A Sixto Rodríguez, el hombre que se encontró a sí mismo en Australia, primero, y en Sudáfrica, después
Érase una vez, en un pueblo muy lejano, se encontraba al sur de Australia. Había llegado hasta allí a la búsqueda de sí misma. Le habían dicho que, muy posiblemente, al otro lado del mundo hallaría a alguien muy parecida a ella y, a la vez, todo lo opuesto. Su némesis. Su complementario. Su antípoda.
Había hecho un largo recorrido, a lo largo del cual dejó el rastro de numerosas peripecias: algunas dichosas, las más, desafortunadas. Lo que significaba que se había tomado aquel viaje como una suerte de última oportunidad que había decidido darse a sí misma.
Después de recorrer miles de kilómetros, de conversar con decenas de desconocidos y de mujeres diferentes (casi todas ellas tocadas con la invisible caricia de la desesperación y el miedo al olvido) y de entregarse sin mucha convicción a los cuerpos sudorosos y cálidos de unos cuantos amantes que la poseyeron con generosidad pero con una especie de rencor incomprensible, que la llevaba a abandonarlos sin cruzar apenas unas cuantas frases de compromiso, había recalado en una pequeña localidad costera, muy próxima a la bahía de Sydney, desde la que le llegaba (como en un espejismo) el reflejo de una línea brumosa en el horizonte, salpicada de veleros y de puntos azules y grises.
Se había propuesto no poner pie en ninguna de las grandes metrópolis de aquel continente interminable y prefirió seguir la carretera de la costa, bordeando el mar, que era un viejo amigo suyo desde la infancia, hasta llegar al extremo más meridional del país sin contar la isla Macquarie, una reserva de pingüinos, protegidos por la UNESCO.
La noche en la que nos conocimos vagabundeaba sin rumbo por las calles de un pueblecito que ni siquiera aparece en google. Se trata de un lugar acogedor donde nadie te pregunta de dónde vienes porque aquí todos están de paso y sólo unos pocos se quedan. Que fue lo que hice yo, que llegué hace cinco años y estaba a punto de regresar a mi patria, cuando la descubrí a ella, que hablaba mi mismo idioma, que había nacido muy cerca del mismo lugar del que había venido yo y de cuya existencia no tuve noticia hasta que la vi, en medio de la calzada, preguntando por una pensión donde dormir. Entonces supe que ya no me iría porque su búsqueda, que también era la mía, había terminado.
jlima
Precioso relato, querido amigo. Una píldora llena de arte. Un abrazo y espero poder ver este metraje.
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PedroLuis
"Celia", a mí me ocurrió lo mismo. Llegué al "pueblecito" tan pronto, que me puse a buscarlo en el Google. No lo encontré, pero sí algunos discos de Sixto Rodríguez, un hombre dulce…
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AnaMuro
Qué bonita búsqueda…qué dulce encuentro.
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Celia
Me quede con ganas de leer mas, me pasa ultimamente, lo cual no es una critica, sino un elogio. En cuanto a Rodriguez, me fui a buscarle pues no le conocia, buena musica y humilde persona al que no le gusta la fama. Me gusto mucho, gracias.
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