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El callejón
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Cuando el globalismo nos alcance

[Este texto está dedicado a mi madre, que tal día como hoy, hace cincuenta años, me trajo al mundo después de treinta y seis interminables horas. Y también se lo dedico a mi padre, que tuvo que soportar la impotencia de la espera]

“Anualmente mueren varios millones de seres humanos sin ninguna utilidad, por epidemias y otras catástrofes naturales. ¿Y nosotros vamos a retroceder por el sacrificio de algunos centenares de miles en pro de la experiencia más prometedora de toda la Historia? Esto sin decir nada de las legiones que mueren por la mala alimentación y la tuberculosis en las minas de hulla y de mercurio, en las plantaciones de algodón y arroz. Nadie se preocupa; nadie pregunta por qué ni para qué; pero si nosotros fusilamos a algunos millares de personas objetivamente nocivas, los humanitarios del mundo entero espumarajean de indignación. Sí, nosotros hemos liquidado a la parte parasitaria del campesinado y lo hemos dejado morir de hambre. Era una operación quirúrgica, necesaria de una vez por todas; y en los buenos tiempos anteriores a la Revolución morían otros tantos en un año de sequía; pero morían sin cuenta ni razón. Las víctimas de las inundaciones del río Amarillo en China alcanzan algunas veces hasta centenas de millares. La Naturaleza es pródiga en sus insensatas experiencias, aunque el objeto de ellas sea el hombre. ¿Por qué no va a tener la humanidad el derecho de experimentar sobre ella misma?”

Arthur Koestler, El cero y el infinito, 1941

El síndrome de China

[La primera noticia que tuve del virus que trae en jaque al planeta desde hace más de año y medio la leí a finales de 2019 en la edición digital de elmundo.es y llevaba la firma de su corresponsal Lucas de la Cal, en Pekín. Este es un extracto de dicha información]

Hace unos días, el miedo a un letal fantasma del pasado visitó por sorpresa China. Varios usuarios de la red social Weibo se temieron lo peor: el SARS habría vuelto. Ese síndrome respiratorio agudo severo que hace 17 años salió de la provincia de Guangdong y que arrasó Asia. Se propagó por 37 países dejando 774 muertos y más de 8.000 infectados.

Esta vez un extraño brote de neumonía ha emergido a finales de diciembre en un mercado de pescado de la ciudad de Wuhan, en el centro del país. Al principio, imperó el silencio de las autoridades chinas. Y eso que cada día salen nuevos casos de contagio. En total, hasta hoy: 59 personas, siete de ellas en estado crítico. Lo que hizo que los rumores sobre un posible resurgimiento del SARS retumbaran de nuevo entre el pueblo chino. Y más después de que la Sociedad Internacional de Enfermedades Infecciosas, con sede en Estados Unidos, destacara que había “numerosos informes no confirmados que mencionaban un nuevo coronavirus de tipo SARS”.

A 920 kilómetros al sur de Wuhan, en Hong Kong, se han registrado 21 casos de personas con fiebre y problemas respiratorios en personas que acababan de regresar de Wuhan. Aunque no se ha podido confirmar que se trate del mismo virus. Las autoridades de la ex colonia británica han activado una respuesta calificada como “de nivel grave”, realizando controles de temperatura a todos los viajeros que llegan de la ciudad china donde surgió la extraña neumonía.

Muchos hongkoneses han entrado en pánico por el temor a una epidemia y han acudido en masa a comprar la mascarilla que se hizo popular durante el brote de SARS en 2003. Diarios como el South China Morning Post han informado de que los suministros de estas máscaras quirúrgicas desechables se están acabando tanto en las tiendas de la localidad como en los comercios online. Y que, debido al limitado stock, los comerciantes están duplicando los precios.

Otros países asiáticos también han empezado a tomar medidas preventivas ante el temor a esta desconocida neumonía. En el aeropuerto de Singapur se están haciendo controles de temperatura a todos los viajeros que regresan de Wuhan. En Corea del Sur, los centros para el control y la prevención de enfermedades del país establecieron un grupo de trabajo de cuarentena y advirtieron a los visitantes de Wuhan que no toquen animales salvajes o aves de corral, ni visiten los mercados locales. Y en Vietnam, el Ministerio de Salud ordenó ayer a los centros médicos de todo el país que “reforzaran la supervisión de la propagación de la neumonía aguda ante la expansión de la enfermedad en China”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), que está monitorizando la situación en coordinación con las autoridades chinas, ha pedido prudencia ya que “hay información limitada para determinar el riesgo general de este grupo reportado de neumonía de etiología desconocida”.

