Inés, mi alma por usted arrobada
y a la suya arrimada.
Antorcha del centro aún encendida,
perla por precaución escondida
y hasta ayer paloma en su nido,
a la espera del bebé bien venido,
alzar pretendió el vuelo
desde el resbaladizo suelo
de una decena de ciudadanos
para ayudar en pleno vuelo
a una tripulación de asnos
y evitar la coz de tanto patán
en busca de la libertad con afán,
acuérdese que el mismo gañán
cuyas posaderas ahora guarda
no dudará en rebajarla a retaguarda.
Acuérdese pues de quien echóle la llorada
es, Inés, de alma desalmada
y si no la sorprende en pleno día
se la jugará por ingenua y pía;
no le dé la espalda al personaje
que proclive es al ultraje
y al incauto hacerle un traje
para su ulterior pillaje.
Adiós, Inés de mi alma,
medite, por Dios en calma
los votos que ayer entregó
y de buena fe cedió
para aliviar esta clausura
que nuestra tumba será segura.
Que Dios la oiga, Inés del alma mía,
y que no se arrepienta el próximo día.