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El callejón
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El paripé

Hace tan solo unas horas se ha escenificado una ceremonia de inmolación, carente por completo de la grandeza absurda y suicida del hara-kiri, que ha tenido por protagonista al aún secretario general del Partido Socialista Obrero Español. En una comparecencia de prensa, preparada y medida al milímetro, Alfredo Pérez Rubalcaba ha anunciado su propia defunción como líder político de la oposición a un poder alrededor de cuya órbita no ha dejado de girar desde que entrase en uno de los postreros gobiernos (desnatados, descafeinados, desarraigados) del otrora líder del cambio en el seno de la joven y atrabiliaria democracia española, Felipe González Márquez, quien apenas hace unas semanas reclamaba una coalición nacional entre las dos principales fuerzas hegemónicas para salvaguardar la unidad y estabilidad del orden constitucionalmente establecido (y uno, que relee lo que acaba de escribir, se queda con ganas de cantar: "¡Ay, Felipe de mi alma! ¡Si contigo solamente yo soñaba!").

            La renuncia de Rubalcaba, que llega con más de dos años de retraso, no es sino el inevitable, pactado y acordado sacrificio que se han visto forzados a realizar, para salvaguardar sus compartidos privilegios, o sea, sus respectivos culos, los dos mastodontes (concatenación de comunes y oscuros intereses financieros, políticos y jurídicos, cuando no directamente criminales) que en perfecta alianza, enquistada y encastada en el sistema democrático como un huésped parasitario, vienen repartiéndose la tarta de la democracia en cuanto se puso punto final a la transición y unos y otros, con la connivencia de la jefatura del Estado, se quitaron de encima el incómodo lastre que suponía la figura amenazante de Adolfo Suárez.

            Pensar lo contrario es creer en la existencia de los OVNIS o, si lo prefieren, considerar que el presunto árbitro que pitó la última final de la Copa de Europa llevó a cabo su labor con total imparcialidad. Ustedes mismos.

            Ahora, una vez que por mandato de Emilio Botín y del resto de gerifaltes, que son los que de verdad llevan el timón de la nave y mueven a ministros y secretarios de Estado como (des)honestos titiriteros que deciden sobre las vidas y haciendas de Gorgorito y sus colegas en el retablo que por estas fechas se monta en el parque García Sanabria, han puesto en la picota el egregio busto del barbado doctor en Ciencias Químicas para contento de la muchedumbre de menesterosos que pagan religiosamente sus impuestos y sus hipotecas, ha llegado el momento de que la inmensa minoría, aquella a la que aún le queden apenas unos átomos de decencia y dignidad y esté dispuesta a superar las diferencias en beneficio de quienes están llamados a heredar el porvenir, dé un paso al frente y se aglutine y sume fuerzas en torno a una plataforma ciudadana plural, integradora, cívica, verdaderamente independiente y progresista, que intente hacer realidad lo que hoy parece imposible: que la democracia es la forma de gobierno menos mala porque es la única en la que el poder emana del pueblo.

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