“Luz, más luz”
Johann Wolfgang von Goethe, poco antes de expirar, en su lecho de muerte: al parecer, la compañía eléctrica de Weimar (la célebre UWELCO) atravesaba por graves dificultades técnicas y eran frecuentes los cortes de suministro en la exclusiva villa donde residía el célebre escritor.
Yo no siento nada
pero presiento que los ahorros se me escapan.
La magia de mi alma gastada,
mi familia en la calle tirada,
algunas sirenas lejanas
que suenan en la noche olvidada
donde un veloz caballo de acero
sube la gasolina, la luz y el butano
mientras los salarios caen al suelo.
Y encima el gris fulano
de la melena revuelta
está de vuelta
y el cabrón se descojona
con su risa molona
y su voz de seguir con la mona
sin oír ni contestar a Macarena Olona.
Y la luz subió,
y se nos apagó.
Y no llega la ayudilla
que nos prometió el jefe de Illa.
Luché buscando una salida
para encontrar un curro
pero aquí nadie tiene un duro
ni para mojar el churro
aunque yo me mantengo en pie
y no llego ni al día cinco de mes.
Hasta la niña de mi vida
me dice cosas que no entiendo.
Si hace un momento estaba naciendo…
“Papá, no te preocupes, no tengas miedo
que esto lo soluciona Piero”.
¿Piero? ¿Quién coño es Piero?
Me pregunto, a mí mismo me inquiero.
Pobrecilla, echa tanto de menos su casa
que no sabe de verdad lo que pasa
e imagina que esto es una cosa
para tomarse a guasa.
Bromear sobre nuestra suerte
la hace sentirse más fuerte
y entre la vida y la muerte
ella cree que todo le es indiferente.
Y la luz se apagó
y su voz tembló.
La luz se apagó
y cerré las cortinas
y ella escuchó pasar la vida
y el corto latido de su corazón
es como una indirecta comprendida.
Y en este piso ocupado
mi niña por fin ha razonado
que el cuento se ha acabado.