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El callejón
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El efecto de los rayos gamma sobre Margarita

Margarita, Portugal linda con el mar

y el viento

lleva la esencia sutil del azar;

yo siento

en el alma el hondo penar

de tu total desacierto.

Margarita, te voy a contar

un cuento:

Este era un rey que tenía

un puñado de amantes,

una fortuna hecha de día

y que mataba elefantes;

un yate de malaquita,

un gran traje de tisú

y un gentil princesito,

tan bonito,

Margarita,

tan bonito como tú.

(Bueno, en verdad la belleza

floral no es lo tuyo:

es más bien capullo

cerrado por pereza

cual puño en boca que bosteza

en tu rictus córvido de jueza)

Una tarde, el monarca,

aunque bastante carca,

quiso a una dama conocer

para obtener carnal placer.

La quería para tirársela

no para ponerle un parador;

por la piedra pasársela,

sin promesa alguna de amor.

Pero he te aquí que la mujer bella

al rey viejo se supo camelar

y de él la cuenta estrella

en la Caixa comenzó a menguar.

Y el muy bo(r)bón siguió camino arriba,

dándole la luna y más allá;

más lo malo es que ella iba

a hacerle de sus hijos el papá.

Cuando de su embrujo el rey se libró

ya era tarde en demasía

pues de todo se apropió

con su ansia voraz la arpía.

Y el rey dijo: —«¿Qué me has hecho?

Te he buscado y no te hallé;

y ¿qué tienes en el pecho

que encendido se te ve?».

La muy ladina no mentía

y así dijo la verdad:

«Es un micro y voy a contarlo todo como espía

que expía su deuda con la mutualidad».

Y el rey clama: —«¿No te he dicho

que los huevos no me puedes tocar?.

¡Qué locura! ¡Qué capricho!…

Mi hijo se va a cabrear».

Y ella dice: —«Eso ni lo intento;

sabe Dios que ni por ésas se te levantará.

Por mi prole yo consiento

en ser la mala a quien el vulgo señalará».

Y el Principito, por miedo a ser destronado,

le dice a su padre muy enojado:

«Un castigo has de tener:

a mí me dejas el trono y lo robado

vas a plazos a devolver».

El monarca se envilece,

abdica pero sigue en sus trece,

que él la pasta su sudor le ha costado,

cuando entonces aparece

sonriendo con su cara de octaedro

el único, el más grande, Él: Pedro.

Y así le dice: —«En mis campañas

tanto fue lo que ofrecí

y a tanto tonto/-a/-e convencí

con mis peores mañas

que ahora te largas de aquí

antes de que piensen en mí».

Y huye el rey anciano, de noche,

sin honor y sin que nadie derroche

ni una lágrima por él:

qué destino tan cruel

para quien trajo la democracia

siendo su legado y su desgracia,

pues ésta se muestra implacable,

despiadada e intolerable

con los adictos a la cleptocracia.

Margarita, Portugal linda con el mar

y el viento

lleva la esencia sutil del azar;

yo siento

en el alma el hondo penar

de tu total desacierto.

Ya que muy pronto lejos de aquí vas a estar

pues tu jefe no tardará en mandarte a cagar.

Aplícate el cuento,

evítate un final cruento

y deja ese esperpento

de gobierno ruin y fraudulento,

porque si no tu otrora prestigio

será tan solo el eco de un vestigio:

el sueño de una sombra arrastrada por el viento.

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