Saber perder

"Muchos se preguntan por qué somos del Atleti. Somos por esto: por pasión, por trabajo, por humildad. Si hay que sufrir, sufrimos"

Diego Pablo Simeone

A este Atleti le quedan entre nueve y doce partidos para definir su lugar en la historia. Corre el riesgo de que si esta maravillosa aventura acaba sin títulos, nadie le recuerde dentro de diez años. El fútbol moderno, tan pragmático, es a menudo como ese gris amigo que, cuando su pareja le deja tras años de estupenda relación, sólo sabe decir "cuánto tiempo perdido". Qué error tan vulgar. El "partido a partido" del Cholo es también fiesta a fiesta, risa a risa… Implica la obligación de disfrutar del camino como si no hubiera mañana. Por si no lo hay. Por eso, creyendo (deseando) que el affaire Diego Costa es humo, lo de hoy es una gozada, un privilegio. El Atleti, de igual a igual ante el Barça en cuartos de Champions; Costa, la estrella que juega como un jornalero, cara a cara con Messi; Gabi, el capitán al que negamos dos veces, marcando el tono; Xavi tirando piropos a Koke; el Ardaturanismo extendiéndose por Europa. Y así todos. No sé si acabará en doblete o en heroicidad con final trágico, pero yo nunca olvidaré a este Atleti: quiero que mi equipo gane, pero no quiero a mi equipo porque gane. Veremos. Mientras, ya he avisado en casa de que esta noche igual llego tarde. Y a vivir.

Iñako Díaz-Guerra, El Atleti y su lugar en la historia, publicado en as.com, 1 de abril de 2014

            La vida, Manola, la vida, es un trayecto de eterno aprendizaje demasiado corto. Siempre les insisto en ello a los alumnos: el tiempo se escurre entre tus manos y cuando te das cuenta tienes cuarenta tacos y, con suerte, has disfrutado de unos pocos momentos de verdadera e intensa felicidad. Ante esa realidad, terca e ineludible, apenas te quedan dos opciones: o te rindes (lo que te convierte en un perdedor, en un fracasado, en un borrego listo para el sacrificio) o luchas, macho, le echas huevos y no te das por vencido. Y a los chicos y chicas les recalco que el triunfo o el éxito consiste precisamente en eso: en pelear, en dar guerra hasta el final, en entregarte con pasión a aquello en lo que crees sin importarte si logras o no el objetivo, en que la victoria no radica en saber ganar sino en saber perder.

Yo les miro a los ojos, observo sus caras y siento que más de uno duda del estado de mi salud mental. Sin embargo, otros muchos, aunque no alcancen a percibir el auténtico significado de mis palabras, intuyen que alguien les está tratando como adultos, que no les miente y que, en el fondo, su futuro te importa como una preocupación personal, que su suerte no te es indiferente y que albergas la esperanza de que la mayoría de estos pibes y pibas no termine siendo carne de cañón de tanto hijo de puta, desaprensivo y depredador, que busca con ahínco (y trabaja duro para conseguirlo) que nada cambie para que todo permanezca igual.

Les suelto la pequeña charla y me quedo un poco más en paz conmigo mismo y, a continuación, proseguimos con la clase sobre sintaxis.

Así que a mi edad, cuando afronto la segunda parte de mi propio trayecto vital, que no me vengan con gilipolleces. Es hora de que la ciudadanía recupere la capacidad de decidir sobre su propio destino y afronte el desafío de regenerar esta frágil democracia, secuestrada por una clase política (en la que incluyo a la jefatura del Estado) inepta, corrupta, completamente irresponsable y rendida a los pies de los grupos de poder. Se trata de una lucha desigual, feroz, encarnizada, que se debe afrontar desde la unidad de acción, el compromiso cívico, la no violencia y el coraje que proporciona no tener miedo a perder.