Pero la realidad es que dentro del gigante asiático muchos aún temen la posibilidad de que haya una epidemia nacional. Y más en estas fechas. No hay que olvidar que estamos en vísperas del Año Nuevo Chino (25 de enero) y que cientos de millones de personas se desplazaran por todo el país para reunirse con sus familias durante la festividad.

Negar lo evidente

En un alarde de ineptitud y negligencia absolutamente espeluznantes, la Organización Mundial de la Salud no dio la voz de alarma sobre la amenaza real y letal que se cernía sobre la población mundial hasta que ya era demasiado tarde. Pero en esta labor de desinformación el citado organismo internacional no estuvo solo.

Hace poco más de un mes, se hicieron públicos miles de correos electrónicos que corroboran que el epidemiólogo Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID) de EEUU, sabía perfectamente que el virus podía haber salido del laboratorio de Wuhan y además estaba al tanto de su diseño y peligrosidad, mucho antes de que fuese declarada la pandemia.

Se da la circunstancia de que Fauci negó tales hechos a principios de 2020, mantuvo públicas desavenencias al respecto con su superior, el entonces presidente Donald Trump, y se atrevió a calificar de “teoría de la conspiración de desquiciados” todas aquellas hipótesis que contradijesen la versión oficial de las autoridades sanitarias chinas.

Uno de los e-mails que ahora han visto la luz fue enviado por el doctor Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance, un grupo que dio una subvención pública al laboratorio de Wuhan en el que se investigaban los coronavirus. El 18 de abril de 2020, dos días antes de que el gobierno federal de Estados Unidos declarase la cuarentena, Daszak daba la enhorabuena a Fauci por defender la teoría del origen natural del coronavirus: “Quería agradecerte personalmente en nombre de nuestro personal y colaboradores, por defender públicamente y afirmar que la evidencia científica respalda un origen natural de COVID-19 de un derrame de murciélago a humano”.

Hay que remarcar que el doctor Daszak colabora con la OMS, participó en la comisión investigadora que visitó el laboratorio de Wuhan a principios de este año, 2021, y su empresa, EcoHealth Alliance, había recibido 3,7 millones de dólares de fondos del NIAID de Fauci, de los cuales al menos 600.000 dólares fueron enviados al Instituto de Wuhan, según un informe del diario de la disidencia china, The Epoch Times. En otro correo electrónico (con fecha de 6 de febrero de 2020) el tal Daszak pedía “solidaridad con todos los científicos y profesionales de la salud en China” y nuevamente agradecía que Fauci esté de su parte y no aliente “mitos” sobre el origen del virus.

Sin embargo, otros correos electrónicos revelan que Fauci ya sabía que el SARS-COV-2 había sido creado de forma artificial. Por ejemplo, Kristian G. Andersen, científico del Instituto de Investigación Scripps, en enero de 2020, le advierte que si bien un ensayo de agrupamiento cerrado sugiere que los murciélagos sirven como reservorio de los coronavirus, hay “características inusuales” de este virus que conforman una parte pequeña del genoma (menor del 0,1 por ciento) que ofrecen indicios de que fue creado en un laboratorio.

En otro correo, del 4 de febrero de 2020, el investigador Trevor Bedford le sugiere a Fauci que, en un futuro, no quede expuesto legalmente si afirma que el virus no fue creado en laboratorio. Le aconseja “pasar a formas de comunicación más seguras” y que “deje de seguir hablando por e-mails”. Sin embargo, el 19 de marzo de 2020, el investigador Robert Eisenger, empleado de Fauci en el NIAID, le envió un extenso archivo con investigaciones acerca de cómo China estaba manipulando la información y de que en realidad tenía entre diez y cien veces más fallecidos por el coronavirus de los que reconocía oficialmente. La respuesta de Fauci fue: “Es muy largo para que yo lo lea”.

Durante meses, la comunidad científica cerró filas en torno al Gobierno chino y la OMS y, a través del control de las plataformas de redes sociales, rehuyó el debate público sobre que el origen fuera una filtración del laboratorio o un virus prediseñado.

De unos meses a esta parte, plataformas como Facebook, que negaron y censuraron durante el pasado año los contenidos que especulaban con la posibilidad de que el virus no tuviese un origen natural, han cambiado su política informativa sobre este polémico asunto y han cambiado de perspectiva.

Casi en paralelo, se han publicado numerosos estudios científicos, entre ellos, el de Nicolas Wade, divulgador científico y periodista del New York Times, que señalan que el virus fue diseñado en el Instituto de Virología de Wuhan.

