[La nueva versión de este artículo, que apenas cuenta con un nuevo párrafo, añadido al calor de los últimos acontecimientos, va dedicada especialmente a Paco Sanz Delgado, hermano de mi hermano David, heroico colchonero, solitario, solidario, en el bar arepera Sucre, en la calle Castro de Santa Cruz de Tenerife, único resistente entre un enjambre de barcelonistas en la memorable tarde del sábado 17 de mayo, en la que el Atlético de Madrid escribió una de las páginas más inolvidables en su ya larga y fecunda historia]
Dedicado con especial cariño a todos los integrantes de la peña atlética El pequeño Anfield: Dani, Fede (también conocido en los principales garitos europeos como El Barón Friedrich Häagen Dazs VollDamm), Carlichili, Radamel Colchonero, David The Big Man Bizarre, David Cannonball, Félix (El hombre de la Doble G) y, sobre todo, a ti, Bac, hermano mayor, maestro en tantas cosas de la vida, Manola, la vida; no sabes el favor que me hiciste cuando me regalaste la equipación del Atleti a los cinco años; un millón de besos y un millón de gracias
Anoche, mientras los rivales e incluso el árbitro (sí, el mismo que te acababa de dar la oportunidad de cerrar el partido) hacían lo imposible por ponerte nervioso, justo cuando esperabas a iniciar la corta carrera y golpear el balón, y tras la portería los espectadores trataban de desviar tu atención, porque todos y, sobre todo tú, eran conscientes de que ya habías fallado cuatro penaltis esta temporada, mientras mi hermano Carlos se marchó al pasillo para no verlo y se puso de rodillas y de espaldas al destino, justo en ese preciso instante, Diego, apenas permití que en mi cabeza solo estuviese mi abuela Manola y la recordé con su rostro luminoso, su sonrisa de pícara bondad, su dulzura natural, su aparente inocencia, su amor hacia la vida, que guardo en mi corazón como el más preciado tesoro, y le pedí que lo metieras, Diego, que rompieses la red con un cañonazo de tu pierna derecha, que es un mapa recubierto de cortadas y cicatrices, que es la geografía de la niñez de tantos de nosotros, correteando por la plaza de Santo Domingo o por el callejón Cabrera Pinto, y entonces y solo entonces, visualicé a mi abuela, en su cama de la habitación del hospital, poco antes de irse de este mundo, cuando le respondió a su nieto Carlichili sin dudarlo: "¿De qué equipo somos, abuela?". "Del Atleti", dijo con la misma naturalidad que si le hubieran preguntado por el nombre de su marido, mi abuelo. Por unos segundos hablé con ella, Diego, créeme, y se lo rogué con todas mis fuerzas. Y como siempre hace, como siempre hizo, me escuchó.
Luego, después de dejarme la garganta en un grito interminable, fuiste a abrazarte con tu entrenador, Diego, y rompí a llorar desconsoladamente, con un llanto que era una mezcla de alivio y alegría, porque tú y tus compañeros volvieron a demostrar que no estamos solos, Diego, que el gran secreto para sobrevivir en este mundo repleto de trampas e impostores es la unión, que es la única fuerza que merece la pena, y que sólo desde la fe en el otro encontramos la fe en nosotros mismos.
Te quiero, abuela.
Te quiero, Atleti.
José Amaro Carrillo Rodríguez, texto colgado en facebook la mañana del 1 de mayo de 2014
Hoy, tres días después, continúa luciendo un sol hermoso, cálido, estupendo. El corazón, latido a latido, palpita feliz, henchido de orgullo y de gracia. Y sólo tengo palabras de agradecimiento. A Diego Pablo "El Cholo" Simeone, Germán "El Mono" Burgos, Óscar "El Profe" Ortega, Juan Vizcaíno (el bueno, el bendito Juan Vizcaíno), Pablo Vercellone, Carlos Menéndez, Jean Thibaud "Lucky Luke" Courtois, Diego "El Faraón" Godín (nieto de Boromir e hijo de Aragon), Filipe "Fílipides" Luis, Joao Mirinda, Juanfrin Torres, Mario "Chipolini" Suárez, Tiago (olé tu temple, macho), Kokeman Resurrección, Gabi "Capitán Blind", Arda "Kebab" Turán, Raúl García ("El Zidane" de Navarra), El Guaje Villa, Diego "El Lagarto" Costa, Adrián "Gárate Versión 10.0" López, Cristian "El Cebolla" Rodríguez, Toby Alderweireld, Dani Aranzubía (¡ay, mi tía!), Insúa, Diegolazo Rivas, "El Pato" Sosa, "Chiquillo" Manquillo, "El Pibe" Giménez y Óliver "Benji" Torres. Y, en especial, muchísimas gracias a Larby Ben Barek, Heraldo Bezerra, Juan Carlos "Toto" Lorenzo, Adrián Escudero, Juan Carlos Arteche y, sobre todo, a ti, Zapatones. Los quiero a todos muchísimo.
