A Antoni Asunción, in memoriam, uno de los pocos hombres de honor en un gobierno plagado de sinvergüenzas
En París está doña Blanca,
la esposa de don Roldán,
un par de damas con ella
para la acompañar;
visten de Zara un vestido,
de Blahnik calzan un calzar,
comen en buena mesa
y muerden integral pan,
si no era doña Blanca,
que era la mayoral.
Las damas no son de oro,
guardan silencio cabal,
guardan los sus sentimientos
y que ella pueda llorar.
Al son de remordimientos,
doña Blanca adormido se ha:
ensoñado había un sueño,
un sueño de gran pesar,
en ausencia de su dueño,
el insigne don Roldán.
Recordó despavorida
y con un pavor muy grande;
los gritos daba tan grandes
que se oían en la ciudad.
Allí que iban sus doncellas,
bien oiréis lo que dirán:
“¿Qué es aquesto, mi señora?
¿Quién es el que os hizo mal?”
“Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar;
veíame otra vez presa
en un inhóspito lugar;
de muros muy altos,
y en lo alto un dron vi volar;
tras él viene una alguacil
y que a mí me habla muy mal.
Mi corazón arde en gran cuita
y he de mear en orinal;
la centinela con ira
dice: “Nadie te va a sacar”.
Y con el dedo hace un gesto
de mandarme a defecar”.
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
“Aquese sueño, señora,
bien os lo puedo soltar:
el tal dron es vuestro esposo,
que viene de allén la mar;
la cautiva sedes vos,
con la que él se ha de casar,
y aquel sitio es la Iglesia
donde os han de velar”.
“Si así es, mi camarera,
bien te lo entiendo pagar”.
Otro día de mañana
un whatsapp el móvil le trae;
lágrimas venían dentro,
de fuera escritas con sangre,
que su Roldán era muerto
en un hospital del Ebro.
Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos
carne de un ciego destino
fuéramos ladrón o cretino.
Tú nos hiciste, tuyos somos.
Nuestro destino es vivir
siendo felices contigo
sin padecer ni morir
en la eterna paz del amigo.
Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza,
en Tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz,
haya sido santo o marrano,
héroe, mártir o villano.
Cuando, Señor, resucitaste
todos vencimos contigo:
nos regalaste la vida
como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado
no va a faltarnos tu amor
porque muriendo vivimos
vida más clara y mejor
aunque hayamos sido un traidor,
un rufián o un roldán,
que es sin duda aún peor.