Era este un doctor matado,
carente de gracia y honor,
de ningún valor dotado,
y de su quinta el peor.
Quien os lo pintó cobarde
no lo conoce, y mintió,
que ha muerto más hombres vivos
que mató el Cid Campeador.
En entrando en una casa
tiene tal reputación
que luego dicen los niños:
“Dios perdone al que murió”.
Y con ser todos mortales
los médicos, pienso yo
que son todos venïales,
comparados a Simón.
Del aludido en los círculos
de la UE piden formación;
temiéndole más que a la peste,
de él no dicen ni sí ni no.
De médicos semejantes
hace la Parca negocio
fecundo y al por mayor,
siendo su benefactor.
A ninguno el caradura
ni de casualidad cura,
ni a ninguno él curó,
Komissar Politburó.
Si acaso estando en su casa
oye dar algún clamor,
tomando papel y tinta
escribe: “Fue Illa, Illa, no yo”.
Se le han muerto por millares
pero los cuenta por pares,
que muchos de los finados
perecen sin ser testados.
Es envidia de verdugos
y un as para los besugos
que no temen ser juzgados
por tanto viejo asfixiado.
Piensan que es la muerte algunos;
otros, viendo su rigor,
esperan a que sea preso
y por delitos proceso.
Por matar mata las luces
pocas que ciego Dios le dio;
come poco y piensa menos,
y es excusa para memos.
Ya está echada su suerte,
su tiempo se acabó,
que está repleto de muerte
y ahora viene lo peor.
Él, que se ve tan famoso
y en tan buena estimación,
ignora cual chivo necio
que tiene su fecha precio.
Y como chivo expiatorio
solo eres supositorio
al que ni Dios mismo salva
de tu oscuro purgatorio.