Después de pensarlo mucho, de darle muchas vueltas, al final no lo pude evitar y aquí estoy: sentado de nuevo ante la pantalla y golpeando las teclas con la yema de los dedos para dar rienda suelta a una pasión a la que no se le puede poner otros límites que la insensatez. Afronto una tarde como la de hoy con un volcán de emociones enfrentadas (la convicción y el desánimo, la fe y la resignación, la euforia y el miedo) y cuento, impaciente, las horas que faltan para que el balón (que es la gran metáfora del mundo) empiece a rodar y esta historia consuma sus últimos capítulos. Ciertamente, a estas alturas de la película, no tenemos que demostrar nada a nadie: ni el equipo (admirable), ni su fantástico entrenador, ni la afición (que es el corazón de un club imprescindible para entender que la infancia jamás se acaba), ni sus vivos (¡Qué grande eres, Gárate! Haciendo cola en las taquillas para hacerle un favor a un amigo porque todavía no tienes claro si ir o no a Lisboa), ni sus muertos (nunca nos fallaste, Luis, nunca). Lo único cierto es que, cualquiera que sea el resultado final, no podemos ni debemos olvidar esta temporada que ha sido maravillosa en todos los sentidos.
En un día como hoy me resultaba imposible escribir otras palabras que no sean las que ahora mismo estoy escribiendo y en un momento como éste, en la antesala de lo que podría llegar a ser una de las mayores proezas deportivas que ha conocido el fútbol español, mi mente se entretiene en cábalas y ensoñaciones pero también alberga un buen espacio para el recuerdo. Y entonces aparece Robi.
Valentín Jorge Sánchez (Granada, 9 de enero de 1951), centrocampista de baja estatura pero robusta consistencia, se personó en el Vicente Calderón la mañana del 14 de mayo de 1976 para ser presentado a sus nuevos compañeros y a su entrenador, Luis Aragonés, quien, al final de esa sesión preparatoria, dio la lista de convocados para el inminente duelo liguero contra el Madrid.
Conocido familiarmente como Robi, Valentín Jorge recaló en la rivera del Manzanares procedente de la Unión Deportiva Salamanca, donde, durante cuatro años, contribuyó con su fútbol de garra, entrega, velocidad y buen disparo a la imparable progresión de un club modesto que había pasado en tan corto período de tiempo de Tercera a Primera División.
Robi, que, como Del Bosque (salmantino de cuna) o el propio Luis, perteneció a la cadena de filiales del Real Madrid y pasó por varias cesiones, se había emancipado de la Casa Blanca la temporada anterior, era hijo y sobrino de futbolistas: su padre, conocido con el apelativo de Sosa, jugó varios años en el Granada, y dos tíos paternos suyos, identificados por su primer apellido, Jorge, militaron en las plantillas, respectivamente, del Atlético de Madrid y del Español. Con cuatro años la familia de Robi se trasladó a vivir a Tenerife y en la isla el chico aprendió a jugar a la pelota.
Robi, por el que el Atlético había pagado al Salamanca la nada despreciable cantidad de 23 millones de pesetas de 1976, recaló en el equipo colchonero para afrontar la complicadísima empresa de hacer olvidar a Adelardo Rodríguez, eterno capitán de las huestes rojiblancas y jugador que sigue ostentando el récord de haber sido quien más veces se enfundó la camisola de las rayas canallas: quinientas cincuenta y una, en diecisiete temporadas. Y, a su manera, con su estilo aguerrido aunque no exento de técnica, Valentín Jorge cumplió con creces. Permaneció cinco años en el Atleti, jugó ciento nueve partidos, anotó siete goles y participó en la consecución de la última Copa del Generalísimo (en 1976) y del campeonato nacional de Liga de 1977, obtenido matemáticamente tras cosechar un empate en el feudo del eterno rival el 15 de mayo, en un domingo en el que el Atlético presentó esta alineación, en la que Robi fue titular, luciendo el número 6 a la espalda: Pacheco, Marcelino, Benegas, Pereira, Capón, Robi, Alberto, Leal, Ayala, Rubén Cano y Bermejo.
