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El callejón
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El ojo (del culo) del tigre

“Al vagabundo, que ama a España sobre todas las cosas, le duele ver que a España, desde hace trescientos o cuatrocientos años, se la vienen merendando, sin tregua ni piedad, la estulticia, la soberbia y la socarronería: ese gorgojo de tres patas que pudre las almas en las que hace su nido”

Camilo José Cela, Judíos, moros y cristianos

Desde el antiguo Egipto, que junto a Mesopotamia y Cataluña constituyen la fuente originaria de gran parte de las civilizaciones, se le atribuyen al ojo de tigre, piedra semipreciosa compuesta por distintos minerales, entre los que predomina el cuarzo, propiedades esotéricas de lo más benéficas. Debido a su llamativo esplendor y a la peculiar mixtura de sus destellos, con tonalidades pardas y amarillentas, la dominante ámbar recuerda a los arcanos y penetrantes ojos del mítico felino de piel rayada.

La fuerza, la energía y la agilidad de este solitario miembro de la estirpe panterina se relacionan con la buena fortuna y el aura protectora que, a lo largo de milenios, se le presuponen a la citada piedra: de tal forma que el ojo de tigre es amuleto que con frecuencia se emplea para combatir el llamado mal de ojo.

Uno, a tenor de los últimos acontecimientos que han puesto a nuestro país a los pies de los caballos de la fractura constitucional y a un cuarto de hora de un régimen de corte globalitario, lejos de recomendarle al hijo de doña Rogelia que mantenga esa equidistancia tan gallega, tan pusilánime, tan cobarde, de la que hace gala cada vez que abre la boca en una mínima abertura, que parece más bien rictus de incomodidad o de asco, le sugeriría que deje de jugar con el tiempo, que no perdona a nadie y menos a los indecisos y a los gandules, y que encare la realidad sin supersticiones, rodeos ni subterfugios de pésimo torero, que busca en la mesura y en la cautela el pretexto a su falta absoluta de coraje, y le diría que se deje de sortilegios, de lealtades y de mamarrachadas, que llame a las cosas por su nombre, aunque su sola evocación le resulten repugnantes, y le repetiría lo que in illo tempore un auténtico estadista (y no un funcionario de la Xunta) rugió a quien quisiera oírle: “Con un dictador no se negocia. ¿No hemos aprendido nada? ¿A cuántos tiranos tenemos que apaciguar para entender que no se detendrá? No puedes ni debes negociar con un tigre cuando tienes tu cabeza en su boca”.

Y, permítanme añadir, en tu caso, Alberto, más que en las fauces del tigre, tienes tu egregia testa de senador orensano en la oquedad estrecha del ojo del felino ano.

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