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El callejón
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Bendita Nerea

En los alocados y coloristas años setenta, pocas bandas como Earth, Wind and Fire fusionaron con tanta maestría el rock, el funck, la psicodelia y el buen rollito del espíritu de libertad y optimismo de la década anterior. Esta es su pieza más célebre.

El pasado jueves, 26 de septiembre, vino al mundo, en el Hospital Universitario de Canarias, la cuarta de mis sobrinas: Nerea Carrillo González.

Hija de mi cuñada Virginia y de mi hermano Carlos, Nerea nos vuelve a conciliar con la vida, Manola, la vida, y su frágil vulnerabilidad nos recuerda, una vez más, nuestra naturaleza efímera de criaturas indefensas que fuimos lanzadas a la misma intemperie.

Por ahora, y durante un corto periodo de tiempo (no somos más que consciencia de brevedad y anhelo insatisfecho de eternidad), Nerea se limitará a respirar, a comer, a llorar, a excretar y a soñar: a soñar que sueña lo indefinible, el sueño de aquello que está por venir.

Y todos nos acercamos a esta recién nacida y la veneramos y glorificamos (y protegemos) porque acaso el milagro de su nacimiento nos devuelve la magia perdida del niño que ya no somos y que echamos de menos en cuanto acabó nuestra inocencia y la realidad te mordió por vez primera y te arrebató algunas de tus más firmes convicciones.

Y, frente a la soledad y el silencio que entraña este imparable acercarse diario a la muerte, Nerea es un horizonte abierto en el que reina un sol majestuoso y cálido, sobre un mar inabarcable, principio y fin, que te invitan a inspirar hondo y a saborear cada instante, con su aroma de pan salido del horno y de promesas con sabor a golosinas, porque, en realidad, ella (la criatura, la niña o el niño que llega) nos restituye la fe en nosotros mismos y en Dios.

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