cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

El jefe de la tribu

Durante unos breves minutos, el Atlético de Madrid fue campeón de Europa la noche del 15 de mayo de 1974. Esta imagen recoge un lance de aquel mítico partido y reúne para la eternidad a dos leyendas del balompié. Hasta siempre, Luis.

"La palabra fútbol en el diccionario tendría que llevar al lado la foto de Luis. Luis es el fútbol hecho hombre, el fútbol hecho persona".

Xavi Hernández, en Míster, nunca fuimos japoneses, "El País", 2 de febrero de 2014

Para explicar los motivos por los que el sábado rompiese a llorar como un niño perdido en cuanto la pantalla del ordenador me sobresaltó con la desagradable noticia del fallecimiento de Luis Aragonés (Madrid, 1938), tendrían ustedes que estar dentro de mi cabeza y haber vivido conmigo gran parte de mi infancia, mi posterior adolescencia y otros tramos de mi existencia, pero no se preocupen, no les someteré a semejante castigo. Con esto trato de decir que sólo desde la pasión con que se vive la vida misma nos es posible entender que algo tan objetivamente insignificante como el fútbol pueda provocar que un hombre de cuarenta y dos años (rumbo a los cuarenta y tres), funcionario de carrera, periodista, guionista, con una licenciatura y media de otra, una tesina defendida y apta cum laude, dos hermanos y cuatro sobrinas, que son otros tantos soles que llenan con la luz y el color de la esperanza estos días de horizontes tan sombríos, sienta en carne propia la inexorable pérdida de un señor con el que jamás llegó a cruzar palabra.

Y es que, para los que como un servidor profesamos sin reservas la fe colchonera y sufrimos y gozamos (últimamente disfrutamos mucho y bien) con la suerte de nuestro equipo como si en ello nos fuera algo más que tres puntos, Luis Aragonés Suárez forma parte de nuestras vivencias en este mundo redondo como un balón de reglamento.

Me comentaba el sábado mi tío Anelio, con quien -entre muchísimas cosas- me une, desde tiempo inmemorial, una admiración absoluta por el ex seleccionador nacional, que, después de todo, para él, en el recuerdo, queda grabada al rojo (y blanco) vivo la imagen de "un hombre con patillas que le metió a Maier aquel gol increíble".

Precisamente, fue Anelio quien me habló por vez primera de Luis, a principios de la prodigiosa década de los ochenta, cuando el Atleti, tras atravesar su enésima crisis institucional durante la extravagante y verbenera presidencia del doctor Alfonso Cabeza, retornaba a las aguas de la tranquilidad de la mano de don Vicente Calderón, cuya primera decisión fue restituir a Aragonés en su puesto de máximo responsable técnico.

"Con Luis esto va a ser otra cosa, ya verás", dijo Anelio y yo, que entonces vivía mi particular romance futbolístico con el Tenisca en la Tercera División Nacional, no entendía el verdadero alcance de sus palabras que, como suele ser habitual, resultaron proféticas: gracias a Luis Aragonés (y de su segundo de a bordo, otro mito rojiblanco, Joaquín Peiró, El Galgo del Metropolitano) el Atlético fue recuperando poco a poco, temporada tras temporada, su prestigio dentro del fútbol español. Eran años de crisis económica (como ahora, como mañana) y los clubs se volcaron en la cantera. Fueron los cuatro campeonatos dominados por los equipos vascos (la Real Sociedad y el Athletic), la época del Mundial de España, del fichaje milmillonario de Maradona (que fue como el fugaz paso de un cometa, que dejó una estela de brillo refulgente a su paso por Camp Barça) y del inicio de la lenta aunque imparable reconversión del Real Madrid en una gran corporación, especializada en marketing y en vender camisetas.

Luis Aragonés culminó aquella etapa de crecimiento con la consecución de la Copa, en el Santiago Bernabéu, ante el Bilbao de Clemente, en junio de 1985. Con la marcha de su jugador franquicia (el rematador mexicano Hugo Sánchez que, como tantos otros, mejoró su rendimiento gracias a los consejos del Sabio de Hortaleza) a la acera de enfrente, Luis fue tentado por Ramón Mendoza para que entrenara a los merengues pero terminó rechazando una oferta suculenta en todos los sentidos.

"¿Te vas a ir ahora al Madrid, papá? ¿Al Madrid? ¡Por favor, papá!", contaba el propio Luis que le recriminó su hija.

Después de eso, a Luis no volvió a presentársele la oportunidad de dirigir a la escuadra en la que había entrado, décadas atrás, como joven promesa a la que nunca le brindaron la oportunidad de demostrar su verdadero talento. Harto de cesiones, Aragonés (el jugador) recaló en el Oviedo en la temporada 1960-1961, y contribuyó a la permanencia en Primera División de este club modesto, al que regresó como entrenador, cuarenta años después, para lograr el mismo objetivo. Y lo hizo entonces perdiendo dinero porque Luis siempre antepuso su código moral (que habla de sinceridad, lealtad y afecto) a la fama o a los títulos: se trataba de  mostrarse agradecido a una entidad que en su momento había apostado por él cuando era un don nadie.

Conocedores de su capacidad e integridad profesional (cualidades que no siempre se dan en la misma persona), los atléticos lo hemos defendido a capa y espada (sobre todo, a lo largo de su tumultuoso y espléndido periplo como seleccionador) como lo que fue: un líder con la entereza y el carisma de un patriarca bíblico y la honestidad y el coraje, no exento de sentido del humor, de un sargento del Séptimo de Caballería en un western de John Ford.

A este lado del río, ahora que se ha ido, míster, jamás podremos olvidar el detalle donde quizá mostró en mayor medida su grandeza: tras clasificar al Real Mallorca para disputar la Liga de Campeones (gesta solo al alcance del mejor entrenador español desde Miguel Muñoz), renunció a continuar en el banquillo balear (donde le habían ofrecido un cheque en blanco) para regresar por última vez al Manzanares y rescatarnos del pozo de la Segunda División. Ya solo por eso deberíamos estar en deuda con usted hasta el fin de nuestros días.

Gracias por tanto, míster. Aunque no lo crea, como profesor trato de seguir sus pasos y como alumno que sigo siendo, igual que usted nunca dejó de ser futbolista, a la hora de relacionarme con chicos y chicas mucho más jóvenes que yo, sigo al pie de la letra los mismos principios que mantuvo con sus jugadores: ir siempre con la verdad por delante, ser justo que no severo, apoyarles en todo momento, reforzarles la autoestima, y, ante todo, escuchar, saber escuchar a los demás, sea quién sea, porque como usted mismo me explicó: la clave del conocimiento reside en aprender a escuchar:

"Había en Oviedo un borrachín que iba todas las semanas a los entrenamientos y me hacía comentarios. Al principio, no le hacía caso. Hasta que me di cuenta de que aquel hombre solía tener razón. Yo escucho a todo el mundo y acepto sugerencias hasta de los aficionados si veo que son acertadas".

Descanse en paz y con la completa seguridad de que nos deja en las mejores manos, porque con El Cholo el relevo está más que garantizado.

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (8)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad