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El callejón
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El león y Míster Sabas

el-circo

A Antonio Abdo, in memoriam

El viernes 22 de enero de 2010 se cumplían setenta y cinco años y un día de uno de los episodios más insólitos, peculiares, hermosos y desdichados (a mi juicio, este acontecimiento simboliza y preludia toda la crueldad e insensatez de la posterior guerra civil) dentro de la larga, ilustre y fértil singladura de la ciudad de Santa Cruz de La Palma, cuando la repentina escapada de su jaula de uno de los cinco leones pertenecientes al Circo Yugoeslavo concluyó con el acribillamiento de la feroz criatura y con la súbita muerte del domador y director de la citada troupe circense, Sabas Djordjevic, víctima de un síncope fulminante, según la versión facilitada entonces por los miembros de las fuerzas de orden público que intervinieron en la resolución del incidente, a saber: Guardia de Asalto y Guardia Civil. Con motivo de tan singular efeméride y a iniciativa de la abogada, historiadora y cronista oficial de Los Llanos de Aridane, María Victoria Hernández Pérez, el profesor y escritor, Anelio Rodríguez Concepción, ofreció una magnífica conferencia en la abarrotada sala de la Casa Salazar.

En un ameno, documentado y habilísimo ejercicio de oratoria, el poeta y narrador reconstruyó tales hechos con la minuciosidad y el suspense propios de toda buena intriga policial, al mismo tiempo que hacía recuento de las motivaciones y peripecias personales que, en primer lugar, le empujaron a escribir la ficción literaria (el relato El león de Mr. Sabas, publicado en 2004) y, a continuación, le incitaron, presa de una fascinación que quizás tenga mucho más de predestinación que de elección voluntaria, a rastrear y escarbar durante cinco años entre la dispersa genealogía del señor Djordjevic, hasta dar con su única descendiente viva: su hija Lola, una nonagenaria domadora de leones que consumió sus días (había fallecido el año anterior) en una roulotte del Circo Coliseo, propiedad de su sobrino Lale.

La irresistible atracción que esta preciosa historia despertó en el autor de Relación de seres imprescindibles, a raíz del casual descubrimiento de la deteriorada lápida del fallecido domador, en el cementerio de la capital palmera, mientras se encontraba en compañía de su tío, el pintor Francisco Concepción, es perfectamente comprensible. En 2005, en plena Bajada de la Virgen, tuve la oportunidad de leer el referido cuento y la fuerza casi hipnótica del suceso, acertadamente recogida en el corto espacio de unas pocas páginas, me arrastró (literalmente) a escribir el guion de un mediometraje, bajo el mismo título que el relato original, que terminé meses después, consciente de que muy probablemente esta película nunca se filmaría, aunque con la satisfacción completa del que trabaja en algo en lo que cree, por el puro (e impagable) placer de hacerlo.

En este caso, fiel a la leyenda transmitida de generación en generación, concebí una ficción cinematográfica que se situaba en los últimos días del mes de enero de 1935. Como cada año, la llegada del Circo Toti a Santa Cruz de La Palma, con su modesto trasiego de carretas y jaulas, de música y banderitas de colores, atrae una vez más la atención de niños y adultos, de grandes y chicos. Aunque, en esta ocasión, a las atracciones habituales (el hombre forzudo, los acróbatas, el tragasables, la trapecista, el oso panderetero, los payasos) hay que sumar un nuevo y espectacular número: la presencia de un fiero león devora-hombres, conocido como Sandokán, cuyo intrépido domador no es otro que Míster Sabas, quien, desde hace muchos más años de los que indican los programas de mano, dirige el Circo Toti, en estrecha colaboración con su hermano Pedro. Sin embargo, no tardamos en descubrir que el temible Sandokán no es otro que el veterano y desgastado Bubú, un viejo león que lleva recorriendo, junto a su fiel Míster Sabas, la geografía de la España remota y ajena a los calendarios, durante más de una década. Como un mal presagio, Bubú se muestra algo cansado e inapetente antes del debut en la Isla, lo que despierta la desconfianza de su también veterano preparador.

Efectivamente, en el transcurso de la primera función de esa misma tarde, en medio del número más esperado, se cumplen los peores augurios del domador y Bubú se escapa de la carpa del circo, para sorpresa y pavor del público, que huye en estampida. De inmediato, se organiza la captura del felino por parte de los miembros de la Guardia Civil y de los operarios del Circo Toti, comandados por el propio Míster Sabas. Durante su breve deambular por la ciudad, Bubú se convierte en un paseante solitario entre calles desiertas. Hasta que, finalmente, cansado de vagar por un territorio que le es por completo desconocido, el león termina echándose en una explanada, a las afueras del pueblo.

Allí es donde dan con él los agentes del orden y los empleados del circo. Y, a pesar de los denodados esfuerzos del domador por disuadir a los guardias y conseguir el indulto para la bestia, que en ningún momento ha mostrado agresividad alguna, en una escena sobrecargada de tensión y de violencia contenida, los efectivos de la Guardia Civil terminan aniquilando al bicho, ante la impotencia y el dolor de su mentor y amigo, que es golpeado en un vano y postrero intento de evitar la ejecución.

La arbitraria muerte del animal acaba ocasionando una sucesión de acontecimientos imprevistos (como el robo del cadáver de la fiera, de las dependencias municipales, a fin de evitar que fuese disecado) que desembocan en un desenlace necesariamente trágico, con el que se sellaba esta fábula circense, llena de humanidad y de ternura.

Y hasta aquí, mezclados al aleatorio capricho del guionista, ingredientes verídicos e imaginarios (por ejemplo: la solitaria muerte del domador en el interior de su modesta caravana, presa del abatimiento), otra versión del curioso sucedido, algunos de cuyos detalles (hechos, circunstancias y personajes) fueron modificados y otros añadidos para enriquecer la realidad mítica de la cual se partía.

Pero volvamos a la verdad revelada el 22 de enero de 2010. Con la prudente y ajustada parsimonia que en él es un don natural, sin prisas pero tampoco sin demora, Anelio Rodríguez llevó de la mano a su atento y expectante auditorio que, medio subyugado, medio sobrecogido, retrocedió más de medio siglo para revivir (unos pocos) y descubrir (los demás) toda la energía y toda la magia que posee tan conmovedora anécdota. Así, no es de extrañar que entre el público asistente se escuchasen susurros, comentarios en voz muy baja e incluso suspiros entrecortados, apenas reprimidos, cuando el conferenciante, en los instantes finales de su charla, desentrañó la auténtica verdad, cerrando con ello setenta y cinco años de silencio y especulaciones.

Según el fascinante relato trazado con aplomo y un admirable sentido del tempo dramático por el novelista palmero, después de desdecirse y desmentir que su padre muriese de un agónico zarpazo de Sultán (exacto nombre del rubicundo felino), Lola Djordjevic le reconoció entre lágrimas, a él y a un cariacontecido y estupefacto Juan Francisco Capote, quien le había acompañado hasta la localidad gallega de Carballo, al objeto de hallar la versión definitiva de la historia, que Míster Sabas había caído “como un valiente”, alcanzado por una bala perdida, que le atravesó el abdomen, mientras trataba de evitar que disparasen sobre su león, un imponente ejemplar, amaestrado y dócil, que había adquirido en el zoológico de Belgrado unos años antes.

Las emocionadas palabras de esta anciana desvelaban así un secreto que su familia estuvo guardando con extremo celo a lo largo de todo este tiempo, al entender que la muerte del empresario circense había sido el fatal y fortuito resultado de una desgraciada casualidad. En una evidente y presumible situación de desamparo, a la compañía de artistas errantes del Circo Yugoeslavo no les quedó otro remedio, en 1935, que dar por válida la falsificación del involuntario homicidio que las autoridades difundieron con todo lujo de detalles por medio de los periódicos de la época, en tanto que, a nivel popular, empezó a circular el rumor (vigente durante más de medio siglo) de que el malogrado domador había fallecido del disgusto, de la pena inconsolable que la pérdida de su indómita criatura le había causado.

La hipótesis de un corazón roto por el dolor es la que Anelio introdujo en el cuento con el que, sin pretenderlo, emprendió una intensa y apasionada búsqueda aún no concluida. Porque, como él mismo apuntó en el curso de su emotiva y formidable exposición, la realidad suele ser mucho más rica, inverosímil y estimulante que la más fantástica de las ficciones.

De hecho, a lo largo de los meses posteriores a la citada charla, el escritor palmero se embarcó en la redacción de un libro que, tras numerosas revisiones y reescrituras, terminó cristalizando en una criatura de difícil catalogación (en ella convergen la crónica novelada, la ficción periodística y la memoria personal proyectada en un doble sujeto colectivo: la familia universal del circo, representada aquí por la saga Djordjevic, y la ciudad de Santa Cruz de La Palma, encarnada con nombres y apellidos en diversos personajes que sirven de testigos así como de hilo conductor del relato), que hubo de hibernar casi una década, en un cajón del ordenador, hasta que el merecido éxito editorial de Historia Ilustrada del Mundo le permitió ver la luz, en el último trimestre de 2019.

Editada por Pre-Textos, Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y su admirable familia del Circo Toti no gozó del mismo grado de aceptación que su predecesora y, en gran parte, ello se debe a que su presentación y distribución a nivel nacional se vieron dolorosamente frustradas por la crisis sanitaria que, meses después, hizo que todo saltara por los aires. Ya nada ha vuelto a ser igual. Y ya nada será igual.

Mis hábitos lectores (y mi condición profesional de periodista y docente) han hecho de mí un cliente asiduo de toda clase de librerías. Dichos establecimientos han experimentado desde comienzos de la presente centuria una paulatina extinción, condenadas por la exigua demanda (limitada, a grandes rasgos, a las campañas de inicio del curso escolar y a las inevitables y atropelladas compras navideñas); por la competencia abusiva de los centros comerciales (que pueden abaratar los precios de los libros con la misma desfachatez con que rebajan el pescado congelado o la fruta o conservas de origen marroquí) y por la implantación mucho más reciente de una empresa distribuidora de volúmenes, con oficina central en Málaga, y que cuenta con un par de centros de reparto (me niego a llamar tiendas a lo que, en realidad, son un mero almacén absolutamente enmascarado) en la isla de Tenerife. Fue a través de este servicio de expendeduría cómo conseguí, antes incluso que su autor, un ejemplar de Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y su admirable familia del Circo Toti, cuya lectura, apresurada, expectante, completé en un par de días, dejándome la impresión, en su conjunto, de que se trata de una pieza bien acabada, bien construida, pero que no llega a conmover con la misma intensidad que el testimonio real, físico, vívido, de la historia original. Tal vez porque la verdad, a veces, para cobrar fuerza no necesita ni la precisión, ni el ritmo, ni la musicalidad impostada de la palabra escrita.

Al finalizar el libro, con el que, por otra parte, su artífice ponía fin a una larga peripecia literaria, a la vez que saldaba una deuda (una especie de restitución moral) con su principal protagonista y con su familia, decidí volver mis pasos a la ficción que había escrito catorce años atrás y, con ayuda de unas cuantas lecturas adicionales (entre ellas, la imprescindible Biografía del Circo, de Jaime de Armiñán), me lancé, en pleno confinamiento, a la reelaboración de aquel guion de mediometraje, animado por las nuevas secuencias que habría de añadir, al trasluz del precioso material que la Historia de Mr. Sabas me proporcionaba. Reconozco que jamás me hubiese animado a ello si no hubiese tenido en la cabeza a Geraldine Chaplin bajo la piel de Lola, la anciana hija del domador, única superviviente del trágico suceso que le costó la vida a su padre: la idea me la dio la propia actriz en su rol de gitana en la muy olvidable El hombre lobo (2010), de Joe Johnston, última (y calamitosa) aproximación de la Universal al mito del licántropo, donde se malograba un montón de dinero y rozaban el ridículo actores de la talla de Benicio del Toro, Anthony Hopkins y Hugo Weaving, y de cuya quema tan solo salía libre de toda culpa la hija mayor de los ocho vástagos que Charlot tuvo con su última esposa, Oona O’Neill, la encantadora mujer que le devolvió la fe en la especie humana al artista más extraordinario del siglo XX.

Escrito y concluido hace ahora justo tres años, mientras empezábamos a duras penas a salir de un tiempo aciago y profundamente oscuro, este libreto resulta mucho más sólido y complejo que su primera versión (de la que no he querido expurgar una parte innegable de su ingenuidad primigenia), debe sus posibles aciertos a su primer progenitor (Anelio Rodríguez Concepción) y todos sus defectos a quien firma estas líneas.

Por último, la dedicatoria (y el luctuoso y triste hecho que la motiva) está plenamente justificada. Si hace dieciocho años me sentí con fuerzas de meterle mano a tan increíble como desdichada historia fue, en buena medida, gracias a que Antonio Abdo fue el primer molde humano en el que me inspiré para concebir a Míster Sabas. Reitero por tanto mi eterno agradecimiento y admiración no solo al irrepetible actor (a su vez, maestro de actores y actrices) sino también al entrañable personaje que, por desgracia, nunca llegará a interpretar.

***

SECUENCIA 0 BOSQUE RURAL EXTERIOR/DÍA

De negro

La imagen se abre en iris hasta mostrar un plano general, en blanco y negro (así será hasta que se indique lo contrario), del follaje y arbustos de un bosque. De entre los matorrales, emerge un ejemplar de león macho de presencia magnífica. Este da unos pasos cortos, mientras avanza impasible en dirección a la cámara, que describe un lento desplazamiento en travelling out que nos descubre, en primer término, a un grupo anónimo de milicianos: sudorosos y con sus uniformes polvorientos, con evidente temor, apuntan con sus fusiles Máuser a la fiera que se dirige hacia ellos. El oficial al mando, que ha sacado el revólver de la cartuchera, les hace una seña en silencio y comienza a contar hasta tres con los dedos de su mano izquierda. Pero, justo antes de terminar, uno de sus hombres, con el rostro encendido de excitación, le indica con la mirada y con un rápido movimiento de cabeza que fije su interés en un punto situado fuera del encuadre.

El oficial dirige sus ojos hacia el lugar señalado y aborta la orden de disparo porque detrás del felino, a unos pocos metros de su cola, irrumpe por sorpresa una figura menuda y valiente. Se trata de una joven, de piel morena, cabellera oscura y recogida en un pañuelo, de pies descalzos y tobilleras, vestida con indumentaria zíngara y que porta en su mano derecha un látigo, que no tarda en hacer restallar en el aire, al punto que llama la atención del animal con FUERTES VOCES EN UN IDIOMA EXTRANJERO.

El león gira sobre sí mismo y observa a la chica, quien golpea la punta del látigo sobre el suelo. Tras unos segundos de incertidumbre, la bestia termina echándose sobre sus patas traseras y extendiendo las delanteras hasta adoptar la postura de una esfinge.

La joven, que exhibe una mezcla de temeridad e indiferencia, se acerca al felino a quien le acaricia la parte superior de la cabeza con naturalidad. Su mirada transmite una familiaridad indisimulada, un cariño evidente hacia la fiera que se traduce, sin embargo, en frialdad y resquemor en cuando la chica levanta los ojos y contempla en la distancia al grupo de soldados que la siguen desde la más completa estupefacción.

El león responde a las caricias de ella con un ronroneo inequívoco, dócil, que es como la rendición de la selva ante la autoridad de su única soberana.

A negro.

Título: El león y Míster Sabas

Una fábula circense

SECUENCIA 1 CARAVANA INTERIOR/DÍA

De negro

La cámara, que realiza un lento travelling in, se adentra en el corazón de una moderna caravana, que cuenta con todas las comodidades. El mobiliario es escaso pero coqueto. Domina el encuadre un sofá cama en el que está sentada, encogida, una anciana de unos noventa años. Frente a ella, sin que podamos verle el rostro, hay un hombre con abrigo que parece tomar notas en un cuaderno. Una serie de planos cortos nos ofrecen en detalle las fotografías y retratos que hay repartidos por toda la estancia. En una de estas fotos reconocemos a la joven domadora aparecida en la secuencia anterior, luciendo en este caso un atrevido conjunto de dos piezas y en piel de leopardo.

