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El callejón
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El tormento y el éxtasis

Un sueño imposible hecho realidad: Jacarrillo y sus dos hermanos (Carlos y Míguel) celebran junto a treinta mil colchoneros la apoteosis rojiblanca en la casa del eterno rival. El Atlético acaba de conseguir su décima Copa. ¡Ole, ole, Cholo Simeone!

A mis sobrinas Cecilia y Nerea, que vienen con una copa bajo el brazo. De momento. Y a nuestro primo Fede, recién convertido a la causa colchonera, que nos acogió en Madrid y compartió con nosotros un fin de semana inolvidable

 

"Toda la gente que trabaja en pos de hacer grande al Atlético, la afición, los jugadores… todos ellos son partícipes de este éxito. Somos una esperanza para la sociedad, una referencia para la gente que sufre y a la que no le salen las cosas. Con trabajo las oportunidades aparecen"

Diego Pablo Simeone, en la rueda de prensa después de la final de Copa

Antes

[Madrid, 03.15 horas del 17 de mayo de 2013]

Siempre he dormido muy bien, con facilidad, sin sobresaltos ni interrupciones. Pero, con la edad, el tiempo se acorta y uno empieza a saborear el día y a descuidar el sueño, que se vuelve corto, nervioso y un poco imprevisible.

De niño, sólo me demoraba en caer en brazos de Morfeo cuando al día siguiente jugábamos un partido de fútbol en el arenal del muelle o en el descampado anexo al antiguo hotel San Miguel. En mi cabeza repetía una y otra vez jugadas imaginarias que horas más tarde se esfumaban con la evanescencia de todos los espejismos.

Ahora, treinta y un años después, siento una inquietud similar, acrecentada por el miedo a sufrir un nuevo desengaño. ¿Será posible que volvamos a perder o habrá lugar para la revancha?

La última vez que vine a esta ciudad embriagadora a disputar una final de algo fue en la gala de los premios Goya de 2006, en la que competíamos en la categoría de Mejor Corto de Ficción. No ganamos, naturalmente, pero la experiencia resultó muy enriquecedora, ya que, en el fondo de ti mismo, tras la primera capa de decepción, queda la marca indeleble de la satisfacción de, al menos, haber llegado hasta aquí.

Durante

[Estadio Santiago Bernabéu, a partir de las 21.45 horas del 17 de mayo de 2013]

            Acaba de meter el Madrid y no llevamos ni un cuarto de hora. Es el eterno retorno de una pesadilla que ya dura demasiado. En medio de la desolación, desde la primera fila del tercer anfiteatro, observo un detalle que me llena de esperanza: el capitán rojiblanco, Gabi, ha cogido la pelota y con paso firme y decidido se dirige al centro del campo para reanudar el juego.

            Gabi, que no es Didí, repite la misma maniobra que el líder de la selección brasileña de 1958, en la final de Solna (Estocolmo); acababan de encajar el primer gol de los suecos nada más empezar y sólo tenía una idea en la mente: sacar de centro y pasársela cuanto antes a Garrincha.

*          *          *

            Poco a poco el Atlético espabila. El Madrid, que está completamente convencido de su victoria, es como esos púgiles que llegan a la pelea por el título muy confiados en su superioridad y con sobrepeso. Los blancos reculan y nos dan la iniciativa, a la espera de matar en una contra.

            Y esta absurda estrategia, impropia de un campeón con solera, no funciona. Y no lo hace porque el (abundante) talento madridista se estrella contra los palos (en la primera parte, una vez, luego, dos veces más) y porque, en un veloz contragolpe, Radamel Falcao aguanta una, dos tarascadas de la defensa, regatea con elegancia a Albiol y sirve un balón en largo a Diego Costa (un pirata brasileño con alma gitana y coraza de gladiador), que emprende un sprint de veinte metros y cruza la pelota con la izquierda, inalcanzable para Diego López.

