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El callejón
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Nos sobran los motivos

Esta moción no te va a meter en el talego.
Eso nunca ocurrirá aunque ojalá.
Has jugado demasiado con fuego
y este pueblo no mira para atrás, ciego.
Ningún notario revisa lo que escribo
y esta letra contra ti la presentaré:
ahórrate el acuse de recibo.
Estas vísperas son las de después.
A este silencio tan huérfano de padre
voy a permitirle que taladre
tu corazón podrido de mentir.
Eres un pez que muere por la boca
y eres un loco que la realidad trastoca
cuyos ojos no lloran sino por ti.
Esta sala de espera sin esperanza,
estos sueños de un país que se consumió
entre el deseo de venganza
y que hoy es una empresa de mudanza
con los muebles del rencor.
Las campanas doblan en el campanario
por tanto muerto de crematorio,
tras sufrir su propio calvario,
condenado por tu negligencia de ruin sanitario,
tan hiero y falto de ser humanitario.
Tú y los tuyos no sois más que posaderas
de quienes están por encima de ti:
arrabal de putas sin primavera,
de cucas sin cremalleras,
ni nada de qué presumir;
lo vuestro son las casas de rameras
y las rayas de pétalos blancos
que aspiráis con los ojos glaucos
del color del dinero que exudan los bancos
a los que servís cual personajes de los Morancos.
Este martes y mañana
miércoles te darán macana
sin cesar aunque te rías de Abascal
y hagas de la oposición orinal.
Que estás tan maltrecho y ajado,
tan acabado y liquidado por derribo,
que por las arrugas de la voz
de Tamames se filtrará la desolación
de saber que estos no son
los últimos versos que te escribo.
Porque aunque nos sobran los motivos
para echarte, juzgarte y condenarte,
tú, que te eriges en juez y parte,
que la ley te pasas por cierta parte,
tras un ejército de jueces comprados
te pertrechas, de diputeros y peperos alquilados,
de un viejo y libertino rey destronado
y de su hijo, que lo es mas acobardado.
Esta ruina de estado desmembrado,
al que has vuelto a las cavernas
del odio y del pleito envenenado,
que por ti la legislatura es pena eterna
mientras se dispara la deuda externa.
Y no tendrás honor en la despedida
quien como tú muestra necedad desmedida
y gasta el dinero ajeno sin medida.
Y mis dedos sueñan que te señalan
a la par que de Moncloa te largan
(como heces que se descargan)
después de con España acabar
y por decenios su futuro hipotecar.
Que estás tan maltrecho y ajado,
tan acabado y liquidado por derribo,
que por las arrugas de la voz
de Tamames se filtrará la desolación
de saber que estos no son
los últimos versos que te escribo.
No abuses de mi pobre inspiración,
ni acuses de vil a mi corazón,
no niegues la desolación
de saber que éstos no son
los últimos versos que te escribo,
que aunque te aferres al estribo
para mandarte al averno
ahora que terminó el invierno
nos sobran los motivos.

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