Nació en el Puerto de la Cruz el 16 de mayo de 1913, hijo del palmero Federico Carrillo Lavers y de la tinerfeña María del Carmen González-Regalado y Pérez.
El 13 de junio de 1931 obtuvo el título de alumno de Náutica y el 3 de agosto siguiente embarcó, de prácticas, en el motovelero Guanchinerfe, y su primer viaje fue desde Santa Cruz de Tenerife a Las Palmas de Gran Canaria.
El 16 de diciembre del mismo año embarcó en el Río Francolí, para realizar las prácticas en buque de altura y permaneció a bordo hasta el 12 de junio de 1933. Se da la curiosa circunstancia de que, en la campana del molinete de este buque, figuraba grabado el nombre anterior de este barco, Florinda, que era como se llamaría su madre política y como posteriormente bautizará a la última de sus hijas. Dos días después, el 14 de junio de 1933, en Santa Cruz de Tenerife, volvió a embarcar de nuevo en el motovelero Guanchinerfe, por espacio de otros doce días para finalizar el periodo de prácticas.
Obtuvo el título de Piloto de Buques de Vapor de la Marina Mercante el 2 de marzo de 1934, tras examinarse en la Escuela de Náutica de Barcelona, y el 17 de octubre del mismo año embarcó como primer oficial en el carguero Santa Ana, de la flota de Álvaro Rodríguez López.
El 14 de enero de 1935 accedió al mando del Santa Rosa de Lima y el 17 de abril de 1936 pasó al Santa Ana.
El 7 de noviembre de 1937 embarcó como tercer oficial en el vapor León y Castillo, de donde pasó, movilizado -previo embarque de un mes en el carguero sueco, Alí, apresado por unidades nacionales- al crucero auxiliar Antonio Lázaro, en el que permaneció como segundo oficial desde el 23 de febrero de 1938 al 17 de mayo de 1939 y donde destacó por su participación en el salvamento de la tripulación del remolcador R-12.
Finalizada la Guerra Civil, en la que intervino en la Batalla del Ebro, nuestro hombre realizó un largo peregrinaje en los empleos de tercero, segundo y primer oficial en diverso barcos de Transmediterránea: Río Francolí, Dómine, Ciudad de Sevilla, Romeu, Sagunto, Cuidad de Mahón, Ciudad de Valencia, La Palma, Ciudad de Alicante, Vicente Puchol, Isla de Tenerife, Castillo de Simancas, Torras y Bages y Viera y Clavijo, del que desembarcó el 10 de marzo de 1945 para hacerse cargo de la plaza de práctico del puerto de Santa Cruz de la Palma. Había obtenido el título de Capitán de la Marina Mercante el 2 de marzo de 1941, en la Escuela Oficial de Náutica de Cádiz.
Contrajo matrimonio en Santa Cruz de Tenerife con María Jesús Trujillo Carrillo y de su unión nacieron siete hijos: María del Carmen, José Amaro, Miguel Ángel, María Jesús, Federico, Carlos y Florinda Carrillo Trujillo.
El 19 de abril de 1945 inició un periodo de dos meses de prácticas y el 17 de junio del citado año tomó posesión efectiva como práctico de la capital palmera. El 28 de noviembre de 1949 le fue concedido el ingreso definitivo en la Reserva Naval Activa (servicio de puente) como alférez de navío y con antigüedad de la fecha de nombramiento.
Sólo en una ocasión, hasta que se jubiló, cesó temporalmente en su puesto el práctico José Amaro Carrillo González-Regalado. Y se produjo el 25 de enero de 1973 cuando, por razones de salud, fue sustituido con carácter interino por su hijo Miguel Ángel Carrillo Trujillo, padre de quien firma estas líneas (con información obtenida de la obra de Juan Carlos Díaz Lorenzo, La Palma y el mar) y, a la sazón, también Capitán de la Marina Mercante.
Causó baja al cumplir la edad reglamentaria y pasó a la situación de jubilado, a partir del 31 de marzo de 1979.
Falleció en Santa Cruz de Tenerife el 15 de octubre de 1984, a la edad de 71 años.
Mi abuelo era un hombre menudo, de modales exquisitos y más bien introvertido, que se tomaba muy en serio su trabajo. Lo recuerdo, a punto de retirarse, haciendo crucigramas interminables en la mesa de su despacho, en su piso de la séptima planta del edificio Morera, justo frente a la bahía de Santa Cruz de La Palma, pendiente toda la noche de la llegada de algún barco. En invierno vestía jerséis de cuello subido, azul oscuro, y en verano iba siempre de blanco inmaculado, como el capitán de marina mercante que nunca dejó de ser.
