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El callejón
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El penúltimo de la fila

Aterra pensar qué hubiera sido del cristianismo si en lugar de Jesucristo hubiese sido fundado por un cristiano”

Enrique Jardiel Poncela

Hoy hace dos años que enterramos al hermano mayor de mi padre. Con restricciones y mascarillas FFP2, que nos daban a todos un perfil siniestro, como sacados de un lienzo de Goya: inspirado a partes iguales en la peste negra y en las primeras películas de Almodóvar, que uno hoy revisita con sentimientos encontrados de hilaridad y ternura, que resultan idénticos a la impresión que causan los párvulos machangos dibujados por los nietos y que los abuelos cuelgan orgullosos en la puerta de la nevera, sujetos mediante imanes inanes.

Sometidos aún a restricciones y medidas de seguridad tan ineficaces como absurdas, esa mañana de Año Nuevo, en las estancias asépticas y minimalistas del tanatorio de Servisa (también conocido como el de IKEA), no pude besar a mi prima María y estrujarla entre mis brazos como hubiese sido mi deseo porque vivíamos todavía bajo la tiranía del miedo, que es una de las más antiguas y contundentes herramientas con las que los hombres se someten unos a otros.

La impotencia y la rabia de la situación, de una realidad que había saltado en mil pedazos para que despertásemos a esta pesadilla que ahora, casi treinta y seis meses después, amenaza con repetirse como el bucle en un relato de Philip K. Dick, me arrastraron a un llanto incontenible en el que desahogaba el dolor por la pérdida familiar y la consternación acumulada ante tantas muertes, tantas desdichas y tantas calamidades, hijas bastardas de la ineptitud, de la incompetencia y de la más criminal indiferencia.

Maldije entonces (y lo vuelvo a hacer) a los responsables, directos e indirectos, del desastre, y recordé el funesto papel que la Iglesia (de la que mi tío fallecido había sido siempre un feligrés leal que no devoto hasta el último de sus días) ha desempeñado en la crisis sanitaria desde que explotase en febrero de 2020, acatando sin rechistar la suspensión temporal del culto (bajo los preceptos de una normativa que luego se demostró abiertamente inconstitucional; por cierto, alumbrada por el mismo jurista impresentable que redactó y dio forma al indulto a los golpistas catalanes y que ayer prometió ante un pasmarote que lleva por nombre Felipe VI su cargo como vocal del mismo tribunal que le tumbó hasta tres decretos por ser abiertamente antidemocráticos) y poniéndose al servicio de los intereses globalitarios, uno de cuyos más sobresalientes portavoces es el mismísimo obispo de Roma, cuya encíclica Tutti Fratelli es un tutti frutti de consignas y eslóganes de la Agenda 2030, con la consistencia teológica y argumental del Libro Gordo de Petete.

Resulta sospechoso que el actual ocupante del trono de Pedro anunciase su voluntad de dejar el puesto, alegando problemas de salud (no será a causa de su exceso de trabajo pastoral, habida cuenta de las veces que ha dejado de desempeñar su función por incontables bajas y que su principal aliado ideológico lleva seis años criando malvas y ya no necesita de su asesoramiento espiritual, lo que le obligaba a viajar constantemente a Cuba), y no haya tardado el Vaticano en anunciar el fallecimiento de su predecesor. Tal vez la presencia de tres pontífices en activo era ya demasiado estrambote para la Curia, que tiene muchos más puntos en común con el Inquisidor que rechaza e ignora a Cristo, condenándolo a morir por segunda vez, en las páginas más inquietantes de Los Hermanos Karamazov, que al stárets Zosima, que aparece en la misma novela.

A Ratzinger, un extraordinario teórico y un pésimo sacerdote, lo apartaron del cargo para el que lo había designado Wojtyla (mediocre teólogo y magnífico sacerdote) en cuanto dio los más tímidos pasos en la dirección equivocada. La solución: recluirlo en lugar seguro (y sagrado) y reemplazarlo por un jesuita argentino que muestra más fe en Messi que en Santa Teresa de Ávila.

Más temprano que tarde el papa Pancho dará paso al siguiente.

Y muchos rezamos para que Antonio Sánchez acepte la sugerencia y se ponga las sandalias del pescador. Seguro que le quedarían tan bien…

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