LOLA

(Enjuta, apergaminada, la profusión de oro en brazaletes, anillos y collares, le otorga el aura de una deidad hindú y la leve sombra de maquillaje refleja la resistencia obstinada a desaparecer de alguien que en el pasado perturbó con su belleza exótica a muchos hombres. Sus ojos, cristales opacos por sendas cataratas, centellean con el brillo escalofriante de una gata en alerta permanente. La mujer se sirve de un bastón con empuñadura de marfil para mantener a raya al mundo)

Aquellos soldados nos pararon en mitad de la carretera y nos robaron algunas cosas. Tenían más hambre que nosotros. Había una cajita de plata donde mi madre guardaba las fotos del circo y se la llevaron: con las fotos y todo. También se llevaron una diadema forrada de seda que yo siempre me ponía cuando hacía equilibrios sobre el caballo. Y qué sé yo qué más nos robaron. Estaban desesperados, hambrientos. Llevaban días sin comer. La guerra es eso. Es lo peor. Peor que la enfermedad, peor que el hambre. Ah, porca madonna… Se llevaron hasta la máquina de coser y una cristalería completa. Y no se llevaron al león porque yo les planté cara. Querían matarlo a balazos para después despedazarlo y comérselo. Hasta ese extremo arrastra la guerra a los hombres. Pero yo me planté. ¿Sabe? En ese momento, salió el carácter de mi madre, su temperamento. Ella era muy femenina, parecía una actriz de cine, pero nos protegía como una leona a sus cachorros. Eso de que el león es el más fiero de los animales es un camelo. El animal más valiente y con más coraje es la hembra. Ella es la que va a cazar, la que mantiene a salvo a la camada. Los machos, como la mayoría de varones, son unos cobardes. Y usted, perdone…

ENTREVISTADOR

(Con una discreta sonrisa de asentimiento)

No se preocupe… Estoy de acuerdo…

LOLA

Por eso pude hacer lo que hice. Si aquel león hubiera sido una hembra, no me habría ni acercado. Eso lo aprendí de mi padre, que era un hombre muy valiente, el más valiente que he conocido.

(Por un segundo parece que la anciana va a sucumbir a la emoción y la voz se le entrecorta. Tal vez para evitar que la cosa vaya a mayores, el ENTREVISTADOR, con agilidad felina, le lanza otra pregunta)

ENTREVISTADOR

¿Cómo se hizo su padre domador de leones?

LOLA

Después de perder el trabajo que tenía en un circo, porque los toros con los que trabajaba envejecieron, montó su propia compañía junto a sus hermanos. Y se recorrieron toda Italia, de arriba a abajo, y todo el sur de Francia. Y más tarde se vinieron a España, donde mi padre formó una familia. Y el circo creció y creció. Y una vez, en Málaga, alguien le propuso ir a Casablanca a comprar camellos, para hacer un número con ellos. Una vez allí, se subió a la joroba de uno, para aprender a manejarlo, pero el bicho se puso furioso y empezó a brincar y mi padre cayó al suelo, bum, como un saco; tragó arena y todo, y juró que no quería volver a ver aquellos animales en su vida. Y entonces, cuando estaba a punto de volver a España, donde lo esperábamos, un cazador español le ofreció unos leones recién traídos del Senegal. El cazador le dijo: “Te enseñaré a tratarlos como si fueran gatitos”. Y así fue. Al cabo de unos meses, mi padre aprendió todo lo que hay que saber para domar a los leones.

ENTREVISTADOR

¿Cuántos ejemplares llegaron a tener en el circo?

LOLA

El circo es nuestra casa y los animales son parte de nuestra familia. Llegamos a tener tres leonas y dos leones. Pero todo cambió a partir de lo que sucedió en Canarias.

ENTREVISTADOR

Lo que nos vuelve a llevar al incidente ocurrido en enero de 1935, en Santa Cruz de La Palma…

(Se produce un silencio tenso, algo embarazoso)

LOLA

El tiempo es una mentira, la peor, es como la guerra: lo destruye todo… A mi edad, ya empiezo a confundir las caras, los nombres, los lugares… Pero cómo olvidar… Porca madonna… Llegamos a la isla el verano anterior. Nos trataban muy bien en Canarias. Eran nuestros cuarteles de invierno… Es como si lo volviera a ver todo con estos ojos…

La mujer golpea con cierto nerviosismo el suelo de la caravana con el bastón, cuya empuñadura, en primer plano, es la última imagen de esta secuencia.

SECUENCIA 2 PLAZA DEL PUEBLO EXTERIOR/DÍA

De negro

Primer plano de un bastón que es golpeado sobre el pavimento de una plaza.

La plaza está aparentemente vacía hasta que por el lateral derecho del encuadre surgen un puñado de niños, algunos descalzos, que corretean delante de una especie de desfile. EN OFF ESCUCHAMOS EL SONIDO DE UNA PEQUEÑA ORQUESTA QUE INTERPRETA UN ALEGRE PASACALLE.

No tardamos en ver a la comitiva. La encabeza un señor bajito, que es quien porta el bastón que acabamos de ver siendo golpeado contra el suelo y va vestido como el maestro de ceremonias de una compañía circense. Le siguen los miembros de la orquestina, todos ellos ataviados con su uniforme de gala: hay un músico que lleva un bombo con platillos, un acordeonista, un saxo alto, un violín, un trompeta y un clarinetista. A continuación aparece una pareja de acróbatas que no dejan de hacer cabriolas y de subirse uno en los hombros del otro y viceversa. Cierra el cortejo un hombre musculoso, de complexión atlética y notable altura, ataviado con una piel de leopardo, que arrastra con toda su fuerza un carro sobre el que hay una especie de caseta, cubierta por una lona.

El señor bajito agita el bastón como si dirigiera a la pequeña orquesta.

A una señal de éste, los músicos acometen el final del pasacalle que están interpretando. LA MÚSICA CESA y la comitiva se para. El hombre corpulento que arrastra el carromato exhala un espectacular bufido al detenerse y, a continuación, deja el eje del carro apoyado sobre el suelo.

MÍSTER TOD

(Dirigiéndose a los curiosos que empiezan a concentrarse en el lugar)

¡Señoras y señores! ¡Niños y niñas! Me complazco en anunciarles que una vez más, como cada año, el Gran Circo Yugoeslavo, fiel a su cita con los ilustres habitantes de esta no menos ilustre ciudad, ha llegado hasta aquí para traerles, nada más ni nada menos, que la magia del mayor espectáculo del mundo… La aclamada familia de artistas, Sabas y Pedro Georgevich, ha preparado para ustedes una exquisita selección de sus números más extraordinarios y que ya han sido admirados en las más importantes ciudades de Europa…

El maestro de ceremonias da otra indicación a los dos acróbatas, quienes realizan nuevos y malabares movimientos ante la mirada atenta de los niños. SE OYEN ALGUNOS APLAUSOS.

MÍSTER TOD

¡Y como muestra de lo que les digo aquí tienen un magnífico ejemplo! ¡Los célebres hermanos Borgini! ¡Capaces de ejecutar las acrobacias más increíbles que jamás haya visto el ojo humano! ¡Los hermanos Borgini!

Los dos acróbatas terminan su exhibición ENTRE LOS TÍMIDOS APLAUSOS DEL PÚBLICO.

MÍSTER TOD

(Acercándose hasta el hombre musculoso)

¿Y qué decir de Hércules? Ningún titán puede doblegar la fuerza de su brazo…

El forzudo flexiona los antebrazos para mostrar sus contundentes bíceps.

MÍSTER TOD

(Tocándole el bíceps con la punta de su bastón)

¿Ven? Lo que les decía… Puro granito… Nuestro Hércules es capaz de levantar hasta tres veces su propio peso… Es un superhombre al que nada ni nadie pueden vencer. ¿No es así, Hércules? (El forzudo sonríe con ingenuo orgullo) Aunque, bueno, tal vez como el gran Sansón, nuestro Hércules también tenga su punto débil y quizás su duro corazón de piedra se derrita ante su Dalila particular, ¿no?… (MÍSTER TOD guiña con disimulo un ojo al forzudo, éste le responde guiñando un ojo con cierta torpeza) Al fin y al cabo, todos los mortales tenemos nuestro talón de Aquiles…

MÍSTER TOD se acerca hasta el carromato, la lona nos impide ver qué es lo que se transporta en él. Unos niños se acercan hasta la carreta y tratan de mirar por debajo de la lona pero, inmediatamente, MÍSTER TOD los aparta, con mucha discreción, haciendo uso de la delgada punta de su bastón.

MÍSTER TOD

(Junto al carromato)

Muy bien, señoras y señores… Niños y niñas… El Gran Circo Yugoeslavo está de nuevo en la ciudad y con él regresan los colosales números que ya conocen: como Bonifacio Turpin, el más audaz de los tragrasables, el hombre que no le tiene miedo a nada… Ni siquiera al miedo. O Edna Lamour, la más bella y elegante trapecista que haya surcado jamás el cielo de una carpa de circo… Por no olvidar a Bulba, el oso panderetero, directamente llegado de la mismísima estepa rusa. Él y su entrenador, el gran Miguel Romanov, vienen de actuar ante lo mejor de la aristocracia centroeuropea… (Muy discretamente, para que ningún espectador se dé cuenta, el maestro de ceremonias da dos golpes con su bastón en la parte baja del carromato) Aunque me imagino lo que todos seguramente se estarán preguntando… (Girándose hacia la carreta) ¿Y qué nueva y extraordinaria atracción trae ahí oculta el Gran Circo Yugoeslavo? ¿Qué maravilla nos prepara la aclamada compañía de Sabas y Pedro Georgevich? Lamentablemente, nos está prohibido mostrarla antes de la función, pero les garantizo que se trata de una de las experiencias más emocionantes que hayan podido tener en sus vidas… Créanme si les digo que jamás se ha visto nada parecido por estos contornos…

Otro par de niños se acercan con sumo cuidado hasta el carromato e intentan descubrir qué hay debajo de la lona.

MÍSTER TOD

(Que observa la maniobra de los chicos, pero éstos están lejos de su alcance)

Repito: créanme cuando les digo que no habrán visto nada igual en sus vidas… ¡Ejem! Aunque tal vez… tal vez sí lo hayan visto en sus sueños… O, mejor dicho, en sus peores pesadillas… (El hombre empieza a manifestar un cierto nerviosismo y eleva el tono de su voz) ¡Ejem! Nunca y cuando digo nunca es que nunca han visto ustedes nada igual… ¡Jamás!

Justo cuando los niños están a punto de ver lo que hay debajo de la lona, DEL INTERIOR SE ESCUCHA CON ABSOLUTA CLARIDAD EL RUGIDO IMPONENTE DE UN LEÓN. Asustados, los niños dan un respingo hacia atrás. UN MURMULLO DE ASOMBRO SE OYE ENTRE EL PÚBLICO. De forma instintiva, el coro de espectadores da unos pasos hacia atrás.

MÍSTER TOD

(Recuperando el temple, con la misma teatralidad)

¿Ven? ¿No se los había dicho? Lo que aquí traemos no se parece nada a algo que ustedes hayan podido ver antes. Ahí dentro, encerrado tras gruesos barrotes, está nada más ni nada menos que el rey entre reyes… ¡Él es Sultán!… ¡Uno de los leones más feroces que jamás hayan paseado su poderío por la sabana africana!… Créanme, razón tienen aquellos que dicen que de todas las criaturas nacidas de la mano de la Divina Providencia, ésta es la más egregia de todas… Él es el rey absoluto de la selva y, como todo monarca, Sultán no acata la voluntad de nadie… De nadie salvo del único hombre que ha sido capaz de domeñarlo… Su maestro y cuidador: Míster Sabas… Por eso no podemos exponerlo aquí, ante las miradas de todos ustedes… Conviene dejarle descansar tranquilo y no enfurecerle, porque si se enfurece su rabia es la fuerza más devastadora y descomunal que existe en el universo mundo…

Las palabras del maestro de ceremonias son interrumpidas POR OTRO PROLONGADO RUGIDO, ante el desconcierto y el miedo del público.

MÍSTER TOD

(Dirigiéndose a la troupe)

En fin, muchachos, creo que ya es hora de regresar… Me parece que Sultán empieza a tener hambre. Ya es la hora de su almuerzo…

HÉRCULES, el hombre forzudo, vuelve a cargar con el carromato y los músicos se preparan para tocar otra tonada.

MÍSTER TOD

(Dirigiéndose a los espectadores)

Ya lo saben, señoras y señores… Niños y niñas… Hoy jueves, a partir de las cinco de la tarde, tienen ustedes una cita con el mayor y más extraordinario espectáculo del mundo… ¡El Gran Circo Yugoeslavo! ¡No lo olviden! ¡Esta misma tarde!

Con otro leve gesto de su bastón, MÍSTER TOD indica a la orquestina que vuelva a tocar. Ésta REANUDA EL ALEGRE PASACALLE DE ANTES y la comitiva, encabezada de nuevo por el maestro de ceremonias, reemprende la marcha hasta salir por el lateral izquierdo del encuadre, seguida por una procesión bulliciosa de chiquillos.

Fundido encadenado

SECUENCIA 3 CARAVANA INTERIOR/DÍA

De fundido encadenado

El alegre PASACALLES DE LA ORQUESTINA continúa oyéndose en pantalla, al mismo tiempo que la anciana, LOLA GEORGEVICH, tararea la melodía con la triste y desafinada letanía de una carraca descompuesta. La mujer balancea la cabeza al ritmo de la música que solo ella escucha en una gaveta recóndita de su memoria. De pronto, se detiene. Sonríe por vez primera y continúa su relato sin la menor inflexión en su voz.

LOLA

Llegamos en barco. Era pleno verano. Y montamos la carpa y el campamento muy cerca del puerto. Era una carpa grande y reluciente, recién comprada a un comerciante moro en Tetuán. Al parecer, había pertenecido a un circo alemán cuyo director se había arruinado jugando a la ruleta en Montecarlo. Allí la dejaron, como un fardo, en fianza. Luego, la dichosa carpa estuvo dando tumbos por el sur de Francia hasta recalar en el almacén de un prestamista judío en Marsella, que se la endosó al segundo oficial de un mercante, que contrabandeó con ella hasta el norte de África. Mi padre decía que esa carpa era un poco nuestra patria: el hogar portátil de una familia de artistas viajeros… Ah, porca madonna, he vuelto a irme por las ramas…

(Extendiendo su bastón hasta rozar su extremo con una de las rodillas del ENTREVISTADOR)

Usted no sea tan caballeroso e interrúmpame, que no le quiero hacer perder el tiempo…

ENTREVISTADOR

Descuide… Todo lo que me está diciendo me interesa. Me contaba que llegaron a Santa Cruz de La Palma en verano de 1934…

LOLA

Éramos una compañía extensa. Casi un centenar de personas, sin contar con los animales, todos amaestrados: leones, caballos, perros, un oso, palomas y hasta un burro sabio, Chispa, que se comunicaba moviendo el hocico en silencio. En el circo trabajábamos todos: mis hermanos, mis primos, los artistas, los mozos… Allí todos arrimaban el hombro. Mi padre, que nunca se metió en cuestiones políticas, que procedía de Belgrado y que no había hecho otra cosa desde muy niño que trabajar en la calle para ganarse la vida, que hablaba cinco o seis idiomas, repetía a menudo que éramos la cooperativa perfecta porque todo el dinero pasaba por las mismas manos, las de mi madre, Rosa, que era quien administraba las cuentas, y que gracias a ella, a Rosa, el negocio florecía.

