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El callejón
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Canarios del Mississippi

Un grupo de siete recreadores españoles (dos de ellos canarios) hicieron una emotiva ofrenda floral en el cementerio de Donaldsonville (Louisiana), donde reposan los restos de los colonos isleños que llegaron a estas tierras en el siglo XVIII.

"Yo cuidaré de ti
y me quedaré a tu lado.
Necesitarás un buen compañero
para esta parte del viaje.
Deja atrás tus tristezas.
Que este día sea el último.
Mañana saldrá la luz del sol
y toda esta oscuridad habrá pasado.
Grandes ruedas rodando por campos donde fluye la luz del sol.
Reúnete conmigo en una tierra de sueños y esperanza"
Bruce Springsteen, Land of Hopes and Dreams
A Wimpy Serigñé, William Hyland Marigny, Dale Philips, Dot Benge Estévez, Bertín Estévez, Doris Gutiérrez Serigñé, Cinda Rodríguez Melerine, Vivian Nieto, José Churros, Kathy Serpas Ziegler, Melanie Koons, Susie Estévez, María Leborde, Chris Wiseman, Gladys Chapman, Joan Alemán, Cliff y Skip Newfield, con eterno agradecimiento, por habernos hecho sentir en casa
Louisiana (en español, Luisiana, del francés Louisiane, en honor del rey Luis XIV) es el décimo octavo estado de Norteamérica (se anexionó a la Unión en 1830) y representa, con sus ciento treinta y cinco mil kilómetros cuadrados (un buen porcentaje de ellos consistente en marismas y pantanos del río Mississippi), un ejemplo paradigmático de los avatares históricos por los que ha atravesado este gigantesco y curioso país, acaso la nación más grande, poderosa y contradictoria de este pequeño planeta errante en el espacio infinito.
Territorio francés durante casi un siglo, en 1763 pasó a manos españolas, aunque los galos siguieron manteniendo una importantísima influencia en Nueva Orleans. Más tarde, con el inicio del siglo XIX, los franceses la recuperarían para, finalmente, vendérsela por un módico precio al gobierno de Washington, a fin de que esta región estratégica no cayese en manos del imperio británico. Cosas de Napoleón, que era muy Bonaparte… o sea, juez y parte.
Es por ello que hoy en día se pueden percibir las huellas de las diferentes comunidades de colonos europeos que aquí se asentaron (eso sí, sin mezclarse con la población nativa, que se fragmentaba en una veintena de tribus), procedentes de Francia, Alemania y España, más concretamente, de Canarias y Andalucía.
La emigración isleña tuvo lugar entre 1778 y 1783, cuando llegaron unas trescientas familias, venidas, sobre todo, de Tenerife y Gran Canaria (las islas más pobladas entonces y ahora), que se instalaron en la parroquia (o condado) de San Bernardo y en Baton Rouge (actual capital del estado). Por su parte, el contingente andaluz, con una destacada presencia de malagueños, se afincó en estas y otras parroquias (algunas, como Barataria o Valenzuela, ya desaparecidas) y contribuyó de forma decisiva a la fundación de Nueva Iberia, que siempre ha poseído una floreciente actividad agrícola, centrada en la producción de azúcar y de condimentos (de aquí se exporta la salsa Tabasco al resto del mundo).
Recalamos en Nueva Orleans, tras nuestra participación en la conmemoración del ciento cincuenta aniversario de la batalla de Gettysburg, invitados por Los Isleños Heritage and Cultural Society, la más antigua en su género de cuantas existen en el delta del Mississippi. Desde el mismo momento de nuestra llegada a la terminal del aeropuerto internacional Louis Armstrong (¿cómo se iba a llamar si no?), hasta nuestra despedida, una semana después, fuimos tratados con exquisita hospitalidad y cariño por nuestros excelentes anfitriones, todos ellos con raíces canarias en su árbol genealógico.
Lamentablemente, la presión ciudadana y cierto recelo hacia lo foráneo, que caracterizó a la sociedad estadounidense tras la II Guerra Mundial, provocó que la inmensa mayoría de estos descendientes de canarios (hoy en pleno disfrute de una más que merecida jubilación) no puedan hablar español; a excepción del presidente de la entidad, Lloyd "Wimpy" Serigñé, y su amigo Oliver, quienes se desenvuelven en la lengua de Cervantes con un divertido acento entre cubano y gomero. Precisamente, Wimpy (un ex conductor de camiones hecho a sí mismo, que en 1982 se reconvirtió en pescador para sacar adelante a su familia, junto a su encantadora esposa, Doris Gutiérrez, y que llegó a tener su propia empresa de transportes de mercancía portuaria) ejerció de guía, mostrándonos el interior del nuevo y remozado Museo de Los Isleños, donde se puede apreciar, a través de los distintos aparejos y herramientas, el grado de dominio que sus antepasados llegaron a alcanzar en el arte de la pesca y de la caza de roedores para obtener su preciada piel.