Hay que insistir en que el régimen de Pekín continúa sin poder demostrar que el coronavirus pasó de un animal a un humano o de un animal huésped a un humano. De haber sido así, según apuntan científicos independientes de Taiwan (país que -no olvidemos- avisó a la OMS el 31 de diciembre de 2019 de lo que se avecinaba), ya lo habrían mostrado a la opinión pública internacional.

En este mismo sentido, conviene recordar que, el pasado mes de febrero, el profesor Roland Wiesendanger, de la Universidad de Hamburgo, reconocido experto en nanotecnología y galardonado en tres ocasiones con la Beca Avanzada del Consejo Europeo de Investigación, hizo público un estudio elaborado durante los últimos doce meses, en el que concluye que la causa más probable de la pandemia de coronavirus fue el escape, fuga o filtración del mismo procedente del Instituto de Virología de Wuhan.

¿Un mundo feliz?

No hay más que dos concepciones de la ética humana, y las dos son polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanitaria, declara sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no deben aplicarse a las unidades humanas. La otra concepción arranca fundamentalmente del principio de que un fin colectivo justifica todos los medios, y no solamente permite sino incluso exige que el individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la comunidad: la que puede disponer de él, ya como de un cobaya que sirve para un experimento, o como el cordero que se inmola en los sacrificios”

Arthur Koestler, El cero y el infinito

Transcurrido un año desde que se iniciase la peor crisis sanitaria y económica que ha conocido la humanidad después de la segunda guerra mundial, Xi Jinping, presidente de la República Popular de China y secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh), fue el invitado de honor durante la apertura de la quincuagésimo primera edición del Foro Económico Mundial, también conocido como Foro de Davos.

El mandatario comunista abrió la cumbre, celebrada por videoconferencia a finales del pasado enero, con un discurso triunfalista y un código de recomendaciones dirigidas al resto de líderes mundiales. El presidente chino, que presumió de dirigir la única economía que ha crecido en medio de la pandemia, advirtió que “el mundo ya no será como antes”.

En un contexto global tan caótico como conflictivo, el líder comunista dejó claro que China ha salido vencedora de esta tragedia sanitaria mundial y ha instado a los demás países a seguir su ejemplo: “En China estamos siguiendo el camino hacia un país socialista moderno. Ahora, desempeñaremos un papel más activo para fomentar una globalización económica mundial que sea más abierta, inclusiva, equilibrada y beneficiosa para todos”.

Aunque Europa ha visto cómo se desplomaban sus economías, el Producto Interior Bruto del gigante asiático creció un 2,3 por ciento en 2020, consolidándose como el único país del G-20 que ha visto su economía prosperar en medio de un paisaje desolador, de restricciones y déficit. De ahí que Xi Jinping mostrase su lado más amable en Davos: “No debe haber países uno por encima del otro. No debe haber jerarquía. Ni debe haber un país que imponga sus normas sobre los demás. De lo contrario, volveremos a la ley de la selva. Debemos dejar de imponer unos sistemas sociales y culturales por encima de otros”.

“Por primera vez en la historia, las economías de todas las regiones han sufrido un duro golpe al mismo tiempo, las cadenas de suministro mundiales paradas y las inversiones y el comercio bloqueados. La recuperación mundial está en peligro y el futuro es incierto. Hay que apoyar la macro-economía para salir cuanto antes de este túnel”, aseveró el mandamás chino.

Tales palabras suenan más bien huecas de quien preside con mano de hierro y sonrisa pétrea un régimen totalitario que ha elevado la represión y ha aumentado las detenciones y encarcelamientos de los disidentes en Hong Kong. Por otro lado, numerosos médicos, científicos y periodistas huidos del régimen comunista han informado de los secuestros y muertes de aquellos que desafiaron al PCCh y hablaron sobre el origen del coronavirus. En este mismo sentido, el gobierno de Taiwan también ha criticado duramente el desfile continuo de aviones militares chinos que sobrevuelan amenazadores la isla. Igualmente, varias ONGs han denunciado el sometimiento y explotación de la minoría uigur. Este grupo étnico y religioso es perseguido en China e internado en campos de concentración denominados por el Partido Comunista Chino como “centros de educación ideológica y entrenamiento profesional”.

