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El callejón
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“¡Liberad al Kraken!”

Superados los tres años preceptivos para toda gran epidemia, considerada como tal en la era contemporánea, existe la impresión generalizada de que el terror inicial con que el COVID-19 fue acogido, una vez que se permitió con pasividad criminal su expansión irrefrenada por todo el hemisferio occidental, ha dado paso a un cierto hartazgo entre la ciudadanía, cuando no a una evidente indiferencia, aunque se anuncien nuevas y más peligrosas mutaciones del célebre bichito y las autoridades chinas hayan reabierto las fronteras, tras no poder ocultar su estrepitoso fracaso a la hora de reducir los contagios a la nada.

Pero, como bien dice el aforismo norteamericano del show business: “el espectáculo ha de continuar”. Y así, como por ensalmo, como quien no quiere la cosa, una nueva amenaza se cierne sobre nuestras maltratadas cabezas de ganado y ya está aquí una variante todavía más mortífera y devastadora.

Mientras las muchedumbres colapsan ambulatorios y urgencias con una infinidad de síntomas confusos (ya no se sabe si hemos cogido la gripe común, la gripe A, la gripe estacional, el síndrome de Estocolmo, el COVID o alguna de sus siniestras variaciones, o presentamos un cuadro equívoco de efectos contraproducentes generados por las dosis de la cura milagrosa: “¡No milagro, milagro, sino industria, industria!”, clamaba el atribulado Basilio, al resucitar inopinadamente en el hilarante capítulo XXI de la primera parte del Quijote), el rebaño aguarda, expectante y temeroso, la siguiente fase dentro de este simulacro de apocalipsis, especialmente concebido para quienes ignoran el libro revelado a Juan, en su destierro de Patmos, en cumplimiento de una pena inapelable, dictada por un antepasado remoto del flamante presidente del Tribunal Constitucional.

En este sentido, ya solo falta que alguien aparezca entre las sombras de tan grotesca, a la par que desquiciante tramoya, y apenas susurre, con voz queda, impostada y pumpidesca, algo así como: “¡Liberad al Kraken!”.

No obstante, que nadie se deje llevar por el desaliento o arrastrar por el pánico: ¿quién duda de que estamos en las mejores manos?

Consuela saber que, en medio de este caótico desconcierto, donde convergen, cual fuerzas malignas, el cambio climático, la guerra de Ucrania, la crisis energética, el imparable ascenso de la ultraderecha carpetovetónica, nazifascista, atávica, trumpista, bolsonarista, franquista y abascalesca, o la incalificable persecución procesal a un grupo de heroicos patriotas catalanes, nuestro amado líder, nuestro admirado presidente, nuestro prócer más providencial, sea capaz de eludir el implacable marcaje del tiempo y, a pesar de su apretadísima agenda (que le obliga a utilizar el Falcon para acudir en fecha y hora a todos sus compromisos, todos ellos tan inaplazables como trascendentales: desde un concierto de Serrat o la boda de un amigo, pasando por la cumbre del Foro de Nabos o el encuentro con Macron, en suelo neutral, hasta incluir un multitudinario mitin en Sevilla), logre la proeza de arrancar unos instantes al feroz Cronos y confraternizar y compartir un rato con un inofensivo y anónimo coro de felices jubilados al mismo tiempo que juega con ellos a la petanca.

Qué titán, qué hombre, qué derroche, qué suerte la nuestra.

Ti amo, Antonio.

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