Porque, como todos los emigrantes, los nuestros también desempeñaron los más modestos y humildes oficios, sobreviviendo en cabañas, primero, y en pequeñas casas de paja y adobe, después, soportando toda suerte de adversidades y haciendo toda clase de sacrificios, con el fin de obtener un futuro un poco mejor para las generaciones venideras. Como, por ejemplo, el sheriff, senador y luego congresista de los Estados Unidos, por el segundo distrito de Louisiana, Albert Estopiñal (uno de los poquísimos políticos que, en el Washington anterior a la Gran Guerra de 1914, dominaba perfectamente el inglés, el español y el francés, y su colaboración era muy apreciada dentro del cuerpo diplomático), bisnieto de Diego Estupiñán y María Artiles, colonos canarios que se ganaron el pan con el sudor de su frente, sin que nadie les regalara nada. Esta historia, igual que muchísimas otras, nos fue referida en el curso de esta visita inolvidable por William, "Bill", Hyland Marigny, historiador y cronista oficial de la parroquia de San Bernardo, quien también se erigió en un excelente anfitrión que, en todo instante, hizo gala de unos modales propios de un caballero del Sur, amén de un socarrón sentido del humor, que le brota en estrepitosas y sonoras carcajadas.
En la sede social de Los Isleños Heritage and Cultural Society, la delegación española, integrada por siete "supervivientes" de Gettysburg, fue acogida con una deliciosa degustación de platos de comida cajún (o criolla) y de sabrosas muestras de gastronomía canaria: en concreto, nos sirvieron una ropa vieja que no tiene nada que envidiar a la que despachan en Casa Portela, Guamasa, base de operaciones de mi tío José Amaro Carrillo Trujillo (jubilado de Telefónica, soltero y aún en edad de merecer).
Luego, en el curso de un acto presidido por el alcalde de San Bernardo, Dave Peralta, todos recibimos nuestro diploma que nos acredita como Ciudadanos de Honor de esta parroquia de Louisiana y, en representación de todos nosotros, nuestro portavoz, Jonathan Cabrera Asensio (novelero incansable que nos embarcó hace un año a todos en esta dichosa aventura: Thank You, My Old Friend!), les entregó a estos isleños de Louisiana una carta oficial y una bandera de la Isla, remitidas ambas por el Cabildo Insular de Tenerife.
Al día siguiente, partimos rumbo a Nueva Iberia, en la que, acompañados por el vicepresidente del Bayou Teche Museum, Chris Wiseman, y de la española Gladys Chapman, intérprete y esposa del director del The Daily Iberian, hicimos un amplio recorrido por el casco antiguo de la ciudad (donde visitamos su museo), que le sonará un poco a los aficionados al cine europeo, ya que aquí el director francés Bertrand Tavernier rodó íntegramente hace cuatro años el thriller En el centro de la tormenta (In the Electric Mist), protagonizado por Tommy Lee Jones (quien, al parecer, resulta mucho más antipático en la vida real de lo que aparenta) y John Goodman (que, fuera de la pantalla, es tan afable y buena gente como orondo).
Durante nuestra excursión por esta tierra pantanosa, cuyo calor se te pega a la piel como si fueses un personaje de Tennessee Williams, tuvimos la suerte de visitar la mansión de una auténtica plantación del sur, que se conserva intacta como casa-museo, para satisfacer la curiosidad de turistas de todo pelaje, que encuentran en ella la materialización física de la Tara de Lo que el viento se llevó o la prueba fehaciente de que nada de lo escrito por William Faulkner es fruto de la casualidad.
Concluyó nuestra corta estadía en Nueva Iberia con la visita a una fábrica de azúcar. Allí, rodeados por una montaña (en el sentido más literal de la palabra) de este compuesto aún sin refinar y que sería la ruina para cualquier diabético, el más joven de nuestros expedicionarios, Jon Valera Muñoz de Toro, malagueño y licenciado en Periodismo Audiovisual, fundador y presidente de la Asociación Histórico-Cultural "Teodoro Reding", le entregó a Chris Wiseman una bandera de Málaga, en recuerdo de los paisanos que fundaron este rincón de Louisiana.