Por no hablar del control absoluto que el PCCh ejerce sobre la ciudadanía a través escáneres de móviles (se calcula que en el pico más alto de la pandemia dejaron de funcionar en el país asiático más de tres millones de teléfonos), de cámaras de reconocimiento facial, huellas digitales, fichas digitales y unos doscientos millones de cámaras de seguridad instaladas en los rincones más insospechados.

En ausencia del presidente electo de los EEUU, John Biden, Xi Jinping se empleó en los términos propios de quien se considera a sí mismo el nuevo líder mundial: “El fuerte no puede imponerse al débil, de lo contrario, estaremos ante una nueva Guerra Fría. No se deben rechazar los cambios. El multilateralismo debe promoverse”.

Por otra parte, Xi Jinping no se despidió sin anunciar el advenimiento de un nuevo gobierno mundial en el que China tendrá un papel destacadísimo: “La confrontación nos lleva por mal camino. No debemos volver al pasado. Debemos construir una economía mundial a través de acuerdos y debemos eliminar las barreras. Debemos reforzar el G-20 como un foro de Gobierno Mundial”.

Este objetivo, marcado en la Agenda 2030 del Foro Económico Mundial, consiste en instaurar un socialismo global, tal y como apuntan las campañas propagandísticas del Foro: “En 2030 no poseerás nada y serás feliz”, reza uno de sus polémicos eslóganes bajo el rótulo de ‘El Gran Reinicio’.

España 2050

“El Partido no se equivoca jamás –dijo Rubachof-. Tú y yo podremos equivocarnos. Pero el Partido, no. El partido, camarada, es algo mucho más grande que tú y que yo y que otros mil como tú y como yo. El Partido es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia. La Historia no tiene escrúpulos ni vacilaciones. Inerte e infalible, corre hacia su fin. A cada curva de su carrera deposita el fango que arrastra y los cadáveres de los ahogados. La Historia conoce su camino. Nunca se equivoca. El que no tiene una fe absoluta en la Historia no debe estar en las filas del Partido”

Arthur Koestler, El cero y el infinito

El Gobierno de Pedro Sánchez recoge en su Agenda 2050 para España los principios consignados por Xi Jinping, presidente de la República Popular de China, durante la última sesión del Foro de Davos. En uno de los mandamientos citados en el Foro Económico Mundial aparece la idea de que en “2030 no tendrás nada y serás feliz”.

En el apartado “Oportunidades que traerá el futuro para aumentar la satisfacción vital de la ciudadanía”, el documento de más de seiscientas páginas insiste en que lograremos “bienestar en el futuro si tenemos un crecimiento socialmente inclusivo” y “si queremos converger en satisfacción con los países más felices de Europa antes de 2050, tendremos que registrar importantes mejoras en el ámbito económico y laboral”.

“Por ejemplo, entre quienes ganan 4.500 y 6.000 euros al mes en España, el porcentaje de insatisfacción es prácticamente el mismo. Esto nos sugiere que, a partir de un cierto punto, más dinero no da más felicidad”, reza el documento, que apunta que, a partir de un cierto nivel de ingresos, “el bienestar subjetivo no se incrementa (efecto saciedad)”. Y como no hay más felicidad, según este estudio, el Gobierno sugiere que “si se quiere aumentar el bienestar del conjunto de la sociedad, puede ser más eficiente dirigir los incrementos de renta a los segmentos más pobres de la población en aras de reducir el riesgo de pobreza”. No obstante, la intención es elevar los tributos a toda la población.

“Aunque es cierto que el dinero no puede comprar la felicidad, los ingresos constituyen uno de los factores clave para el bienestar subjetivo de la población, sobre todo cuando son reducidos e inciertos”, arguye el referido texto.

En este sentido, el documento reclama una fiscalidad casi obsesiva en su afán recaudatorio: “Será necesaria, además, una profunda reorganización de los ingresos (sistema fiscal) y los gastos (prestaciones sociales y servicios públicos): debemos recaudar más y mejor, para gastar más y mejor en partidas tan claves para el bienestar futuro como la sanidad o los servicios de cuidado”.

Al menos, el Plan España 2050 admite que los españoles están frustrados con su presente y son, además, muy pesimistas en relación con el futuro: “Sólo un 21 por ciento de la población espera que sus circunstancias sean mejores a las actuales”.

“Si durante las próximas décadas no logramos resolver problemas actuales como el elevado desempleo estructural, la alta precariedad o las extensas jornadas laborales, la transformación tecnológica y las nuevas formas de trabajo podrían traducirse en un mayor deterioro de las condiciones laborales en nuestro país y eso elevaría aún más la insatisfacción laboral de nuestra ciudadanía”. Por ello, para que los españoles vuelvan a “estar satisfechos”, el Gobierno prevé aumentar mucho más el gasto público en escuelas para que “sean espacios de socialización”. Además, piensa “reforzar el Sistema Nacional de Salud y los servicios sociales”, y pide confiar en “la gran transición ecológica”.

