Se había terminado la sesión de entrenamiento y todos tenían caras largas. El habitual buen ambiente que reinaba a cada momento desde que la expedición llegó a Suecia se había disipado de un día para otro. El tiempo justo que dura un partido y los noventa minutos ante Inglaterra habían dejado el desabrido sinsabor de un empate a cero.
El Gordo Feola, que como futbolista no había pasado de discreto jugador paulista, tomaba notas en su cuaderno cuando se le aproximaron Didí y Nílton Santos, dos de los pilares de tal vez el mejor equipo de fútbol que jamás haya existido, y muy respetuosamente se dirigieron a su seleccionador, empleando las palabras justas.
-Míster, si mañana contra los rusos no juegan El Niño y Garrincha, nos tendremos que volver a Río -dijo Didí.
-Y nadando -añadió el bravo defensa de Botafogo.
El Gordo asintió en silencio. Y en silencio sus dos hombres se marcharon.
Feola podía tener sobrepeso. No ser un gran estratega. Ni siquiera era un competente orador. Pero no era imbécil.
A partir del día siguiente comenzó una historia que, como todas las grandes narraciones, tiene un poco de realidad y mucho de sublimación de lo real. Y como todos los grandes relatos, que terminan confundiendo lo vivido y lo mítico, carece de final, porque estos nacen de la entraña misma de la eternidad.
Martelero
Panem et circenses
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GALVA
Por lo menos eran unos caballeros…
Las actitudes de los argentinos en este Mundial, serian censuradas hasta por los más abyectos piratas…
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