En la gaveta de su escritorio guardaba caramelos de colores que mi hermano Míguel siempre le sacaba con la misma zalamería con la que su hija Daniela emplea con mi padre para ganarse alguna de las chocolatinas que éste guarda en una lata, junto a su sillón, que es una especie de trono sagrado (un poco como el sofá del padre de Frasier) que sólo las nietas tienen permiso para usurpar.
Mi abuelo, que tenía una mala salud de hierro, fumó demasiado y eso acabó pasándole factura. En sus últimos años tuvo que acostumbrarse a la incómoda presencia de una bombona de oxígeno, que estaba en pie, pegada a la pared, desplegando la sombra siniestra de la muerte, que es un ángel de alas oscuras y jamás sonríe.
Mi abuelo se fue muy pronto y casi no tuvimos tiempo de conocernos mejor. Siempre se comportó como un caballero y, junto a mi abuela María Jesús, hacían una de esas parejas modélicas que uno ya no reconoce sino en las películas norteamericanas de los años cuarenta. Con su sueldo se las apañó para criar y educar a siete hijos y en su mesa era frecuente que hubiese platos de más, ya que ambos (como sus entrañables vecinos, don Juan Capote y doña Loreto Álvarez) practicaban en el barrio de La Luz una suerte de cristianismo piadoso, desinteresado y compasivo, que la Iglesia recuperó con Juan XXIII, olvidó a lo largo de décadas y ahora, felizmente, ha vuelto a rescatar de la mano firme del Papa Francisco.
Mi abuelo, don José, dejó una profunda impronta en sus hijos e hijas y yo, que fui el quinto de sus nietos, me enorgullezco de llevar su nombre hasta el final de mis días y a la espera, sin prisas pero sin pausa, de reencontrarnos más allá del mar, entre los árboles.
jacarrillo
Y aquí les dejo, para aquellos interesados en el personaje, el enlace con otro texto colgado estos días en la red por otro de sus nietos, el doctor José Miguel Carrillo Santana:
http://melkarr.blogspot.com.es/
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PedroLuis
Bonitos recuerdos para “Don José”, bien traídos, como siempre, por su nieto don José. Enhorabuena.
Creo recordarlo, con ese “suéter azul marino” de cuello alto, saltando sobre las olas en la “chalana” del “Práctico”, cuando salía a la punta del muelle al encuentro de los “buques grandes”.
Este año la “lección” de la Apertura de Curso, la impartió un "marinero", catedrático de la Escuela de Náutica (o como se llame ahora). Muy amena, llena de datos de interés y cargada de vivencias personales, duras unas veces, poéticas otras. Como la mar encrespada bajo el cielo estrellado. Como los buenos marineros.
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pevalqui
Hermosa semblanza la de tu abuelo, que me ha hecho revivir episodios similares con mi padre, quien viajó en la Guerra Civil en el Isla de Tenerife. Tuve la ocasión en los lejanos años 60 de viajar a la Palma desde Santa Cruz de Tenerife, en algunos de los buques de la Transmediterránea que mencionas, concretamente en los de color negrito, el La Palma y el Viera y Clavijo. También.
recuerdo al Plus Ultra, Villa de Madrid, Ciudad de Huesca, de Teruel, de Cádiz, Ernesto Anastasio. En fin…
Por cierto, que para quesos buenos de por aquí, tenemos los de La Cumbre, los de Pajonales y los de Timagada. Casi tan buenos como el "queso blanco" palmero.
Saludos cordiales.
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spica
Tiene Vd. una muy buena memoria Sr. Pintao.
José Amaro tu abuelo estaría muy orgulloso de ti, sin duda. Ya lo estuvo en la poca vida que pudo disfrutar de sus nietos.
Gracias por el artículo y el recuerdo.
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ENANAPATUDA
AMÉN
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arodriguez
Sí señor, era un caballero. Retrato perfecto. Haces bien en enorgullecerte por llevar su nombre.
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Pintao
Me da Vd. pié, Don José Amaro, para que recuerdos juveniles me vuelvan de nuevo a la memoria a propósito de su abuelo que hace unas semanas recordaba como el distinguido señor que elegantemente vestido trepaba por las escalerilla de soga por la borda de los vetustos barcos que nos traían de Tenerife sin perder nunca la compostura por mucho mar de fondo que hubiera.
Pues verá, a propósito de la labor de cristianismo evangélico llevada a cabo con discreción y lejos de la beatería reinante, creo recordar que en la época de su residencia en La Avenida, cuasi en Las Planadas, era habitual ver que varias veces al año solían parar en la casa los Hermanos de San Juan de Dios, que tanto bien repartieron a la niñez desvalida de la Isla. "Obras son amores" decía el refrán, y hay gente que en vez de predicar, se dedican a dar trigo.
Un saludo.
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