En lo que hace referencia a hábitos de consumo, y en consonancia con los dictados del globalismo contemporáneo, está previsto que en el año 2050 en nuestro país desaparezcan los vehículos que utilicen combustibles fósiles (siendo sustituidos por una flota inabarcable de coches eléctricos); se reduzcan las líneas aéreas de media distancia; se potencie la reutilización de ropa reciclada; se reemplace la carne de origen animal por carne sintética y se reduzcan los electrodomésticos y dispositivos electrónicos en los hogares (algo que de continuar la actual alza de la factura de la luz será efectivo mucho antes de lo previsto).

Los apóstoles de la nueva fe

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”

Mateo, 7:15

El final de la Guerra Fría, y el consiguiente derrumbe del paradigma soviético, que arrastró con él a todos los ecosistemas socio-políticos afines (con la excepción de la China post-Mao, timoneada por Den Xiaoping, quien acometió las reformas necesarias para alumbrar el coloso que hoy amenaza con devorarlo todo), despejó el siempre convulso panorama de la comunidad internacional: con un única superpotencia hegemónica (principal abastecedora del mercado de armas de largo alcance); un gigantesco país (Rusia) venido a menos, con un arsenal tan inmenso como obsoleto; unas emergentes economías asiáticas de corte neoliberal (Japón, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwan y Singapur) y la siempre diletante e incierta Unión Europea.

La desaparición de la beligerancia entre bloques opuestos ha propiciado que amplias zonas del mundo, semiocultas en la penumbra del subdesarrollo, fuesen pasto de un amplio grupo de magnates que, so pretexto de su labor altruista, han convertido estas sociedades, de obvias carencias democráticas, en áreas de influencia preferente donde obtener beneficios multimillonarios al menor coste posible:

“Estos globalitarios, mediante su red de testaferros políticos y mediáticos y a través de organizaciones generosamente financiadas por estos mismos plutócratas, buscan destruir las naciones que los albergan y las raíces que las hacen reconocibles”, afirma el periodista Carlos Astiz.

En las próximas líneas trataremos de desenmascarar a algunos de estos falsos profetas, que envueltos en un halo de benévola filantropía, pretenden que el globo terrestre orbite alrededor de sus designios.

Y en la cúspide de todos ellos, ya sea por el volumen de su riqueza o por su formidable popularidad, se haya Bill Gates (1955). Muy pocos habitantes de este planeta desconocerán el origen de la fortuna del fundador de Microsoft, pero a buen seguro que una inmensa mayoría de la población mundial ignora que es el mayor propietario de tierras agrícolas en su país natal.

Célebre por sus cuantiosas ayudas a todo tipo de causas humanitarias (la Fundación que lleva su nombre y el de su ex esposa, Melinda, mueve unos activos por valor de cuarenta y seis mil millones de dólares), Gates es el primer donante privado de la Organización Mundial de la Salud y figura entre los primeros accionistas de las principales compañías farmacéuticas del mundo, como es el caso de la alemana Biontech y de Pfizer, asociadas en la producción de vacunas (aún en fase experimental) contra el COVID-19.

Nombrado doctor honoris causa por prestigiosas universidades (Harvard y Cambridge, entre ellas), en 2007 fue designado administrador honorario de la Universidad de Pekín y nunca ha ocultado su admiración por China y por sus disciplinados ciudadanos: “Los chinos saben asumir riesgos, son muy trabajadores, educados y, cuando te reúnes con sus políticos, adviertes que muchos son científicos e ingenieros (se da la circunstancia de que el primer ministro, Xi Jinping, es ingeniero químico). Puedes discutir los números con ellos y jamás te piden elementos para avergonzar a algún rival político. Es una burocracia inteligente”, ha declarado Gates, quien quizá para rubricar tales palabras, en 2017, aceptó su elección como miembro extranjero de la Academia China de Ingeniería.

En 2010, el célebre multimillonario norteamericano adquirió medio millón de acciones de la multinacional agrícola Monsanto, especializada en la producción a gran escala de alimentos transgénicos, sobre todo, en países del tercer mundo. De dudosa eficacia, las prácticas auspiciadas por esta firma (hoy perteneciente a Bayer) se han visto con frecuencia salpicadas por demandas millonarias bajo la acusación de comercializar productos cancerígenos.

