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El callejón
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El poder tenía un precio

Recuerdos de familia, por María José Muñoz

[publicado en ABC, 24 de marzo de 2014, páginas 52, 53 y 54]

            A principios de la década de los cincuenta, la economía española no estaba como para tirar cohetes. Un jovencísimo Adolfo Suárez llega a Madrid con los bolsillos vacíos. Cuenta su hijo que, durante los primeros tiempos, trabajó como maletero en la Estación de Atocha. "No tenía mucha capacidad de elegir, no tenía un duro, estaba en una situación complicada, y el hombre fue lo primero que encontró". Después de aquello se dedicó a vender neveras en una tienda y vivía en una modesta pensión.

            (…)

            Otra de las anécdotas que el hijo recuerda con cariño es la petición de mano de su madre, allá por el año 59. Su abuelo materno era un hombre muy respetado y conocido en Madrid. Fue tesorero de la Asociación de la Prensa y vicepresidente de la Empresa Municipal de Transporte. "Mi padre ya estaba en una situación económica un poco mejor, había entrado en contacto con Fernando Herrero Tejedor, que fue gobernador civil de Ávila. Luego empezó a trabajar con él en Madrid y a cobrar un sueldecito, no tenía para comprarse el traje de pedida y Fernando Alcón, su amigo de Ávila, quien se lo prestó. Pero este amigo era más grueso y más bajo que mi padre, con lo cual el traje no acababa de estarle muy allá que digamos. Pero el hombre encontró una postura, sentado, así un poco retorcido, en la que el traje le estaba que ni pintado, y creo que se pasó toda la pedida en aquella postura ante la irritación de mi madre. Y en aquel momento le dijo mi padre a mi abuelo una frase que ha comentado mi madre toda su vida: Don Ángel, sepa usted que tiene ante sí a un hombre con un presente francamente pobre, pero no se preocupe porque tiene también ante usted a uno de los futuros más brillantes del país".

            (…)

            Adolfo Suárez y Amparo Illana se casaron en 1961. El primer hijo, varón, murió casi inmediatamente, en el parto. Luego vinieron Mariam, Adolfo, Laura, Sonsoles y Javier. Y después nació otra niña, que murió al mes de nacer. "Es curioso, este es uno de los motivos por los que yo he visto a mi madre llorar por las esquinas durante toda su vida. Está enterrada en Ávila y mi madre siempre, siempre, llevó clavada esa espina de mi hermana pequeña".

En 1993, su hermana Mariam cae enferma y la familia abandona toda actividad para dedicarse en cuerpo y alma a su recuperación. Se comenta que la familia Suárez se arruinó con los gastos de su enfermedad. "Las enfermedades de mi madre y de mi hermana exigieron presupuestos importantes y mi padre no tuvo ningún inconveniente en hacer frente a su desembolso sin hacer el más mínimo aspaviento. Los demás no nos enteramos hasta bastante tiempo después de cuál era la situación real, que era bastante difícil, pero que mi padre supo llevar sin ningún tipo de pena y ni siquiera nos lo comentó. Al contrario: ante cualquier gasto que hubo que hacer él siempre estuvo de acuerdo y diciéndonos que nos animáramos, que no nos preocupáramos, que aquello iba bien. Esta circunstancia unió aún más a la familia. Como toda situación difícil, aquello supuso para todos nosotros una bendición de Dios y muchas situaciones de enorme felicidad para la familia. Nos ayudó a sacar lo mejor que había en cada uno de nuestros corazones y lo que me queda es recordar que fuimos capaces de hacerles un rato felices".

