Cecilia

Querida Cecilia:

Te escribo estas líneas cuando aún no has hecho tu aparición en este escenario del mundo, que es siempre confuso, desconcertante y traicionero. Pero, descuida, no te preocupes: tus padres, tu hermana Daniela y el resto de la familia velan por ti antes incluso de que vengas.

Te esperamos con ilusión y, sobre todo, con amor, con esa energía -por suerte- inagotable que ha propiciado que llegues y que, en un sentido más genérico, ha impedido que esta especie peculiar de mamíferos bípedos, a la que ya por derecho propio perteneces antes de nacer, se haya autodestruido. En realidad, es el amor el que hace girar este planeta loco del que, en más de una ocasión, desearás bajarte.

Quiero que sepas que traes el milagro que lleva consigo todo alumbramiento y que, fundamentalmente, consiste en que con él surge una nueva vida que, en el fondo, es otra oportunidad que nos damos a nosotros mismos para salvarnos.

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Ya estás aquí. El viernes te vi el rostro por vez primera y, de nuevo, sentí que me asomaba al infinito del que vienes con la impronta de ser libre y la encomienda de buscar la felicidad. Ahora, que comienza la única y verdadera aventura, mientras te sostengo en mis brazos, apenas te susurro que jamás te rindas, que honres a tu madre y a tu padre y que nunca dejes de amar a los demás, porque ése será el camino más corto para encontrarte contigo misma, con Dios y, en última instancia, con tu querida abuela materna, de quien has heredado algo más que su nombre y que, a buen seguro, te estará acompañando hasta los últimos días de tu existencia (que te deseo larga y provechosa) como sólo pueden hacerlo los ángeles.