(LOLA vuelve a sonreír al evocar la figura materna)

Su buen tino para los números nos proporcionaba los recursos suficientes para poder desdoblar la compañía, de manera que, una vez instalados en la capital de la isla, donde montábamos el cuartel general, un grupo reducido nos desplazábamos al interior, por auténticos caminos de cabras, para llevar una pequeña parte de nuestro espectáculo a los pueblos más alejados. Eso hicimos entonces en La Palma y permanecimos en la capital hasta después de Navidad.

Fundido encadenado

SECUENCIA 4 CUARTELILLO GUARDIA CIVIL INTERIOR/DÍA

De fundido encadenado

Primer plano de la primera hoja de un calendario de 1935: enero. El calendario cuelga de una pared en el interior de una pequeña oficina y con escasa luz. Apenas destaca en la pared una ventana escueta. Junto a ella hay un perchero, del que cuelgan dos capas y dos tricornios. Cerca de éste se encuentra un armero en cuyo interior se guardan varios mosquetones. En el centro de la oficina hay un escritorio algo envejecido y, sobre él, un teléfono y una underwood con un papel en el rodillo. Sentado tras el escritorio, un guardia golpea las teclas muy lentamente, con ambos índices. Junto a él, sentado a la izquierda, otro guardia mata el tiempo quitándose los padrastros de sus uñas con un cortaplumas. Los dos guardias tienen una edad similar: poco más de veinte años. En el lateral derecho vemos una puerta entreabierta al despacho del teniente: en su interior no hay nadie.

MARCIAL

(Cortándose los pellejos de las uñas, sin mirar al compañero)

No sé por qué te empeñas en ser tan minucioso…

LEOCADIO

(Golpeando con torpeza, una a una, las teclas de la máquina de escribir)

Es que ya sabes cómo se las trae el teniente para estas cosas. Los informes los quiere perfectos y que no falte ni una coma…

MARCIAL

Bah… Total, si eso no se lo va a leer nadie…

LEOCADIO

(Levantando la vista del rodillo, interrumpiendo por un momento el martilleo)

Ya, pero basta con que en la Comandancia haya otro teniente como el susodicho, de los que les gusta leer hasta el último punto y aparte, para que a nosotros se nos caiga el pelo, porque luego estos cabritos son de los que dan parte a la superioridad, ¿eh? No te vayas a creer tú…

LEOCADIO reanuda su labor de mecanografía.

MARCIAL

(Que sigue con su particular manicura)

Con tal de un ascenso, estos son capaces de todo… Si lo sabré yo.

LEOCADIO

(Se detiene)

Por ciento, Marcial, tú que lo sabes todo… ¿Embriaguez termina en ‘zeta’ o en ‘ese’?

MARCIAL

Muchacho, tú no te vuelvas loco… Lo que faltaba ahora es que encima tengas que escribir como un académico… Bah, tú di que Antonito estaba rascado y ya está…

LEOCADIO

(Indeciso)

Pero es que si pongo eso no lo van a entender… Van a pensar que le picaba algo o… Yo qué sé.

MARCIAL

¡Coño, Leocadio! Parece mentira, pues di que estaba borracho y que se puso faltón o farruco, como lo prefieras…

LEOCADIO

(Que vuelve a escribir)

Ya, ya, tú lo ves todo muy fácil, pero al teniente le gusta que usemos las palabras con propiedad…

MARCIAL

(Que deja de escarbar entre los dedos y mira a su compañero)

Por Dios, Leo, por favor… Entre tú y yo… Los dos sabemos de qué pata cojea el teniente…

LEOCADIO

Ya, es muy fácil decirlo, sobre todo si él no está delante…

MARCIAL

(Que sopla levemente sobre los dedos de sus manos)

Mira, Leo, ¿sabes lo que te digo? Que tú y el susodicho pueden irse a un lugar que yo me conozco… (Se levanta y coge el auricular del teléfono. Con el dedo índice de su mano derecha marca dos cifras) Me aburres…

LEOCADIO

(Sin mirarle, con la atención puesta en la máquina)

Yo sí sé quién te va a mandar a ti a ese mismo lugar dentro de un momento…

MARCIAL

(Con el auricular en la mano, esperando la respuesta al otro lado del hilo)

Bah… Si a ésta la tengo yo en el bote. Si yo quiero, come de mi mano… (Al otro lado, por fin alguien contesta) Buenos días, señorita Montse, ¿cómo está? (La expresión del guardia adopta un risueño tono de coquetería) Sí, el cabo Peña, para servirle a Dios, a usted y a quien haga falta… (El guardia sonríe al comprobar que su broma surte el efecto deseado) ¿Ah, sí? Pues aquí también estamos muy atareados. Tenemos mucho trabajo… Sí, sí, demasiado… Bueno, ¿por fin se pensó lo de mi invitación para esta tarde? Porque precisamente unos amigos míos que la han visto me han dicho que es una película muy divertida… Sí, él está guapísimo y ella también… Sí, sí, ya le digo, la sensación del año. Todo el mundo habla maravillas… (De pronto, la sonrisa de MARCIAL se convierte en una mueca de sorpresa desagradable) ¿Qué?… No… No me diga… (LEOCADIO, que se ha dado cuenta de que los planes de su compañero empiezan a torcerse, deja de escribir y le mira con una sonrisa un poco maliciosa) Ya… Ya… Lo entiendo, sí… Oh, no se preocupe, sí… (La cara de MARCIAL adopta ahora un rictus de forzada afabilidad) Podemos ir otro día, claro… Por supuesto… Seguro que sí… Descuide… Bueno, sí, sí, faltaría más… Adiós, adiós…

El guardia cuelga con furia contenida. Al mismo tiempo, y sin que MARCIAL se haya dado cuenta, LEOCADIO prosigue con la escritura a máquina del informe.

MARCIAL

(Permaneciendo de pie, al lado de su colega)

Bah… Mujeres… No hay quién las entienda…

LEOCADIO

(Tecleando, sin levantar la vista)

Te lo dije, te ha mandado a cierto sitio…

MARCIAL

(Contrariado, sarcástico)

Ja, ja, ja… ¿Te crees muy gracioso, verdad?

LEOCADIO

(Concentrado en la mecanografía)

¿Y qué excusa te ha dado? Porque muy buena tiene que ser para renunciar a Clark Gable… A todas les chifla ese bigotudo…

MARCIAL

Pues yo no le veo nada, con esas orejas de ratón que tiene… Pero, bueno, el plan no estaba mal. Primero el cine, después un paseíto hasta la Alameda, ya sabes…

LEOCADIO

(Que ahora sí que deja de escribir para hablar directamente con él)

¿Y por qué no quiere ir contigo? ¿Se va a quedar en casa?

MARCIAL

(Conteniendo su rabia)

Ojalá… Ojalá fuera porque se queda en casa. Pero no, no es por eso…

LEOCADIO

(Incapaz de ocultar su curiosidad)

¿Entonces?

MARCIAL

Es ese cretino de López…

LEOCADIO

¿De López?

MARCIAL

(Con evidentes signos de contrariedad)

Sí, de López, de López… De Felipito López, el músico…

LEOCADIO

(Asintiendo con la cabeza)

Ah, ya…

Una vez satisfecha su curiosidad, LEOCADIO continúa su labor de pasar a máquina el dichoso informe, mientras su compañero empieza a pasear dentro de la oficina como un tigre enjaulado.

MARCIAL

(Profundamente indignado)

Debí suponerlo… Claro, cómo no me había dado cuenta antes… Ah, estas mujeres son el demonio… Y encima ¿sabes por qué razón me deja plantado a mí para salir con ese muerto de hambre? (LEOCADIO niega con la cabeza) Pues para irse al circo… ¡Chúpate ésa! ¡Al circo! ¡A quién se le ocurre! ¡Ni que fueran niños!… Resulta que el guanajo ése de López la ha invitado al circo… ¡Tócate las narices! ¡Yo le ofrezco dos butacas en platea para ver en primera fila al tolete ése de Clark Gable y a Claudete Colbert y va ella y prefiere el circo!… No, si ya me lo dijo mi madre, que con esa chica no intentara nada…

LEOCADIO

(Pellizcando de nuevo curioso)

Ah, ¿sí?… ¿Y por qué esa chica no le gusta a tu madre?

MARCIAL

Bah, cosas de las mujeres, que son todas unas desconfiadas… A mi madre le da por decir que, como Montse es telefonista, se pasa todo el día con el teléfono en la mano y como mi madre piensa que por el teléfono sólo se dicen ordinarieces… ¡El circo! ¡Eso sí que es una ordinariez! (Con sarcasmo) ¡Ja, ja, ja! Si no fuera por el cabreo que tengo parecería un chiste… El músico y la telefonista se divierten con los números del circo…

LEOCADIO no lo puede evitar y se le escapa una carcajada que sorprende a su airado compañero. MARCIAL está a punto de decir algún exabrupto cuando, de repente, por la puerta de la oficina entra el TENIENTE HERRERA. Impecablemente uniformado, lleva puesto su tricornio. Es un hombre delgado, algo enjuto, que aparenta tener unos treinta y tantos años.

TENIENTE

(Con absoluta seriedad)

Buenos días…

Los dos guardias de cuadran ante su superior. LEOCADIO incluso se pone de pie.

LEOCADIO Y MARCIAL

Buenos días, mi teniente…

El TENIENTE HERRERA pasa en dirección a su despacho pero, justo antes de entrar en él, se gira sobre sí mismo.

TENIENTE

(Dirigiéndose a Leocadio)

Fernández, veo que sigue usted con ese informe.

LEOCADIO

(Azorado)

Sí… Sí, señor…

TENIENTE

Pues termínelo cuanto antes, que tampoco es cuestión de que pierda todo el día con esa minucia… A ver, cabo Peña, ¿y usted qué estaba haciendo?

MARCIAL

(Temeroso)

Yo, señor… Lo, lo, lo que usted mande…

TENIENTE

(Expeditivo)

Pues ya es hora de que mueva usted el culo… Salga ahí fuera y dese una vuelta… ¿No sabe que hoy hay función especial del Circo? A finales de mes, levantan el campamento y embarcan rumbo a la Península… Están quemando sus últimos cartuchos y hoy creo que van a sacar a todas las fieras… (De nuevo, el TENIENTE hace ademán de entrar en su despacho pero, en el último momento, vuelve para atrás) Ah, por cierto, necesito que uno de ustedes dos vaya a la función de esta tarde. Es la matiné y habrá muchos niños y con todos esos bichos… No quiero problemas… (EL TENIENTE se queda mirando unos segundos a ambos guardias, como sopesando la decisión) Irá usted, Peña.

MARCIAL

(Sorprendido)

¿Quién, yo?

TENIENTE

Sí, usted… No pretenderá que vaya mi señora madre, ¿verdad? ¿Para qué cojones está usted aquí, si no?… Irá usted… (Dirigiéndose a LEOCADIO) Y, a ver, Fernández, haga el favor de aligerarse con ese puñetero informe…

Ahora sí, el TENIENTE entra en su despacho, DANDO UN SONORO PORTAZO. MARCIAL se queda de pie, completamente paralizado por las órdenes que le acaban de dar. LEOCADIO, por su parte, se sienta de nuevo ante la máquina de escribir. Parece que esté a punto de romper en una estrepitosa carcajada que, a duras penas, logra controlar. MARCIAL lo mira con evidente rabia.

SECUENCIA 5 CAMPAMENTO DEL CIRCO EXTERIOR/DÍA

El campamento del Gran Circo Yugoeslavo es la modesta trastienda de un circo pobre, de un circo de provincias al que da vida una encantadora familia de artistas errantes. Por lo tanto, aquí no hay espectaculares roulotes, ni grandes jaulas con animales de los cinco continentes. Aquí, justo en la parte de atrás de la carpa del circo, sólo hay un par de carretas y el trasiego inevitable de los artistas en su quehacer cotidiano.

En segundo término vemos a los HERMANOS BORGINI, a los que ya conocemos, haciendo prácticas de malabares con unos bolos; mientras sobre una barra de equilibrio, instalada a tres metros del suelo, se ejercita una joven con malla: la misma que apareció en la primera secuencia. Se trata, por tanto, de LOLA GEORGEVICH.

En primer término encontramos a MÍSTER SABAS, el domador de leones, que está sentado en una butaca junto a su criatura, el viejo león al que familiarmente todo el mundo conoce por el nombre de BUBÚ. MÍSTER SABAS es un señor calvo, de una edad indefinida, y con una obesidad oronda. Los mejores años de MÍSTER SABAS han quedado atrás. Algo parecido le sucede al león que, si bien no aparenta tener tanta edad como su domador, ha perdido el esplendor y la envergadura del joven felino que un día fue.

Al inicio de la secuencia, el león permanece recostado a los pies de MÍSTER SABAS, quien lo sujeta con una gruesa cadena y le acaricia el pelo con ternura paternal.

Del interior de una de las carretas sale una mujer portando un cubo. Con el pelo revuelto y la piel pálida, viste un kimono un tanto estropeado y unas zapatillas de felpa. De unos cuarenta años, la mujer, que tiene el pelo moreno recogido en moño, muestra energía en mitad del trajín mañanero.

ROSA ORBICH

(Que se detiene justo debajo de la barra de equilibrio y dirige una mirada de desaprobación a la joven que está entrenando sobre ella)

Por Dios, LOLA, ¿por qué no te bajas de ahí y le echas una mano a tu padre?…

LOLA

Ya lo he hecho, madre, luego padre me dijo que podía subirme a practicar un poco.

ROSA ORBICH

(Con gesto de cansancio)

Sí, sí, siempre te sales con la tuya… Porca madonna…

La señora avanza hasta llegar adonde se encuentra MÍSTER SABAS con su león.

ROSA ORBICH

(Deteniéndose junto al domador)

Buenos días, Marco…

MÍSTER SABAS

(Que no alza la vista para responder)

Buenos días, Rosa…

ROSA ORBICH

(Que repara en el detalle de que el domador sigue acariciando al león)

¿Le pasa algo a Bubú?

MÍSTER SABAS

(Mirando a la mujer)

No sé, pero me tiene preocupado… Apenas ha comido en los últimos días…

ROSA ORBICH

(Quitándole gravedad al asunto)

El pobre estará cansado… Como todos nosotros…

MÍSTER SABAS

(Asiente sin mucha convicción y continúa las caricias)

Será eso… ¿Es eso, Bubú? ¿Estás cansado, chico?

El león no ofrece ninguna respuesta. Permanece inalterable bajo las caricias de su beluario. La mujer los observa durante unos segundos y después los deja solos para ir a buscar el agua para su higiene personal.

Por su parte, MÍSTER SABAS se limita a seguir acariciando al león.

Por toda respuesta, el león se limita a EMITIR UN LEVE RONRONEO, como si fuera un gato mimoso, satisfecho de tan delicadas y familiares caricias.

SECUENCIA 6 COLA DE ENTRADA A LA CARPA DEL CIRCO EXT./DÍA

Una larga fila de espectadores hacen cola para entrar a la carpa del Gran Circo Yugoeslavo. La mayoría son padres que acompañan a sus hijos. Todos guardan turno con ciertas dosis de paciencia. En la cola encontramos gente de todos los estratos sociales: matrimonios de postín, con niños repelentes que llevan un globo atado a un hilo y con niñas cursis que saborean, golosas, nubes de azúcar; trabajadores con indumentaria modesta que llevan del brazo a sus novias, ellas vestidas con sus mejores galas; adolescentes ociosos, enchaquetados y con corbata; y variopintas parejas.

Durante unos instantes la cola pierde su simétrica compostura porque en medio de ella irrumpe con estrépito uno de los mozos del circo, que lleva tirando de las orejas a dos muchachos de corta edad. SE ESCUCHA UN MURMULLO DE QUEJAS Y DE DESAPROBACIÓN ENTRE LA GENTE, que ya empieza a impacientarse.

