Al final, la vida fue cruel con el escritor y periodista Manuel Ángel Leguineche Bollar (Arrazua, Vizcaya, 28 de septiembre de 1941-Madrid, 22 de enero de 2014) y lo confinó a contemplar el mundo desde una silla de ruedas; el mismo que se había lanzado a patear cuando, a los dieciocho años, se marchó al extranjero para trabajar por cuenta propia y el mismo que un año después se atrevió a recorrer en jeep, junto a un grupo de periodistas norteamericanos, inquietos como él, aventureros, románticos empedernidos, enamorados profundamente de su profesión como sólo lo pueden estar los que se encuentran a sí mismos lejos del caos que les rodea en cuanto tienen una máquina de escribir bajo la yema de los dedos.
En el caso de Manu, del que únicamente han hablado mal ciertos críticos literarios e historiadores que jamás entenderán que el periodismo, como la existencia misma, se escribe a saltos, con una prosa accidentada, repleta de tachones y enmiendas y con trazo nervioso, su fiel compañera durante más de cuatro décadas de trayectoria modélica e intachable fue una Lexicón 80, hasta que la informática vino a reemplazar a los antiguos rollos de tinta y los reporteros empezaron a recibir el trato que se les dispensa a las estrellas del celuloide.
A diferencia de su ex compañero Arturo Pérez Reverte, Leguineche nunca se sintió tentado por el virus de la inmortalidad (es decir, carecía por completo de ínfulas literarias) y le importaban un carajo los premios y los reconocimientos, que (casi) siempre caen del lado de aquellos y aquellas que medran en su búsqueda y trabajan sin descanso hasta conseguirlos.
De haber nacido en Inglaterra o Estados Unidos a estas alturas estaríamos hablando de un posible ganador de varios Pulitzer. Sin embargo, Manu fue leal consigo mismo y sus raíces y no renunció ni a su cuna vasca (sin patrioterismos ni sandeces), ni al buen Rioja, ni al mus (arte en el que también era un especialista consumado) y, por último, a su patria de adopción: la Alcarria, donde este guerrillero de la palabra halló en Brihuega el perfecto refugio, el bien merecido reposo para un pacífico corresponsal en un sinfín de conflictos (cubrió todas las guerras que le tocaron, desde Vietnam al Golfo Pérsico) y para un verdadero maestro de todos los que seguimos creyendo (con una pasión desmedida e insensata) que el periodismo es el oficio más hermoso al que puede entregarse el ser humano.
arodriguez
Gracias por recordarnos a este primer espada del periodismo que trasciende barreras y no responde a consignas ni a intereses materiales de nada ni de nadie.
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iperez
Gran reportero, comunicador y excelente seguidor del Athletic del que escribió un libro junto a Unzueta y Santi Segurola Conversaciones en la Catedral. Un saludo.
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pevalqui
A Manu Leguineche, más allá de apariciones esporádicas como reportero de guerra en TVE, comencé a conocerle a través de las tertulias radiofónicas del programa mañanero que dirigía Luis del Olmo,-no recuerdo bien si por aquella época estaba en la COPE-. En aquella tertulia comparecían gente que ya se han ido como Martín Ferrand, Chumy Chumez y Antonio de Senillosa. También Carlos Carnicero, que luego emprendió aventura sudamericana. Hoy en día continúa vertiendo sus opiniones. Y tantos otros…
No era Manu de aquellos a los que les gustaba "el cuerpo a cuerpo". Ocasionalmente entraba al trapo.
De su trayectoria personal y profesional, me parece sobre todo, aparte de un magnífico reportero, una persona muy, muy honesta.
Estupendo que aquí, como en otros foros, se le reconozca.
Buenas tardes. Saludos cordiales.
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