo Solans (alter ego de Robert de Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman o Sylvester Stallone y voz de Charlot en El gran dictador) o por el insustituible Pepe Mediavilla (unido para siempre a Morgan Freeman) hasta llegar a disfrutar con las experiencias de la mítica Elsa Fábregas, quien pusiera voz, entre otras, a Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó.
Lamentablemente, por motivos que desconozco, en la excelsa relación de actores y actrices de primera que desfilan ante la cámara de Alfonso S. Suárez se echa en falta la presencia del irrepetible Rogelio Hernández/Michael Caine, así como la de su esposa, Rosa Guiñón, que es una actriz tan buena que, a veces, sus doblajes mejoran la labor de las artistas a las que presta su voz cálida, elegante, casi perfecta, y, si no me creen, hagan la prueba: vean y escuchen a Meryl Streep en versión original.
¿Con quién se quedan?
PedroLuis
"Entendido" como soy en la materia, siempre admiré a los actores, tanto por su interpretación visual, como por su excepcional capacidad para hablar diferentes idiomas y, en concreto, expresarse tan bien en español (o castellano, que para mí es lo mismo).
Algunos me dicen que no es así la cosa, que los “doblan” otros actores especialistas en su trabajo. Y yo, perplejo, me digo: ¿los doblan? De eso nada, si acaso los acrecientan y los expanden hasta el infinito de los que no sabemos inglés, chino o japonés.
Acaso alguien duda que Gary Cooper, Humphrey Bogart, Charlton Heston, Marlon Brando, o Paul Newman…, no hablan correctamente el español. O qué me dicen de Betty Davis, Liz Taylor o Rita Hayworth… Venga, por favor, yo no lo dudo.
Y si fuera verdad eso de que los “doblan”, los "enrrollan" tan bien, que los que lo hacen deben ser unos monstruos. Vamos, unos profesionales inmensos. A mí me parece imposible. Tanto, que estoy seguro que es mentira.
Leer más
Celia
Increible, enhorabuena. Me quedo con Claudio Rodriguez. Es verdad que para realizar un buen doblaje, hay que ser muy buen actor e interprete. El otro dia viendo un documental en la cadena de noticias RT, muy interesante y actual, no lo pude seguir, me quede horrorizada del mal trabajo que hicieron del "voiceover". A los actores de doblaje espanoles, no hay quien los supere.
Leer más
pevalqui
Dos iconos del celuloide con el trasfondo del doblaje.
España siempre ha tenido magníficos dobladores. De hecho creo que incluso tienen su propio sindicato. Hay nombres ilustres aparte de los que has nombrado.
En este terreno estimado José Amaro, y por deformación profesional, soy contrario a los doblajes. Sé, porque la he oído en inglés, que la voz de Merryl Streep, es apagada y casi inaudible. Pero la preferiré siempre en su idioma. Y aunque fuera en el dialecto, así se le suele reconocer al "cockney" en Gran Bretaña, con esa forma tan pelicular de hablar omitiendo letras o cambiando palabras que riman por otras, también me apetecería más oirlo de esta forma.
En los países nórdicos, los telefilms , la películas, suelen darlas en el idioma de origen, y generalmente, usan subtítulos. Es extraño, incluso entre la gente mayor, iniciar una conversación con un nativo de aquellas latitudes que no hable el inglés.
En España, tenemos casos verdaderamente sangrantes, si hacemos mención de nuestros Presidentes de Gobierno, anclados en el siglo pasado linguísticamente hablando, haciendo bueno aquel dicho de que el inglés lo estudias toda la vida y nunca acabas de hablarlo ni entenderlo. No hay más que salir fuera de nuestro país para percatarse de esto, y la importancia añadida que tiene hablar el idioma a través del cual nos entendemos casi todos.
Aunque en el caso de nuestro pretérito presidente Aznar o "Anzaar", que decía el presidente Bush junior, podríamos igualmente recurrir a aquella antigua leyenda de: "moro viejo no aprende idioma". Pero bien que nos hizo reir a todos cada vez que le escuchábamos en sus atropelladas alocuciones.
Buenos días. Saludos cordiales.
Leer más
ENANAPATUDA
De esta película, lo que más me impactó fue el final, cuando se baja el telón de un teatro de juguetes.
"El hombre que pudo reinar"…menudo peliculón!!!!
Te olvidaste de "Alerta Máxima II", en la que hace de malo, ja, ja, ja!!!
Los actores com este hace mucho que se extinguieron.
Leer más
arodriguez
Prefiero las versiones originales subtituladas, pero no dejo de reconocer que el trabajo de estos actores es formidable. Deberían optar, también (¿por qué no?), a los premios Goya. En este apartado sí que hay grandes figuras en España.
Felicidades, Jose, por este homenaje tan ameno y tan bien documentado -como siempre-. Eres un cinéfilo exhaustivo que sin prejuicios se guía por la experiencia, el buen gusto, la generosidad y la independencia (no eres de los que, al hablar de cine, están pendientes de los gustos ajenos y se limitan a glosar a los críticos o a los eruditos), y eso siempre es de agradecer.
Leer más