MOZO

(Tirando fuertemente de las orejas de los dos chiquillos)

¡Aquí no queremos gorrones! ¡El que quiera ver el espectáculo que pase por taquilla, como todo el mundo!

GOLFILLOS

¡Ay, ay, ay!

El mozo se lleva a los dos chicos, CUYOS LLORIQUEOS CONTRASTAN CON LAS CHANZAS Y LAS BURLAS DE LA GENTE QUE ESPERA EN LA FILA.

Hacia la mitad de la cola una pareja centra nuestra atención. Ella es una joven morena (delgada, unos dieciocho años) que lleva un vestido largo, de una sola pieza, sin muchas pretensiones. En las manos sostiene un discreto ramo de rosas. A su lado, la acompaña un chico moreno (también delgado, de edad similar) que luce un traje de domingo oscuro, un poco desvaído por el uso (y por la falta de posibles).

MONTSE

(Mostrando el ramo con coquetería)

Desde luego, señor López, mire que molestarse en traerme estas flores…

FELIPE LÓPEZ

(Un tanto avergonzado)

Bueno, verá, pensé que le gustarían…

MONTSE

(Con desparpajo)

¡Claro que me gustan! ¡Me encantan! Lo que le digo es que usted no tenía por qué… Encima de que me invita a la función… No sé… Me parece que es un abuso por mi parte…

FELIPE LÓPEZ

(Exhalando un ligero suspiro de alivio)

Que va a ser un abuso, señorita. Para mí es todo un honor agasajarla. Esta tarde es usted mi invitada.

MONTSE

(Sonriendo con coquetería)

Pues sepa usted, señor López, que por mi parte yo me siento muy halagada con sus atenciones… (Acercando la punta de su nariz al ramo) ¡Qué bien huelen! Tiene usted un gusto exquisito. Además, me deja usted sorprendida. ¿Cómo sabía usted que éstas son mis flores preferidas?

FELIPE LÓPEZ

(Con una sonrisa de orgullosa satisfacción)

Bueno… Uno también tiene sus secretos, señorita. No pretenderá usted que revele cuáles son mis fuentes de información…

MONTSE

(Que le sigue el juego)

¿Ah, sí? Pues no sabía yo que a ustedes, los músicos, también les da por el espionaje… Vaya, vaya, a partir de ahora tendré mucho cuidado con lo que salga de estos labios…

FELIPE LÓPEZ

Descuide, señorita. Faltaría más… No olvide que está usted ante todo un caballero.

MONTSE

(Que vuelve a sonreír con coquetería)

Ya, ya… Eso no lo he dudado en ningún momento, señor López. De lo contrario, tenga usted por seguro que ahora mismo servidora no estaría aquí…

FELIPE LÓPEZ responde con otra sonrisa de complicidad a las palabras de ella.

Por el lateral derecho de la fila se aproxima el guardia civil MARCIAL PEÑA. Trae cara de pocos amigos. La SEÑORITA MONTSE se da cuenta de su presencia justo cuando éste pasa junto a la pareja.

MONTSE

Buenas tardes, señor Peña…

El guardia, que no la ha visto, se detiene y gira la cabeza hacia atrás.

MARCIAL

(Mirando atrás, entre los espectadores de la cola)

¿Sí? ¿Quién me llama?

La SEÑORITA MONTSE lo saluda agitando levemente la mano. El guardia la reconoce enseguida y el rostro se le enciende con una sonrisa que, no obstante, se apaga bruscamente, al descubrir que la SEÑORITA MONTSE no está sola. MARCIAL se acerca hasta la pareja con educada corrección y hace la debida reverencia ante la señorita.

MARCIAL

Buenas tardes, señorita Montse.

MONTSE

Buenas tardes, caballero…

El CABO PEÑA se queda mirando fijamente a FELIPE LÓPEZ que, sin poder ocultar cierto embarazo, esboza una especie de media sonrisa, a modo de saludo. La chica se da cuenta de la penetrante mirada que el guardia dirige a su acompañante.

MONTSE

¿Se conocen?

MARCIAL

(Gélido)

Creo que no.

FELIPE hace un movimiento de negación con la cabeza pero no pronuncia palabra.

MONTSE

(Intentando limar asperezas)

Pues permítanme que yo los presente… El señor Marcial Peña, aquí el señor Felipe López…

FELIPE hace ademán de extender su mano en señal de saludo pero el guardia civil se limita a inclinar levemente su cabeza coronada por el tricornio. Entre los tres se produce un SILENCIO INCÓMODO que ella trata de romper.

MONTSE

(Un poco violenta)

Bueno, señor Peña… Al final, usted también se animó a venir al circo…

MARCIAL

(Que no le quita los ojos de encima a FELIPE)

¿Qué? Ah, no, no… (Sonriendo de manera un tanto forzada) Que más quisiera… No, no, no estoy aquí por placer, señorita… Estoy de servicio. La seguridad, ya sabe… Y con su permiso, el deber me llama… Señorita (El guardia inclina ceremonioso la cabeza ante ella, luego alza la vista y se dirige a FELIPE) Encantado, señor…

FELIPE LÓPEZ

López… Felipe López.

MARCIAL

Ah, sí… Encantado, señor López…

El guardia esboza otra tenue sonrisa de compromiso y se marcha en dirección a la puerta de acceso a la carpa. En su trayectoria el CABO PEÑA tropieza con uno de los globos que lleva atado con un hilo uno de los niños repipis de la cola y lo aparta de un manotazo.

Unos metros más atrás, FELIPE LÓPEZ lo sigue con la mirada, poniendo una expresión de contrariedad. La SEÑORITA MONTSE, que ha percibido la repentina corriente de mutua antipatía (y rivalidad) que ha surgido entre ambos hombres, reanuda la conversación con su acompañante como si nada hubiese ocurrido.

MONTSE

Bueno, bueno, bueno, señor López, ya me contará usted cómo ha averiguado que las rosas son mi debilidad…

FELIPE LÓPEZ

(Que no se ha percatado de que lo que le ha dicho ella)

¿Qué? Perdone, ¿me decía usted algo, señorita?

MONTSE

(Intentando que FELIPE vuelva a centrar toda su atención en ella)

No, nada, nada… Ya veo la atención que usted me presta…

FELIPE LÓPEZ

(Visiblemente turbado)

Oh, lo siento, señorita… Disculpe usted, mil perdones… Pero es que por un momento me he quedado pensando en otra cosa…

MONTSE

(Aparentemente ofendida)

No, eso no hace falta que me lo diga, ya me he dado cuenta…

FELIPE LÓPEZ

(Arrepentido)

No sabe cuánto lo siento, señorita… ¿Puede usted repetir lo que me dijo?

MONTSE

Deje, deje, que no era nada importante… (Ella vuelve a oler las flores y a continuación emite un significativo suspiro) ¡Ah, cómo me gustan las rosas! Desde luego, acertó usted…

La última frase de ella consigue que FELIPE recupere la tranquilidad perdida. A cambio, él sonríe con esa satisfacción ingenua y pueril de los niños.

SEC.7 BAJO LA CARPA DEL CIRCO: PRIMERA FUNCIÓN INT./DÍA

La imagen, ahora sí en color, se abre en iris mostrando en primer plano el interior de lo que parece un túnel. EN OFF ESCUCHAMOS UN REDOBLE DE TAMBOR. A través de un zoom de alejamiento descubrimos que estábamos dentro de un megáfono. EN OFF, EL REDOBLE DE TAMBOR FINALIZA Y ESCUCHAMOS UN SONORO GOLPE DE PLATILLOS. La imagen continúa en retroceso hasta que descubrimos que es MÍSTER TOD quien sostiene el megáfono y se dirige al público desde el centro de la pista. El graderío está lleno.

MÍSTER TOD

(Solemne y también un poco teatral)

¡Señoras y señores! ¡Niños y niñas! ¡Muy buenas tardes! ¡Bienvenidos todos al Gran Circo Yugoeslavo! Por quinto mes de éxito consecutivo, la célebre familia circense Sabas y Pedro Georgevich tiene el inmenso honor de presentarles… ¡El mayor espectáculo del mundo! (El público responde con una cerrada y entusiasta ovación) ¡Señoras y señores espectadores! ¡Niños y niñas! Permanezcan bien aferrados a sus asientos porque el programa de actuaciones que les hemos preparado les va a quitar el aliento… Créanme, no se arrepentirán de haber venido…

A una señal de MÍSTER TOD, el tambor de la orquestina inicia un nuevo redoble.

MÍSTER TOD

Y ahora, para empezar la primera función de esta tarde… ¡qué mejor que hacerlo con las hazañas increíbles del gran Kalwó, el Campeón Mundial de la Evasión! (EL BOMBO DE LA ORQUESTINA PONE FIN AL REDOBLE DE TAMBOR CON OTRO APARATOSO GOLPE DE PLATILLOS) ¡Con ustedes… Kalwó! ¡El terror de los detectives!

LA ORQUESTINA EMPIEZA A INTERPRETAR LA “DANZA DEL SABLE” DE KATCHATURIAN. El público aplaude de nuevo con entusiasmo y, en el centro de la pista, aparece un hombre corpulento, de musculatura algo rolliza y fláccida, que está desnudo de cintura para arriba y lleva un pantalón de franela de vivos colores. En el pecho y en ambos brazos luce unas espectaculares y pesadas cadenas que le maniatan los brazos cruzados a su espalda. Sobre su cabeza lleva un turbante, rematado por una piedra de un brillo chillón, que le da toda la apariencia de un faquir.

Ante la admiración de los espectadores, algunos de los cuales se quedan boquiabiertos con estupefacta comicidad, el gran Kalwó consigue zafarse de tan complicadas ataduras mediante extraños movimientos y espasmos musculares que le hacen parecer un poseído.

Entre el numeroso público no tardamos en localizar a MONTSE y a FELIPE LÓPEZ, que contemplan el número del escapista con asombro y expectación.

En la pista, liberado de sus cadenas, Kalwó procede a partirlas con la fuerza bruta de sus poderosos brazos, en medio de la ESTRUENDOSA ADMIRACIÓN del público. MONTSE y FELIPE se suman a la rendida ovación.

CORTE A

MÍSTER TOD

Y a continuación… ¡Vamos con otro número que les cortará la respiración! ¡Señoras y señores! ¡Niños y niñas! Con ustedes… ¡Bulba, el gran oso siberiano!

El público acoge con otra calurosa salva de aplausos la entrada en escena del oso y de su preparador, vestido éste como si fuera un bailarín cosaco.

MÍSTER TOD

¡Disfruten con sus inauditas habilidades y también con la destreza de su domador, el genial Miguel Romanov!

Los espectadores siguen con interés y entusiasmo las evoluciones del oso, que es como un niño grande, juguetón y torpe, que obedece con soviética disciplina las indicaciones de su domador.

CORTE A

Los rostros de la gente, entre ellos, los de MONTSE y FELIPE LÓPEZ, cuyos ojos, como los de todos los demás, convergen en un punto concreto de la carpa, que está por encima de sus cabezas. En efecto, una decena de metros más arriba, sobre la leve barra del trapecio, se balancea EDNA LAMOUR. EL SILENCIO REINANTE ES COMO UNA ESPESA CAPA DE HIELO, APENAS RALLADO POR EL REDOBLE DE TAMBOR DE LA ORQUESTA.

El suspense se prolonga unos segundos, en los que la mujer se balancea en el aire con etérea precisión. El peligro de esta maniobra se ve reflejado en la expresión horrorizada de MONTSE que llega incluso a taparse los ojos con las manos. El APLAUSO APOTEÓSICO de los espectadores es recibido con alivio por la muchacha que, por fin, se atreve a mirar de nuevo hacia lo alto de la carpa.

Arriba, la trapecista responde con ceremoniosas reverencias a la ovación del público.

MÍSTER TOD

(Sobre los aplausos del público)

¡La gran Edna Lamour, señoras y señores! ¡La reina del trapecio! ¡Despidámosla como se merece!

El público aplaude con vigoroso entusiasmo.

CORTE A

Una BELLA ACOMODADORA recorre las gradas con una bandeja, ofreciendo tabaco, caramelos y roscos de pan de manteca a los espectadores. Al pasar junto a MONTSE y FELIPE LÓPEZ, éste último se levanta de su asiento.

FELIPE LÓPEZ

(Llamando la atención de la acomodadora)

¡Señorita, señorita! ¡Aquí, por favor!

ACOMODADORA

(Con una sonrisa profesional)

Usted dirá, caballero… ¿Tabaco? ¿Dulces? ¿Caramelos?

FELIPE LÓPEZ

Un cucurucho de caramelos de anís, por favor.

ACOMODADORA

(Le da un cartucho de la bandeja)

Aquí tiene. Son ocho céntimos, señor.

FELIPE LÓPEZ

(Le entrega las monedas)

Gracias, señorita.

ACOMODADORA

A usted, caballero… (La chica prosigue su paseo entre el público) ¡Hay tabaco, caramelos, dulces!… ¡Tabaco! ¡Tengo tabaco! ¡Virginios largos y extralargos! ¡Tabaco americano y nacional!… ¡Caramelos! ¡Hay caramelos! ¡Caramelos de anís!… ¡Dulces! ¡Tengo sabrosos dulces recién hechos!…

La ACOMODADORA desaparece entre las filas de espectadores sentados. FELIPE le ofrece los caramelos a su acompañante. La muchacha acepta.

MONTSE

(Sonriendo con picardía)

Gracias, señor López… Me tiene usted impresionada.

FELIPE LÓPEZ

(Con extrañeza)

¿Yo?

MONTSE

(Llevándose unas bolitas de anís a la boca)

Desde luego, ha acertado usted hasta con los caramelos…

FELIPE

(Sorprendido)

No me diga…

MONTSE sonríe mientras asiente con la cabeza en sentido afirmativo. Abre muchos los ojos y muestra ese desinhibido aunque controlado atrevimiento de las artistas de cine del momento, como Myrna Loy, Paulette Godard o Katherine Hepburn.

Desde la distancia, de pie junto a uno de los laterales de la pista, el guardia civil MARCIAL PEÑA observa con discreto pero evidente desagrado la relación de complicidad que empieza a surgir entre MONTSE y FELIPE LÓPEZ.

CORTE A

La pista del circo está ocupada en estos instantes por LOS PAYASOS. Se trata de un cuarteto que, con sus gracias y bufonadas, despiertan un río de carcajadas entre el público; sobre todo, entre los niños.

MONTSE y FELIPE también se dejan arrastrar por la resaca de las risas y ambos sonríen a mandíbula batiente con los trompicones y con las bofetadas que LOS PAYASOS se reparten unos a otros.

En contraste con tanta diversión, el inexpresivo rostro del CABO PEÑA revela su disgusto y su malestar.

Mientras, en el centro de la pista, los CUATRO PAYASOS interpretan una nueva escena cómica. Representan ahora una especie de clase, en la que el más alto de los cuatro (un Pierrot vestido de blanco que se llama NENE), desde una pizarra montada sobre un caballete, imparte una presunta lección de álgebra a los otros tres, que están sentados en sendos bancos de madera: a uno que es algo panzón y mofletudo (PEPONE), a otro que es más delgado (TOTI) y a un tercero que nunca pronuncia palabra (DOLA).

NENE

(Adoptando un tono de cierta autoridad)

Bueno, bueno, dejémonos de tonterías, ¿eh?… Vamos, vamos, que empieza la clase… A ver… (Señalando al más gordito) ¡usted, Pepone!

PEPONE

(Señalándose a sí mismo, sorprendido, como si la cosa no fuera con él)

¿Quién, yo?

NENE

(Con la misma pretendida formalidad)

Sí, sí, usted… Usted, Pepone, hablo con usted…

PEPONE

(Haciéndose el tonto)

¿Conmigo? (Mirando a sus dos compañeros) ¿Se refiere usted a mí, señor profesor?

NENE

Sí, sí, a usted… Deje de hacerse el despistado e intente responder a la pregunta…

PEPONE

Pero… Pero… ¿De verdad que se refiere usted a mí?

NENE

(Impacientándose)

Que sí, hombre, que sí… ¿No se llama usted Pepone?

PEPONE

¡Claro! ¡Ese soy yo! ¡Pepone me llaman! ¡Sí, señor! ¡Soy yo!

NENE

Pues esta es una pregunta para usted, Pepone…

PEPONE

(Muy sorprendido)

¿Para mí? ¿Que tiene usted una pregunta para mí?

NENE

(Desesperado, casi histérico)

¡Oh, no! ¡No puede ser!

El público rompe a reír en una nueva y SONORA CARCAJADA.

PEPONE

(Mostrándose comprensivo)

Pero, señor profesor, ¿por qué se pone así? ¿Qué le pasa?

NENE hace una mueca exagerada de desesperación entre las risas de los espectadores.

NENE

(Intentando contenerse a duras penas)

A ver, Pepone… ¿quiere hacer usted el favor de responder a una sola pregunta?

PEPONE

(Mostrando de nuevo sorpresa)

¡Pues claro! Llevo un rato esperando y usted no me pregunta nada…

NENE

(Gritando energúmeno sobre LAS CARCAJADAS DEL PÚBLICO)

¡Aaaahhhh! ¡De acuerdo!… A ver… ¡Cállese de una vez y escuche!

PEPONE

(Cruzándose de brazos como un niño que quiere demostrar que se va a portar bien)
Muy bien, señor profesor… Soy todo orejas, señor…

NENE

(Tenso)

¡Muy bien! ¡Muy bien! A ver… ¿Cuánto son dos por dos?

PEPONE

(Otra vez sorprendido)

¿Me lo pregunta a mí?

El público, sobre todo los niños, responde con OTRA CARCAJADA ESTRUENDOSA. NENE gesticula, se quita el sombrero cónico y se tira de los pelos del cabello enrabietado. PEPONE lo observa sin entender nada.

PEPONE

(Asombrado)

Pero, señor profesor, ¿qué le pasa?… Tranquilícese… Como siga así le va a dar a usted un ataque…

NENE

(Fuera de sí)

¡Aaaahhhh! ¡Cállese! ¡Cállese! ¡No quiero oírle!

PEPONE

(A los otros dos, llevándose el dedo índice a la sien y negando con la cabeza)

Este hombre no está bien… No, señor, no está bien…

TOTI

(Levantando la mano)

Señor profesor, señor profesor… Pregúnteme a mí… Pregúnteme a mí… Yo sí lo sé… Yo sí lo sé…

NENE

(Intentando tranquilizarse)

¿Qué?… ¿Cómo?… ¿Qué ha dicho?

TOTI

(Asintiendo con la cabeza y sonriendo con bobalicón orgullo)

Yo sí lo sé, yo sí lo sé…

NENE

(Poniéndose de nuevo el sombrero en la cabeza)

¿Se puede saber a qué se refiere, Toti?

TOTI

A la multiplicación, señor… Yo sí sé cuántos son dos por dos…

PEPONE mira a su compañero con una expresión de graciosa admiración, como si TOTI supiese de verdad en qué consiste una complicada operación aritmética.

NENE

(Recuperando la compostura)

¿Ah, sí? No me diga… ¿Y cuánto es, Toti?

TOTI

(Muy seguro de sí mismo)

Dos por dos son dos, señor…

Las risas de la gente contrastan con la cara de estupefacción de NENE, que se lleva la mano a la frente y niega con la cabeza como si empezara a sufrir una fuerte jaqueca.

PEPONE

(A su compañero, recriminándole)

¡Burro! ¡Mira que eres burro! Si todo el mundo sabe que dos por dos son seis…

Nueva CARCAJADA GENERAL.

TOTI

(Visiblemente molesto)

¡Mentira! ¡Dos por dos son dos! ¡Está clarísimo! Yo cojo dos manzanas y luego te las doy a ti, por ejemplo, después cojo otras dos y me quedan dos manzanas para mí solo…

PEPONE

(Burlón)

Y luego las pelas y te las comes, ¿no?

TOTI

(Indignado)

¡Oye, Pepone! ¡No consiento que te burles de mí! ¡Y menos cuando tengo razón! ¿Verdad, señor profesor? ¿Verdad que tengo razón?

NENE

(Estallando)

¡Silencio! ¡Basta! ¡Se acabó! ¡No quiero ni oír ni una palabra de los dos!

PEPONE

(Enfadado)

Pero… pero… pero…

NENE

(Con contundencia)

¡Ni peros ni peras! ¡Silencio he dicho!

TOTI

(Un tanto asustado por la actitud de NENE)

Bueno… Perdón, señor profesor, pero yo hablaba de manzanas, no de peras…

Los espectadores no pueden contener otro oleaje de CARCAJADAS.

NENE

(De nuevo enfurecido)

¡Se acabó! ¡Ya está bien! ¡No quiero oír ni una palabra! ¡Basta ya! ¡Silencio absoluto! ¡Que no oiga ni el zumbido de una mosca!

PEPONE

(Puntilloso)

¿Y el de un mosquito? ¿Podemos oír el zumbido de un mosquito?

NENE

(Vociferando sobre el jolgorio del público)

¡Pepone! ¡Como vuelvas a abrir la boca te haré tragar la pizarra!

PEPONE

(Tranquilizador)

Está bien, está bien… No se ponga así, señor profesor… Está bien, a partir de ahora no diré ni una palabra… Sellaré mis labios, señor (PEPONE hace el gesto de cerrar la cremallera de sus labios. Luego, al ver que NENE parece dirigirse a DOLA, su otro compañero, PEPONE hace como que le dice en voz baja algo a TOTI, al oído, aunque todo el Circo se entera de sus palabras) No se lo digas a nadie, pero es que no me gustan la pizarras… El otro día me tuve que comer una en clase de Latín y no me gustó nada el sabor a tiza… (PEPONE hace una grotesca mueca de repugnancia que provoca nuevas risas entre el público) ¡Aaaggg! ¡No veas el asco! Además, me dio una acidez de campeonato… Y, para más INRI, me pegué toda la tarde hablando como un romano… Ni yo mismo me entendía. Con eso te digo todo…

TOTI

(Con el mismo aire de falsa confidencialidad, ya que todo el mundo puede escucharle)

Calla, calla… Que yo el otro día tuve que comerme el cepillo y casi se me borra el estómago…

Ignorando el diálogo aparte que siguen los otros dos, NENE se ha acercado hasta DOLA, que lo mira con un miedo manifiesto, que ralla el pánico.

NENE

(Más cariñoso)

Bueno, Dola, tú al menos sí sabrás cuánto son dos por dos, ¿verdad?… Tú, que eres siempre el más calladito, el que mejor se porta… Por lo menos tú sí que sabes cuánto son dos por dos, ¿verdad, Dola?… Dime… Para que estos dos mentecatos aprendan algo… A ver, Dola, ¿cuánto son dos por dos?

Aterrado, DOLA mira fijamente a NENE y, después de unos segundos de mutismo expectante, de pronto, levanta rápidamente su mano derecha abierta, mostrando los cinco dedos, a la vez que su cara dibuja una sonrisa infantil, de oreja a oreja.

NENE

(En un quejido)

¡¡¡Oh, nooooo!!!

El público estalla en una nueva y espectacular EXPLOSIÓN DE RISAS Y CARCAJADAS.

CORTE A

MÍSTER TOD

(En el centro de la pista, megáfono en mano. Ahora todo el círculo de la pista aparece rodeado por los barrotes metálicos de una jaula de protección, sin techo, de unos cinco metros de altura)

¡Atención, señoras y señores! ¡Niños y niñas! ¡Por fin ha llegado el momento que todos estaban esperando!… (A una señal de la orquestina, VUELVE A ESCUCHARSE EL REDOBLE DE TAMBOR) ¡Aquí está, con todos ustedes, las más terrible y sanguinaria bestia que haya conocido el hombre!… Directamente, desde la sabana de África… ¡El temido devorador de hombres! ¡Sultán! ¡El león más fiero! ¡Sultán! ¡Acompañado por dos de las leonas de su harén! ¡Y junto a ellos, el único, el inigualable, Míster Sabas!

De repente, toda la atención de los espectadores se dirige a las cortinas del fondo de la pista. Éstas se descorren y, acostado en el interior de una doble celda subida sobre una plataforma con ruedas, de la que tiran un PAR DE OPERARIOS, aparece el león, BUBÚ, separado, por una compuerta metálica de barrotes de las dos leonas, que completan su corte. Los precede MÍSTER SABAS, que luce su traje de gala: chaqueta, pantalones y botas, que recuerdan a un húsar.

En medio de la expectación generalizada, LOS MOZOS, que han entrado por una puerta de la jaula, dejan la celda con el león dentro en mitad de la pista y se marchan, no sin antes abrir una compuerta de la celda, por donde se supone que habrá de salir el león. En el lado contiguo de la celda, las dos leonas permanecen confinadas, entre bostezos y la mayor de las indiferencias.

MÍSTER TOD sigue a los mozos y sale por la puerta de la jaula y la cierra tras él.

Provisto de un ruidoso látigo, MÍSTER SABAS trata de llamar la atención del felino que, sin embargo, parece ajeno a todo.

MÍSTER SABAS

(Haciendo restallar su látigo contra las barras de la celda donde está el león)

Vamos, vamos… Venga, sal de ahí… Adelante, vamos…

Con aburrida expresión, el león tan solo se limita a levantar una de sus zarpas cada vez que la punta del látigo de su dueño le alcanza accidentalmente.

MÍSTER SABAS

(Visiblemente nervioso ante la impasibilidad del animal)

Venga, sal de ahí… Vamos, vamos…

Entre el público EMPIEZAN A ESCUCHARSE LOS PRIMEROS MURMULLOS DE DESAPROBACIÓN.

MÍSTER SABAS

(Se acerca hasta la celda y adopta un tono confidencial, de forma que sus palabras sólo puedan ser escuchadas por su terrible mascota)

Por favor, Bubú, ya sé que estás cansado pero yo también… Anda, chico, no te hagas de rogar y sal de ahí… Si sólo será un ratito, vamos… Por favor, Bubú…

Un sector de los espectadores COMIENZA A ABUCHEAR. Al lado de FELIPE LÓPEZ, un exaltado hace bocina con las manos y grita:

ESPECTADOR DISCONFORME

¡Uhhh! ¡Fuera! ¡Si ese león es sultán yo soy califa!

OTRO ESPECTADOR DISCONFORME

(Levantándose del graderío, cerca del anterior)

¡Mi suegra sí que es feroz y no ese gato!

El coro de espectadores circundante recibe la gracieta con sonrisas. MONTSE, preocupada, acerca su rostro a FELIPE.

MONTSE

Pero, ¿qué pasa?

FELIPE LÓPEZ

(Un poco enojado)

Nada, señorita. Creo que éstos han querido darnos gato por liebre… O por león, para ser exactos… Me parece a mí que ese pobre bicho no sale de ahí hoy ni aunque lo hinchen a cadenazos…

MONTSE

(Alarmada)

Jesús, pobrecillo…

La intensidad de las protestas crece por segundos y, en un intento desesperado por mantener el orden, MÍSTER TOD ordena a los músicos de la orquestina que toquen una canción. De inmediato, SE ESCUCHA el pasodoble El Relicario”. Pero la música apenas consigue amansar a las enfurecidas fieras de las gradas.

MÍSTER TOD

(Que entra de nuevo en la jaula y se acerca a MÍSTER SABAS)

¡Cielo santo, Sabas! ¿Se puede saber qué carajo pasa?

MÍSTER SABAS

(Desesperado)

¡Bubú no está bien! ¡No está bien!

MÍSTER TOD

Pues hazlo salir de ahí como sea…

MÍSTER SABAS

(Que mira con impotencia a su compañero y luego a la fiera enjaulada, a la que se dirige en tono suplicante)

¡Bubú! ¡Por favor! ¡No seas terco, chico! ¡Sal de ahí! ¡Que sólo será un momento! ¡Bubú! ¡Haz el favor!

Algunos espectadores han empezado a lanzar cucuruchos de papel y otros objetos a la pista, pero la mayoría no consiguen superar los barrotes de la jaula de protección. Sin embargo, los vituperios del respetable y, sobre todo, el lanzamiento de cosas logran despertar, poco a poco, a BUBÚ de su aparente letargo. De pronto, alertado y molesto por una colilla de puro que le cae cerca, el león se levanta sobre sus cuatro patas, abre sus fauces y emite UN IMPONENTE RUGIDO.

SE HACE UN SILENCIO ABSOLUTO, SEPULCRAL. La algarada cesa por completo. Todo el mundo se queda petrificado.

A continuación y, como quien no quiere la cosa, el león sale de su celda y en fugaz salto se planta en el centro de la pista. Sólo MÍSTER SABAS reacciona y hace ademán de moverse hasta él. Pero, entre el estupor general, ni corto ni perezoso, el león de MÍSTER SABAS continúa andando tranquilamente hasta el borde de la pista. Una vez allí, realiza un salto prodigioso y, tras colocarse con felino equilibrio sobre la parte alta de la barrera de protección, emite un nuevo y AÚN MÁS INTIMIDADOR RUGIDO. MÍSTER SABAS trata de alcanzarle.

MÍSTER SABAS

¡Bubú! ¿A dónde vas? ¡Bubú, ven para acá! ¡Bubú!

De un nuevo salto, el león baja del círculo de metal que rodea a la pista y se dirige a la puerta de salida de la carpa, seguido a unos metros de distancia por su domador, que queda encerrado en la jaula de la pista, agarrado con desesperación a sus barrotes. Cuando, por fin, los espectadores reaccionan y la histeria se apodera de ellos, el león ya se ha marchado.

SECUENCIA 8 ENTRADA A LA CARPA DEL CIRCO EXT./DÍA

La imagen vuelve al blanco y negro y muestra la entrada a la carpa. Del interior de esta sale corriendo Míster Sabas, mezclado entre el tropel de espectadores.

MISTER SABAS

¡Bubú! ¿Dónde estás? ¿Dónde te has metido? ¡Bubú! (Silbando inútilmente, porque no hay ni rastro del león) ¡Bubú, bonito! ¡Bubú! ¿Dónde estás? ¡Bubú!

Otra desbandada de espectadores sale de la carpa, en estampida, detrás de MÍSTER SABAS, DANDO GRITOS DESPAVORIDOS. En medio del pánico, el domador se comporta como una madre que ha perdido a su vástago y continúa llamándole.

MÍSTER SABAS

(Que prosigue su búsqueda entre el caos, sin dejar de silbar)

¡Bubú! ¡Bubú, bonito! ¿Dónde estás? ¡Bubú!

Entre el gentío vociferante y atemorizado, aparece MÍSTER TOD, acompañado por un grupo de mozos del circo, que llevan sogas y redes.

MÍSTER TOD

(Acercándose a MÍSTER SABAS, escoltado por la guardia pretoriana)

¿Dónde está? ¡Hay que cogerlo como sea! ¿Dónde se ha metido, Sabas? ¿Sabas?

Sin embargo, el domador hace caso omiso a las preguntas de su compañero: con aire de sonámbulo y sin capacidad de reacción, MÍSTER SABAS se limita a caminar, como un autómata, entre los espectadores que huyen.

MÍSTER SABAS

(Silbando)

¡Bubú! ¡Bubú! ¡Bubú!

La última imagen de esta secuencia muestra un primer plano del rostro cariacontecido de Míster Sabas mientras mueve la cabeza a un lado y a otro, llamando a su león.