De vuelta a Nueva Orleans, a bordo de un vehículo conducido por el ayudante del sheriff de San Bernardo, Dale Philips, historiador que pertenece al cuerpo de guías del Servicio de Parques Nacionales (actualmente tiene a su cargo la única residencia que tuvo en propiedad el presidente Lincoln y que hoy es un museo abierto al público), volvió a deleitarnos con su amena erudición y su profundo conocimiento de la Guerra Civil Americana y nos indicó y explicó, con todo lujo de detalles inimaginables, enclaves, fechas y desarrollo de distintos combates y escaramuzas que tuvieron por escenario estos parajes.
Durante la posterior cena, en el lujoso restaurante de un hotel de Nueva Orleans, pudimos saborear y paladear con sincero deleite las especialidades típicas de la cocina criolla: sus gambas y cangrejos (sin coraza) rebozados, sus gumbos (una especie de rancho picante, de carne o marisco), su jambalaya (un arroz similar al congrí caribeño) o la carne de aligator (o caimán), del que aquí hacen hasta salchichas y encurtidos.
La última parada de nuestro periplo por Louisiana nos llevó a la capital del estado, Baton Rouge. Allí, de la mano de la gentil Joan Alemán, presidenta de Los Isleños Heritage Society of Louisiana (creada en 1996), tuvimos ocasión de recorrer el magnífico Museo del Estado (en uno de cuyos espacios, dedicado al Carnaval de Nueva Orleans, aquí denominado Mardigrass o Martes de Fiesta, descubrí unas fotos tomadas en los años sesenta, que me retrotrajeron, asombrosa e inevitablemente, a las antiguas Fiestas de Invierno de Santa Cruz de Tenerife y de Santa Cruz de La Palma), así como de entrar a la sede del gobierno del Estado (y de ojear tanto su Cámara de Representantes como su Senado), construida en la década de los treinta, en un estilo modernista que recuerda mucho al edificio del Cabildo tinerfeño, diseñado por José Enrique Marrero. La diferencia, en el caso de la construcción norteamericana, estriba en su mayor altura, debida, quizá, a un acceso de megalomanía del entonces gobernador, el polémico y populista Huey Long, asesinado en un oscuro tiroteo, lleno de preguntas sin respuesta, en el propio vestíbulo, y que sirvió de inspiración para el protagonista del clásico de Robert Rossen, El político (All The King"s Men, 1949).
De regreso a nuestro cuartel general, en un hotel en pleno centro de Nueva Orleans, nos detuvimos en el cementerio de Donaldsonville, que está a más de una hora de camino de Baton Rouge, ya que es en esta necrópolis católica donde descansan los restos de los colonos canarios que arribaron a estas tierras en la recta final del siglo XVIII. Un monumento funerario, erigido el siete de octubre de 2000 por sus actuales descendientes (miembros de Los Isleños Heritage Society of Louisiana), se encarga de recordárnoslo y allí hicimos una sentida y emotiva ofrenda floral, justo bajo la lápida que, en inglés y español, reza:

* * *
Un rato más tarde, a bordo del coche en el que el encantador Skip Newfield nos trajo de regreso, tras tantas idas y venidas a cuenta de la inmigración, me acordé de uno de los más conocidos chistes de Pepe Monagas, aquel en el que se relata la odisea de un montón de canariones que se montan en una precaria embarcación rumbo a Venezuela ("A los últimos tuvieron que meterlos con calzador", cuenta la voz inconfundible de José Castellano), y que me dispuse a narrar a mis compañeros de viaje de la Península, cuando, en el instante en que el personaje interpela a uno de sus compañeros de fatigas con la frase: "¡Saca el napa, Gregorito, saca el napa!", fui interrumpido por nuestro amable conductor, quien, en un español con marcado acento norteamericano, me preguntó: "¿Qué es Gregorito?".
No me quedó otro remedio que traducirle toda la historia al inglés (a mi inglés, tan macarronésico como su español) y, como no podía ser de otra manera, al hombre le hizo gracia. Fue el grato colofón a un viaje al pasado que difícilmente podré olvidar jamás.
Se dedica este monumento en honor de nuestros antepasados españoles de las Islas Canarias. En el siglo XVIII navegaron desde las Islas en barcos de vela y llegaron a Luisiana, donde se establecieron y prosperaron. Así cumpliendo la voluntad de Dios según las Escrituras Sagradas:
Crezcan, multiplíquense y pueblen la tierra.
Génesis, 9:1

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