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El callejón
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Antonio vs Joe Parte III

Los desesperados (y vergonzosos) intentos por parte del actual inquilino de la Moncloa (más acertadamente habría que hablar de okupa, habida cuenta de sus malas artes de demagogo de tercera; de vendedor apuesto y chulángano de sección de caballeros de El Corte Inglés de Preciados, solo apto para crédulos y crédulas, imbéciles e imbécilas, que los hay y muchos, muchas y muches, sesteando, medrando y mendicando a lo largo y ancho de esta zaherida Piel de Toro; y de las cuales se sirvió para entrar en el citado domicilio por la puerta de atrás, mientras su antecesor, estafermo inútil, pusilánime cobarde, rendía la plaza a la vez que le tiraban encima el colchón de sus miserias) de ser reconocido como alguien (él, que figurará en los libros de historia como un don nadie, patán iletrado, tipo ruin y presuntuoso, tal vez solo comparable a Fernando VII en arrogancia, vesania, rencor y dañina incompetencia, a la par que en felonía), por parte de una comunidad internacional infestada de parásitos y delincuentes de su misma ralea, alcanzan un grado de sonrojante y ridículo paroxismo en su lacaya, rastrera y constante genuflexión frente al máximo dirigente de la nación más poderosa del planeta.

Desde la década pasada de esta centuria ignominiosa, tal individuo lleva prestando sus onerosos servicios como agente activísimo del Nuevo (Des)Orden Mundial que se impuso a partir de los escombros de las Torres Gemelas y del muy rentable temor al terrorismo islámico, que no es más que otra excrecencia maligna auspiciada por los servicios secretos de siempre como tributo en sangre que alimenta al complejo industrial militar.

Dicho Orden, un auténtico caos perfectamente orquestado en la trastienda de la OTAN, no se trata, en realidad, de ninguna “Paz Perpetua” al estilo de la preconizada por Kant, ni siquiera se parece a la “Pax Augusta”. En verdad, las relaciones de unos con otros en el tablero de la geopolítica siguen escrupulosamente una siniestra hoja de ruta, promovida por intereses espúreos, de manera que una poderosa oligarquía, una plutocracia de mercaderes, traficantes y explotadores de la peor calaña, pretenden, a marchas forzadas, materializar la atroz pesadilla imaginada por Orwell en su 1984, con una población mundial reducida a la condición de mero ganado, al que se envenena, encierra o descuartiza a toque de consigna aunque, para ello, deba componerse un relato repleto de falacias y mentiras.

Aunque ya no se acuerde ni de la madre que lo parió, John Biden, que es solo un peón más en las garras afiladas de sus ilegítimos amos, fue contactado por su homólogo español, en la recta final de la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zetaparo (otro apóstol y precursor del globalitarismo y hoy comisionista de sátrapas y tiranos sudamericanos varios), y fue este fatuo y mediocre economista de economato (de una pereza incansable: por no redactar ni tan siquiera elaboró su tesis doctoral ni sus memorias, muchísimo más similares a las de Belén Esteban que a las de Winston Churchill) quien realizó labores de observador independiente (?) durante unos comicios celebrados entonces en el reino medieval de Marruecos, así como en el proceso de pacificación de los Balcanes, donde Sánchez, un poco más curtido en las lides diplomáticas, contribuyó con su bien remunerada neutralidad a la huida de algún que otro criminal de guerra. Fue en el curso de estas sesiones de negociación, celebradas en la más completa opacidad, donde Pedro desarrolló una más que rentable indiferencia ante el sufrimiento ajeno que, diez años después, habría de resultarle esencial para gestionar, con infame y fatídica desidia, la mayor crisis sanitaria a la que hubo de enfrentarse nuestro país tras el escándalo de la comercialización de aceite de colza desnaturalizado (cuyas desdichadas víctimas fueron rentabilizadas con precisión aritmética en las urnas por el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, a quienes, una vez aupados en la mayoría absoluta, ignoraron con la cruel vileza de dos granujas tan desalmados como ellos); al igual que para buscar apoyos parlamentarios por parte de las mismas fuerzas políticas malnacidas para destruir el endeble estado de derecho que decidimos otorgarnos allá por diciembre de 1978, uno de cuyos pilares fundamentales, la separación de poderes, está terminando de ser demolido por este cretino, por este insensato, por este demente, con la ayuda inestimable del Partido Popular.

