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El callejón
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El simio rebelde

Así vivieron los jugadores y el cuerpo técnico del Atlético de Madrid la final de Copa del pasado año, en la que, contra todo pronóstico, derrotaron a su eterna y odiosa némesis, el Real Madrid.

"Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste,
humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe"

Lope de Vega

 

"Estaré loco pero aún vivo del corazón"

Diego Pablo Simeone

 

"Jugar en Segunda con el Atlético fue algo maravilloso. El Atlético tiene ese aura de derrota mirando al Real Madrid y al Barça, como Racing con Boca y River. Siempre con quilombo en el club, esas cosas. Me dio la misma sensación que cuando Racing  jugaba de local en la cancha de Vélez. Sentí ese sentimiento de dolor que también existe en el fútbol y que es bárbaro. Me atrae porque es verdadero"

Germán Adrián Ramón "El Mono" Burgos

El domingo de Carnaval lo pasé en Madrid. Es un alivio saber que, mientras la ciudad en la que vives sucumbe, entre estupefacta y resignada, a una transgresión programada (y, por tanto, completamente descafeinada), uno se encuentra a miles de kilómetros: agazapado en el anonimato de hormiguero que te ofrece la gran urbe; con su invierno gélido, sus cafeterías acogedoras donde puedes disfrutar con la lectura de los conmovedores relatos de Vasili Grossman, con sus salas de exposiciones (en las que paladeas a gusto los paisajes en blanco y negro de Sebastiao Salgado) o con sus casas de comidas (buenas, bonitas y baratas) en las que compartes mesa y mantel con tu primo Fede y hablas con él de todo lo divino y humano, al mismo tiempo que calientas motores para luego ir al Manzanares, al estadio Vicente Calderón, donde acuden a millares los que gustan del fútbol de emoción.

Fue un día casi redondo. Y subrayo el adverbio porque, como suele ser habitual, la felicidad no dura mucho en casa del más débil. Sobre todo cuando sobrevives en un país en el que la Justicia sigue siendo impartida en nombre del Rey en virtud de unos principios en los que ya pocos creen. Empezando por los propios jueces.

El domingo de Carnaval, sobre el terreno de juego, solo hubo una mascarita y esa iba vestida de negro. Fuera de la cancha, hubo también otra, con la que me despaché a gusto en la intimidad de la noche, de vuelta ya al vientre de la minúscula habitación del hostal y gracias a la complicidad de las redes sociales:

"Estuve allí. Esta tarde. En el epicentro donde todo es posible. Y fue sensacional: todo. El público, el estadio y sus boquetes en el techo, la humedad que te muerde las plantas de los pies, el césped y los jugadores. Magníficos, los jugadores. Ahora el italiano dice que el equipo, mi equipo, se empleó con violencia. ¿Ahora te pones en plan Gandhi, Ancelotti? ¿Acaso no viste qué ocurrió en la Copa? ¿Qué pasa, italiano, que tú sí puedes hacer lo que te salga de los cojones y nosotros no podemos tocarte un pelo? ¿Pero quién te crees que eres, Ancelotti? Si el Barca te come terreno en la Liga y te tumba en la copa, ¿a quién le vas a llorar, Ancelotti? ¿A Berlusconi, Ancelotti? ¿Sabes lo que les pasa a los tipos como tú, Ancelotti? Que terminan entrenando a Qatar, Ancelotti. Y eso si tienes suerte, porque si no te vas a Libia, como Javier Clemente, que como entrenador es muuucho mejor que tú, Ancelotti, que ha demostrado que es capaz de sacar de dónde no hay, Ancelotti. En el fondo, eres un perdedor, italiano, eres un comediante, italiano, eres un papanatas, italiano, y terminarás en Libia, italiano. Mejor aún, en Ucrania, italiano. Entonces, quizás te des cuenta de que no somos gilipollas, italiano. Y que tu actual club será todo lo grande que quieras, con todo el dinero que quieras, pero nunca tendrás los arrestos de dirigir a un paria como mi Atlético y jamás tendrás los cojones del Mono Burgos, que a punto estuvo de comerse entero al árbitro. ¿Se lo merecía el colegiado? No, Ancelotti. Al Mono se le fue la pinza. Pero hay algo que diferencia al Mono de ti y de los tipos mediocres como tú, italiano: El Mono no se deja pisotear por nadie. Como mi equipo, Ancelotti. Como mi equipo. ¿Violento? No sé. Decídelo tú. Mientras puedas. Ya sabes que te espera Ucrania, italiano. O Libia…"

A Germán Burgos (Mar del Plata, 1969) le pusieron "El Mono" desde que se puso de arquero, por primera vez, con siete años, ya muy alto y desgarbado, melena al viento, bajo el travesaño del cableado eléctrico de una portería flanqueada por postes de luz, en plena calle de su barrio, allá a mediados de los setenta, cuando Argentina permanecía atrapada en la larga pesadilla de la Junta Militar, poco antes de que el país entero se estremeciera de felicidad con el triunfo en la final de una Copa del Mundo manchada para siempre por la ignominia de una tiranía repugnante. Como todas.

