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El callejón
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Un defensor para un pueblo

El extremeño Francisco Miguel Fernández Marugán (Cáceres, 1946) se afilió al PSOE en 1975. Fue diputado a Cortes durante siete legislaturas (entre 1982 y 2004). Su abnegada vocación de servicio público se vio rubricada con su nombramiento de adjunto primero del Defensor del Pueblo el 24 de julio de 2012 y, cinco años después, el 20 de julio de 2017, asumió las funciones de Defensor del Pueblo por tiempo indefinido hasta que se produjese la designación del sucesor de Soledad Becerril, quien había dimitido. Fernández Marugán, que ha permanecido en el puesto durante los cuatro últimos años, sin haber sido nombrado por la preceptiva mayoría parlamentaria, cesó en noviembre pasado, cuando el Partido Popular aceptó la propuesta de elegir a Ángel Gabilondo como nuevo Defensor del Pueblo.

El extremeño Francisco Miguel Fernández Marugán (Cáceres, 1946) se afilió al PSOE en 1975. Fue diputado a Cortes durante siete legislaturas (entre 1982 y 2004). Su abnegada vocación de servicio público se vio rubricada con su nombramiento de adjunto primero del Defensor del Pueblo el 24 de julio de 2012 y, cinco años después, el 20 de julio de 2017, asumió las funciones de Defensor del Pueblo por tiempo indefinido hasta que se produjese la designación del sucesor de Soledad Becerril, quien había dimitido. Fernández Marugán, que ha permanecido en el puesto durante los cuatro últimos años, sin haber sido nombrado por la preceptiva mayoría parlamentaria, cesó en noviembre pasado, cuando el Partido Popular aceptó la propuesta de elegir a Ángel Gabilondo como nuevo Defensor del Pueblo.

A don Vicente Aleixandre, que espero sepa perdonarme con su inveterada bondad

A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.

Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmóvil rompe el aire

y asoma súbito a este frente: aquí es asombro.

Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:

mirado, salvo.

Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme masa,

y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso

trazó lenta la frente,

la inerte frente que sería y no fuese,

no era. La hizo despacio como quien traza un mundo

a oscuras, sin iluminación posible,

piedra en espacios que nació sin vida

para rodar externamente yerta.

Pero esa mano sabia, inhumana, más despacio lo hizo,

aquí lo puso como materia, y dándole

su calidad con tanto amor que más verdad sería:

sería más luces, y luz daba esa faz de piedra.

La frente muerta dulcemente brilla,

casi riela en la penumbra, y vive.

Y enorme vela sobre unos ojos canijos,

horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos sin

lágrima.

La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no

mira,

pues nada ve. La boca está entreabierta;

sólo por ella alienta, y los incisivos asoman, ríen,

mientras la cara grande muerta, ofrécese.

La mano aquí lo puso, o acarició

y más: lo respetó, existiendo.

Pues era. Y la mano apenas lo eligió exaltando

su dimensión veraz. Más templó el aire,

lo hizo más verdadero en su oquedad posible

para el ser, como una onda que límites se impone

y dobla suavemente en sus orillas de liliputiense.

Si le miráis le veréis hoy ardiendo

como en húmeda luz, todo él envuelto

en verdad, que es amor, y ahí adelantado, encendido,

pidiendo, suplicando sin voz: pide ser oído.

Miradle, sí: escuchadle. El fía en el hombre.

Y en el hambre fía su fea porfía

de quien ni de su sola sombra se confía.

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