cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

Gracias, Madiba

Esta preciosa canción, escrita e interpretada por Gregory Porter, lleva por título “When Love Was King” y pertenece a su último álbum, “Liquid Spirit”. Inspirada por su hijo pequeño, Demyan, Porter y un servidor se la dedicamos a Nelson Mandela.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro viaje ha terminado;
el buque tuvo que sobrevivir a cada tormenta, ganamos el premio que buscamos;
el puerto está cerca, escucho las campanas, todo el mundo está exultante,
mientras siguen con sus ojos la firme quilla, el barco severo y desafiante:

Pero ¡Oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!

Oh, las lágrimas se tiñen de rojo,

mi Capitán está sobre la cubierta,

caído, muerto y frío.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate, izan la bandera por ti, por ti suenan las cornetas;
por ti ramos y cintas de coronas, por ti se amontonan en las orillas;
por ti te llama la influyente masa, giran sus rostros impacientes;

¡Aquí Capitán! ¡Querido padre!

Este brazo bajo tu cabeza;

es como un sueño sobre la cubierta,

has caído muerto y frío.

Mi Capitán no responde, sus labios están pálidos e inmóviles;
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
el barco está anclado sano y salvo, el viaje ha terminado y se ha hecho;
de un viaje temeroso, el barco triunfador entra con su objetivo realizado;

Exultamos, ¡oh costas y sonidos, oh campanas!

Pero yo, con triste pisada,

camino en cubierta donde está mi Capitán

caído, muerto y frío.

Walt Whitman, poema escrito a la muerte de Abraham Lincoln, versión en castellano de Francisco Alexander

En enero de 2009 la editorial Seix Barral publicó por vez primera en castellano Playing the Enemy, un excelente ejemplo de crónica periodística, firmado por el británico John Carlin, ex corresponsal en Sudáfrica, que abarca el periodo de tiempo comprendido entre los años inmediatamente anteriores a la excarcelación de Nelson Mandela hasta la celebración de la final del Copa del Mundo de Rugby, en el estadio de Ellis Park, Johannesburgo, el 24 de junio de 1995.

Este libro, que vio la luz en 2008, sirvió de principal fuente de inspiración para Invictus, la película estrenada dos años después por el actor y director Clint Eastwood y que cuenta con el protagonismo estelar de Morgan Freeman, quien por fin se pudo meter en la piel y hasta en los zapatos del célebre político sudafricano ("Uno no sabe cómo piensa un hombre hasta que no se calza sus zapatos", afirmaba Abraham Lincoln), después de barajar diferentes proyectos cinematográficos relacionados con Mandela, con el que el propio intérprete mantuvo una magnífica y estrecha relación de amistad durante más de una década.

El factor humano, que es el título de evidentes resonancias greeneanas escogido para la versión española de la obra de Carlin, muestra, de forma sencilla, entretenida y elocuente y desde los diferentes puntos de vista en conflicto, el arduo, complicado, difícil y delicadísimo proceso de transición política que llevó a todo un país, en cuestión de diez años, de sufrir justificadamente la ignominia y el desprecio de la comunidad internacional (el Apartheid fue calificado por la ONU de Crimen contra la Humanidad) a erigirse en modelo de reconstrucción nacional, a partir de la superación de más de un siglo de crueles guerras coloniales, sangrientos enfrentamientos tribales y horrendos regímenes segregacionistas y antidemocráticos.

Como bien queda reflejado tanto en el relato de John Carlin como en el film de Eastwood, si bien la película se centra casi en exclusiva en la hábil maniobra encaminada a transformar al equipo de rugby (denostado por la mayoritaria población de raza negra) en un pacífico símbolo de la reconciliación nacional, el milagro de una Sudáfrica multicolor se debe, en gran parte, a la perspicacia y a la sagacidad encomiables del ex presidente Nelson Mandela (1918-2013), alguien que, tras veintisiete años de inmerecido cautiverio, tuvo la lucidez de entender que el futuro de su país no estaba en el afán de revancha sino en la capacidad de perdonar, en el esfuerzo colectivo de dejar atrás un pasado terrible, acribillado de cicatrices demasiado profundas y dolorosas.

Con su apacible y jovial apariencia de hombre que nunca dejó de sonreír, Mandela ocultaba la preclara y firme voluntad de un estadista de talla universal que no dudaba de sus convicciones. En las páginas finales de El factor humano, en el capítulo acertadamente intitulado "Ama a tu enemigo", John Carlin sintetiza con gran precisión las claves que explican el ineludible encanto personal que hace de este hijo de jefe del clan Xoxa, al que sus compatriotas llamaban "Madiba" (voz indígena sólo reservada a los ancianos más respetados dentro de la tribu), acaso el político más carismático y decisivo desde Martin Luther King, con quien el líder sudafricano terminó compartiendo la fe irrenunciable en la no violencia:

"Su arma secreta era que daba por supuesto no sólo que le iban a caer bien las personas a las que conociera, sino que él les iba a gustar a ellas. Esa enorme seguridad en sí mismo, unida a la sincera confianza que tenía en otros, era una combinación tan irresistible como encantadora -escribe Carlin-. Era un arma tan poderosa que engendró un nuevo tipo de revolución. En vez de eliminar al enemigo y partir de cero, incorporó al enemigo a un nuevo orden deliberadamente construido sobre los cimientos del viejo. Al concebir su revolución, no sólo como la destrucción del apartheid, sino, a largo plazo, como la unificación y reconciliación de todos los sudafricanos, Mandela rompió el molde histórico".

En cuanto a Invictus, la película, dignísima descendiente del honesto material literario a partir del cual cobra vida, sólo se puede hablar de ella en términos elogiosos. Supone la enésima demostración de sobriedad, pulcritud y eficacia narrativa, por parte del último cineasta verdaderamente clásico que le queda a Hollywood. Resulta un trabajo impecable en todos los aspectos y tan solo en su secuencia inicial (que describe el paso de una comitiva de coches, con Mandela, recién liberado, a bordo de uno de ellos, por una pista de tierra, con un grupo de chicos negros, desarrapados, que juegan al fútbol en un descampado, a un lado de la carretera, mientras, al otro, un grupo de corpulentos jóvenes blancos practican rugby sobre un césped cuidado) resplandece más talento que en toda la filmografía de "genios" tan absurdamente sobrevalorados como Tarantino, cuya patujada más reciente, Django desencadenado, obtuvo un sonrojante Oscar al Mejor Guión Original. Vivir para ver. Ver para creer.

Por otra parte, como espectador, he de agradecer al siempre formidable Morgan Freeman, coproductor aquí del film, las molestias que se ha tomado en poner en pie este largometraje. Sin él, Mandela sería menos Mandela y, con él, el personaje ficticio conserva la dimensión épica y la extraordinaria majestuosidad y magnetismo que irradia el ser humano increíble que Freeman pretende (y consigue) encarnar.

Además, a título personal, espero y deseo que esta cinta perdure en el tiempo y permita que nunca más ningún profesor de Secundaria se tope con la respuesta que, durante mi primer curso de docencia, recibí de una alumna de quince años cuando, al preguntar en clase si alguien conocía a Nelson Mandela, su brazo fue el único que se alzó entre los demás y sus labios contestaron con no mucha convicción:

-Es un torero, ¿verdad?

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (10)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad