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El callejón
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Caídos por una patria ajena

El grupo de recreadores españoles, presentes en el ciento cincuenta aniversario de la batalla de Gettysburg, posa aqui junto a sus colegas canadienses de la American Civil War Historical Reenactment [fotografia de Mari Cruz López].

"Llovía. La procesión de soldados exhaustos parecía un tren sucio, descorazonado y quejumbroso, que marchaba con esfuerzo barriendo el barro líquido y pardo bajo un cielo enfermizo y triste. Y, sin embargo, el muchacho sonreía porque había descubierto que el mundo estaba hecho a su medida, aunque muchos pensaran que sólo se componía de palos y maldiciones. Se había librado completamente de la enfermedad roja de la batalla. La sofocante pesadilla pertenecía al pasado. Se había comportado como un animal lacerado y sudoroso en el fragor y el sufrimiento de la batalla. Regresaba ahora, con el ansia del enamorado, hacia los cielos tranquilos, las verdes praderas, los frescos arroyos… Hacia una existencia de paz dulce y eterna"

Stephen Crane, La roja insignia del valor

El pasado jueves, 4 de julio, fiesta nacional en EE.UU., dio comienzo en la localidad de Gettysburg, Pennsylvania, la recreación de la batalla más sangrienta y decisiva toda la Guerra Civil Americana. En los combates, que tuvieron lugar casi ininterrumpidamente entre los días 1 y 3 de julio de 1863, llegaron a intervenir más de ciento cincuenta mil hombres y se produjeron sesenta mil bajas.

Se da la circunstancia de que en dicha contienda, que terminó con el triunfo de las tropas de la Unión, al mando del general George G. Meade, tomaron parte soldados españoles y, entre ellos, figuraban algunos canarios, cuyas tumbas pueden ser visitadas en el Cementerio Nacional de Gettysburg. Éstos últimos se integraron casi en su totalidad en las filas del Ejército Confederado, encabezado por el legendario general Robert E. Lee. El grueso del contingente isleño se encuadraba dentro del Décimo Regimiento de Louisiana, en cuyas huestes, un siglo y medio después, volvieron a militar dos canarios: los palmeros Jonathan Cabrera Asensio (técnico del Instituto de Atención Social y Sociosanitaria del Cabildo de Tenerife) y el autor de este artículo, que, junto a otras siete personas procedentes de la Península, acudieron a esta cita en calidad de recreadores históricos, con sobrada experiencia en actividades de esta índole, celebradas tanto en España como fuera de ella. Como, por ejemplo, la recreación de la Gesta del 25 de Julio de 1797, que cada año conmemora la derrota del almirante Horacio Nelson en su frustrado intento de desembarco en la capital santacrucera, o la de la celebérrima batalla de Waterloo, en territorio belga.

En Gettysburg, que es una pequeñita pero encantadora ciudad dedicada a la actividad agrícola y abierta al turismo de aquellos norteamericanos que quieren conocer de cerca uno de los episodios centrales de su joven y -en muchos aspectos- admirable historia, el grupo de recreadores españoles fuimos tratados en todo momento con una cortesía y hospitalidad dignas de encomio. Allí acudimos invitados por la American Civil War Historical Reenactment Society de Ontario, Canadá, cuyos miembros tienen antepasados que participaron en los combates ocurridos hace ciento cincuenta años, al pertenecer al Cuarto Regimiento de Virginia del Norte.

En el campamento de Gettysburg, los canadienses nos adoptaron como si fuésemos de su misma familia y nos colmaron de gestos de cariño, de víveres y de un sentido de la camaradería que nos hizo olvidar por completo las diferencias culturales e idiomáticas. Las muestras de afecto fueron constantes y tanto el presidente de esta asociación, Dennis Watson, como Donna Elliot, verdadera alma máter de la delegación, se desvivieron por hacernos sentir como en casa. Sobre todo, a nuestros forzados reclutas: el geólogo asturiano y ex profesor universitario, Carlos Ignacio Salvador González, nuestro jubilado pero el más joven en espíritu de todos nosotros y flamante presidente de la ANE (Asociacion Napoleonica Espanola); el mecánico del AVE, Juan Arturo Muñoz Barrios, gruñón y entrañable, como los personajes interpretados (es un decir) por su admirado Bud Spencer; mi hermano de armas de fogueo, Jonathan Cabrera, que se cansó de repartir los puros de Richard que llevamos ex profeso, con una vitola conmemorativa; Héctor Zumeta Morán, técnico reparador de ascensores y maragato por los cuatro costados y Jon Valera Muñoz de Toro, malagueño y licenciado en Periodismo Audiovisual, fundador y presidente de la Asociación Histórico-Cultural "Teodoro Reding", benjamín del grupo y el único que tuvo que hacer frente a las garrapatas, con heroísmo, betadine y el buen pulso con las pinzas del doctor Love.

La sección civil de la representación española en Gettysburg la completaban la coruñesa Marta Vázquez López, técnica en seguros y organizadora de esta aventura americana (gracias, Marta, todos te queremos a lot of); Mari Cruz López López, una dulce maestra de Primaria de León, que habla un inglés de Maryland casi perfecto, y la diligente y siempre elegante Eva García Manso, madrileña de pro, gestora en Iberia, admiradora de Jardiel Poncela y que hizo encaje de bolillos para que volar hasta USA no nos costase un egg y parte del otro. En mi caso, como me apunté a la travesía el último, quedé fuera del paquete de la oferta y creo que voy a estar pagando este viaje hasta mi próxima reencarnación, que espero y deseo sea en un Blade Runner o en un Nexus 6, versión 4.0, me da igual.

