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El callejón
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Las líneas de la noche

Excelente y conmovedora versión de “Clandestino”, original del cantautor francés Manu Chao (hijo del periodista gallego Ramón Chao, exiliado tras la guerra civil), a cargo del cantaor José Mercé (Jerez de la Frontera, 1955).

"Soy una raya en el mar"

Manu Chao, Clandestino

La oscuridad tiene su propia escritura, que es un lienzo en negro, amplio e inabarcable. La oscuridad, como la noche, es una confusa amalgama de sombras apenas esbozadas o rematadas con trazo seguro, firme.

Tardé en acostumbrarme a ella, a esta eterna penumbra, a esta intemperie desapacible, angosta. Pero ahora ya me siento cómodo dentro de esta sutil mortaja que me envuelve con sus brazos invisibles, con su suave roce de silencio escandaloso, con el sudario infinito de este cielo sin estrellas.

Sin embargo, a lo que no termino de habituarme es a este frío constante, que se ha apropiado de mi cuerpo y que me rasga las entrañas como una especie de grito atroz que además muerde con la puntualidad metódica de sus garras afiladas. Vivo en un escalofrío permanente que ni siquiera el contacto físico con mis compañeros consigue ahuyentar (aquí vamos pegados uno contra otro: intentando darnos inútilmente calor).

Sin apenas cambios, la secuencia se reproduce igual, gesto a gesto, detalle a detalle, cada media noche: el encuentro furtivo en la playa, el corro alrededor del patrón, el repaso a la lista de viajeros y la oscuridad, esa boca profunda, impenetrable, muda. Luego, nos subimos a la embarcación y la travesía empieza. Otra vez.

Dejamos la isla atrás: la misma sombra recortada en el fondo negro, en la inmensidad negra que parece y es principio y fin de todo.

Y masticamos el silencio durante un rato, encerrados cada uno en la intimidad de nuestros pensamientos: a solas con los que dejamos atrás; con los que te aguardan al otro lado de este mundo en tinieblas; con el futuro con el que sueñas desde que decidiste romper con todo y poner el Atlántico de por medio para que te aleje de una vida que no deseas volver a vivir nunca más.

Y la esperanza te la imaginas llena de promesas, de ciudades hermosas y de mujeres inverosímiles, que te hablan con el acento dulce que solo poseen las sirenas del Caribe; y el deseo adquiere la forma de playas de arena rubia, donde el mar es el cómplice perfecto para el amor; y anhelas un calor húmedo, pegajoso, que te corte la respiración como un cuchillo pero que venga repleto de grandes extensiones de cultivos, en los que se pierdan los ojos hasta llegar a la raya del horizonte y que significan que, al fin, ganarás el pan con el sudor de tu frente sin tener que agachar la cabeza y pedir perdón por haber nacido.

Aunque, ya en plena madrugada, algo siempre empieza a ir mal. La mar se encrespa, se envalentona, y el viento sacude el barco con una furia brutal, con la violencia monstruosa de una criatura que carece completamente de afecto, que nada quiere saber de ti y de tus compañeros, compatriotas todos en esta hermandad de desesperados, de desheredados a los que los dioses han expulsado de todos los paraísos y que somos los auténticos parias de la tierra, de todas las tierras, a quienes no quieren en ninguna parte, porque, en realidad, somos todos los hombres en uno o no somos nadie en ningún lugar y nuestro único hogar es la oscuridad de la noche, de esta noche interminable.

Pero para cuando te das cuenta es siempre demasiado tarde y no puedes volver a atrás. Y, de repente, una ola se levanta, colosal, inmensa, y a continuación cae sobre nosotros con la fuerza despiadada de su puño demoledor. Y nos traga enteros, dejando tan solo el rastro de unos grumos sobre la superficie de la noche.

Y de pronto todo es negro y todo es frío. Y despiertas una y otra vez en otra playa, en otro sitio, y tratas de ponerte en pie y no puedes, porque ya ni siquiera eres tú, sin nombre, sin identidad, bajo otra piel que es negra, negra como la oscuridad que ha vomitado mi cadáver carcomido por los peces, sobre la orilla de un país que antes y en otra vida también era el mío.

Y entonces, sólo entonces, descubres que no eres más que una línea que, de nuevo, con trazo firme, seguro, la noche reescribe una y otra vez, una y otra vez, sobre la infinita oscuridad de la muerte.

Porque la oscuridad tiene su propia escritura, que es un lienzo en negro, amplio e inabarcable. La oscuridad, como la noche, es una confusa amalgama de sombras apenas esbozadas o rematadas con trazo seguro, firme.

Tardé en acostumbrarme a ella…

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