Este no deja de ser un mundo convulso y contradictorio. Un mundo que pone el grito en el cielo y clama, herido de rabia e indignación, porque un par de bombas provocan una carnicería en la línea de meta de una prueba de atletismo celebrada en las calles de Boston y, sin embargo, acoge con rutinaria indiferencia la noticia (ese mismo día) de la explosión de un artefacto en Peshawar (Pakistán) que causa el triple de víctimas.
Un mundo como éste, donde unos muertos importan más que otros y la producción y venta de armas es uno de los negocios más lucrativos, difícilmente se diferencia de la Inglaterra victoriana a la que arribó, en el último tramo del siglo XIX, un marino mercante de nacionalidad polaca, que apenas hablaba con corrección el inglés, lector enfermizo de Shakespeare (de quien su padre había sido traductor) y que, con el tiempo, llegó a ser uno de los más destacados escritores británicos.
De su espléndida obra (entre la que sobresale el célebre relato El corazón de las tinieblas) me gustaría llamar la atención sobre El agente secreto: una intriga policíaca tejida en torno a los movimientos anarquistas previos a la Revolución rusa.
Protagonizada por un oscuro vendedor de extracción modesta, que alberga un rencor enfermizo y clasista hacia la sociedad burguesa, esta novela extraordinaria (compleja y de exigente lectura como todas las suyas) revela la asombrosa capacidad de Joseph Conrad para adentrarse en la naturaleza humana, que es esa desoladora pesadilla en la que el horror termina desplazando casi siempre al amor.
En El agente secreto esta convicción alcanza una dimensión sobrecogedora cuando, en su estremecedor desenlace, el antihéroe manipula y utiliza a su cuñado, un deficiente mental, para perpetrar el atentado que una célula terrorista ha preparado hasta el mínimo detalle.
A pesar de su carácter ficticio, dicha fórmula abominable (la alienación de mentes débiles para cometer atrocidades en nombre de una idea descabellada) tiende a reproducirse con espeluznante frecuencia en la realidad actual, a este otro lado del espejo, donde el ser humano prosigue su búsqueda desesperada de respuestas, en medio de la más absoluta oscuridad y envuelto en la niebla más impenetrable, como la que rodea a la embarcación de Marlow en su ascenso por el río Congo, siguiendo el rastro de Kurtz.
pevalqui
Atínadísimo video, tal y como nos tienes acostumbrados, con el trasfondo literario de Joseph Conrad, para ejemplificar el lamentable -una vez más-, atentado perpetrado en Boston, al parecer por dos jóvenes chechenos con ideología islamista y determinación yihadista.
Hasta un inocente niño, con apenas ocho añitos se dejó la vida, mientras esperaba la llegada de su padre a la linea de meta.
Y todo ello, en Boston, ciudad amable donde las haya. Probablemente la más europea de las grandes ciudades norteamericanas, que mantiene en parte ese espíritu irlandés en muchos de sus habitantes, desde Hay Market, hasta el pequeño muelle deportivo. Y las luces "all went out" (ya lo dijeron los Bee Gees en su canción dedicada a Massachusset), que se podrían divisar desde el tranvía en la bajada por la rambla bostoniana en dirección al muelle.
La determinación del gobierno norteamericano y las posteriores noticias que se han ido desgranando, añade si cabe más ingredientes de novela negra, a un auténtico suceso, uno más, realmente macabro, con tres muertos y multitud de heridos, varios de ellos mutilados.
Buenas tardes. Saludos cordiales.
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Celia
Muy interesante Jose Amaro, enhorabuena, como siempre.
Casi al mismo tiempo, el seismo ocurrido en la provincia de Sichuan tambien aparecia en las ultimas paginas de noticias. Mundo singular.
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PedroLuis
Estimado profesor, leo apresurado suentrada. Apresurado y sudoroso: acabo de dejar famante mi coche, bajo la calima de Abades. Apenas me he hidratado con dos vasos de vino blanco, fresquito, para "brindar" junto a Juan Antonio (el padre de Pedrito) el reciente nacimiento de su nieto, en Barcelona… pero "morenito como Pedrito, que es canario"… Apresurado, porque está a punto de salir el gran premio de fórmula-1… y lo quiero ver…
La misma paradoja que comenta, se la comenté a mis alumnos (¡cómo aguantarán mis reflexiones!) a la mañana siguiente del atentado… aunque yo me quedé en Alepo, Siria…. Al fin y al cabo, la misma paradoja, el mismo mundo, la misma gente…
Saludos, que se me escapa la salida…
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