En 1981, a pesar de haberse reencontrado con su mentor deportivo, José Luis García Traid, el Atlético estaba sumido en las convulsas aguas del nefasto periodo presidencial de Alfonso Cabeza y el futbolista granadino, hijo de un tinerfeño emigrado a Andalucía en los años del hambre, emprendió un peregrinaje personal que lo llevó de equipo menor en equipo menor y, una vez colgadas las botas, a una errante trayectoria como entrenador de segunda fila que hubo de buscarse los garbanzos en la Tercera División catalana hasta que retornó a la Isla.
Aquí, en su tierra de adopción, Robi vivió su periplo más feliz en los banquillos, justo al frente del juvenil del Club Deportivo Tenerife: estamos en la época más gloriosa de los blanquiazules, cuando a mediados de los noventa disputaron la semifinal de la Copa de la UEFA contra el Schalke 04 y su fútbol de toque y vertiginoso (muy pocos reconocen el mérito indiscutible de Jupp Heynckes) enamoraba a propios y extraños. Pero ese tiempo de esplendor en la hierba también tenía fecha de caducidad y al bueno de Robi, en mayo de 1999, le tocó el ingrato papel de comandar una nave que, en la recta final del campeonato, estaba condenada al naufragio.
Valentín Jorge Sánchez hizo lo que pudo pero el Tete se fue al infierno de Segunda, del que apenas ha vuelto a sacar la cabeza en un par de ocasiones fugaces, en los últimos trece años, como si se tratara de un Sísifo en versión chicharrera, resignado a consolarse con breves treguas durante la eterna tortura de su condena.
Sin embargo, la vida le ha deparado a Robi un tormento aún peor y más cruel.
Hoy, Robi, consumido en una delgadez casi fúnebre, es una sombra de sí mismo, un espectro que pasea sin recuerdos, sin memoria, por la plaza del Adelantado o por los pasillos del instituto en el que su mujer trabaja como profesora. Me dicen que es una criatura entrañable y cariñosa, que mantiene la misma determinación y enérgica serenidad con que posa en las estampas de la editorial Este, que coleccionaba mi tío Anelio en álbumes que ya han perdido algunas hojas. Eso sí, me cuentan que su rostro de niño grande, que ya no sabe quién es ni quién fue, se ilumina con una sonrisa sin palabras cada vez que alguien con corazón le menciona al Atleti.
pevalqui
No tengo tan claro y habiendo quedado claramente plasmada tu pasión rojiblanca, que no vayas a desgranar, si quiera de forma tangencial, algún comentario sobre el Aleti. Por mi parte será bienvenido.
La final de la Champions, fue como la ilusión del pobre frente al rico, el trabajo denodado de un equipo trabajado: defendían con línea de cinco por delante de la de cuatro, a la pérdida de la pelota. Obreros en la búsqueda del más difícil; algunos mejor dotados que los otros, pero a los que no se les caían los anillos por pringarse las manos, meter el pie, dejarse, como dijo El Cholo, hasta la última gota. Eso es lo que debe quedar para el recuerdo. Honestamente, con dos tiros entre los tres palos, uno de ellos gol en el cabezazo de Godin, y eso si, un buen puñado de corners sacados en el primer tiempo, parece poco bagaje para pretender llegar a Puerto. Lo estaban tocando casi con las manos, pero ¡Ay el Pupas!, ese cruel testarazo al palo derecho de Courtois por parte de Ramos, acabó con todas las esperanzas. Si quiera por la desesperanza del pobre frente al todo poderoso, me sentí colchonero por instantes. Mi hija Irene que seguía el partido desde arriba, me gritaba: "Papi no has gritado el gol". Ya no me quedaba sino el desaliento que presentía cuando Juanfran sin fuerzas, lesionado, abatido por el esfuerzo, veía como Di María se le colaba por su banda, la misma por la que llegó el centro y posterior gol del galés. Poco después Simeone, reconocía su osadía, una vez más, de haber alineado a su jugador franquicia, Diego Costa, cuando lo más prudente habría sido dejarlo en la grada.
Feneció el Aleti, como los emigrantes cubanos a la orilla de las playas de Miami, casi tocando tierra, cuando fueron detenidos, digo bien, fusilados por "El Indio Ramos", que ésta vez si, se resarció de su errado penalti frente al Bayern, la temporada anterior.
