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El callejón
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El incendiario

Escrita en 1971 y editada al año siguiente, “Vincent” es una célebre y hermosa balada del cantautor norteamericano Don McLean (1945), en la que homenajea al desdichado pintor Vincent Van Gogh. Esta canción alcanzó el número 1 en el Reino Unido.

A Laura Sánchez Benita, con todo mi cariño y mis más sinceras disculpas, ya que este texto llega con cuatro años de retraso, después de dieciséis rondando por mi cabeza

 

Pero… ¿Quiénes se creen que son para poner precio a la tristeza, a mi tristeza? Mi dolor es una cuestión íntima, de mí y de nadie más… No lo pienso tolerar…

En medio de la desbordada expectación (en la sala había el triple de periodistas y reporteros que pujadores), ninguno de los presentes prestó la mínima atención al individuo de llamativo cabello rojizo, que ocultaba su pelo bajo lo que parecía un turbante. Además, la casa de subastas había advertido a sus empleados que hiciesen la vista gorda con el público de la calle: aquella corte de excéntricos y curiosos deparaba una publicidad gratuita que los organizadores no podían menospreciar.

Sin embargo, en el posterior tumulto que se produjo instantes después de que un escueto paisaje urbano, pintado desde la ventana de un segundo piso, con llamativos pigmentos esparcidos en bruto, casi sin mezclarlos en la paleta, alcanzase los ciento treinta millones de dólares (se trataba de una puja cerrada de antemano y varios figurantes, trajeados con lujosos ternos de alquiler y con dispositivos de micrófonos sujetos al oído, simulaban su falso papel de intermediarios de misteriosos compradores), los guardias de seguridad se vieron sorprendidos con la rapidez con la que actuó el saboteador.

Mechero en mano, el energúmeno, profiriendo grandes voces en un idioma para todos incomprensible, prendió fuego a un puñado de papeles, como si fuera una antorcha, y los lanzó contra el cuadro, que hubiese ardido de inmediato, de no existir un cristal de varios centímetros de grosor que lo separaba del resto de la humanidad.

Lo extraño, por increíble que parezca, es que, en mitad del revuelo de gritos y de la sorpresa de decenas de rostros estupefactos (se formó una grotesca melé que involucró a varias personas; entre ellas, dos agentes de seguridad se enzarzaron en un estúpido forcejeo), el incendiario desapareció sin que nadie pudiese llegar a identificarlo.

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