A Fernando Hierro, ex jugador de fútbol (leñero de los de antes, de ahora y de siempre), ex seleccionador nacional (fue el breve sucesor del sucesor de Del Bosque, a quien él mismo propuso para el cargo, después de cargarse a Luis Aragonés), leyenda del Panathinaikos y del balompié mundial (ríete tú de Bobby Moore, al lado de éste supremo esteta asceta), embajador de la Liga, de UNICEF, del Foro de Davos y agente encubierto del CNI, y que el otro día, en una inolvidable lección de deportividad (y cinismo), aleccionó al Club Atlético de Madrid para que este domingo reciba entre aplausos entusiastas y vítores patrióticos al reciente campeón de la actual temporada en Primera División, en su visita al Nuevo Metropolitano (y agárramela con la mano, Hierro, ¿quieres?) y a tanto papanata a quien le gusta pontificar desde una presunta superioridad moral y ética, que es el último baluarte de los gilipollas que siempre andan presumiendo de aquello de lo que carecen
El paseíllo, nené,
que era esta noche, nené,
no seas chiquillo, nené,
y que te lo haga Pedroche, nené.
Y si no te gusta, nené,
que no me saque el sombrero, nené,
si no te asusta, nené,
me descubro el pandero, nené,
que de pelos ahí vamos sobrados, nené,
como tú de ligas y entorchados, nené.
Y no pretendas, nené,
darnos lecciones, nené,
que tus reprimendas, nené,
me las paso por los cojones, nené.