La imagen ofende porque es el siniestro reflejo de nuestro propio rostro en el espejo de la realidad que, en esta ocasión, el artista emplea como lienzo en el que esparcir nuestras miserias. Es el retrato implacable y cruel, con esa belleza sin mácula (incluso cursi) de la verdad pronunciada sin miedo, de unos tiempos atroces que vuelven a repetirse, una y otra vez, en la aciaga existencia del hombre: simio energúmeno, desdichado, salvaje, condenado al rutinario retorno de su brutalidad y la de sus monstruosidades; de la pulsión autodestructiva y de la nauseabunda y cobarde capacidad para callarse y mirar a otro lado, mientras estas cosas les ocurren a otros.