En su condición de fervoroso profeta del apocalipsis medioambiental (no en balde, su último trabajo publicado en febrero de este año lleva por título Cómo evitar un desastre climático: las soluciones que tenemos y los avances que necesitamos), posee la cotitularidad, junto a la Fundación Rockefeller, Monsanto y el Gobierno de Noruega, de la Cámara Semillera Global Svalbard, en la isla nórdica de Spitsbergen. Se trata de un silo de semillas, ubicado en el Mar de Barents, cerca del Círculo Polar Ártico. El almacén, un aparatoso búnker, con paredes de hormigón reforzado con acero y un metro de grosor, puertas dobles, a prueba de explosivos, sensores de movimiento y esclusas de aire, contendrá hasta cinco millones de variedades diferentes de semillas de toda la Tierra. Nada que objetar a esta moderna arca de Noé, si el armador, en este caso, no hiciese, al mismo tiempo, una encendida defensa de las semillas genéticamente modificadas.

Por otro lado, Bill Gates destaca por su constante preocupación por el control poblacional, lo que le ha llevado a financiar iniciativas de planificación familiar y de anti-concepción, como la International Planned Parenthood o el proyecto Gynuity (de medios abortivos químicos). De hecho, su Fundación está detrás del medicamento anticonceptivo Depo-Provera, que, entre 1996 y 2006, fue suministrado a nueve mil mujeres de escasos recursos de la región ghanesa de Navrongo. Los efectos secundarios de este vial auto-inyectable, producido en los laboratorios de Pfizer, resultan demoledores, a juicio de la Agencia Americana del Medicamento: su uso prolongado por más de dos años puede provocar en las pacientes osteoporosis; posibles coágulos sanguíneos en brazos, piernas, pulmones y ojos; accidentes cerebro-vasculares; irregularidades en la menstruación; sobrepeso; embarazos ectópicos y retraso o incapacidad en la recuperación de la fertilidad; así como aumentar el riesgo de desarrollar cáncer de mama y de contraer el VIH/SIDA y cualesquiera otra enfermedad de transmisión sexual, debido a que la alta dosis de progesterona incluida en este fármaco induce al adelgazamiento del epitelio vaginal.

Lejos de retirar esta bomba química de espoleta retardada del mercado, Pfizer le ha cambiado hasta dos veces el nombre (en 2012, presentaron Uniject y, más recientemente, Sayana Press) y la distribuye entre más de medio centenar de países de la Unión Europea, África y Asia. A pesar de que se produce en EEUU y cuenta con el respaldo de la ONU, al formar parte del Family Planning 2020, este medicamento ni se vende ni se distribuye en Norteamérica.

En una segunda línea de esta peculiar forma de filantropía, encontramos a George Soros (Budapest, 1930), un inversionista nacionalizado estadounidense que posee un patrimonio neto superior a los ocho mil millones de dólares, de los que ha donado a su propia red de fundaciones el sesenta y cuatro por ciento, lo que lo convierte en el “donante más generoso”, en términos de porcentaje del patrimonio neto, según la revista Forbes.

György Schwartz sobrevivió a la ocupación alemana de Hungría y se trasladó al Reino Unido en 1947, donde estudió en la Escuela de Economía de Londres y obtuvo una licenciatura, luego una maestría y finalmente un doctorado en filosofía por la Universidad de Londres. Soros creó su primer fondo de inversión, Double Eagle, en 1969. Las ganancias le facilitaron el capital para llegar a crear su Quantum Fund, desde la que, en 1992, provocó la quiebra del Banco de Inglaterra, debido a la venta al descubierto de 10.000 millones de dólares en libras esterlinas, que le reportaron una ganancia de mil millones de dólares durante la crisis cambiaria del Reino Unido del llamado Miércoles Negro. Inspirándose en sus primeros estudios de filosofía, Soros formuló la Teoría General de la Reflexividad para los mercados de capitales, que proporciona una imagen clara de las burbujas de activos y el valor fundamental del mercado de los valores, así como las discrepancias de valor utilizadas para vender en corto y canjear acciones.

