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El callejón
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Yojimbo

El futbolista Diego Costa se sincera ante los micrófonos de la SER, en el programa “El Larguero”, entrevistado por José Ramón de la Morena. Les acompaña el músico Pancho Varona, mano derecha de Joaquín Sabina y colchonero de pura cepa.

En una aldea perdida, en el Japón medieval, recala, cansado y un tanto zarrapastroso, un guerrero vagabundo (samurái venido a menos) que descubre, con cierta estupefacción, cómo un perro lleva una mano presa entre sus fauces, mientras atraviesa una callejuela de tierra, desierta y polvorienta. Poco después, el forastero no tarda en averiguar que los habitantes de dicho pueblo, que dormita en una aparente existencia fantasmal, sobreviven bajo el miedo que provoca la encarnizada rivalidad que enfrenta a las dos principales familias. Ambas tratarán de ganarse para su causa a tan diestro ronin.

Sobre esta sencilla premisa argumental, que recuerda un poco a la excelente novela Cosecha roja, de Dashiell Hammett, el cineasta Akira Kurosawa construyó en 1961 su célebre Yojimbo, una comedia de capa y espada, pródiga en humor negro, que consagra definitivamente a Toshiro Mifune como una de las grandes estrellas del cine de habla no inglesa. Unos pocos años después, el avispado pero talentoso Sergio Leone fusiló la cinta nipona y, sin pagar una lira en derechos de autor, rodó su propia versión de la historia en el desierto de Almería (titulada Por un puñado de dólares) y descubrió un auténtico filón en un actor norteamericano de escasa expresividad y mirada inquietante, que recaló en suelo andaluz contraviniendo los consejos de su agente y que se terminó convirtiendo en Clint Eastwood.

Yojimbo, que es una gozada absolutamente recomendable para quienes amen la vida y el cine (¿acaso no son la misma cosa?), ha cobrado una inusitada actualidad, al menos para un servidor, con la reciente polémica suscitada en torno a la decisión tomada por el futbolista Diego Costa (Lagarto, Brasil, 1988) de disputar el próximo Mundial con la selección española, si así lo estima oportuno el entrenador Vicente del Bosque.

A un lado y a otro del Atlántico se han escuchado encendidas voces que descalifican la actitud del jugador, quien ha sido acusado de "traidor" y "mercenario". Dejando a un lado precedentes que ya nos cogen muy lejos en el tiempo que no en el espacio (como Alfredo Di Stéfano o Ladislao Kubala, quien incluso llegó a jugar con tres equipos nacionales distintos), lo que nadie en su sano juicio se atrevería a discutir es que el actual delantero centro del Atlético de Madrid (en cuyas filas militó el argentino Rubén Cano, que disputó con España el Mundial de 1978, celebrado en su país natal) es un profesional con total libertad de escoger, en función de sus legítimos intereses.

Asegura Costa que se he decantado por La Roja porque es aquí donde le han dado la oportunidad de crecer como futbolista y donde lo tratan con cariño (sobre todo, en su club, cuyos aficionados sienten por él un aprecio incondicional); además, Del Bosque ha alabado públicamente la modestia y la simpatía de alguien que define como un "buen chaval". Sabedor de que no tiene hueco en La Canarinha, Costa ha apostado por España porque de continuar en la misma progresión deportiva (es el segundo máximo goleador de la Primera División) su convocatoria para el campeonato que tendrá lugar en Brasil el próximo año resulta incuestionable.

Fajador, agresivo y fullero, Diego es un rematador a sueldo, un killer fabuloso, un gladiador del área que no se casa con nadie salvo consigo mismo. Es el legionario con el que todos desearían contar. Salvo Luiz Felipe Scolari: seleccionador brasileño, que apenas ha dado bola al punta rojiblanco y al que ahora, de forma irresponsable y repugnante, acusa de traidor a la patria, echándole a toda una nación encima.

Habría que recordarle a "Felipao" que la patria es siempre el último refugio de los canallas.

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