*          *          *

Plomo bajo el oro, por Gabriel Albiac

[publicado en ABC, 24 de marzo de 2014, página 17]

            (…)

            No habrá ahora ni uno solo de quienes a la política se dedicaron en aquellos años que entone otra cosa que no sea rezumante halago. Pero ese tipo de uso retórico es siempre la mayor mentira. Quienes hoy alzan hueros castillos laudatorios en el aire son los mismos que contra Adolfo Suárez ejercieron todas las artes más sucias del juego del poder. Un rapidísimo repaso por las hemerotecas revela difamaciones -cuando no insultos- innobles contra el presidente entonces del gobierno. No es lo más grave. Lo imperdonable es la dinámica conspiratoria que llevó a las más antinaturales alianzas con el solo objetivo de quitar de en medio para siempre -no de derrotar electoralmente, de quitar de en medio- a aquel que se había convertido en un huésped incómodo de la democracia. Un día habremos de saber hasta qué punto el 23F sólo puede ser comprendido desde los desgarros que perpetró aquella loca búsqueda del poder a toda costa. Tras de la cual se alzó el proyecto de dominio para medio siglo, soñado por los socialistas de González.

Suárez tuvo la gloria de disolver el Estado franquista sin que aquello terminara en matanza. Y el drama de que un golpe de Estado, el del 23 de febrero de 1981, se lo llevara a él por delante. Trató de retornar. Pero estaba ya decidido que nunca se le otorgaría una segunda ocasión. Había resultado ser demasiado poco controlable. Y los juegos de la política internacional en el final de la guerra fría exigían otro tipo de gente.

Al final, es ese Suárez el que a mí me interesa. El que está a punto de ser tiroteado por Tejero en el Congreso, cuando todos sus colegas se tiran al suelo. El que es implacablemente barrido, de inmediato. El perdedor. La política a mí no me interesa. Sí, la estética. Esa en la cual, dice Borges que la supremacía del derrotado es siempre absoluta. Todos harán azucarada retórica estos días. Es lo más ofensivo en los discursos fúnebres. "El plomo que el oro cubre pesa en nuestras victorias", escribió alguna vez Paul Éluard. Y el plomo sigue aquí, bajo tanta dorada purpurina. La política lo hizo. Y lo deshizo.

*          *          *

"Para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el Rey", por Miguel Ángel Mellado

[entrevista con Pilar Urbano, autora de La gran desmemoria, publicada por elmundo.es, 30 de marzo de 2014]

(…)

Tras leer su libro, no me extraña que el Rey y Suárez no quisieran recordar episodios que cuenta.

¿A qué se refiere?

Especialmente a seis encuentros calientes, explosivos, que el Jefe de Estado y el presidente del Gobierno tuvieron el 4, 10, 22, 23 y 27 de enero de 1981. Y el día después del golpe, el 24 de febrero del 81.

Empecemos por el 4 de enero de 1981. Un día antes, en vísperas de la Pascua Militar, el Rey recibe a Alfonso Armada en Baqueira, en La Pleta. Como venía haciendo al menos desde julio de 1980, el general calienta la cabeza a don Juan Carlos, le come la oreja, sobre la situación límite que vive España. Ese día, insisto, dos jornadas antes de la Pascua Militar del 5, día del cumpleaños de su Majestad, le da una "solución de Estado". Le plantea que ya tiene a punto, no un golpe de Estado, sino un golpe de timón, un golpe de Gobierno. Armada, en el que el Rey confía plenamente, ha tenido numerosas reuniones con políticos en activo de todos los signos. ¡Cuidado! No son el búnker. Son políticos de partidos con representación parlamentaria, como el PSOE y Alianza Popular, entre otros.

El gran obstáculo para el Rey para este golpe de timón, por lo que cuenta en su libro, sigue siendo Adolfo Suárez. "No sé cómo quitármelo de encima", exclama durante meses ante diferentes interlocutores.

Efectivamente. Por eso el Rey no espera a volver a Madrid y llama a Suárez, que descansa en Ávila, para que se presente en Baqueira de manera urgente el 4 de enero. A Adolfo le parece rara tanta urgencia, se desplaza a Baqueira en helicóptero. Esa conversación será el primer choque de una serie encadenada en las semanas siguientes. La reunión empieza sin crispación. Poco a poco se va calentando. No hay insultos, pero sí "tuteos". Se hablan claro. El Rey le dice al presidente que, si no hacen algo, los militares se le echarán encima. Don Juan Carlos siempre tuvo miedo a los ejércitos.