Acusado en su país natal (que le ha declarado ‘persona non grata’) de haberse lucrado con la delación de compatriotas judíos durante la persecución nazi, este nonagenario de rostro feroz lleva décadas promoviendo, desde la intrincada red de fundaciones de la Open Society, la inmigración irregular, el control de la población, el activismo de extrema izquierda y la desestabilización política en estados de gran importancia geoestratégica. No en vano, la huella de Soros, o lo que es lo mismo, de los mil tentáculos de su maraña de redes clientelares, se puede rastrear con relativa claridad en los movimientos de rebelión cívica contemporáneos conocidos como la primavera árabe (en Túnez, Egipto o Siria), las revoluciones de los colores (en Georgia, Ucrania o Kirguistán) o el 1 de Octubre en Cataluña.

En consonancia con el manido proverbio de que “el dinero llama al dinero”, es frecuente que los anteriores magnates compartan intereses financieros y mercantiles con otros grandes benefactores del género humano, como el inversor Warren Buffett (Omaha, 1930), tercera fortuna del planeta, en 2017; la inevitable Fundación Rockefeller, que en el pasado siglo trató infructuosamente de poner en marcha la Revolución Verde, con el loable objetivo de erradicar el hambre en el mundo, a partir de semillas híbridas que exigían ingentes cantidades de fertilizantes obtenidos de nitratos y derivados del petróleo (fuente principal de riqueza de esta multimillonaria saga); el ex alcalde de Nueva York y gigante financiero, Michael Bloomberg (Boston, 1942), novena persona más rica de EEUU; Larry Fink (Los Ángeles, 1952), presidente ejecutivo de BlackRock, la empresa de gestión de activos más grande del mundo, con casi 7,5 billones de dólares gestionados en enero de 2020, cuyos “fondos buitre” acaparan en España la propiedad inmobiliaria de la mayor parte de la planta hotelera que ha quebrado y ha salido a subasta pública, a consecuencia de la pandemia; el ínclito Mark Zuckerberg (Nueva York, 1984), presidente de Facebook y poseedor de una fortuna que supera los setenta y cinco mil millones de dólares y que le hacen ser la octava persona más rica de la Tierra; y Jeff Bezos (Nuevo México, 1964), director ejecutivo de Amazon, a quien las medidas de confinamiento decretadas por el coronavirus le han convertido en el hombre más rico del planeta.

A la espera de que se constituya una efectiva gobernanza mundial, reclamada durante el pasado mes de enero, desde el Foro de Davos, por el primer ministro chino y mientras llega el momento (segunda mitad de 2023) en que España ostente la presidencia de turno de la Unión Europea (esperemos que con Su Excelencia Pedro Sánchez Pérez-Castejón al frente), el único órgano no oficial que sirve de punto de encuentro a los principales hombres de negocios y líderes a un lado y a otro del Atlántico es el Club Bilderberg, reunión anual que, desde 1954, reúne a los máximos responsables de grandes corporaciones, banqueros, jefes de sindicatos internacionales, empresarios y políticos de primer nivel y miembros y miembras de la realeza europea.

No es casualidad que con frecuencia sean invitados a esta conferencia absolutamente exclusiva y de carácter secreto, como si de una logia suprema se tratase, los directores ejecutivos o presidentes de Microsoft, de la Fundación Ford, de Google, de Goldman Sachs International o el muy venerable Henry Kissinger, ex secretario de Estado de EEUU, quien el 10 de diciembre de 1974 firmó de su puño y letra un documento de alto secreto denominado Memorando de Estudio de Seguridad Nacional (NSSM-200), bajo el rótulo de “Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de EEUU, y los intereses en el extranjero”.

Redactado conforme a las recomendaciones y sugerencias formuladas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y los Departamentos de Estado, Defensa y Agricultura, el Informe Kissinger no oculta que el principal propósito de los esfuerzos de control poblacional a cargo del Gobierno de EEUU es mantener el acceso a los recursos minerales de los países menos desarrollados:

“La economía de los Estados Unidos requerirá grandes y crecientes cantidades de minerales del exterior, especialmente de los países menos desarrollados. Este hecho le da a Estados Unidos un mayor interés en la estabilidad política, económica y social de los países proveedores. Donde quiera que una disminución de las presiones demográficas mediante la reducción de las tasas de natalidad pueda aumentar las perspectivas de tal estabilidad, la política demográfica se vuelve relevante para el suministro de recursos y los intereses económicos de los Estados Unidos”.

Es por ello que, desde entonces hasta ahora, la principal potencia del mundo ha implementado en estos países en desarrollo programas gubernamentales de control poblacional, con el indisimulado apoyo de la ONU y de sus organizaciones satélites (como la OMS, la FAO o la UNESCO), basados en la legalización de las prácticas abortivas, la esterilización o la proliferación de anticonceptivos, así como la regularización de la eugenesia y la eutanasia.

