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El callejón
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The Lord of the Rings

Bill Russell, fallecido ayer a los 88 años, fue el primero de los grandes pívots en la historia de este deporte. Alto, de brazos interminables y dotado de una gran inteligencia táctica, el legendario jugador de Louisiana ostenta la marca imbatible de once títulos de campeón de la NBA. En esta instantánea, donde tapona un lanzamiento de los Sixers, detrás de Russell aparece su sucesor natural, Wilt Chamberlain, otro coloso en un deporte repleto de titanes.

Bill Russell, fallecido ayer a los 88 años, fue el primero de los grandes pívots en la historia del baloncesto. Alto, de brazos interminables y dotado de una gran inteligencia táctica, el legendario jugador de Luisiana ostenta la marca imbatible de doce títulos de campeón de la NBA. En esta instantánea, donde tapona un lanzamiento de los Warriors de Philadelphia, detrás de Russell aparece su sucesor natural, Wilt Chamberlain, otro coloso en un deporte repleto de titanes.

“El camino del hombre justo está rodeado por doquier por las injusticias del egoísmo y la tiranía del hombre malvado. Bendito aquel que en nombre de la caridad y la buena voluntad conduce al débil por el valle de las tinieblas, porque es en verdad su pastor y el guía de las almas perdidas. Y dejaré caer mi furia con gran venganza y terrible ira sobre los que intenten envenenar y destruir a mis hermanos. Y entonces sabrán que yo soy el Señor, cuando deje caer mi venganza sobre vosotros”

Ezequiel, 25:17

William Felton Russell vino al mundo el 12 de febrero de 134, en Monroe, un pequeño pueblo en el caluroso estado de Lusiana, en ese sur, entre paleto y cosmopolita, que recrean las novelas de Faulkner y los dramas de Tennesee Williams.

En ese contexto tan adverso, desde su misma niñez, Russell supo de primera mano que no lo iba a tener nada fácil debido al color de su piel: un día a su padre le fue negado el servicio en una gasolinera hasta que todos los clientes blancos hubieran sido atendidos y, cuando el buen hombre intentó marcharse y buscar otro establecimiento, el encargado de la estación le golpeó con la culata de su escopeta en la cara, amenazándolo de muerte con que se quedara y esperara su turno. En otra ocasión, su madre caminaba por la calle con un vestido elegante cuando un policía local se la encontró y la hizo regresar a casa para cambiarse el vestido ya que no podía ir vestida “como una mujer blanca”.

Por cosas así los Russell se trasladaron a Oakland, California. Allí, Kathy, la madre del joven que, ya anciano, fue distinguido, en 2011, con la Medalla de la Libertad, concedida por el presidente Obama, murió de un fallo renal poco antes de cumplir los 33 años de edad. Criado a partir de entonces por su padre, Bill Russell siempre tuvo a su progenitor como un héroe, ese hombre común que murió a decenas de miles en las costas de Normandía y en el frente occidental y en cuyo honor el compositor Aaron Copland esribiría su célebre fanfarria: “Nunca en mi vida sentí vergüenza por mi padre. Intenté recoger el máximo de su filosofía y añadir mi personalidad, aunque nunca llegué a su nivel”.

Russell asistió al Instituto McClymonds, donde no comenzó a sobresalir como jugador de baloncesto sino hasta los dos últimos años de secundaria, cuando ganó tres campeonatos estatales con el equipo. Luego, la única universidad que ofrecía una beca deportiva a Russell fue la Universidad de San Francisco, donde Russell jugó bajo las órdenes del entrenador Phil Woolpert. Junto a sus compañeros de raza, Hal Perry y K.C. Jones, Russell se convirtió en objeto de insultos racistas, tanto en su propia cancha como en los partidos de fuera. De hecho, en 1954, en Oklahoma City, ningún hotel quiso acoger a este equipo, que había acudido a disputar el All-College Tournament. Entonces, en un gesto de noble rebeldía cívica, el equipo entero decidió acampar en una residencia universitaria de estudiantes cerrada.

Russell lideró a la Universidad de San Francisco a los dos únicos campeonatos nacionales que ha conseguido, en 1955 y 1956, lo que incluye una racha de 55 partidos consecutivos ganados. Hazaña solo superada una década después por UCLA, entrenada por John Wooden y que tenía como center a un bambayo neoyorkino llamado Lew Alcindor, luego renombrado Kareem Abdul Jabbar.

Durante su etapa universitaria, Russell promedió 20,7 puntos y 20,3 rebotes en 79 encuentros. Su dominio fue tal que forzó a la NCAA a modificar varias reglas, las que vinieron a ser conocidas como las Reglas de Russell: se decidió ensanchar la línea de tiros libres de seis a doce pies, lo que obligaba a los pívots a jugar más lejos de canasta. También se convirtió en ilegal tocar el balón cuando este se encuentra en trayectoria descendente a canasta.

Además del baloncesto, Russell representó a su alma mater en competiciones de atletismo: en la carrera de 402 metros, pudiendo completarla en 49,69 segundos, y en salto de altura, donde fue elegido, en 1956, como el séptimo mejor saltador de altura del mundo. Ese mismo año, Russell ganó los títulos de salto de altura en la reunión amateur de Central California y del Pacífico y en la West Coast Relays, donde completó uno de sus mejores saltos, alcanzando los 2,06 metros, solo seis centímetros por debajo del registro del campeón olímpico aquel año.