El Rey tendría presente lo que Armada le había dicho el día antes.

Sí. El mensaje de Armada fue muy claro: Suárez sobra y es urgente poner remedio a esta situación. El general le pinta al Rey una situación de pregolpe. Le informa de que con Suárez fuera del Gobierno podría armarse un gobierno de concentración nacional que evitaría el golpe militar. Y que desde Fraga a Felipe González están dispuestos a entrar en el Gobierno. Por eso, don Juan Carlos tiene urgencia para que Suárez visualice que sobra. Y lo hace el 4 de enero. Suárez intuye que podría estar en marcha una moción de censura contra él, orquestada por Armada con la ayuda de numerosos diputados, entre ellos, muchos de su mismo partido, que cuenta con 168 diputados.

¿El Rey expone con claridad a Suárez que la solución pasa por un militar al frente de ese gobierno de concentración?

El Rey habla con Suárez de un problema militar y de que Armada puede solucionarlo. Pero no le dice que Armada iría de presidente, sino que podría reconducir la situación. Don Juan Carlos traslada al presidente el panorama apocalíptico militar descrito por Armada, con varios golpes militares en marcha. La realidad es que había sido el propio Armada, con el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa, precedente del actual CNI) y el comandante Cortina junto a civiles, políticos, empresarios, periodistas…, quienes habían puesto en marcha el ventilador para crear ese clima de ruido de sables. Se había ido creando un ambiente para que pareciera que antes de que llegara lo peor, un golpe militar puro y duro, lo intermedio, o sea, la Operación Armada, el golpe de timón o golpe de gobierno, sería lo mejor. El Rey le insiste a Suárez que son necesarios remedios extraordinarios. Y cuando Suárez le pregunta que a qué se refiere, don Juan Carlos, tras hablarle de ministros inteligentes, de que la oposición le está tendiendo la mano, de que se olvide de sus sueños de grandeza…, concluye: "Voy a serte franco, con otro hombre en la presidencia". Suárez vuelve destrozado a Madrid. Se da cuenta de que le han encontrado sucesor.

10 de enero de 1981. El Rey se presenta en Moncloa en moto, sin avisar.

Ese día hay una gran gresca entre los dos. El Rey solía llegar de improviso a Moncloa. Con su desparpajo conocido, pedía: "¿Me dais de comer? ¿Ha sobrado paella?". Esta vez la visita no era tan amigable. Quería hablar de una vez por todas con claridad con Suárez. Salen a dar un paseo por los jardines. "Vengo a hablarte de dos asuntos que alguna vez ya te he esbozado, pero hoy quiero resolverlos. Mi viaje al País Vasco y el traslado de Armada a Madrid". La conversación sube de tono. Un testigo me cuenta que el Rey y el presidente gesticulan cada vez de manera más ostensible. Armada, destinado en Lérida, es un tema tabú para Suárez. El Rey quiere traerlo a Madrid, al Estado Mayor, de segundo JEME. Es la bicha para Suárez; sabe que es el hombre destinado a cortarle la cabeza. Es entonces cuando Suárez vaticina al Rey que Armada no es la solución al golpe militar del que el Rey le habla insistentemente, sino el problema.

El Rey piensa lo contrario: tú eres el problema y el otro la solución.

Su Majestad llevaba año y medio oyendo de militares, de empresarios, de banqueros, de algunos obispos, de catedráticos, de gente de distintos sectores sociales, de algunos periodistas, que todo iba muy mal y que había que cambiar el Gobierno y a su presidente. Lo que un banquero, ya en el verano de 1980, en su visita al monarca definió como "cambiar el alambre, pero no los postes". Todos parecían olvidar, empezando por el Rey, que sólo las urnas pueden cambiar al partido gobernante y a su presidente. En realidad fue el 5 de julio de 1980, siete meses antes del 23-F, cuando se produjo un primer anuncio en Zarzuela de que el Rey había decidido entrar en acción.

Sigamos con la visita del Rey a Moncloa.