Soylent Green

La idea de que toda mujer debería tener tantos bebés como quiera es para mí lo mismo de que a todo el mundo se le debería permitir tirar tanta basura en el patio trasero de su vecino como quisiera”

Paul Ehrlich, autor de La explosión demográfica (1968)

En 1968, en pleno auge de la Guerra Fría y de la recuperación económica después de la segunda guerra mundial, la preocupación por el desmedido crecimiento demográfico inspiró The Population Bomb (La explosión demográfica), obra del entomólogo estadounidense Paul R. Ehrlich, quien auguraba que “la batalla por la alimentación de la humanidad está perdida (…) En la década de los setenta y ochenta cientos de millones de personas morirán de inanición (…) Es imposible que para 1980 la India pueda alimentar a doscientos millones de personas más”.

Profundamente afectado por la lectura de este volumen, Bill Gates ha dedicado gran parte de su labor altruista a preconizar (y patrocinar) el control de la natalidad y el consumo de alimentos alterados genéticamente (en los que ha realizado cuantiosas inversiones), al mismo tiempo que promueve la dieta vegetariana y denuncia que la cría de ganado consume demasiados recursos y que, además, los animales emiten una enorme cantidad de gases de efecto invernadero, a través de las ventosidades, los eructos y los excrementos.

“Podemos comer menos carne y aun así disfrutar de su sabor. Una opción es la carne vegetal, elaborada con ingredientes derivados de plantas y procesados de varias maneras para imitar el sabor de la carne”, explica Gates, que posee acciones en dos empresas que comercializan este tipo de sucedáneos: Beyond Meat e Impossible Foods, la cual ya ha empezado en España la fabricación de tales derivados mediante un contrato en exclusiva con la empresa Argal.

“La eliminación de la carne es mejor para el medio ambiente y una enorme mejora para el bienestar animal”, asegura Gates, quien reconoce que todavía el sustitutivo de ternera picada cuesta un ochenta y seis por ciento más caro que la carne de verdad.

Dos años antes de que el entomólogo Ehrlich publicase su propio Libro de las Revelaciones, el novelista Harry Harrison había editado Make Room! Make Room! (en español: ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!), una fábula de ciencia ficción en la que especulaba con las consecuencias sociales del crecimiento imparable de la población.

La novela de Harrison (pseudónimo de Henry Maxwell Dempsey) fue llevada al cine, en 1973, en una gran superproducción, filmada a todo trapo y haciendo un ingenioso empleo (aunque hoy algo desfasado) de la técnica de la pantalla dividida, bajo la batuta del eficaz Richard Fleischer y con un reparto de auténtico lujo, encabezado por Charlton Heston y Edward G. Robinson, en su última e inolvidable aparición cinematográfica. En España se llamó Cuando el destino nos alcance, aunque su título original es Soylent Green.

Prima hermana de El planeta de los simios (1968) y The Omega Man (1971), además de compartir al actor principal, estas tres películas describen el futuro de la especie humana de forma lúgubre y extremadamente pesimista.

El último largometraje en ver la luz transcurre en el año 2022, en una ciudad de Nueva York habitada por más de cuarenta millones de personas. Sojuzgada por una especie de oligarquía policial, la mayor parte de la población carece de ciertos lujos, como la fruta, las verduras y la carne, y malvive hacinada en calles y edificios, alimentada solo con dos tipos de comestibles: Soylent rojo y Soylent amarillo. Ambos consisten en concentrados sintéticos de origen vegetal. La empresa que los fabrica, Soylent, acaba de sacar al mercado un nuevo producto, Soylent verde, obtenido del plancton marino.

El relato arranca cuando el policía Robert Thorn se ve envuelto en la investigación del asesinato de uno de los principales accionistas de la compañía Soylent, William R. Simonson, que ha sido encontrado muerto en su apartamento. En su posterior indagación, Thorn, con la ayuda de su veterano mentor, el culto y sagaz Sol Roth, termina descubriendo la terrorífica realidad que se esconde detrás de El Hogar: una especie de aséptico centro de suicidio asistido, al que acuden voluntariamente quienes deciden acabar con su vida, mientras durante veinte minutos se recrean con las imágenes y sonidos del pasado idílico de un planeta que agoniza.

A tenor de la situación actual, y a la vista del porvenir incierto e inquietante que nos aguarda, me pregunto con naturalidad si algún día no demasiado lejano la citada distopía dejará de serlo porque habrá devenido en pesadilla cotidiana.

Sinceramente, espero no estar aquí para contarlo.

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