En el Draft de 1956, el entrenador de Boston Celtics, Red Auerbach, había puesto sus ojos en Russell, pensando que su intensidad defensiva y su capacidad reboteadora eran lo que los Celtics necesitaban. Algo raro en aquella época, ya que entonces los pívots destacaban por su juego ofensivo y por prestar poca atención a la defensa. Tras intensas negociaciones, Auerbach se salió con la suya y apostó el futuro de la franquicia bostoniana a aquel negro largo como un día sin pan y con un salario altísimo. Además, en ese mismo draft, los Celtics también escogieron a K.C. Jones, compañero de Russell en San Francisco y que en los ochenta dirigió desde el banquillo a la última gran dinastía que ha conocido el Boston Garden (ya saben: Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parrish, Dany Ainge, Cedric Maxwell, Dennis Johnson…).

Al disputarse ese verano los Juegos Olímpicos de Melbourne, Russell hubo de retrasar hasta diciembre su incorporación al baloncesto profesional. En Australia lideró a una selección norteamericana que derrotó a sus rivales por una diferencia de 53 puntos por partido y que se alzó con la medalla de oro derrotando a la URSS por un apretado 89-55.

De vuelta a Boston y con el campeonato comenzado, Russell se las apañó, siendo un novato, para que su equipo consiguiera 44 victorias por solo 28 derrotas y una plaza de acceso a las eliminatorias por el título. En el primer partido de la primera ronda, ante Syracuse Nationals, liderados por el gran Dolph Schayes, Russell completó uno de los mejores partidos en su carrera: 16 puntos, 31 rebotes y 7 tapones. Los Celtics barrieron a los Nationals y con posterioridad se plantaron en sus primeras finales.

El resto es historia: entre 1956 (año del debut tardío de Russell) y 1966, el equipo timoneado desde los banquillos por el vanidoso y engreído Red Auerbach (en su favor hay que decir que hizo caso omiso a todas las voces que dentro y fuera del club le recomendaban que no fichara a jugadores de raza negra) se alzó con ocho campeonatos de la NBA de forma consecutiva. Algo que supera con creces a las cinco series mundiales de los New York Yankees (1949-1953), a los Montreal Canadiens con sus cinco Copas Stanley (1956 a 1960) y al Real Madrid de Bernabéu y sus primeras cinco Copas de Europa.

Russell fue consagrado como Jugador Más Valioso de la Liga en cinco ocasiones (1958, 1961, 1962, 1963, 1965) y 12 veces elegido para el All Star anual. Por otra parte, en 1966, un agotado Auerbach le propone el puesto de primer entrenador (sin dejar de jugar en la cancha) y así Bill Russell pasó a convertirse en el primer técnico de raza negra en la historia de la NBA. Completó tres extraordinarias campañas como jugador-entrenador y en la dos últimas (1967-1968 y 1968-1969) comandó a su equipo a la consecución del campeonato. Especialmente emotiva fue la temporada de su adiós, con 35 años, y en la que, contra toda lógica, unos avejentados Celtics consiguieron doblegar por sexta vez en las finales a Los Lakers, que desaprovecharon trágicamente el factor cancha en el séptimo partido y donde sus tres grandes estrellas Jerry West, Elgin Baylor y Wilt Chamberlain se quedaron con la miel en los labios tras remontar una diferencia en contra de más de veinte puntos: una afortunada canasta en los segundos finales de Don Nelson, que rebotó en la base del aro para entrar después a duras penas, terminó sumiendo en la más terrible desolación al glamuroso público del Fórum californiano.

La muerte de esta auténtica leyenda del deporte profesional ha sido muy bien definida por el actual comisionado de la Liga, Adam Silver: “Bill Russell ha sido el campeón más grande de la historia de los deportes colectivos”.

En su honor, desde 2009, el trofeo del MVP de las Finales lleva su nombre.

Para el recuerdo y ejemplo de dignidad quedan su participación en la marcha de 1963, en Washington, por los derechos civiles, junto a Martin Luther King; su aparición (al lado de otras personalidades del deporte, el cine y el periodismo) en la conocida Cleveland Summit, en 1967, para reivindicar el derecho de Mohammed Ali a ser reconocido como campeón del mundo de los pesos pesados, tras negarse a ser movilizado para ir a Vietnam; o la celebración en privado de su retirada, en 1969, junto a sus compañeros y técnicos, al entender que los “auténticos aficionados de los Boston Celtics se sentaban cada noche en el banquillo”. Y es que Russell llegó a sufrir el racismo en la misma ciudad que, décadas después, en 2013, levantó una estatua en su homenaje, frente al ayuntamiento de Boston.  Contrarios a aceptarle como uno de sus vecinos, a poco de instalarse en su casa en las afueras de un barrio de clase media-alta, unos energúmenos asaltaron su domicilio, causando numerosos desperfectos y llegando incluso a defecar en la cama de matrimonio.

Y es que el camino del hombre justo no sólo está rodeado de tribulaciones, sino de la incomprensión e intolerancia de ciertos homínidos que son incapaces de comportarse como sus semejantes.

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