Las manos de los poderosos se entrelazaron entre sonrisas tras la consecución del gol del empate. Poco después, el sentimiento rojiblanco emprendía la salida del coqueto estadio Da Luz. Al tiempo que la hipocresía de ciertos personajes que dicen llamarse periodistas, con las sonrisa de oreja a oreja, hacían loas de la hazaña alética, a través de una TVE pública, que pagamos todos los españolitos, incluidos los que habitamos a 1500 y pico kilómetros más al Sur.
Así es la vida en tantas ocasiones, entre la felicidad total y el completo abatimiento. Cabeza alta, indicaba El Cholo. Llevaba razón.
Buenas tardes. Hasta luego.
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jacarrillo
[Con este comentario, escrito en la madrugada de hoy domingo, pongo el punto final a las colaboraciones que en este blog llevo dedicando desde hace cinco años a mis afinidades futbolísticas. Es hora de pasar página y de vivir mi pasión colchonera en el estricto ámbito de la intimidad. Lamento que alguien se haya podido sentir ofendido por algo que haya podido escribir aquí al respecto (nunca fue mi intención) y expreso mi agradecimiento personal a todos los que han enriquecido con sus apostillas y sugerencias cuanto en esta sección he pubicado sobre el particular. Muchas gracias a todos y a todas por su atención]
Hoy ha sido un día maravilloso, aunque la noche se vuelva arisca y nos muerda la tristeza como una trampa traicionera. Pero no podemos ni debemos caer en el desánimo. Es absurdo. Como dijo nuestro admirable entrenador al final del partido: "Esto no merece soltar ni una sola lágrima". Y es cierto. Hoy casi todo han sido motivos para la alegría y para el orgullo. No hay que dejar ni un centímetro al desaliento porque no existe razón alguna para ello. En la vida, que casi siempre es cruel e injusta, la victoria no lo es todo. Al contrario. Con los años aprendes que hay otras cosas mucho más importantes que los premios o los títulos: la dignidad, la entereza, la rebeldía, el atrevimiento, la lucha y, sobre todo, el amor. Hoy quiero más que nunca a mis hermanos (los de sangre y los otros, los de la Peña El Pequeño Anfield). Y he descubierto a una familia maravillosa, que me ha conmovido con su hospitalidad, su entrega y su cariño. Y, gracias a una esposa y a unos hijos ejemplares, hoy he conocido a Valentín Jorge Sánchez, Robi, y tengo el corazón desbordado por una ternura honda y profunda, que nada ni nadie me pueden ya arrebatar.
Te quiero, abuela.
Te quiero, Atleti.
Te quiero, Robi.
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PedroLuis
Las peores agujetas son las que se clavan en el alma.
No pudo ser. Un fuerte abrazo.
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pevalqui
La plaza de Santo Domingo, el callejón de Cabrera Pinto, retazos de la niñez con la camiseta del Aleti, el "pequeño Anfield", Robi, el Zapatones, Fife "El palmero", cuántas veces he oído hablar de este formidable futbolista, la abuela Manola, Carlichili rezando, últimos minutos del partido contra el Barca, tensión, pasión, cariño, amor, alegría por el triunfo. Doble enhorabuena: por el merecido triunfo, y por contarlo con estas sentidas palabras sacadas del corazón.
Buenas noches. Hasta luego.
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PedroLuis
¡Ay don José, cómo sabe llegar al corazón!
Y cómo sabe plasmar los sentimientos en palabras. Palabras sencillas, que ordenadas como únicamente usted sabe hacerlo, conforman párrafos magistrales.
Enhorabuena, Sr. Escritor.
Ya esperamos su crónica, cuando el próximo sábado transcurra lo inevitable. Cualquiera que sea el resultado, será tan brillante como siempre. Seguro "que no vamos a fallar. Seguro. Ya verás."
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jacarrillo
Mi intención era publicar el próximo sábado un texto escrito hace cinco años (los mismos que ya ha cumplido este maravilloso periódico) y que fue una de las razones por las que decidí colaborar con el apuron.com. “El sentimiento atlético de la vida” solo lo he colgado en dos ocasiones: la primera, para celebrar la segunda clasificación del Atleti para la Liga de Campeones, en mayo de 2009, y la segunda, en 2010, en vísperas de la disputa de la primera final de la Europa League.
Sin embargo, creo que una tercera vez sobra. La final de Lisboa no es una revancha, ni una cita trascendental ni nada que se le parezca.
Se trata tan solo de un partido más, de una nueva raya para nuestra piel de tigres. Y una fiesta. Un motivo de celebración, porque estamos vivos, porque ya nadie nos puede arrebatar la gloria de haber recuperado el alma y la dignidad, y la felicidad de habernos reencontrado con nosotros, con el niño que permanece agazapado, callado, en silencio, dentro de nosotros, a la espera del momento propicio para gritar: “¡Con dinero o sin dinero, que viva mi Atleti de Madrid!”.