            Durante los escasos segundos que duró la acción completa pensé en todo momento que la iba a fallar, pero, cuando la pelota dio en el poste y entró con suavidad en la portería, como si la hubiese acariciado la madera, me levanto del asiento y grito como un energúmeno. Suelto un alarido intenso, que no acaba nunca, salpicado de expresiones irreproducibles, que me dejan la garganta reseca como papel de lija para el resto de la noche. Entre los berridos apenas articulo una única frase coherente: "¡Hay que morir matando, coño! ¡Aquí hay que morir de pie y no de rodillas, carajo!".

*          *          *

            El Atlético afrontó el partido con la mentalidad de un fajador. El fajador es un boxeador que, consciente de su inferioridad, gestiona con cabeza cada esfuerzo, cada bocanada de aire, cada puñetazo que impacta en el rival. Y sabe, además, sufrir. En el segundo tiempo, el Atlético se defendió como pudo y se paseó por el alambre de la derrota apoyándose en las cuerdas: encajando los golpes, agazapado, al acecho; aguardando la mano definitiva, que no llegó.

*          *          *

            La prórroga demostró que, en la mayoría de las ocasiones, el triunfo es hijo directo de la fe y los de Simeone creyeron. Jugadores y entrenador formaron una piña humana, compacta e impenetrable, sobre el césped, antes del tiempo extra y, a buen seguro, en esos instantes de máxima concentración y energía mental, fue cuando el Atleti empezó a ganar el encuentro.

            El gol de Mirinda (perdón, de Joao Miranda) fue el knockout que estábamos buscando y casi enseguida Diego Costa pudo haber rematado la faena de no haber sido derribado de una patada cuando enfilaba la puerta, tras otra incursión realizada con vértigo, con clase.

            Luego, el Madrid se estampó contra su propia perplejidad y sus jugadores fueron incapaces de superar a un coloso, Jean Thibaut Courtois, que puso el broche de oro a una campaña en la que el joven cancerbero belga (cuyo primer apellido es el nombre de la localidad natal del dibujante Morris, padre de Lucky Luke) ha estado sensacional.

            En la grada, la impotencia moudridista para aceptar la derrota se transformó, entre los aficionados merengues, en insultos y descalificaciones proferidos con la rabia y el rencor de los auténticos perdedores contra sus propios futbolistas. Sin embargo, al otro lado, la fiel hinchada colchonera alentaba a los suyos como si ambos (equipo y afición) constituyesen un único cuerpo, una criatura incansable, electrizante, cálida, inconformista, feroz y tierna a la vez.

*          *          *

            Durante los diez últimos e inacabables minutos, en los que El Cholo y sus colaboradores (entre los que destaca la desbordante humanidad histriónica y optimista de Germán El Mono Burgos) ofrecieron un recital antológico de artimañas y triquiñuelas para que pasara el tiempo (¿quién dijo que los partidos no se ganan también en los bajos fondos?), me acordé mucho de mi abuela Manola, quien, poco antes de irse para siempre, en la habitación del hospital donde se despidió de todos, en uno de esos escasos días de lucidez de aquellas jornadas tristes, respondió sin titubear a una pregunta de mi hermano Carlos: "¿Y nosotros de qué equipo somos, abuela".

            "Del Atleti", contestó de inmediato.

            Con ella volví a hablar a lo largo del partido mientras le pedía una sola cosa: "Por favor, por favor, esta noche, no. Esta noche es nuestra, abuela. Échanos una mano".

            Cuando el horroroso Clos Gómez levantó los brazos para indicar el final de la final, supe que todas las súplicas habían sido escuchadas.

Después

[Sobre el Atlántico, 10.15 horas del 18 de mayo de 2013]

            Me gusta pensar que el mundo no es un sitio tan malo y que, a pesar de todos los pesares, en esta vida tan puñetera, tan cruel, tan ingrata, existe un cierto orden que rige todo este caos y que, a veces, ese mismo orden, superior, inaprensible, hace valer una suerte de justicia poética que proporciona la felicidad a los hombres buenos y a aquellos por cuyas venas la sangre corre roja y blanca y nunca, nunca, nunca se dan por vencidos.

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