El tercer encuentro en la cumbre, entre el presidente de EE.UU. y Pedro Sánchez Pérez-Castejón, quien de facto ejerce como jefe de estado, gracias a la dejación de funciones del auténtico titular, que no duda en lucir en la solapa, siempre que se lo ordenan, el pin de la Agenda 2030 (esa repugnante esvástica con forma de donut multicolor), con la misma estúpida y despreocupada complicidad con que su lejano pariente, Eduardo VIII de Inglaterra, frecuentaba a los jerarcas nazis en vísperas de la II Guerra Mundial, tuvo lugar este viernes, en una sala de visitas próxima al despacho en el que Bill Clinton mantenía sus escarceos sexuales con la célebre becaria y en el que ambos mandatarios intercambiaron breves alocuciones ante la prensa como quien cruza piropos y cumplidos por obligada (y fingida) cortesía.

Luego, lejos de los focos y de las cámaras, los dos colegas se supone que mantuvieron una conversación distendida en la que trataron temas de especial trascendencia, de importancia vital, para el porvenir no solo de ambos países, sino de la humanidad en su conjunto, del orbe terrestre e, incluso, del sistema solar y de la propia Vía Láctea.

Teniendo en cuenta el lamentable estado de ruina física y, más que nada, de confusión mental en que se halla el cuadragésimo quinto sucesor de George Washington y al que es frecuente verle tropezando con su sombra en un escalón, caerse de una bicicleta, manosear con asquerosa e impúdica procacidad a las niñas, dirigir la palabra a un interlocutor invisible (¿acaso estará charlando con alguno de sus ilustres predecesores en la Casa Blanca?) o confundir al conserje del Centro Deportivo Sociocultural Militar Paso Alto con el almirante Carrero Blanco, no es de extrañar que anteayer, a puerta cerrada, este anciano mezquino y depravado, se haya sumergido en un hermético silencio, mientras el otro le atizaba uno de sus soporíferos, insoportables, vacuos y eternos vaniloquios.

Es de suponer que el viejo, entre senil y enfurecido por no poder mandar al carajo a tan persistente pelmazo, haya fantaseado con romperle en toda la cara el ebúrneo busto del doctor Martin Luther King Jr. que presidía la reunión, ubicado sobre una discreta estantería, en la pared del fondo: algo que a uno (que admira al legendario reverendo, malhadado discípulo de Henry David Thoreau y de Mahatma Gandhi) le parece tan sacrílego y obsceno como colocar en la sala de juntas de la sede de Pfizer, en Nueva York, un retrato de San Damián de Molokai.

También es más que probable que a Biden, que es un individuo no menos miserable que su invitado y cuyo cerebro debe de tener la actividad neuronal de una lámpara de mesa de IKEA, le disuadiese de semejante idea el terrible hecho de no saber con exactitud si aquella oscura escultura corresponde a un mayordomo de su propia servidumbre (no olviden que este tipo procede de una rica familia terrateniente de Pensilvania), al careto jibarizado de su admirado Nat King Cole o a un funko pop de su amigo LeBron James.

Superado este leve arrebato de ira, el apergaminado y enjuto Joe, que es como Richard Straker, el anticuario que se instala en la mansión de los Marsten al inicio de El misterio de Salem’s Lot, de Stephen King, habrá continuado sumido en su sepulcral letargo, ignorante de la cansina retahíla que le endosaba, autista y autómata, el ilustre visitante, cual infatigable predicador que prosigue con su monótona salmodia.

A la conclusión de su monólogo, el próximo presidente de turno de la UE se marchó por donde había venido y se dirigió a los aparcamientos traseros del ala oeste de la residencia de su anfitrión, quien lo dejó solo ante los periodistas (tal y como estaba pactado) y fue en ese preciso instante en el que a Pedro no le quedo otro remedio que contestar a la pregunta sobre las candidaturas municipales de etarras. Y, por enésima vez, este mamarracho volvió a hablar de la pésima oposición que le ha caído en desventura (como si su suerte fuera mucho peor, en este sentido, que la del país al que se supone que gobierna); del incuestionable liderazgo de Biden entre las democracias occidentales; de la extraordinaria contribución de éste en la lucha contra el cambio climático y contra la Rusia de Putin (sí, ese monstruo del que todos estos canallas abominan aunque todos ellos, sin excepción, le compren petróleo y gas); y de que Bildu ha traspasado la mismas líneas rojas de la decencia (¿no suena paradójico que tú, precisamente tú, te obstines en pontificar sobre lo decente e indecente? ¿tú, indultador de golpistas, liberador de violadores y pederastas, consuelo de prevaricadores convictos y confesos, exhumador de cadáveres, benefactor de asesinos y eficaz sepulturero de más de ciento cincuenta mil compatriotas que te importan una mierda?) que él mismo lleva pisoteando desde que un pésimo día, un espeluznante día, un calamitoso día, el gilipollas designado por el partido para darle la patada en el culo y enviarlo de vuelta al puñetero agujero del que jamás debió haber salido decidió que a este psicópata sin escrúpulos había que darle una segunda oportunidad.

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