El Rey, en un momento, coge del codo al presidente. Lo agarra para que se pare. Suárez, según mi testigo presencial, se desembaraza de un tirón. Nada que ver con la foto amable que años después el hijo de Suárez tomaría, con el Rey y el ex presidente, ya enfermo de alzheimer, paseando por el jardín de la casa familiar. "Un momento, no te embales", dice el Rey a Suárez, y éste le contesta: "Me embalo porque sé lo que digo; Armada es un enredador que vende humo, que vende conspiraciones, sediciones, sublevaciones. Y lo malo es que se las vende al propio Rey". Suárez se mantiene en sus trece y se niega a traer a Armada a Madrid. Ahí rompieron.

El Rey ya no controla a Suárez. No puede conseguir ni traer a Armada a Madrid…

Nunca pensó que la persona que él eligió como presidente (julio de 1976) pudiera llegar a este extremo. Él, que muchos años atrás, cuando empezaba a reinar, había dicho a Torcuato Fernández Miranda: "Hombre, yo creía que iba a ser como Franco pero en Rey".

22 de enero de 1981. Suárez está en Zarzuela…

Aquello fue muy fuerte. Suárez subió a Zarzuela como solía hacer en vísperas del consejo de ministros. Lo cuento en el capítulo titulado Suárez, el Rey, un perro, una pistola…. Ya no son desencuentros, ya están a mandoblazos, sobre todo por parte del Rey. "El Rey consulta, escucha y hace caso a cualquiera antes que a mí", se queja Suárez. Don Juan Carlos ve al jefe del Gobierno sin rumbo. Utiliza en algún momento la frase de Abril Martorell, íntimo y fiel colaborador de Suárez: "Eres un arroyo seco", sin un norte ilusionante. Tras combatir en una esgrima de reproches, Suárez espeta al Rey: "Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad". "Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas", expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en grados. "Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan", dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos (en 1979). "Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos… Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar".

(Pilar Urbano relata que cuando Suárez oye la palabra abdicar, él mismo dice que sería el mayor fracaso de todos sus empeños y que, llegados a este punto, lo mejor es disolver las Cortes para que el pueblo hable, ya que no cuenta con el apoyo del Rey ni con parte de su partido, y sí con la animadversión de la oposición. El Rey le responde que eso sería una locura y que se niega a disolver las Cortes).

¿Plantea el Rey a Adolfo Suárez la dimisión?

En realidad le dice que no puede impedir que dimita, pero que disolver las Cámaras supondría un nuevo parón nacional, con la crisis económica que había. "Aquí lo que hace falta es un gobierno fuerte, cohesionado, que cuente con una mayoría estable y que gestione. Por tanto, no voy a firmar el decreto de disolución". La bronca crece y crece cuando el presidente recuerda al Rey que, según la Constitución, la disolución no corresponde al jefe del Estado y que éste no puede negarse a firmarla.

Con la Constitución como arma arrojadiza…

Y el Rey, entonces, comete una indiscreción al recordar a Suárez que también el artículo 115 advierte que no se podrán "disolver las Cortes si está en trámite una moción de censura". Nadie había hablado de moción de censura. Se le escapó inconscientemente lo que le daba vueltas por la cabeza: una dimisión repentina invalidaría el plan de derrocarle por la vía intachablemente parlamentaria de la moción de censura. Y una disolución dejaría la Operación Armada en papel mojado. Por tanto, el Rey no quería que Suárez dimitiera todavía, ni disolviera las Cortes. Y de manera entre infantil y desesperada le dice a Suárez que no piensa firmar, que se irá de viaje, que se pondrá enfermo… La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza que el perro del Rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del despacho real, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. "Casi me muerde los coj…", me contó Suárez tiempo después. El Rey saltó y sujetó al perro. Más allá de esta anécdota, Suárez le leyó la cartilla al Rey, el hombre que lo había elegido para, juntos, hacer Historia.

23 de enero. El Rey precipita su regreso a Madrid. Está de cacería, pero cuatro tenientes generales se han presentado en Zarzuela.