A fundido encadenado

SECUENCIA 9 CARAVANA INTERIOR/DÍA

De fundido encadenado

Primer plano de LOLA GEORGEVICH, que en curiosa simetría con la expresión adoptada por su padre, setenta y cinco años antes, niega con ostensibles movimientos de cabeza.

LOLA

Los hechos no ocurrieron exactamente así. Al menos no lo recuerdo de la manera que me ha contado. El león no se escapó en plena actuación. Eso es falso. Cualquiera que se haya encerrado en una pista con una de esas fieras sabe perfectamente que ninguno de ellos haría eso. A los leones no los pone nerviosos nada. Son actores: se limitan a interpretar el papel que han aprendido. No atacan a su domador. Son dóciles. No son como los tigres. A esos demonios sí que no se les puede dar la espalda. Como se suele decir: no se le pueden borrar las rayas a un tigre.

ENTREVISTADOR

Entonces, ¿qué fue exactamente lo que sucedió?

LOLA

La verdad es siempre más vulgar, porque la vida es vulgar. No hay nada hermoso en vivir: la vida se sufre, no se disfruta. Créame lo que le digo… Voy para los cien años… Porca madonna… El león que se escapó estaba en el campamento, dentro de una jaula sin parte superior; no tenía esa pieza y no me pregunte por qué… En su lugar, colocaron una red por la que se zafó sin que nadie se diera cuenta. Cuando dieron la voz de alarma, el animal ya estaba paseándose por las calles, como quien no quiere la cosa.

SECUENCIA 10 TRAMO DE LA CALLE REAL EXT./DÍA

Panorámica de un trecho de la Calle Real (calle principal de la ciudad). Una multitud de espectadores huye en sentido contrario a la ubicación del Gran Circo Yugoeslavo. Ante LA RUIDOSA ALGARABÍA, de GRITOS y carreras sin tino, algunos comerciantes y curiosos salen de las tiendas y comercios aledaños para averiguar qué es lo que pasa.

SECUENCIA 11 INTERIOR DE UNA BARBERÍA INT./DÍA

El BARBERO deja de rasurar el cuello de su CLIENTE y se dirige hacia la puerta del establecimiento, desde la que observa con inquietud la alocada huida de la gente calle arriba. El CLIENTE también se levanta de la silla y, sin ni siquiera quitarse el delantal, se acerca a la puerta de la barbería. Precipitadamente, entra corriendo FELIPE LÓPEZ, que lleva agarrada de la mano a la SEÑORITA MONTSE.

FELIPE LÓPEZ

(Jadeando, ante la mirada atónita del BARBERO y del CLIENTE)

¡El león…! ¡El león…! ¡El león…!

BARBERO

Pero, ¿qué dices, muchacho?

FELIPE LÓPEZ

(De forma entrecortada)

¡Tranque la puerta…! ¡Por Dios! ¡Eche la cancela…! ¡Que se escapó el león…! ¡El león de Míster Sabas…! ¡Se escapó el león de Míster Sabas!

BARBERO Y CLIENTE

(Al unísono)

¡Coño!

SECUENCIA 12 ENTRADA A LA CARPA DEL CIRCO EXT./DÍA

Reunidos en una especie de gabinete de crisis están el TENIENTE HERRERA, los otros DOS GUARDIAS CIVILES (armados con los mosquetones) y PEDRO GEORGEVICH, co-propietario del Gran Circo Yugoeslavo.

Hermano de MÍSTER SABAS, PEDRO no guarda un excesivo parecido con el domador. Es un hombre más alto y delgado, que fuma un puro con desesperada fruición.

PEDRO GEORGEVICH

(Mirando con visible preocupación las armas que llevan los guardias)

Hombre, mi teniente, creo que no está demás advertirle que podemos resolver esta situación sin necesidad de recurrir a la fuerza…

TENIENTE

(Seco, un tanto cortante)

¿Qué quiere decir? ¿No estará pretendiendo insinuar cómo debemos hacer nuestro trabajo, verdad?

PEDRO GEORGEVICH

(Sonriendo un tanto nervioso)

No… Por favor, mi teniente… Cómo puede… Yo, yo, tan solo pretendía sugerirle que tal vez no haya necesidad de que utilicen ustedes sus mosquetones… Verá, teniente, ese animal no creo que sea un peligro para nadie… Bueno, sí, quizá se haya convertido en un peligro pero para él mismo, señor…

TENIENTE

(Impaciente)

No le entiendo…

PEDRO GEORGEVICH

(Que no puede controlar su evidente nerviosismo)

Pues… En realidad… Yo, yo creo que el león no va a atacar a nadie, señor… Lo, lo tenemos con nosotros desde que era un cachorro de teta, señor sargento… Con perdón… Y nunca, en todos estos años, le ha levantado la zarpa a nadie… Con su permiso, señor teniente, puedo decirle que ese animal es de toda confianza… Estará un poco desorientado, eso es todo… Mis hombres no tardarán en dar con él y lo harán entrar en razón, señor…

TENIENTE

(Igual de serio, inflexible)

Pues yo lo siento mucho pero su león ha provocado un grave problema de orden público y me corresponde a mí y a mis hombres poner fin a esta situación…

PEDRO GEORGEVICH

(Tratando de persuadirle por todos los medios)

Pero mi teniente, ya le he dicho que mis operarios están haciendo todo lo posible por capturarle y seguro que no serán necesarias las armas… Además, sobra decirle que la empresa se hace responsable de todos los perjuicios que se hayan podido ocasionar…

TENIENTE

(Intransigente)

Mire, señor Vix…

PEDRO GEORGEVICH

(Muy digno)

Georgevich, Pedro Georgevich, si es tan amable…

TENIENTE

(Con el tono impertinente de quien siempre está acostumbrado a dar órdenes y a recibirlas)

Mire, señor Vich, Mix o cómo quiera llamarse… En estos momentos soy yo quien tiene la máxima responsabilidad y las cosas se resolverán como tengan que resolverse… Ese animalito que han dejado ustedes escapar no es ningún perro de San Roque y no podemos permitir que la integridad física de ningún vecino de esta localidad corra el más mínimo peligro…

Interrumpiendo el previsible y un tanto antipático parlamento de la autoridad, por la derecha irrumpe ROSA ORBICH, acompañada de otros miembros de la troupe del Gran Circo Yugoeslavo.

ROSA ORBICH

(Se acerca al grupo de hombres)

¡Pedro! ¡Pedro, cariño! ¡Ya lo han localizado! ¡Ya casi lo tienen!

PEDRO GEORGEVICH

¿Qué dices?

ROSA ORBICH

¡Que ya lo tienen! Bueno, casi… Está en la calle ésa, en la calle principal… ¿Cómo la llaman?

MARCIAL

(Adoptando un tono de imperturbable gravedad)

Es la Calle Real… Está en la Calle Real, mi teniente.

ROSA ORBICH

Marco y los chicos van detrás, ya casi lo tienen…

TENIENTE

(A sus hombres, con firmeza)

Bueno, creo que ha llegado el momento de actuar. Ustedes dos, ya saben lo que tienen que hacer… (El CABO PEÑA y FERNÁNDEZ se miran un poco desconcertados) Vengan conmigo y no se separen de mí ni un metro…

El TENIENTE saca con decisión una pistola del interior de la cartuchera que porta al cinto y se marcha por un lateral. Los DOS GUARDIAS le siguen, mosquetón en mano.

ROSA ORBICH

(Alarmada)

¿Y esos?… No pretenderán hacer lo que yo me imagino, ¿verdad? Eh, Pedro, no puedo creer que…

Por toda respuesta, PEDRO GEORGEVICH adopta un silencio ensimismado y ciertamente fatalista que se traduce en un único gesto: lanzar con violencia al suelo el carcomido puro que ha tenido todo este rato entre los dientes.

SECUENCIA 13 PATIO DE BUTACAS DEL CINE INT./DÍA

En la oscuridad de la sala distinguimos las cabezas de una veintena de espectadores repartidos por los asientos. Hay algunas parejas y algunos señores solos. En la pantalla se proyectan las imágenes de una película. Se trata de la secuencia de la boda que aparece casi al final de “Sucedió una noche”, el clásico de la comedia romántica, escrito por Robert Riskin y dirigido por Frank Capra, en 19341.

En la pantalla del cine vemos el momento en que la díscola y rebelde Ellen Andrews [Claudette Colbert] es escoltada por su padre, un magnate colérico e irascible al que da vida el estupendo actor de carácter Walter Connolly. Mientras ambos recorren el pasillo que les lleva hasta el altar, en medio de una multitud de invitados de alto copete, el multimillonario se dirige a su hija en un divertido aparte, mascullando las frases para que nadie pueda entender lo que le dice.

EL SEÑOR ANDREWS

(Habla con ella a medida que se acercan al altar. La chica mantiene un rostro inexpresivo e imperturbable, como si no pasara nada)

Eres tonta si sigues adelante… Ese tipo, Warne, es una buena persona… No ha querido la recompensa. Sólo ha pedido 39 dólares con 60 centavos. Ha sido lo que gastó contigo. Era una cuestión de principios. Dice que le tomaste el pelo… Te quiere, Ellie. Me lo ha dicho… No querrás casarte con un imbécil como Westley. Lo puedo comprar por un montón de dinero… Y puedes hacer feliz a un viejo. Y no te harás daño a ti misma. Si cambias de idea, tu coche te espera en la puerta de atrás”.

La pareja llega finalmente al altar, donde les espera el sacerdote y el novio, un tipo con una apariencia mezquina y un tanto avara [Jameson Thomas]. Tras preguntar si existe algún impedimento para el enlace (instante en el que el señor Andrews hace amago de abrir la boca), el sacerdote inquiere al novio si desea unirse a la señorita Andrews en santo matrimonio. A lo que éste responde afirmativamente. Pero le llega el turno a la novia y, a continuación, el sacerdote le formula la pregunta con mayúsculas: “Ellen, ¿quieres tomar a este hombre en matrimonio hasta que la muerte os separe?”.

En la pantalla del cine, la joven Ellie/Claudette Colbert guarda un silencio dramático y en su delicado rostro de mimada niña rica aparece la dolorosa sombra de la angustia…

Justo en el instante en que ESCUCHAMOS UNOS PASOS ATROPELLADOS y vemos cómo la sombra de UN JOVEN, que ha irrumpido por el pasillo central del patio de butacas, se proyecta sobre la pantalla del cine, al tiempo que grita sembrando el desconcierto y la alarma entre los espectadores presentes.

JOVEN ALARMADO

(Muy nervioso, hablando EN ALTA VOZ SOBRE LAS PROTESTAS DE LOS ESPECTADORES)

¡Paren! ¡Paren la proyección! ¡Paren! ¡Enciendan las luces! ¡Que se escapó el león del Circo! ¡El león del Circo está suelto por las calles! ¡El león! ¡Que se escapó el león del Circo! ¡Y está ahí fuera! ¡El león! ¡El león!

En la sala se organiza el consiguiente revuelo. Muchos de los espectadores se levantan y SE ESCUCHAN MURMULLOS producto de una fuerte agitación.

JOVEN ALARMADO

(Nervioso, moviéndose de un lado a otro delante de la pantalla)

¡El león! ¡El león se escapó! ¡Y está suelto ahí fuera! ¡El león! ¡El león!

Algunos espectadores salen corriendo de forma atropellada. El pánico se adueña de la situación. Detrás de este jaleo, en la pantalla, la novia huye del altar, atravesando en rápida carrera los amplios y lujosos jardines de la mansión de su padre. El alboroto entre los invitados es de órdago. El barullo de la película se confunde con el ajetreo en el interior de la sala donde ésta es proyectada. Las luces de la sala se encienden. Todo el mundo está de pie.

SECUENCIA 14 TRAMO DE LA CALLE REAL EXT./DÍA

Misma panorámica de idéntico trecho de la Calle Real. A diferencia de antes, ahora la vía está completamente desierta. Tiendas y casas están cerradas a cal y canto. Con aire despreocupado y tranquilo, no tarda en aparecer el león, quien pasea hacia arriba con cierta indiferencia. Tras él, a una decena de metros de distancia, su domador, MÍSTER SABAS, trata inútilmente de llamar su atención.

MÍSTER SABAS

(Bisbiseando, como si llamara a un minino)

¡Bubú! ¡Bubú, bonito! ¡Anda, ven conmigo! ¡Bubú! ¡Anda, ven! ¡No sigas! ¡No te vayas! ¡Bubú! ¡Ven conmigo!

Tan solo unos metros detrás del domador, una cuadrilla de empleados del Circo avanzan sigilosos, pertrechados con redes y sogas. Cierra la comitiva, MÍSTER TOD, quien provisto del megáfono que hemos visto durante la función trata de avisar a la gente:

MÍSTER TOD

(Megáfono en mano)

¡Atención, señoras y señores, vecinos de Santa Cruz de La Palma! ¡Un león del Gran Circo Yugoeslavo se ha escapado! ¡Un león del Gran Circo Yugoeslavo anda suelto! ¡Pero no se preocupen! ¡El animal es pacífico! ¡Repito: el animal es pacífico! ¡Los propios operarios del Circo están a punto de darle caza! ¡Pero, para su mayor seguridad, conviene que despejen las calles! ¡Despejen las calles! ¡Repito: despejen las calles! ¡Para facilitar la labor de los propios operarios del Circo! ¡Atención: despejen las calles, por favor! ¡Un león del Gran Circo Yugoeslavo se ha escapado! ¡Un león del Gran Circo Yugoeslavo se ha escapado!

SECUENCIA 15 EXPLANADA EN LAS AFUERAS EXT./DÍA

Sobre el silencio tenso de la ciudad aterrorizada, se escucha el REPIQUE DE CAMPANAS de las iglesias más próximas. Después de atravesar la ciudad de punta a punta, el feroz felino fugitivo, harto de pasear por calles vacías y expectantes, decide echarse en una especie de descampado, frente al mar. Tras él, la desembocadura del barranco de Las Nieves y, no muy lejos, un puñado de casas blancas, donde viven los pescadores. Ya sea por el cansancio de tan largo paseo o por puro aburrimiento, el león de MÍSTER SABAS abre espectacularmente sus fauces para emitir un grandilocuente bostezo. A su derecha no tarda en aparecer el grupo de captores, encabezado por el domador, quienes, con mucha precaución, se acercan hasta el animal.

MÍSTER SABAS

(Que se acerca al bicho sosteniendo la voluminosa cadena en su mano derecha)

Eso es, Bubú, así me gusta… Tranquilo, tranquilo… Quédate ahí, quietecito… Tú no te muevas. Eso es, descansa, que no va a pasar nada, Bubú… Así es, tranquilo, tranquilo…

Con toda la cautela de la que es capaz, el domador, con el cabello revuelto y el rostro desencajado y cuyo traje de gala aparece desabotonado, se aproxima paso a paso hasta el animal, en una operación que lleva a cabo con cierta dificultad, ya que el esfuerzo realizado y tanta tensión hacen que a MÍSTER SABAS le cueste respirar.

MÍSTER SABAS

(A sólo unos metros del león)

Bien, Bubú, bien… Tú, traquilo… Tranquilito… Eso es…

Cuando el domador, que casi camina en cuclillas, se encuentra a menos de dos metros de la fiera, de repente, algo capta la atención del animal, que gira bruscamente la cabeza hacia su derecha, alertado por un ruido. Por su parte, MÍSTER SABAS, también se detiene en su maniobra de acercamiento y mira hacia el lugar al que dirige su atenta mirada el bicho. En un gesto de lucidez, impropio de su condición, el león gruñe y muestra sus colmillos al comprobar de qué se trata: por la izquierda se aproxima el TENIENTE HERRERA y SUS HOMBRES, todos ellos empuñando sus respectivas armas, a quienes se han sumado varios guardias de asalto así como efectivos de la policía local.

