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El callejón
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Final en septiembre

Parte final de la representación de "Tres sombreros de copa", de Miguel Mihura, llevada a cabo por alumnos del IES Poeta Viana, en junio de 2010. Tras más de cuarenta años al servicio de la enseñanza pública, la Consejería ha cerrado este centro.

En silencio, de forma discreta y ordenada (por mandato expreso de las más altas instancias organizativas de la Consejería de Educación), el Instituto de Enseñanza Secundaria Poeta Viana ha cerrado sus puertas definitivamente.

Como al timón de un buque fantasma, a la deriva en el infinito mar de la posteridad, estos primeros días de septiembre, el que fuera en su momento Instituto Nacional de Enseñanza Media Femenino de Santa Cruz de Tenerife ha contado en su puente de mando con la única presencia de su última directora, Mercedes Díaz Malledo, y de su fiel secretario, Juan Manuel Prieto Rocha, a quienes les ha cabido el triste honor de poner la cancela a cuatro décadas de historia.

Ahora, que ya nada se puede hacer por evitarlo, resulta absurdo echar la vista atrás y señalar culpables. Qué más da. Como se suele decir: entre todos lo mataron y él solito se murió.

El instituto, mi instituto (tres años como alumno y otros cuatro como docente me contemplan en el interior de sus paredes), fue condenado a muerte hace demasiado tiempo. Justo el día en que se puso en marcha un engendro deleznable que, bajo las siglas de LOGSE, ha socavado hasta hacerlo literalmente trizas el sistema público de enseñanza en esta nación, antes llamada España, que ni siquiera tiene una universidad entre las cien más prestigiosas del mundo.

Da igual. A nadie parece importarle lo más mínimo la educación. A nadie.

Este se ha vuelto un país crispado, convulso, cuyos gobernantes celebran con euforia la firma de treinta y un contratos en un mes como si se tratase del armisticio que puso fin a la II Guerra Mundial. Un país en el que nadie se responsabiliza de nada. Un país que asiste a la larga agonía de un asesino y torturador, en estado terminal (¿), que lleva un año en la calle, muriéndose pero de risa sobre las tumbas de sus víctimas. Un país descabezado, sin fe, sin rumbo, que confía toda su suerte a que una de las organizaciones más corruptas que conoce la civilización occidental (el COI) designe a su capital como sede de unos juegos olímpicos que son un negocio de proporciones fabulosas que nada tienen que ver ni con el deporte ni con el juego limpio.

Aunque a mí sí que se me revuelven las tripas con el cierre del Poeta Viana. Y siento -como un dolor íntimo, muy hondo- que el esfuerzo por impedirlo de tanta buena gente (de alumnos y alumnas, de padres y madres, de compañeros y compañeras dignas de respeto y hasta de admiración) no haya servido absolutamente para nada.

Mientras, ahí queda el edificio: varado en la arena del tiempo como un cetáceo moribundo; inmenso como un cascarón vacío, con sus aulas y pasillos repletos de buenos y malos recuerdos, con su maravilloso salón de actos y su biblioteca de Alejandría en versión escolar. Todo un monumento funerario erigido a la ineptitud y la dejadez, a la indiferencia y al desdén, a la ignorancia y al abandono.

Es triste que un centro de enseñanza cierre sus puertas para siempre. Porque no estamos hablando ni de un burdel ni de un casino. Pese a que los tres establecimientos presten un servicio público.

Y es triste porque, para los que tuvimos la suerte (jamás la desdicha) de pasar una parte significativa de nuestras vidas en sus entrañas, este inmerecido final (sin siquiera una simple ceremonia de clausura) es un desagradable recordatorio de lo que ha de pasarnos a nosotros mismos tarde o temprano. Cuando dejemos este mundo y no quede de nosotros ni el rastro ni la sombra de lo que un día fuimos o soñamos con llegar a ser.

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