Cuatro y un almirante. Los tenientes generales Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López, de las regiones de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid. Desde Zarzuela avisan al Rey, que tiene que suspender la cacería. Por cierto, los compañeros de montería se indignan con el Rey porque el helicóptero ahuyenta las piezas. Estos generales están pensando un golpe a la turca. Ya habían enviado una carta a Zarzuela, por el conducto reglamentario, como me dijo el general González del Yerro. Al no obtener respuesta, se presentan en Zarzuela. Entra el Rey, jefe y compañero de armas, y cuando comienzan con la retahíla de quejas, les dice: "Un momento, yo soy el Rey. El Rey reina, pero no gobierna. Decídselo al jefe de Gobierno". Llama a Suárez. En un rato está en Zarzuela. "Realmente estos que hay dentro quieren verte a ti". Y don Juan Carlos se ausenta. Nadie se sienta y Suárez advierte a los entorchados que Zarzuela no es el sitio para hablar; que si quieren, él los recibe en Moncloa, que es la sede del presidente de Gobierno.

Y aparece la primera pistola.

Milans dice a Suárez que por el bien de España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la pone en la palma de la mano izquierda y mostrándola dice al presidente: "¿Le parece bien a usted esta razón?". El Rey, en la escalera, le advierte: "¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?". Y le reitera que la solución para evitar el golpe militar pasa por un cambio de Gobierno.

Dos últimas fechas para olvidar esta tragedia en las relaciones de los dos parteros de la Transición. 27 de enero, con el golpe en puertas.

Suárez acude a Zarzuela para comunicar al Rey que tira la toalla, que se va. Antes almuerza con los Reyes. Al acabar, suben los dos al despacho. "¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?", inquiere el Rey. "Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura, que gobiernen los que no me dejan gobernar". El Rey escucha en silencio, sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por Armada. Gente de su partido, como Herrero de Miñón, participa activamente. Piensa que con su dimisión podrá desactivarla. Pero Armada se veía ya como presidente de un gobierno de concentración, una operación que comenzó a trazarse en Zarzuela en julio de 1980. Ya hablaremos luego de esto…

¿El Rey no hizo el menor amago pidiéndole que siguiera?

En absoluto. Descuelga el telefonillo interior y llama a Sabino: "Sabino, sube, sube inmediatamente". Cuando llega, don Juan Carlos le suelta: "Sabino, que éste se va". Ni un abrazo, ni un gesto. Como si se sintiera liberado. "¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué pasos? Es la primera dimisión de un presidente en democracia", pregunta al fiel secretario. Punto y final. Al día siguiente, el 28, Suárez lleva la carta de dimisión a Zarzuela. Su publicación en el BOE se retrasa durante semanas. El acto de Suárez de dimitir por sorpresa tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles, sin argumentos para la sublevación.

Última fecha. 24 de febrero de 1981. Horas después de acabar el secuestro de Tejero. Suárez se presenta en Zarzuela.

Suárez, tras ser liberado, es informado por Francisco Laína de que ha sido Armada quien ha arreglado la liberación de los secuestrados y de que el mismo Armada había estado metido en el golpe hasta las cejas. Ya en Moncloa, se encierra con sus colaboradores directos Arias-Salgado y Meliá, y les pide un informe técnico urgente para revocar su dimisión. La investidura de Calvo-Sotelo, interrumpida por Tejero, se reanudará el día siguiente, 25, a las seis de la tarde. El cese de Suárez aún no se ha publicado en el BOE. "Hay mucho que limpiar, apuntalar, poner coto a los que quieren quitarnos la libertad. Si legalmente puedo, volveré. Eso sí, respaldado por la más Grosse Koalition que pueda constituir", dice a sus íntimos.

Y acto seguido, va a Zarzuela a hablar con el Rey. Por llamarlo cortésmente.

Es el enfrentamiento más duro, durísimo, que Suárez tiene con el Rey. Se lo contó a muy pocas personas recién ocurrido, y 12 años después lo revivía con las mismas palabras. Leo a partir de la página 701 de mi libro: "Arriba, en la puerta, me espera Sabino. Me da un abrazo. Yo se lo tomo. Al que no se lo puedo tomar es al "Otro". Entro en el despacho del Rey. Está vestido de uniforme. Es mediodía. Tiene allí a su perro Larky, el que me atacó la otra vez. Estamos solos, le tuteo.

