"Vimos bailar a Nelson Mandela en su toma de posesión, no todo el tiempo que uno hubiese querido y no siempre lo vimos en el primer lugar de las telenoticias. Me atrevo a reflexionar públicamente sobre estos extremos.
[…] Suele aceptarse que estos actos son serios y bailar no es serio; y que la asunción de la presidencia de un país es algo serio y respetable y le corresponde imagen cuerda y prudente: prudencia es, en este caso, mirar a quienes miran alrededor: el tema, o el sujeto, ha de ser circunspecto.
[…] Por el contrario lo serio, lo legítimamente serio, es otra cosa. Serio es lo real, lo grave, lo verdadero, lo sincero. Es grave y real haber pasado la vida en la cárcel luchando contra el racismo; es verdadera y sincera la alegría de haber vencido al racismo. Eso es, en nuestro caso, lo serio, lo respetable.
Bailar de alegría cuando los hombres llegan al abrazo es algo digno de respeto, de primer puesto de noticiario, de largueza y liberalidad en su comunicación. Nos estorba a los occidentales blancos una leve deficiencia ancestral: quedamos en el abrazo que dura un instante y no ser capaces de continuarlo en la danza: he aquí nuestra incultura. Intuyo que la remediaremos. ¡Es tan contagioso el ritmo del amor!"
Luis Cobiella, Baila Mandela, publicado en Diario de Avisos, mayo de 1994
Coincidiendo con el fallecimiento del hombre que lideró la transición política en Sudáfrica hacia un régimen levantado sobre las ruinas del Apartheid, el periodista británico John Carlin publicó el pasado año Knowing Mandela (Conocer a Mandela), que llegó a las librerías españolas, de la mano de la editorial Debate, bajo el título más sugestivo de La sonrisa de Mandela.
Perfecto conocedor de la realidad sudafricana, a la que ya había dedicado con anterioridad otro libro que se terminó convirtiendo en la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood, en 2009, Carlin, que no oculta la admiración incondicional que siente por Mandela, intenta ofrecer (y desde luego lo consigue) un retrato lo más completo y desapasionado posible de un personaje cuyo verdadero legado se apreciará mucho mejor (y más objetivamente) cuando haya transcurrido el tiempo necesario para que la democracia se consolide en su país, se cierren todas las heridas y se reduzca el abismo que aún continúa separando a los grupos étnicos que lo constituyen.
En este sentido, La sonrisa de Mandela, al margen de los logros incuestionables que se le han de reconocer al Nobel de la Paz, aporta valiosos testimonios (desde sus ex carceleros y enemigos políticos de la ultraderecha a su asistente personal y algunos de sus ministros) que proporcionan una semblanza íntima y cálida de un ser humano absolutamente excepcional.
A pesar de su brevedad (se trata de un volumen de apenas ciento noventa páginas), en este libro se pueden encontrar numerosas anécdotas que permiten descubrir el lado más personal de una figura de dimensiones épicas: las razones de su deslumbrante carisma (que Carlin identifica con la integridad, el respeto a sí mismo y a los demás y la empatía) y la vertiente más oscura y atormentada de su corazón, aquella que tiene que ver con su dolorosa y frustrante vida familiar.
En este caso, resulta especialmente conmovedor el relato de la amistad que Mandela mantuvo con su ex carcelero, Christo Brand, quien, al poner a su hijo Riaan, de tan solo ocho meses, en sus brazos, le brindó al disidente sudafricano la preciosa oportunidad de contemplar y tocar a un recién nacido por vez primera en veintitrés años de cautiverio. Mucho después, el flamante presidente de la República visitó a su viejo centinela, para tratar de confortarle ante la pérdida, en un accidente de coche, de ese mismo hijo, muerto a la edad de veintidós años.
Como se podrá adivinar, a tenor de lo apuntado en estas líneas, la desaparición de Nelson Mandela ha dejado un vacío que muy difícilmente cualquiera de los actuales políticos al uso será capaz de llenar. Más bien al contrario: hallar un relevo en las actuales circunstancias, en que crece la convicción por parte de un amplio sector de la opinión pública de que todos sus legítimos representantes son igual de mediocres (o malévolos), se nos antoja una misión imposible.
No obstante, sirva la lectura de esta biografía para que quede al menos constancia de que, a veces, contadísimas veces, dentro de los grandes hombres habita un hombre de bien. Y este es un buen libro que nos habla de un buen hombre. Lo que no es poco para la que está (y seguirá) cayendo.
arodriguez
En torno al día de la celebración escolar de la no violencia y la paz, el recuerdo de Mandela se hace obligado. Mis alumnos de 3º y 4º de diversificación descubrieron gozosamente la grandeza de este hombre libre gracias a la adaptación cinematográfica de otro libro de Carlin sobre Mandela, "El factor humano". La película, "Invictus", dirigida por Clint Easwood, nada menos, y protagonizada por el gran Morgan Freeman (precioso apellido, sin duda), también aborda el tema del deporte como fuerza de arrastre colectivo. Qué pena que hoy en España esa fuerza y ese arrastre vayan en la dirección contraria, la del adormecimiento de la conciencia crítica del individuo.
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pevalqui
Mandela es, será sin ninguna duda, no solo un icono sino un referente de su época. Muy pocas personas pueden concitar la atención y sobre todo la adhesión que supo cultivar Mandela. Gentes de todas las esferas socio-culturales. Músicos, actores… Hasta la mismísima reina de Inglaterra. Insólito.
Buenas noches. Saludos cordiales.
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PedroLuis
Ejemplo perfecto (o casi) del "líder": imaginativo, pragmático, perseverante, valiente, simpático, encantador… y al decir de muchos que, con J. Carlin, lo conocieron, buena gente. todo eso transmitía lo mejor de su sonrisa.
Conseguir esa imagen a escala mundial no resulta fácil, ni suele ser gratuito para el entorno familiar, ni siquiera para la "felicidad completa" del interesado.
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