TENIENTE

(Dirigiéndose a MÍSTER SABAS con firmeza)

¡Usted! ¡Apártese de ahí!

MÍSTER SABAS

(Sorprendido)

Pero… ¿Se puede saber qué…?

TENIENTE

Le repito que se aparte de ahí. No obstaculice la labor de la autoridad…

MÍSTER SABAS

(Que no puede salir de su estupefacción)

¿Qué?

TENIENTE

¡Que se aparte de ahí, leche! A ver… Cabo Peña, Fernández… ¡Ocupen sus posiciones! (Un tanto aturdidos por la tensión emocional del momento, los DOS GUARDIAS se quedan quietos como dos estatuas) ¿Pero es que no me han oído? ¡Ocupen sus posiciones, hostias!

Tras mirarse ojipláticos el uno al otro durante unos segundos, AMBOS GUARDIAS obedecen finalmente la orden y avanzan muy pero que muy lentamente hasta el león, que permanece echado aunque muy atento a cada movimiento que se produce ante él.

Con enorme precaución, los DOS GUARDIAS se colocan a unos cinco metros de la presa, separados uno del otro por una distancia similar, presumiblemente para abarcar de esta forma un ángulo de tiro mayor. En medio de ellos, está el domador, quien no puede creer que esté a punto de ocurrir lo que él imagina que está a punto de ocurrir.

MÍSTER SABAS

(Que se pone de pie y retrocede hacia el oficial de más rango)

No, por favor… No lo hagan, no lo hagan… Deme sólo un minuto, señor. Un minuto y haré que Bubú vuelva casa… Pero no lo hagan, se lo pido por favor… (MÍSTER SABAS se acerca al TENIENTE HERRERA en un tono de súplica desesperada, maternal) Por favor, señor, no me lo mate… Si Bubú no le ha hecho nunca daño a nadie, si es un bendito, señor… No lo haga, por favor, dígales que no disparen, dígaselo…

Al ver que el viejo domador se le acerca, el TENIENTE HERRERA hace un movimiento de esquiva a la derecha.

TENIENTE

(Eludiendo todo contacto físico con MÍSTER SABAS)

Haga el favor de quitarse de en medio… Estamos aquí para mantener el orden… No se me acerque…

En un gesto defensivo e inconsciente, el TENIENTE levanta su pistola y encañona con ella al hombre que viene directamente hacia él.

MÍSTER SABAS

(Con lágrimas en los ojos)

Por favor, señor… Por favor, por favor… No lo haga, no lo haga… Se lo pido por lo que más quiera…

TENIENTE

(Empezando a perder el control sobre sí mismo, apuntando a MÍSTER SABAS)

Le he dicho que no se acerque… ¡Que no se acerque…! ¡Joder!

UN SILENCIO ABSOLUTO SE HA APROPIADO DEL LUGAR. Es como si todos los personajes hubiesen sido encerrados en una cápsula y cada segundo transcurriese muy lentamente. A una cierta distancia del león, del domador, de los guardias civiles y de los empleados del Gran Circo Yugoeslavo, se ha concentrado una multitud de personas del pueblo que contemplan la escena como si se tratase de un fusilamiento. Entre ellas, vemos a la SEÑORITA MONTSE, la telefonista, aferrada con fuerza al brazo de FELIPE LÓPEZ. La joven observa todo con expresión de horrorizada impotencia.

MÍSTER SABAS

(Que parece ignorar las advertencias del TENIENTE y está a punto de echársele encima)

Por favor, señor… Por favor…

TENIENTE

(Que retrocede unos pasos, sin dejar de apuntar a MÍSTER SABAS)

¡Que no se me acerque, le digo!… ¡Apártese!

MÍSTER SABAS

Por favor, señor… No lo haga, no me lo mate…

En otro gesto instintivo de autodefensa, el TENIENTE HERRERA golpea con la pistola el rostro de MÍSTER SABAS, quien cae al suelo. Al ver lo que le ha pasado a su domador, EL LEÓN se levanta sobre sus cuatro patas y emite UN RUGIDO IMPONENTE, SOBRECOGEDOR. UNA MUJER DE ENTRE EL PÚBLICO EMITE UN CHILLIDO ESTRIDENTE y muchos de los espectadores salen corriendo asustados. De pie, como una sombra amenazante, EL LEÓN DE MÍSTER SABAS recupera toda la egregia grandeza de su estirpe indómita.

TENIENTE

(Gritando fuera de sí mientras apunta al león)

¡Cabo Peña! ¡Fernández! ¿A qué coño esperan? ¡Disparen!

De pronto, de entre el reducido grupo de curiosos que todavía quedan en la explanada, irrumpe la SEÑORITA MONTSE, que corre en dirección a los GUARDIAS CIVILES que apuntan, entre temerosos y petrificados, a la bestia que VUELVE A RUGIR ANTE ELLOS CON TODO SU ESPLENDOR.

MONTSE

Por Dios, ¿se han vuelto locos? ¡Dejen a ese animal en paz! ¡Váyanse!

TENIENTE

(Completamente desaforado)

¡Fuego! ¡Coño! ¡Hagan fuego de una puñetera vez! ¡Fuego!

En medio de la terrible tensión, el cabo MARCIAL PEÑA levanta la vista y observa que es la SEÑORITA MONTSE, la telefonista, la que se acerca hasta él para evitar el abatimiento de la bestia.

MONTSE

(Acercándose a los dos guardias)

¡Por favor, no le hagan caso! ¿No ven que está loco? ¡Esto no tiene ningún sentido!

EL PRIMER DISPARO, hecho por el mosquetón del CABO PEÑA, SUENA CON UN ESTAMPIDO SECO, DESAGRADABLE y SU ECO SE REPITE SINIESTRO por el cauce del barranco hacia arriba. La SEÑORITA MONTSE se queda parada en su carrera; de pie, su cuerpo se estremece con cada detonación. Los siguientes tres disparos, también realizados por el CABO PEÑA, SUENAN IGUAL DE ENSORDECEDORES, PERO CON MENOR INTENSIDAD, como si la secuencia de detonaciones se convirtiese en una sucesión ininterrumpida de petardazos. A pesar de que la presa ha caído al primer tiro, limitándose a EMITIR UN LEVE QUEJIDO DE GATO MALHERIDO, primero el cabo MARCIAL PEÑA y, después, LEOCADIO FERNÁNDEZ vacían uno tras otro los cartuchos de sus escopetas, al tiempo que el TENIENTE HERRERA vacía todo el tambor de su pistola.

De rodillas, exhausto y aturdido, MÍSTER SABAS solloza con el rostro cubierto por las manos. El suyo es un llanto silencioso pero profundamente conmovedor.

El ambiente se llena de inmediato de una espesa humareda. Huele a pólvora y a muerte. A LO LEJOS, LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO EMPIEZAN A SONAR CON UNA PROSODIA LÚGUBRE, TRISTE.

Poco a poco, el público congregado en la zona comienza a reaccionar y se acerca con timidez pero con decisión hasta el animal tiroteado. Los empleados del Gran Circo Yugoeslavo, que no pueden ocultar cierta indignación contenida en las miradas que dirigen a los tres guardias civiles, deciden alejarse del lugar antes de que lleguen más curiosos.

Después de permanecer inamovible durante todo el instante que ha durado el fuego, la SEÑORITA MONTSE reacciona y se encamina hasta donde se encuentra, abatido, el domador de la fiera abatida.

MARCIAL

(Que trata de acercarse a la muchacha)

Señorita Montse, espere un momento…

MONTSE

(Girando la cabeza)

¿Sí?

MARCIAL

(Llegando justo hasta donde se encuentra la chica)

Verá… Siento mucho lo que ha pasado… Yo, yo… Cumplía órdenes…

MONTSE

(Lo mira con una difícil combinación de lástima y desprecio)

No se preocupe. Ha cumplido usted con su deber, como un verdadero hombre…

MARCIAL

(Que no es ningún imbécil y que ha captado la ironía de la frase anterior)

Yo… No tuve otra opción… Tal vez en otras circunstancias… Entiéndame, en realidad yo no quería…

MONTSE

(Interrumpiéndole y tratando de esbozar un amago de sonrisa)

Adiós, señor Peña. Que tenga usted una feliz tarde.

Aunque el CABO PEÑA intenta decirle unas cuantas palabras, por unas causas o por otras, éstas no salen de su boca y la muchacha se aleja de él con paso firme y decidido. Una multitud ha empezado a congregarse en torno al cadáver y el otrora rey indiscutible de la sabana africana ahora no es sino un montón de carne, presa de la curiosidad más carroñera.

Al llegar hasta donde se encuentra MÍSTER SABAS, MONTSE no duda en agacharse y en tenderle una mano. Al alzar su cabeza, el domador muestra su rostro pálido, casi espectral, impregnado del horror de una muerte absurda y dolorosa, y en cuyo pómulo derecho el cañón del arma del TENIENTE HERRERA ha dejado un hematoma del que gotea un fino hilo de sangre.

MONTSE

(Alarmada)

Pero, si está herido… Ese canalla le ha hecho una brecha aquí.

(La muchacha intenta tocar la herida con sus dedos)

MÍSTER SABAS

(Tomando la mano de ella)

Muchas gracias, señorita… No se preocupe. Sólo es un arañazo…

Por un lateral, aparece de pronto la figura del joven FELIPE LÓPEZ, que ayuda a ponerse en pie al exhausto beluario. La SEÑORITA MONTSE agradece la gentileza del muchacho con una sonrisa de sincero afecto.

FELIPE LÓPEZ

(Agarrando a MÍSTER SABAS por los brazos)

No se preocupe, señor. Yo le sostengo…

MÍSTER SABAS

(Que consigue ponerse en pie no sin grandes dificultades)

Gracias, hijos… Muchas gracias…

Ayudado por la SEÑORITA MONTSE y por FELIPE LÓPEZ, que lo flanquean a ambos lados, MÍSTER SABAS se aleja con dificultad de la explanada, aferrado a los brazos de los dos jóvenes. Da la impresión de que el domador ha envejecido más de diez años en las últimas horas.

SEC. 16 EXPLANADA EN LAS AFUERAS EXT./ÚLTIMA HORA-TARDE

Sobre el horizonte, el cielo es un inmenso lienzo de nubes grises, apagadas. Esta imagen se funde con el fogonazo de magnesio que acaba de hacer explosionar el FOTÓGRAFO MIGUEL BRITO, quien retrata a varios guardias de asalto y vecinos junto a la presa abatida. Cerca de ellos, pero fuera del encuadre de la cámara, aguarda un camión municipal, equipado con una compleja máquina de poleas, que será la que se encargue de subir en peso al animal muerto y trasladarlo hasta su destino final. Rodean al vehículo una decena de hombres fornidos, peones de la construcción y trabajadores del puerto que han acudido a la llamada del Ayuntamiento para sacarse unas perras de sobresueldo.

EL FOTÓGRAFO

(Que habla desde detrás del objetivo, tapado por una cortinilla negra)

¿Quieren otra por si acaso?

GUARDIA

(Que deja de posar ante la pieza tiroteada, como si estuviese en un safari)

No, que ya está bien de tanta película. Es hora de volver al trabajo, señores…

(Dirigiéndose a los hombres que esperan sus órdenes)

Eh, ustedes… Ya pueden levantar el cadáver y meterlo en el camión…

EL FOTÓGRAFO

(Sacando la cabeza de detrás de la cámara y de debajo de la cortinilla)

¿Otra más?

MARCIAL

(Junto al cámara)

Dice el teniente que no, Miguel. Ya es suficiente. Si quieres puedes fotografiar el traslado como a ti te plazca. Por hoy, nosotros hemos terminado…

EL FOTÓGRAFO

Por mí, de acuerdo. Intentaré sacar unas cuantas desde aquí debajo. Es que ese bicho me parece enorme. ¿Les costó mucho cogerlo?

LEOCADIO

(Con obvios signos de cansancio)

Déjalo, Miguel. Ya te lo contaré otro día. Todavía me queda escribir el informe…

MARCIAL

(Un pelín burlón)

Eso, eso… Tú, a escribir el informe. Que además promete ser muy, muy largo…

Indiferente a las puyas que se lanzan uno contra otro, EL FOTÓGRAFO coge el trípode de su cámara y se desplaza hacia las proximidades del camión, donde busca el mejor ángulo para encuadrar la escena del levantamiento del cuerpo del león fallecido.

LEOCADIO

(Con cara de pocos amigos)

Tus muertos…

MARCIAL

Venga, venga, menos humos, Fernández…

LEOCADIO

(Al TENIENTE)

Con su permiso, mi teniente. Me vuelvo al cuartelillo.

TENIENTE

(Que está dirigiendo la operación de levantamiento del león)

¿Qué? Ah, sí, sí… Y antes de irse para su casa no se olvide de dejarme el informe completo, con todo lo ocurrido esta tarde, sobre la mesa de mi escritorio, Fernández.

LEOCADIO

(Resignado)

A sus órdenes, mi teniente.

El guardia LEOCADIO FERNÁNDEZ se marcha no sin antes dirigir una mirada de pocos amigos al CABO PEÑA, que se ha puesto a ayudar al grupo de hombres que, con telas de fardo y sogas de cabotaje, envuelven al león para izarlo después con la polea.

Una vez que ya lo tienen preparado, a una señal del TENIENTE HERRERA, un empleado del Ayuntamiento acciona la palanca correspondiente y, con grandes dificultades, el animal comienza a ser levantado del suelo, MIENTRAS SE ESCUCHA EL RUIDO DEL MECANISMO DE LA POLEA.

Emplazado a no mucha distancia de este punto, EL FOTÓGRAFO MIGUEL BRITO se esconde nuevamente tras el objetivo.

Lentamente, y con la ayuda de hasta nueve hombres robustos, el LEÓN DE MÍSTER SABAS es izado a una altura superior a los cinco metros. Una vez suspendido en el aire, la sangre del cadáver se escurre en grandes y aparatosos goterones negros, que caen al suelo formando sobre la tierra polvorienta de la explanada un charco pastoso y grasiento.

MARCIAL

(Al TENIENTE)

Al final, ¿adónde hay que llevarlo, mi sargento?

TENIENTE

El juez dice que lo dejemos en el depósito forense. El veterinario se encargará de disecarlo. El alcalde quiere que se quede en las vitrinas del museo de La Cosmológica.

MARCIAL

De acuerdo…

EL FOTÓGRAFO

(Al grupo)

Atención, señores… Cuidado que ahí va otra…

El nuevo fogonazo de magnesio disparado por EL FOTÓGRAFO deja deslumbrados a todos los presentes.

SEC. 17 SALA DEL DEPÓSITO FORENSE INT./NOCHE

La escena permanece parcialmente a oscuras, ya que por el lateral izquierdo se filtra la luz exterior de la luna, que confiere a las siluetas y contornos del interior un aspecto irreal, casi fantasmagórico. EN OFF SE ESCUCHA CON CLARIDAD EL RUIDO DE LOS GOZNES DE UNA PESADA CERRADURA, SEGUIDO DEL QUEJIDO DE LAS BISAGRAS DE UNA PUERTA METÁLICA AL SER ABIERTA. TAMBIÉN SE OYEN LOS JADEOS ENTRECORTADOS DE VARIOS HOMBRES, CONGESTIONADOS POR UN ESFUERZO FÍSICO INTENSO.

VOZ EN LA OSCURIDAD (EMPLEADO MUNICIPAL)

Tranquilo, chicos… Que ya falta poco.

OTRA VOZ EN LA OSCURIDAD

(En un soplo de aire, debido al esfuerzo)

Tú déjate de alientos y prende la luz, que la mercancía se nos va a caer al suelo…

VOZ EN LA OSCURIDAD (EMPLEADO MUNICIPAL)

Jesús, no se me desesperen, que no tardo nada…

SE ESCUCHAN PASOS RÁPIDOS ENTRE LAS SOMBRAS.

