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El callejón
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El niño y el pozo

Hoy es un día triste para esos niños que lo vimos jugar. Sin duda alguna para mí el más grande. Sospechábamos que tarde o temprano acabaría así.
Un jugador antológico que recibió leña hasta en las pestañas. El único futbolista capaz de ganar él solo un mundial y casi ganar otro.
Después de ser menospreciado por el Barcelona “Pupas” y anterior al coloso que surgió con Cruyff, jugó en un equipo de segunda fichado por la camorra napolitana y lo llevó a dos escudetos, una UEFA y copa de Italia.
Si hubiera jugado en esta época ya sabemos a dónde hubiera llegado y en qué equipo.
Tenía de sobra de lo que carece ese niño prodigio endiosado que juega en el Barsa actual y eran Cojones y, sobre todo, Personalidad y Liderazgo. Un dios del fútbol. Hoy han muerto muchos recuerdos maravillosos de mi infancia.
D.E.P. Diego Armando Maradona.
Radamel Colchonero
Que el mundo que hoy finalmente ha abandonado es un pozo sin fondo y repleto de mierda lo descubrió Diego Armando Maradona cuando con dos o tres años se cayó por accidente en el interior de una fosa séptica y permaneció unos minutos en la más completa oscuridad, hasta que un tío suyo lo sacó a pulso, justo a tiempo de evitar que se ahogase.
De esta experiencia traumática, el niño que a la edad a la que Mozart daba sus primeros conciertos como solista, llevado de corte en corte por el impresentable de su padre, llenaba los descansos de los partidos de Buenos Aires con sus habilidades de malabarista (reclamo que pronto concitó más interés que los propios encuentros) extrajo un pánico atroz a la soledad y la voluntad nunca confesada a su familia de que intentaría escapar a la menor oportunidad del descampado de chabolas en la que vivían hacinados, aunque dignos.
Compadezco a ese niño. Y a todos los niños a los que les priva de la infancia ese monstruo insaciable, ese parásito de todos los ecosistemas que es la especie humana. Para Maradona (que siempre estuvo mucho más cerca de aquel niño que casi muere asfixiado en heces que del ídolo de masas, ángel caído y juguete roto en que derivó después) la niñez fue un vértigo de ilusiones y proezas que se esfumó demasiado pronto: casi sin darse cuenta el pibe ganaba más dinero en un mes que su padre en treinta años de venta ambulante.
Todo fue tan rápido que apenas aprendió a leer y a escribir y, en lugar de formarse, en vez de instruirse, resultó mucho más fácil pagarle a otros para que leyeran por él. Es lo que tienen el dinero y la pereza: al final, terminas contratando a un tipo para que piense por ti.
Carente de criterio propio, de juicio propio, Maradona fue un talento prodigioso que apenas pudo brillar con su auténtica intensidad. Quiso el destino que viniese a este planeta desdichado con décadas de antelación. En el fútbol actual, este jugador fantástico, genial, imprevisible, estaría tutelado por un fondo de inversión (posiblemente asiático), su club cotizaría en bolsa y tendría una protección máxima en los terrenos de juego, porque a nadie le interesa acabar con la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, El Pelusa eclosionó en el terrible balompié de los setenta, de ínfima calidad y extrema violencia. Entonces, el fútbol no le interesaba a casi nadie y en él no había negocio. Prueba de ello es que buena parte de los futbolistas profesionales en España cursaban estudios universitarios. Hoy, la mayoría no tienen ni el graduado en ESO.
Para Maradona no existió nunca dicha opción. Lo suyo era evitar patadas con habilidad de judoka e improvisar goles que nadie ha sido capaz de emular.
Fíjense si era bueno que hizo campeona del Mundo a una selección infinitamente peor que la que se alzó con el título en 1978, en plena pesadilla de la Junta Militar. Por aquella época, el chico despuntaba como la figura que no tardó en confirmarse. Hubo muchas presiones para que el entrenador César Luis Menotti lo convocara. Pero El Flaco no lo hizo. Y protegió al chico de una presión insoportable y de defender a un país que, encandilado por la pelota, ignoraba la existencia de centros de tortura y la supresión física de miles de opositores. Menotti le ahorró todo eso. Y se reencontró con él cuatro años después en Barcelona, cuando el propio futbolista impuso su fichaje para firmar por el F.C. Barcelona por mil millones de pesetas.
Hoy, Menotti, fumador empedernido, puro pellejo de voz aftosa, lloraba su muerte como quien lamenta la pérdida de un hijo. Y lo entiendo. Sé que es sincero.
Ojalá descanses en paz, Diego.
Que la tierra te sea propicia.
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