En cuanto a mi rol dentro de esta recreación, a la altura de la película en la que me encuentro, lo de dormir en tiendas de campaña, hacer instrucción a las seis de la mañana y pegar tiros de pega ya me coge muy mayor, así que participé como periodista de época (o sea, no pegué un palo al agua), disfruté con el maravilloso espectáculo (unos doce mil recreadores de una veintena de países distintos, más de un centenar de cañones y sendas bandas de música, una por cada bando), consumí ingentes cantidades de limonada y hielo, porque el solajero resultaba difícilmente soportable con la ropa del siglo XIX, y quedé impresionado con el rigor con el que esta gente se toma en serio lo de homenajear a sus antepasados, como lo prueba el sobrecogedor y grandioso parque nacional que abarca el campo de batalla original, con su más de un millar de monumentos conmemorativos, y que cualquiera puede visitar para recordar, in situ, lo que sucedió hace ciento cincuenta años.

Por nuestra parte, los dos canarios trajimos hasta Gettysburg una bandera de Tenerife, que portamos durante la recreación, y una carta del Cabildo Insular, en la que se reconoce la labor de "aquellos héroes anónimos que un día decidieron defender unos ideales que creyeron justos y por los que estuvieron dispuestos a entregar su vida".

Ciertamente fueron cuatro días inolvidables de los que conservo infinidad de momentos irrepetibles (la seriedad con la que cada uno desempeña su función tanto dentro como fuera de la representación, el respeto con el que se guarda silencio por todos los muertos, la entrega sin reservas con la que se escucha el himno nacional o la escalofriante autenticidad de los rostros sudorosos de los combatientes, que parecen sacados del túnel del tiempo), aunque escojo la última velada en el campamento, al calor de una hoguera hecha con maderos y a la luz de las velas, mientras Mike, un marino de origen inglés, acompañado con su guitarra, interpretaba viejas canciones del Sur y, en un momento mágico y conmovedor, se atrevió con The 59th Street Bridge Song, uno de mis temas preferidos de Simon y Garfunkel, que grabaron en 1969, junto al batería (Joe Morello) y el bajo (Eugene Wright), del cuarteto del gran Dave Brubeck.

Tras nuestra participación en los actos conmemorativos de la referida batalla, la delegación española se encuentra ahora en Nueva Orleáns, donde estamos siendo agasajados con un cariño espectacular por Los Isleños Heritage & Cultural Society (Sociedad Patrimonio y Cultura de Los Isleños), fundada en 1978, y que ha trabajado con el Gobierno de la Parroquia de San Bernardo para desarrollar Los Islenos Museum Complex (Complejo Museo de Los Isleños) en la Villa de San Bernardo (trágicamente devastado por el huracán Katrina, en 2005, y felizmente reconstruido hoy), con el fin de preservar la memoria de sus ascendentes canarios, quienes con su esfuerzo y con su sacrificio contribuyeron al crecimiento y desarrollo del sur de los Estados Unidos.

El Décimo Regimiento de Louisiana participó en la mayor parte de las grandes batallas de la Guerra Civil Americana (Williamsburg, Manassas, Antietam, Fredericksburg, Gettysburg…) y, debido a su arrojo y valentía en el combate y al alto número de bajas sufridas, de los 953 soldados y oficiales que componían el Regimiento en julio de 1861, solo dieciocho estuvieron presentes en su rendición, el 9 de abril de 1865, en Appomatox Court House, de ahí que se ganasen el sobrenombre de Los Tigres de Louisiana.

Hay que recordar que los canarios del Bayou de St Bernard Parrish, que habían llegado a la Louisiana a finales del siglo XVIII -y cuyos descendientes continúan aquí- formaban parte de la milicia de esta región desde 1861 y se alistaron en masa. En el libro de Kenneth W. Noe, Perryville: This Grand Havoc of Battle, se hace la siguiente mención: "La parte de la Brigada de Adams a la que se enfrentó el 42º de Indiana eran los Tigres de Louisiana. Este nombre se dio al 13º de Infantería de Luisiana del coronel Gibson, el cual incluía cinco compañías de Zuavos Avegnos que aún vestían sus resplandecientes chaquetas azules, gorras rojas y pantalones bombachos rojos tradicionales. Estas cinco compañías de Zuavos se componían de irlandeses, holandeses, negros, españoles, mejicanos e italianos".

Da la casualidad que la mayoría de los apellidos españoles de Louisiana y de la población de ese origen proviene de Canarias. La emigración canaria se produjo entre 1778 y 1783. Oficialmente salieron con rumbo a Louisiana 4.139 personas (pertenecientes a 777 familias) aunque realmente llegaron la mitad: en el trasbordo en La Habana, muchos prefirieron quedarse en Cuba.

Con posterioridad, casi otros tantos arribaron a este enclave húmedo y pantanoso hacia 1840, como los ancestros de Sinda Rodríguez, que salieron de Tejina (Tenerife) y de Lanzarote, y echaron raíces y sembraron semillas para que los hijos de sus hijos y, a su vez, los hijos de sus hijos se sienten ahora plácidamente a comer congrís con otros canarios (de pura cepa), en un restaurante de una familia cubana (los maravillosos Vivian y José), orgullosa de sus orígenes y de vivir en la tierra donde los sueños se hacen realidad.

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