Reproduzco para ustedes el correo electrónico que se recibió en la redacción del apuron.com el pasado lunes, 12 de mayo, y la respuesta que este periodista remitió al autor del citado mensaje:
“Mi nombre Luis Jorge Benesey. El motivo de mi mensaje es agradecerles a todo el periódico el artículo que tanto me ha emocionado sobre mi padre, “Te recuerdo, Robi”. Mis felicitaciones a José Amaro Carrillo Rodríguez por el artículo, creo que refleja toda una vida futbolística y lo injusto que puede ser la vida para tanta gente con este tipo de enfermedades. Me ha sorprendido gratamente este artículo y lo que pueden llegar a saber sobre su trayectoria es un orgullo. Si necesitan más información, fotos, fax y recortes de periódico en los que se recoge toda su trayectoria desde sus principios, no tienen más que pedírmelos. Darles las gracias de todo corazón. Atentamente: Luis Jorge Benesey”
“Querido Luis: Permíteme que, aunque no te conozca personalmente, me dirija a ti con esta confianza. Me gano la vida dando clases de Lengua en el instituto Tomás de Iriarte de Ofra pero, en realidad, siempre quise ser escritor. Por eso estudié Periodismo y esa es la razón de que la mitad de mi vida profesional la empeñé en ejercer un oficio que me apasiona desde que era niño. Pero la vida no es como a uno le gustaría que fuese sino como ella misma te permite que sea y, la mayoría de las veces, no tienes otra que adaptarte a las cartas que te toca jugar.
Me siento muy honrado y feliz de impartir la docencia aunque nunca dejo de echar de menos lo otro. Por eso, trato de desahogar mi primera vocación dando rienda suelta a mis impulsos a través de los artículos que cuelgo en elapuron.com desde que este periódico digital salió a la red hace ahora cinco años. Conocí la historia de tu padre porque me la contó Juan, un profesor de Matemáticas que trabaja en el mismo centro que tu madre y que me refirió los detalles en un viaje a Las Palmas que ambos hicimos para asistir, junto a otros compañeros y compañeras docentes, a una jornada celebrada el 30 de abril, día en que el Atlético disputó la vuelta de las semifinales en Londres, motivo por el que regresé de allá antes de que acabasen las sesiones previstas, para poder ver el partido en compañía de mis hermanos y un par de amigos.
Supongo que te habrás dado cuenta de que en mi casa el Atlético es una especie de cuestión religiosa. Los tres hermanos procedemos de La Palma y es allí donde germinó nuestra pasión por el equipo colchonero, en el que en épocas pasadas militaron numerosos y buenos jugadores canarios, como bien te habrá contado tu padre, y que, al igual que tu abuelo, se marcharon a la Península en busca de la oportunidad que aquí se les negaba. Un vecino de mi abuela materna, Miguel González Pérez, ‘Fife’, es la verdadera razón de que hoy tanto mis hermanos como yo seamos hinchas rojiblancos. Miguel ‘El Palmero’, nombre con el pasó a la historia del Atlético de Madrid, era un centrocampista ofensivo fabuloso, internacional con España, ganó Ligas y Copas, y mi abuela lo recordaba de niño jugando descalzo en las calles de tierra del barrio de El Pintado. Luego, este chico, ya hombre, como su paisano Rosendo Hernández, entrenaba en el Metropolitano sin botas, porque así es como habían aprendido a tratar la pelota: con el cariño y la dulzura con que se seduce a una mujer. Y gracias a estos tipos, en Santa Cruz de La Palma, se sembró la semilla que ahora recogemos los que tienen mi edad. Confío en que este fin de semana iniciemos el corto camino que nos queda para alcanzar la gloria absoluta. Nos lo merecemos. Y tu padre, más que nadie, como eslabón que es, imprescindible, dentro de esta cadena que ya tiene ciento once años de cuentas preciosas. Estoy convencido de ello. Y si se nos dan mal todas las cartas habrá que levantarse con la cabeza bien alta y la convicción de que se ha hecho todo lo que estaba humanamente a nuestro alcance. Aunque el corazón me dice que no vamos a fallar. Seguro. Ya verás. Espero poder saludarte un buen día a ti y a tu madre y que tu padre nos firme, a mí y a mis hermanos, esa estampa que llevamos guardada en lo más profundo del corazón. Recibe un cordial saludo y un fuerte abrazo”
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