-Nos la has metido doblada.

-¿De qué me hablas?

-Hablo de que, alentando a Armada y a tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar militar (…) Sabes cómo entre el Guti (el general Gutiérrez Mellado), Agustín (Rodríguez Sahagún) y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me opuse al traslado de Armada.

-Pero ¿tú te das cuenta de lo que dices… y a quién se lo dices?

-Sé demasiado bien a quién se lo digo. Esta situación la has provocado tú.

-Noooo. Al revés, la has provocado tú y la he evitado yo".

O sea, que Suárez acusa al Rey de promover el golpe de Armada.

Para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente. En el transcurso de esa conversación con tono elevadísimo, Suárez alaba el comportamiento digno del "pobre Guti, un anciano, cuatro huesos", y critica, en cambio, al "otro", "a gatas debajo del escaño", refiriéndose al presidente a punto de ser investido, Calvo-Sotelo. Pero el clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo advierte al Rey lo siguiente: "Quiero revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídicoconstitucional del proceso…". Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. "¿Me estás amenazando, so cabrón? ¿Te atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú… a mí? Mira -le dice el jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!". El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: "O te vas tú o me voy yo", no sin recordarle que no podrá formar ningún gobierno de unidad "porque nadie va a querer ir contigo… Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia". Viéndolo así, en pie, con el uniforme de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey. "Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas: "Disculpe, Señor, me he excedido". Larky, el perro, esta vez no atacó al indignado visitante.

*          *          *

"La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español", por Josefina Martínez del Álamo

[entrevista con Adolfo Suárez, realizada en julio de 1980, inédita durante treinta y tres años y publicada en ABC, 24 de marzo de 2014, páginas 44 y 45]

(…)

Otro requisito indispensable en un político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados a largo plazo… Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar, contra esas coyunturas.

-Supondrá una gran tensión… Como nadar contra corriente.

-Sí. Una tensión tremenda… Hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad. Pero yo estoy dispuesto a eso. Lo estuve desde el primer día en que fui presidente. Hubo una primera época en que el ambiente jugaba a mi favor. Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, el ansia de libertad lo sentían sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables… Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro… Cuando en el año 77 se consolida la democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman el desencanto…

¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca. Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común… La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español.

-Bueno, yo escucho a la gente ¿sabe? y cada día se siente menos representada por sus políticos. Tienen la sensación de que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos… Y no se refieren sólo a usted, sino a la clase política en general.

-…Y yo también. Yo también. Es verdad. Somos todos. Somos los políticos. Los profesionales de la Administración… La imagen que ofrecemos es terrible… Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana. Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España…Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen.

-Usted ha hablado de actuar siempre con perspectivas históricas, de sacrificar el presente en aras del futuro… ¿Espera también encontrar su compensación en la Historia?

-No. Yo no tengo vocación de estar en la Historia. Además, creo que ya estaré; aunque sólo ocupe una línea. Pero eso no compensa… Hoy, ahora, tengo la satisfacción de poder seguir haciendo lo que debo hacer… Y no siempre ha sido así… Mi mayor preocupación actual es la convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no dañen las relaciones de amistad, de vecindad. Sé que es un objetivo posible; estoy convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo. El símbolo, para mí, es que sean amigos personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen. Diferencias que, además, tampoco son insalvables… Ése es mi auténtico objetivo. Ésa sería mi compensación.

-Pero como usted ya forma parte de la Historia… ¿Qué le gustaría que escribieran en esa línea que le corresponde?

-Creo que la Historia de esta época sólo será objetiva cuando pase mucho tiempo. Pero ahora, de inmediato, se verá afectada por las propias posiciones personales. Yo escucho y leo muchas cosas que se han escrito en los últimos cuatro años… ¡Y hay una cantidad de inexactitudes y de errores de perspectiva!… Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años… Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses. Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios… Y, en caso de duda, me incliné siempre por los principios.

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