La décima o espinela que aquí volvemos a reproducir (más una cuarteta de propina) fue de los primeros poemas satíricos que el autor escribió en las semanas iniciales del infame confinamiento (ya que la medida llegó tarde, desproporcionada y con consecuencias nefastas para la salud económica de un país ya sumido entonces en la más profunda recesión) como simple ejercicio de estilo literario a la par que pasatiempo con el que catalizar la indignación furiosa que le sigue recorriendo el cuerpo entero (desde los dedos de los pies a la punta de la mascarilla FFP2).
El objeto de burla no era otro que el ex secretario de estado, Iván Redondo Bacaicoa (San Sebastián, 1981), el consultor político que, después de marcharse por la puerta de servicio del Partido Popular, en 2015, con el rencor africano de los malos perdedores, brindó sus malas artes de consigliere a un Pedro Sánchez recién expulsado de la secretaría general del PSOE de la forma menos honrosa que se recuerda. Hasta este mentecato sin escrúpulos, con los ojos llorosos, el amor propio hecho trizas y el corazón envenenado por un odio vengativo, se aproximó el gurú de varios dirigentes de segunda clase de Génova 13 que, en fulgurante carrera de apenas una década, había ganado casi trescientos mil euros en asesorías, recogidas en la contabilidad B de Luis Bárcenas.
Con la implacable profesionalidad de cualquier mercenario del estraperlo y la fe del converso, Iván Redondo convenció a un don nadie, en el punto más bajo de su espuria carrera, de que, gracias a sus áulicas recomendaciones y sus consignas de todo a cien, recuperaría el liderazgo de la izquierda en tiempo récord y podría alcanzar la presidencia del gobierno aun desde fuera del recinto parlamentario. A cambio de ello, el ahora ídolo caído ni siquiera pidió treinta monedas de plata para traicionar a su ex jefe, el muy pusilánime y nefasto Mariano Rajoy Brey; tan solo exigió el control total del aparato de comunicación del príncipe desterrado (también conocido como el Rey Midas de la Hez y el Martillo).
Mediante la labor en la sombra de este licenciado por Deusto en Humanidades (“¡Cuanta paradoja!”, que diría el catedrático y ex divisionario José María Hernández- Rubio), que diseñó con éxito la campaña por las primarias y pergeñó la moción de censura contra el PPpercebe de Pontevedra (apoyada en una alusión incriminatoria de un párrafo en una sentencia de mil quinientas páginas, luego tumbada por improcedente tanto por la Audiencia Nacional como por el Tribunal Supremo), un fulano de la insignificante talla intelectual (que no física) de Pedro Sánchez accedió finalmente a la Moncloa, aunque para ello hubiese de desdecirse hasta la náusea (sí, sí, igual que Antoine Roquetin en la novela de Sartre) y contar con el respaldo de formaciones políticas claramente contrarias a la monarquía, al régimen constitucional de 1978 y me atrevería a decir que incluso abiertamente opuestas a la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
Durante los dieciséis últimos meses, Redondo había concentrado en sí mismo un poder ilimitado, omnímodo, que ya hubiesen deseado Antonio Pérez del Hierro, el Conde Duque de Olivares, Manuel Godoy o Ramón Serrano Suñer; un poder, ejercido con intimidación y alevosía, gracias al silencio cómplice de la inmensa mayoría de medios de comunicación (vergonzosamente serviles con la mano que les da generosamente de comer) y merced a la absoluta incapacidad de su presidente para gestionar nada de nada en la peor crisis que ha sufrido la nación española en cuarenta años.
En estos versos burlones, concebidos con el inofensivo afán de señalar sin pudor las costuras que dejan entrever las miserias de un publicista completamente amoral (como el mismo individuo que le acaba de poner de patitas en la calle porque carece del coraje y de la vergüenza necesarias para asumir que el que sobra, por encima de todos, todas y todes, es él y nadie más que él), se auguraba ya el predecible final de este alopécico precoz, de este personaje entre cómico y siniestro, de este titán del eslogan y fénix del plagio indisimulado, devenido en grotesca carroña que hoy devoran con solaz gusto los mismos buitres que lo habían encumbrado hasta antes de ayer.
Roma no pagaba traidores, pero el sanchismo los indulta o los hace millonarios, como en este caso.
Ah… Y quien no te conozca que te compre, Iván Redondo Bacaicoa.
* * *
Iván Redondo, el oráculo,
la prensa hurgó con espéculo
y a Sánchez llevó al pinéculo
para solaz del cenáculo
del socialismo vernáculo,
perderá el favor del círculo
al hacer el peor ridículo
por gruesos fallos de cálculo
y caerá sobre él el báculo
que le pateará en el culo.
Pues quien vive de humo y bulo
piensa y caga como el mulo
que ahora lo echa por chulo
de Moncloa sin disimulo.