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El callejón
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De esta guisa celebraron (de izquierda a derecha) Cecilia y Daniela Carrillo Herrera y Nerea y Ainara Carrillo González su primer título de Liga como seguidoras del Atlético de Madrid la gloriosa mañana del pasado 18 de mayo.

Dedicado con un cariño muy especial al amigo Pedro Luis Pérez de Paz, a quien animo a superar el duro repecho que se ha interpuesto en su modélica trayectoria tanto personal como profesional

Escribe el eterno rebelde derrotado, Francis Scott Fitzgerald, que "no existen segundos tiempos en la vida de los norteamericanos". Lo que viene a ser algo así como el reverso WASP (o sea, White, Anglo-Saxon and Protestant) del refrán castizo de "segundas partes nunca fueron buenas". A buen seguro que muchos (a los que les encanta arrogarse el infausto rol de agoreros) habrán tenido parecidos pensamientos desde que se hizo, más o menos oficial, el retorno del futbolista Fernando Torres al club que lo vio nacer, crecer y partir tras la búsqueda de mayores metas que hacer el ridículo un domingo sí y otro también.

En efecto, no han faltado (ni faltarán) los que consideren que esta vuelta del héroe que precisamente empieza a estar de vuelta de todo no es más que una eficaz estratagema para vender camisetas y desviar la atención de unos resultados deportivos que -siempre según la opaca y florentina visión de estos mismos expertos- no están siendo, por ahora, los esperados, amén de servir para pacificar los ánimos entre los aficionados del Manzanares, inmersos en el cisma y la crispación sobrevenidos después de la infame muerte del hincha del Deportivo de La Coruña.

No será un servidor quien trate de responder a tales argumentos, ya que, en el fondo, algo de razón tienen todos: los que recelan de este fichaje y quienes lo bendicen. Porque a nadie con dos dedos de frente se le escapa que Torres, que vuelve transcurridos siete años y medio de su marcha, no es el de entonces, aunque tampoco nosotros somos los mismos, y que el club, que -recordemos- está en manos de unos mercachifles de baja estofa y peor reputación, necesita un nuevo señuelo con el que distraer a la masa social y, de paso, ingresar unas cuantas perras en las hambrientas arcas de la entidad, fiscalizadas por Hacienda con idéntico celo con el que Cerbero guarda las puertas del infierno.

Sin embargo, uno, que ya empieza a tener una cierta edad para estas cosas, prefiere ver la botella medio llena y considera que el regreso de Torres no es tanto el retorno del hijo pródigo como la constatación de que no todo se compra con dinero: y, sobre todo, el afecto, el sentido de pertenencia a una comunidad (llámenla familia, clan o tribu, son caras de una misma identidad plural) y la convicción de que te quieren porque eres (y lo has demostrado con creces) uno de los suyos.

Al observar estos días, en la distancia, las largas sesiones de fotografías y firmas de autógrafos a las que un sonriente Fernando se ha brindado tras las sesiones de entrenamiento, a la intemperie, en el crudo invierno del Cerro del Espino, me he convencido de que con su vuelta, más viejo y más sabio, lo que el futbolista busca es justamente todo ese calor y candor humano que tanto ha debido de echar de menos, esa cordialidad y camaradería, ese cariño verdadero que está por encima de los triunfos deportivos y que es lo único que tendría que importar en este mundo tan miserablemente resultadista.

Lo resumió maravillosamente, con esa lucidez espontánea sólo al alcance de los niños y de los locos, un pibe de nueve  o diez años que el pasado miércoles, mientras se sacaba una foto junto a su ídolo y éste le estampaba su firma en un papel, le dijo con total desparpajo:

"Oye, Fernando, ¿te vienes esta tarde a casa a merendar?"

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