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El callejón
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El eterno retorno

“Al mal tiempo, buena cara”, parece decir una y otra vez esta pegadiza canción del músico y productor norteamericano Pharrell Williams y con la que ya es número uno en medio mundo. ¿Quién dijo que la felicidad no puede ser contagiosa?

A mi padre, que a sus setenta años me ha confirmado la grandeza incontestable del Quijote como la más alta ficción novelesca que vieron los siglos y de Benito Pérez Galdós como el mejor prosista de las letras castellanas

            En las francas expansiones que conmigo tenía Segismundo, se quitaba la máscara hipócrita para revelarme con esta leal llaneza los móviles de su conducta:

-Ni tú ni yo, querido Tito, podemos esperar nada del estado social y político que nos ha traído la dichosa Restauración. Los dos partidos, que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos… Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria. ¿Crees tú, Titillo, en la revolución?

-Yo no -contesté resueltamente-. No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos, ésos que ya chillaban en los años anteriores al 68. La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, lustros tal vez, quizá medio siglo largo, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental.

 

Benito Pérez Galdós, Cánovas, capítulo XX

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