El camarada Antonio Sánchez vino de España,
trayendo nuevas promesas a esta tierra.
Llegó al desierto con la esperanza de ser Mandela
y entre el calor y los alacranes habló de su abuela.
Antonio no funcionaba en la Moncloa,
entre asesores, informes falsos y citas de Rocky Balboa;
y fue a una aldea en medio de la nada a dar su sermón,
para los que en él buscan la salvación,
sin hogar, sin patria y sin jamón
de bellota, que es lo que come este simplón
indecente, pendenciero, mentiroso y farsante,
de rostro pétreo, verbo traidor y lengua cargante.
El niño Ahmed Salem no tiene diez años aún
y estudia en una escuela portátil en El Aaiún;
todavía no sabe decir una Sura correctamente;
le gusta Messi, jugar al fútbol y estar ausente.
Le han dado el puesto en la mezquita de monaguillo
a ver si la conexión compone al chiquillo;
y su familia está muy orgullosa, porque a su vez se cree
que, con Alá conectando a uno, conecta a diez.
Antonio blanquea la violencia,
sabe por experiencia que para él ha sido la solución.
Y a los tuaregs les habla de resiliencia y de empatía,
de ecologismo y de sentir por el moro simpatía;
de que El País da la noticia de que ha acabado su tribulación
y de la mano de los monarcas alahuitas
para el pueblo saharui han terminado todas las cuitas.
A Antonio la noticia lo halló en Pisa,
en una reunión del G-50 en mangas de camisa.
En medio del culto diurno entró el matador
y sin confesar su culpa disparó.
El imán cayó, de espaldas y sin saber por qué;
Ahmed murió a su lado sin conocer a Pelé;
y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez,
esta comunidad nómada y apátrida muere de sed
de libertad, de justicia y de ley.
Y la historia de los pueblos sin memoria,
cautivos y desalmados por su propia amnesia,
privados de amor propio con incívica anestesia,
es la de las bestias que mueven la noria
mientras otros se llevan el dinero y la gloria.
Tom
…” y el monaguillo Andres”…igual si lo lee Ruben Blades, te denuncia por plagio.
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