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El callejón
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Oda al participio irregular

Si de mi baja lira

tanto pudiese el son que en un momento

aplacase la ira

del animoso viento

y la furia del mar y el movimiento,

y en ásperas montañas

con el süave canto enterneciese

mis paupérrimas mañas,

los árboles moviese

y al son confusamente los trujiese:

no creas que conjugado

sería por mí algún verbo florido,

ya que soy un lego y un lerdo matado

que ignora el participio convenido

y en lugar de vedado

para unos lee vendido

para todos y como por descuido.

Y la fuerza de mi torpe necedad

no impide de verdad

que la pata no meta

confundiendo urbe y teta

que es lo propio del jeta,

como es mi jefe El Peta,

que ha hecho virtud de la necesidad

y sublimado la mediocridad.

Hablo hoy d’aquel cativo

de quien tener se debe más cuidado,

que’stá ahora haciendo mucho más ruido

que cuando fue juzgado

y por varios delitos condenado

el muy pollaboba poeta exaltado,

por cuya causa la turba el tiovivo

del Tibidabo ha ardido

como quemar todo se ha proponido.

Por ti, Pablo Hasél, con siniestra mano

se revuelve la masa presurosa,

y en el dudoso llano

huye la polvorosa

multitud como sierpe ponzoñosa;

por ti esta ociosa revolución rusa,

que en vez de la balalaika sonante

tristes querellas usa

que con un llanto humeante

empañan a la plaza del Diamante.

Por ti el mayor amigo

l’es importuno, grave y enojoso:

yo puedo ser testigo,

que ya del peligroso

naufragio de IU fui puerto y reposo,

y agora en tal manera

vence el dolor a la razón perdida

que cualquier ciega fiera

y siempre aborrecida

para nosotros es bien recibida.

No fuiste tú engendrado

ni producido de la dura tierra;

no debe ser notado

quien ingratamente yerra,

quien todo el otro error de sí entierra.

Hágase temeroso

como un oscuro pozo

el caso de la Dina, la cobarde,

que de ser desdeñosa

se arrepentió muy tarde,

la muy mora tiñosa,

y así su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando

del mal ajeno el pecho empedernido

cuando, abajo mirando,

el miembro yerto vido

del miserable amante allí tendido,

y al cuello el lazo atado

con que desenlazó de la cadena

el teléfono cuitado,

y con su breve pena

compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse

en pura piedra el as de la pereza.

¡Oh, tarde arrepentirse!

¡Oh, última terneza!

¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos s’enclavaron

en el chepado cuerpo que allí vieron;

los huesos se tornaron

más duros y crecieron

y en sí toda la peta convertieron.

Las entrañas heladas

tornaron poco a poco en piedra dura

por las venas cuitadas

la sangre su finura

iba desconociendo y su natura,

hasta que finalmente,

en duro mármol vuelta y transformada,

hizo de sí la gente

ya tan de todo asqueada

cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora

de Galapagar, airada las saetas

probar, por Dios, agora;

baste que tus perfectas

obras y hermosura a los poetas

den inmortal materia,

sin que también en verso lamentable

celebren la miseria

de vuestra pareja tan deplorable

y d’algún caso que no es muy potable

que por ti pase, triste, miserable.

No sabiendo hacer la ‘o’ con un canuto,

que sobre el DRAE esputo,

aquí me tienen, sin un noble oficio

y con gran beneficio,

servidor, con menos luces que un rucio,

que entiende precipucio por prepucio

y emplea el participio

como quien se aproxima al precipicio

de causar estropicio

al trocar escroto en lugar de escruto.

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