Apenas dos años mayor que quien escribe estas líneas, que salen directamente de las entrañas, que es el hogar del corazón, El Mono Burgos encarna como pocos el espíritu apasionado e inconformista del "homo colchoneris", o sea, de aquel individuo que, con independencia de su edad, sexo, condición social y económica, credo político y religioso, experimenta en carne propia una sinergia absoluta con el club madrileño, el de las rayas canallas.

Burgos, que en diciembre de 2011 volvió al Atlético como segundo de a bordo del también ex jugador rojiblanco Diego Pablo Simeone, recaló en la rivera del Manzanares en junio de 2001, procedente del Real Mallorca, donde, por cierto, ya dio muestras de su fuerte carácter al romperle la cara a Manuel Serrano, un jugador del Español que había tenido con él una disputa volcánica en el área chica, por lo que le cayeron trece partidos de sanción. El guardameta llegó a Madrid de la mano de su entrenador en la isla balear, Luis Aragonés, quien le convenció para que renunciara a la titularidad en un equipo que jugaría la Liga de Campeones y aceptara el reto de devolver al Atleti a la élite.

Burgos, que ha grabado varios álbumes como líder de su propia banda de rock, no se achanta ante las dificultades y contribuyó con su estrafalario liderazgo desde los tres palos para situar al Atlético de nuevo en la casilla de salida. Tiempo después afrontó con idéntica entereza el partido más decisivo de su vida cuando le fue diagnosticado un cáncer de riñón:

"Camino del quirófano yo venía como en las películas, mirando las luces. Y uno de los camilleros me dijo: "Mirá, que el que te opera es del Madrid…" Y me causó gracia. No recurrí a ayuda psicológica porque yo siempre he hablado mucho con el espejo. Cuando iba a la escuela o antes de los partidos, hablaba con el del otro lado. Decía: hoy ganamos. E hice lo mismo. Esa noche tenía que ganar".

Admirador de Charles Bukowski, Germán Burgos tiene claro que el fútbol no está reñido con las preocupaciones intelectuales:

"Nosotros estamos creídos que con dos horas basta para ser algo. Ser jugador de fútbol son dos horas, es muy poquito. Si no tenés otra inquietud, quedaste ahí. Después, cuando no jugás más, te diste cuenta que perdiste veintidós horas. Y a uno que tiene inquietudes, le dicen que no porque tiene que estar pensando en el partido. Y va perdiendo cultura. Y eso se traduce en la música que escucha, esa cumbia irrelevante que pulula por la ciudad. Sólo me limito a decir que no podés pasar por la vida sin saber un poco de la historia de los Beatles, sin haber escuchado a los Rolling Stones, a Zeppelín, a Clapton".

Jovial, intuitivo, visceral, meticuloso y perfeccionista, Germán Burgos es un obseso de su trabajo y ama profundamente aquello que hace. Al igual que su jefe, "El Cholo" Simeone, es un rebelde con causa ("Aquí el esfuerzo es innegociable y el éxito sólo es posible desde el trabajo"), un tipo indómito e indomable, que no se deja avasallar por nada ni por nadie. El ex entrenador del Real Madrid, José Mourinho, puede dar buena prueba de ello.

En diciembre de 2012, llevaban transcurridos treinta minutos del Madrid-Atlético, y Burgos había salido del banquillo a dar instrucciones desde el área técnica. Mourinho protestó por ello al cuarto árbitro. Al darse cuenta de la impresentable actitud del portugués, Burgos le señaló con el índice y le dijo con claridad: "Mirá que yo no soy Tito, yo te arranco la cabeza". Luego, en la rueda de prensa posterior, cuestionado por el incidente, Mourinho contestó: "¿El Mono Burgos? ¿Quién es ése?". Meses después, en la final de Copa protagonizada por los mismos equipos, en el mismo estadio, el técnico luso intentó en dos ocasiones saludar al segundo de Simeone: antes y después del partido. Resultó inútil: El Mono lo ignoró de mala manera. "Si no me conoce, ¿por qué tengo que darle la mano?", se justificó el ex portero con toda la naturalidad del mundo.

A falta del último y decisivo tramo, la temporada que está realizando el Atlético puede calificarse de sobresaliente (con un único lunar: la ida de la semifinal de Copa ante los de siempre). Con independencia del resultado final, el cuerpo técnico, encabezado por el tándem Simeone-Burgos, ya ha conseguido lo que hace un par de años parecía imposible: devolverle el alma, la identidad y el orgullo a un equipo que parecía un muerto viviente.

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