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El callejón
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El este del oeste

Al maestro Mariano Ozores

Resulta cuando menos sorprendente que, en el contexto actual, en el que el difunto general Franco nunca había estado tan presente, ya que resucitar su extinta figura ha sido el principal recurso dialéctico por parte del gobierno de coalición de cara a justificar su propia re-interpretación (y reescritura) de la historia (proceso kafkiano e irracional, de sesgo totalitario, que no se veía en Europa desde los tiempos de Stalin), el fallecimiento y posterior entierro del futbolista Francisco Gento no haya alcanzado la dimensión exagerada que una figura emblemática del madridismo (que es el reverso deportivo del nacional-catolicismo franquista y de su épica de conquista e imperio: en ese sentido, Santiago Bernabéu es acaso el último descendiente de Carlomagno en su cruzada de unir el destino del cristianismo a la suerte del Viejo Continente) hubiera o hubiese adquirido unos días antes o unos días después.

Sin embargo, el adiós definitivo a la irrepetible Galerna del Cantábrico no fue revestida de ningún boato, escenografía, ni siquiera de la ridícula despedida que una semana atrás se brindó en su patria chica a un tal David Sassoli, presidente de la Eurocámara, vencido por el cáncer y enterrado en medio de la indiferencia general de sus compatriotas y cuyo féretro fue cubierto por la bandera oficial de la Unión Europea, que es como si un reponedor de Mercadona, muerto en acto de servicio, hubiese sido inhumado, con toda solemnidad, envuelto en los colores corporativos de la empresa y bajo las notas de la pegadiza melodía que se escucha en los altavoces de toda esta cadena de supermercados.

La marcha hacia la eternidad, emprendida por Paco muchísimo tiempo antes de que el presidente de su club lo designara sucesor de su ex-compañero Di Stéfano, pues los grandes futbolistas como él viven una primera muerte (y una inmediata inmortalidad) en cuanto cuelgan las botas, pasó de puntillas en los informativos y telediarios del Régimen (pese a la monstruosa popularidad de la que este equipo goza entre los aficionados al balompié nacional) porque la consigna prioritaria en el periodismo hoy (una mezcla indigesta y aborrecible de desinformación, servilismo y pancarta) es poner, en primer lugar (y en segundo, y en tercero, y en cuarto, y en…), el foco en todo aquello que impida centrar la atención en lo verdaderamente importante (la disparada deuda pública, que supera ampliamente los tres billones de euros; el hundimiento del Producto Interior Bruto; el encarecimiento de la bolsa de la compra, con alzas que nos devuelven a tres décadas atrás; el índice de desempleo más alto de la UE; las constantes subidas de la luz, el gas y los combustibles; la incesante e incontrolada entrada de inmigrantes ilegales, con el consiguiente coste en servicios de asistencia; el colapso en la administración de justicia…) para que sea reemplazado por catástrofes sobredimensionadas (como la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, un virus de origen aún ignoto derivado hoy en gripe estacional) o por polémicas estériles y debidamente precocinadas, como la generada en torno a la idoneidad o no de la ganadería intensiva, extensiva e inclusiva, cuya sustitución por explotaciones de sucedáneos sintéticos es uno de los pilares del globalitarismo y una añeja aspiración de los bolcheviques, desde Lenin a Garzón, siempre empeñados en erradicar la iniciativa privada y la propiedad individual; lo que está en el ADN de todas las sociedades de vocación pobrista, que entienden por justicia social el reparto equitativo de la miseria.

Por otro lado, el fallecimiento de Gento (hombre y mito: mitad cántabro, mitad Mercurio), a quien fue a rendir póstumo homenaje su paisano Miguel Ángel Revilla (esa mezcla egregia de Konrad Adenauer y el Superintendente Vicente), también habría pasado desapercibido para la opinión pública de este país (adormecida, atolondrada, temerosa de su propia sombra, en una palabra: agilipollada) debido al conflicto en Ucrania, que no pasa de simple simulacro, de representación teatral, de maniobra de distracción de Demagogia de Primero de ESO, y que sirve de alivio y rescate a las dos superpotencias venidas a menos, con liderazgos opuestos, que contemplan, con pesimismo y desde la más ruinosa de las incertidumbres, el imparable ascenso del Leviatán chino (que paga muy bien a los traidores y mercenarios a uno y otro lado del antiguo Telón de Acero) y que cuentan con un gasto militar excesivo al mismo tiempo que poseen un obsoleto arsenal.

Lo dejó claro ayer Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores de Putin, con su rostro de ogro siberiano y cejas a lo Brezniev: “La Unión Europea no pinta nada en esta historia”.

Lástima que su frase, más propia de un guión de Mariano Ozores que de Aaron Sorkin, fuese pronunciada horas después de que el Vigía de Occidente, nuestro Gran Timonel, nuestro hombre providencial, nuestro césar visionario, nuestro Churchill de Tetuán, se brindase, no sin cierta precipotación, a ofrecer aviones militares para enviarlos a Kiev vía Bulgaria (los mismos que le compra a precio de oro a uno de los dos contendientes con dinero que pagamos los sufridos o expoliados contribuyentes), mientras hacía zarpar la fragata Blas de Lezo, por si se acerca un nuevo Trafalgar, o un nuevo Lepanto. O un nuevo desembarco de Normandía.

Por ahora se descarta que el presidente vuele hacia el Este a bordo del Falcon.

Sus socios, esa algarada de asambleístas malolientes, de sectarios porcinos, de republicanos semianalfabetos, de gandules, de rufianes, de filoetarras, de parásitos del mismo Estado que tratan de demoler y simpatizantes de la Unión Soviética, o sea, del Gulag, de la Hoz y el Martillo (y no precisamente el de Thor) y de la República Democrática Alemana, no se lo permitirían. Faltaría más.

Si don Santiago Bernabéu levantara la cabeza…

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