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El callejón
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Resiliencia a la resiliencia

En memoria de mi abuelo Anelio (y de su padre), a quienes la vida les obsequió (a tanta bondad y sabiduría) con una guerra espantosa y una prolongada tiranía y les privó de vivir los actuales tiempos, mejores tiempos, peores tiempos, infames tiempos, de esperanza y desesperación

En un nuevo sesgo inequívoco de su repugnante vocación totalitaria, el sanchismo (que es ese régimen infecto, despótico y corrupto que se ha apoderado de la democracia española -hija de la reconciliación nacional de la que bebe como manantial de aguas medicinales la Constitución de 1978- para hacerla saltar por los aires y reemplazarla por un engendro confeccionado a partir de andrajosos retales de peronismo, marxismo de todo a cien y del más abyecto socialismo guerracivilista) ha puesto sus sucias manos sobre el único baluarte que mantenía la muy frágil y soluble unidad de la nación: nuestra lengua común (hablada por quinientos millones de personas en todo el mundo antes del síndrome de China), que se ha visto relegada en nuestro propio país a un segundo nivel en aquellos territorios donde el castellano convive con idiomas vernáculos de una implantación planetaria ínfima.

En este frenesí involucionario y lampedusiano, consistente en llevarnos a la más completa ruina para que todo siga igual de fatal (¿alguien puede decirme en qué ha afectado esta crisis a las principales empresas que cotizan en el IBEX 35? ¿cuántas de ellas se han opuesto a las catastróficas medidas adoptadas por este gobierno cochambroso que presume de progresista y que castiga y somete al subsidio permanente a enormes capas de población sin que las grandes fortunas acusen apenas el golpe?), a esta siniestra caterva, a esta irrepetible colección de granujas, fracasados, ineptos e impresentables, les falta el talento y la laboriosidad necesarias para acuñar un nuevo código lingüístico que regule y arbitre la consolidación de su tiranía miserable.

Ante tan demostrada incapacidad, los grandes intelectos a sueldo en este ingente (e indigente mental) aparato de propaganda tan solo son capaces de acuñar obtusas consignas huérfanas de contenido (“No vamos a dejar a nadie atrás”, “Salimos más fuertes”), circunloquios cantinflescos (“Los expertos que asesoran al Gobierno son funcionarios expertos y tienen ese cargo en razón de su expertitud”) y eufemismos que son un insulto a la inteligencia (aquí se cumple con creces el viejo proverbio de “cree el simplón que todos son de su condición”) y que popularizan sandeces (eso sí, a golpe de decreto ley, que es el berbiquí predilecto de esta banda de Pepe Goteras y Otilios del Apparátchik de Ferraz para perforar el estado de derecho) como nueva normalidad o restricción temporal de la movilidad, que no pasan de ser torpes sustitutivos con los que nos pretenden endilgar sus desgastadas e ineficaces ruedas de molino.

Pero el afán de suplantarlo todo, de destruirlo todo, les resulta tan difícil de contener que se ven arrastrados a intentar controlar nuestras vidas a través de normas de dudosa legalidad que, en ultima instancia, buscan el total sometimiento y la leal sumisión de la ciudadanía que, en buena medida, amordazada, intimidada y atemorizada por la amenaza de un enemigo invisible y de una recesión terrorífica que apenas ha enseñado sus garras, renuncia a sus derechos y aspiraciones individuales en aras de una presunta seguridad general.

Incapaz de ocultar su vergonzosa responsabilidad en la ignominiosa gestión de esta pandemia (con una cifra de fallecidos que ya supera con creces los setenta mil), la élite que nos desgobierna vive instalada en un constante ejercicio de negación de la realidad, tan autocomplaciente como estúpido y nauseabundo, que encuentra el eco dócil e indecente en unos medios de comunicación que en este país no eran tan gregarios y atrozmente serviles desde 1964, cuando los predecesores del actual orden celebraron con gran pompa y circunstancia aquellos “25 Años de Paz”.

De hecho, el insólito heredero de Franco en la jefatura del estado (¿quién nos lo iba a decir?) ha terminado siendo Su Excelencia el Sanchísimo, fraudillo por España por la gracia de Soros y de Dios, que ambos resultan tan graciosos en su misericordia y generosidad (infinitas) como esos eslóganes (cansinos e insoportables) con los que Iván Redondo (y sus bien pagadas huestes) nos atiza, quiero decir, nos alimenta el espíritu, mientras su mentor recorre (escoltado por una guardia pretoriana más propia de Nerón que de Stalin, a quien tanto trata de imitar) la geografía de esta nación rota, aturdida, cautiva y desalmada, para traer el nuevo evangelio, el Verbo hecho carne mortal en ese sujeto repulsivo y narcisista, embustero patológico y de perfil longilíneo y fatuo (“Fatuidad de fatuidades, todo es fatuidad”, Eclesiastés 1:2), de mentón equino y cerebro reptiliano, que baja de las nubes (en Falcon o Puma, según) y extiende, cual águila de San Juan, las alas protectoras sobre nuestras resignadas cabezas, para arroparnos bajo el regazo de las rimbombantes palabras de Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.

Sieg Heil!!! Sieg Heil!!! Sieg Heil!!!

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