VOZ EN LA OSCURIDAD (EMPLEADO MUNICIPAL)

Ven, ya está…

TRAS OÍRSE UN CASI IMPERCEPTIBLE ‘CLICK’, la amarillenta luz de una única bombilla que cuelga del techo ilumina con meridiana claridad el interior de la sala.

Se trata de un depósito de mosaicos blancos en las paredes. Tanto en la pared central como en las laterales hay armarios con vitrinas. En el interior de éstas hay toda clase de recipientes médicos, frascos de productos farmacéuticos y tarros de cristal, cerrados herméticamente, dentro de los cuales se vislumbran figuras confusas, inmersas en formol. En la pared de la izquierda, a poco más de un metro y tres cuartos del suelo, una ventana de tamaño medio ofrece la visión parcial de una calle trasera, en completa oscuridad. En varios trozos de la superficie de las paredes se pueden ver costras oscuras de humedad. En el centro de la sala hay una gran mesa de mármol blanco, sobre la que reposa numeroso material de quirófano.

En el momento de encenderse la luz, una media docena de hombres, a los que hemos visto en la secuencia anterior, mientras procedían al levantamiento del cadáver del león, cargan en sus brazos con el difunto felino, con muestras evidentes de fatiga. Junto a ellos, un individuo menudo y un tanto enclenque dirige la operación de descarga.

MOZO DE CARGA 1

(Al empleado municipal que les ha abierto la puerta)

Lo ponemos aquí, ¿no, Celestino?

EMPLEADO MUNICIPAL

(Quitándose de en medio para facilitar la colocación del cuerpo sobre la mesa)

Sí, eso es, eso es… (Sin muchos miramientos, los exhaustos porteadores dejan caer tan pesado fardo en la mesa) Con cuidado, chicos, con cuidado… No vaya a ser que caiga al suelo y deje todo el piso perdido… El pleito que me echa el veterinario no es chico…

Finalmente, el animal queda tendido a lo largo de la mesa de mármol. Los operarios no pueden evitar que se les escape, casi al unísono, UN RESOPLIDO DE ALIVIO.

MOZO DE CARGA 2

(Secándose el sudor con un pañuelo)

¡Coño! Mira que pesa el condenado…

MOZO DE CARGA 3

(En un gesto similar al otro, se pasa una mano ensangrentada por la frente)

¡Ñoh! Me pregunto que le daban de comer al bicho éste…

MOZO DE CARGA 4

(Estirándose el cabello hacia atrás)

Y eso que no era muy viejo… Al parecer, tenía veintiséis meses, un chaval…

MOZO DE CARGA 1

(Una vez recuperado del hercúleo esfuerzo)

¿Y quién dices tú que rematará la faena, Celestino? ¿El veterinario? ¿Dónde está?

EMPLEADO MUNICIPAL

Al parecer está pescando viejas en Fuencaliente. Regresa el lunes…

MOZO DE CARGA 2

(Que le ha dado por acariciar con sumo cuidado la larga melena del león)

¿Y tú crees que este pobre aguantará tanto? Dentro de un rato aquí dentro empezará a dar un tufo a papaya podrida que no lo aguantará ni Dios…

EMPLEADO MUNICIPAL

Mira, Chimín, a mí me han dicho que el veterinario está aquí el lunes y yo dejo cerrado este almacén hasta el lunes como si esto fuera la tumba de Lázaro… Por mí, como si se lo quieren comer los ratones…

MOZO DE CARGA 2

(Que sigue acariciando la hermosa cabellera del animal)

No, hombre, no seas coño… Lo decía porque igual se empieza a podrir y luego no lo pueden aprovechar.

EMPLEADO MUNICIPAL

(Asintiendo con una inequívoca sonrisa de ironía)

Descuida, que al alcalde ya se le ocurrirá algo para sacarle partido al difunto…

De pronto, el PRIMERO DE LOS MOZOS DE CARGA emite un FALSO RUGIDO al tiempo que zarandea al compañero que estaba ofreciendo unas caricias póstumas a BUBÚ. El hombre, que no se esperaba para nada la gracieta del colega, da un respingo del susto.

MOZO DE CARGA 2

(Brincando, asustado)

¡Coño!

La broma desata las risas espontáneas e incluso algunas carcajadas del personal.

MOZO DE CARGA 2

(Dándole un manotazo al bromista)

¡El bobo éste!

EMPLEADO MUNICIPAL

(Que no puede evitar unirse al coro de risueños porteadores)

¡Eso te pasa por confianzudo! Nadie te manda a tocar a un muerto… Aunque sea un gato bamballo2 como ése…

Las risas se prolongan durante unos instantes hasta que el EMPLEADO MUNICIPAL da por terminada la función.

EMPLEADO MUNICIPAL

(Dando una palmada a dos manos y recuperando la compostura de burocrática eficacia del principio)

Pues nada, señores, ya es hora de que nos mandemos a mudar. Misión cumplida, ¿no?

MOZO DE CARGA 3

Sí, coño, que ya es de noche…

EMPLEADO MUNICIPAL

(Que se acerca hasta el interruptor de la luz)

Sí, sí, venga, saliendo todos, vamos…

Todos los operarios se dirigen hacia la puerta de la sala.

MOZO DE CARGA 1

(A su compañero, que va delante de él)

Oye, Chimín, ¿y por qué no te despides de tu amigo? Seguro que con tanta caricia el muchacho te ha cogido hasta cariño.

MOZO DE CARGA 2

(Volviéndose hacia atrás)

Vete pa’l carajo…

Una nueva oleada de carcajadas y de risas burlonas se produce al mismo tiempo que se apaga la luz. En la oscuridad OÍMOS CÓMO LOS HOMBRES SE ALEJAN DEL CENTRO DE LA SALA Y TERMINAN DE SALIR POR LA PUERTA.

VOZ DEL EMPLEADO MUNICIPAL

(Un poco más rezagado)

Vamos, chicos, vamos, que se hace tarde…

SE ESCUCHA EL RUIDO DE LA PUERTA AL CERRAR, ASÍ COMO LOS GOZNES DE LA CERRADURA AL SER PASADA LA LLAVE.

La estancia vuelve a quedar envuelta en SILENCIO. La luz de la luna que entra por la ventana de la pared izquierda dibuja el cadáver del león como un bulto de considerables dimensiones en medio de la oscuridad.

Transcurridos unos segundos, la sombra de una figura se recorta en la ventana. NO TARDAMOS UN INSTANTE EN OÍR CÓMO ALGUIEN TRATA DE ABRIR LA VENTANA DESDE FUERA. Finalmente, consigue levantar el cristal. La sombra se concreta, primero, en una pierna que cuelga del marco de la ventana y, después, en el resto de un cuerpo que entra en la sala, colgándose con extrema lentitud y precaución para tantear la altura. El intruso cae de pie sobre las baldosas del piso.

A ciegas, percibimos sus movimientos para encontrar el interruptor de la única bombilla de la sala. Cuando por fin da con él, el CONSIGUIENTE ‘CLICK’ nos descubre a MÍSTER SABAS, quien lleva puesto el mismo desmadejado traje de domador con el que lo hemos visto por última vez. La expresión de su cara, que muestra el corte seco y sin curar que le dejó la culata del arma del SARGENTO de la Guardia Civil, refleja un evidente nerviosismo, una tensión lógica que, de inmediato, se transforma en la mueca, entre el espanto y el dolor, que cualquiera tendría en su rostro al contemplar el cuerpo sin vida de un camarada.

MÍSTER SABAS

(Llevándose la mano a la boca, horrorizado)

¡Bubú!… ¡Bubú!… Pero… Pero qué es lo que te han hecho… Qué te han hecho…

Durante unos largos, interminables segundos, el hombre permanece de pie ante la criatura cosida a balazos. Con estremecedor aguante, el viejo domador va mirando una a una las costuras hechas en la piel del felino, que son como resecos grumos de sangre coagulada y pellejo agujereado. Luego, con una ternura paternal, los dedos de MÍSTER SABAS recorren temblorosos el cuerpo del animal, como quien palpase la superficie de una talla profanada. Poco a poco, centímetro a centímetro, el hombre se acerca hasta la formidable cabeza del león, de cuyas fauces cuelga, con grotesca impavidez, una lengua enorme, morada, aún carnosa. Al llegar a sus ojos, las manos de MÍSTER SABAS se detienen un último segundo: ahora las pupilas no son sino dos resquicios negros. El hombre consigue vencer la presión de los párpados tensos y cierra los ojos de su viejo amigo. Justo en el momento en el que rompe a llorar en un llanto intenso, inevitable, que, en cierta medida y como una bocanada de aire fresco, le ayuda a liberar toda la insoportable tensión que le quema por dentro.

Después de esto, MÍSTER SABAS fija su atención en los objetos que hay sobre la mesa: bisturíes de varios tamaños, pinzas y cuchillos alineados según la longitud de su hoja.

SABAS observa con detenimiento todo este instrumental, así como los tarros y frascos que reposan en las estanterías. Su mirada se detiene finalmente en algo que, a simple vista, no ha sido capaz de reconocer pero que no tarda en identificar: en la parte alta de un armario, un cernícalo3 de considerables dimensiones le devuelve la mirada desde su quietud de predador disecado.

MÍSTER SABAS

(Negando con la cabeza)

Jamás… Jamás…

Fundido en negro

SEC. 18 CAMINO DE ROCAS EN LA COSTA EXT./NOCHE

Panorámica de derecha a izquierda. Estamos muy cerca de la orilla. Recortadas sobre el mar que está detrás e iluminadas sólo por la luna y la luz de una pequeña lámpara de petróleo, vemos cómo avanza muy lentamente una reducida comitiva de sombras: en primer lugar, camina una figura que ya nos es familiar y que no es otra que la de MÍSTER TOD, que anda a pequeños saltos sobre los callados; tras él, aparece la imponente silueta de HÉRCULES, que tira del mismo carro que vimos en el pasacalles; por último, cierra el cortejo la figura un tanto encorvada por el cansancio de MÍSTER SABAS. ESCUCHAMOS EL CRUJIDO QUE HACEN LAS PIEDRAS Y CALLADOS AL PASO DE LAS PESADAS RUEDAS DEL CARRO Y DE LAS PISADAS DE LOS TRES HOMBRES. SE OYEN TAMBIÉN UNOS PROFUNDOS Y RÍTMICOS RESOPLIDOS, PROCEDENTES DE HÉRCULES, que es quien más peso arrastra consigo.

Con paso lento y cansino, los tres hombres y la carreta se alejan de nosotros hasta perderse en la profunda negrura de la noche.

Fundido encadenado

SEC. 19 CAMINO DE ROCAS EN LA COSTA EXT./NOCHE

Fundido encadenado

La cámara, que está emplazada en el mismo punto que la secuencia anterior, muestra un punto de luz a unos dos kilómetros de distancia. Se trata de la luz de una llama de cierta intensidad.

Fundido encadenado

SEC. 20 PLAYA DE BARRANCO SECO EXT./NOCHE

Fundido encadenado

En primer término, el enorme cuerpo del león arde sobre una pira funeraria formada por matojos, ramas secas y maderas de diversa procedencia. Las llamaradas alcanzan ya una altura considerable. En segundo término, de pie, frente al fuego e iluminados por éste, se encuentran HÉRCULES y MÍSTER TOD y, un poco más adelantado que éstos, MÍSTER SABAS, quien contempla la escena con una expresión entre absorta y compungida. Los tres permanecen en un SILENCIO RESPETUOSO, fúnebre. Por unos segundos, TAN SOLO ESCUCHAMOS EL CREPITAR DE LOS ARBUSTOS CONSUMIDOS POR LAS LLAMAS.

HÉRCULES

(Cuyo rostro, ennegrecido por el sudor y el humo, revela un gran cansancio)

Oye, Félix… ¿Tú crees que esta hoguera se puede ver desde el pueblo?

MÍSTER TOD

Descuida, que a estas horas todo el mundo está en la cama durmiendo.

HÉRCULES

Por cierto, ahora que lo dices… (Bostezando con cómica aparatosidad) Jo… Tengo un sueño que no me sostengo en pie… (Llevándose el puño de su mano derecha a la boca para contener otro bostezo) Ese bicho me ha dejado sin resuello… ¡Lo que pesa el tío! ¡Con razón dicen que es el rey de los animales!

MÍSTER TOD

(Poniéndose un poco estupendo)

Lo siento, pero en eso te equivocas, mi querido amigo…

HÉRCULES

(Abortando inútilmente otro bostezo)

¿Qué?

MÍSTER TOD

Que no tienes razón, querido colega… Desgraciadamente para el león, igual que para el resto de la fauna que existe en este mundo, por encima de ellos hay alguien mucho más poderoso…

HÉRCULES

(A quien el cansancio le entorpece la capacidad para articular palabras)

¿Qué?… No, no… No te… Ni idea… No sé… de qué…

MÍSTER TOD

(Paternal)

Del hombre, hombre, del hombre… Te estoy hablando del hombre, del verdadero rey y señor de la naturaleza…

HÉRCULES

(Bostezando de nuevo)

Mira, Félix… Como dicen por aquí: guárdame un cachorro, tú y tus filosofías… (Cerrando los ojos de puro agotamiento) Yo lo que quiero es irme para el catre, que me estoy cayendo…

MÍSTER TOD

(Recriminándole su actitud con un gesto)

Pues ahora te aguantas… De aquí no nos vamos hasta que él lo decida (Señalando a MÍSTER SABAS). Le dimos nuestra palabra, nos comprometimos a traer a Bubú hasta aquí y a darle el funeral que se merecía…

HÉRCULES

(Con la ironía insolente de un niño perlujo4)

Sí, sí, ya… Un funeral con todos los honores…

(En un último gesto, MÍSTER TOD le pide al forzudo que guarde silencio. Algo que HÉRCULES acata a regañadientes)

Que sí, hombre, vale, vale…

Ajeno a esta conversación, MÍSTER SABAS continúa en la misma postura de hermético mutismo: contemplando la cremación del cadáver de su viejo amigo con expresión grave, triste, circunspecta. Las llamas contribuyen a realzar las arrugas y los surcos que el tiempo, implacable, ha ido dejando en su rostro.

SEC. 21 DESDE EL MALECÓN DEL MUELLE EXT./NOCHE

A unos cinco kilómetros de distancia, contemplamos el punto luminoso de la hoguera que, en la playa de Barranco Seco, comienza poco a poco a apagarse, hasta ser un fósforo incandescente en la lejanía.

SECUENCIA 22 CAMPAMENTO DEL CIRCO EXT./DÍA

Son las primeras luces del alba. Los tres hombres (HÉRCULES, que vuelve arrastrar la carreta, MÍSTER TOD y MÍSTER SABAS) se acercan con paso cansino hasta los carromatos. Al llegar hasta estos, el hombre forzudo se separa de los otros dos, se despide de ellos con un gesto y se detiene para dejar el carro junto a los demás. Por su parte, MÍSTER TOD y MÍSTER SABAS, siguen su camino hasta llegar a un punto equidistante entre los carromatos del personal del Circo. Allí, en la parte trasera de la carpa, ambos se despiden con un abrazo breve, espontáneo, lleno de afecto. Luego, cada cual se dirige a su carromato. Al subir los pocos escalones de su carreta, MÍSTER SABAS arrastra los pies. Sus botas de domador, polvorientas y con las suelas gastadas, son como una prolongación derrotada y funesta de sí mismo.

SECUENCIA 23 CARROMATO DE MÍSTER SABAS INT./DÍA

El interior de la carreta de MÍSTER SABAS es un cubículo de reducidas dimensiones que tiene lo imprescindible: un catre estrecho, casi cuartelero; un armario; una mesa con una palangana y una jarra para el aseo; un diminuto tocador con espejo de bombillas y una silla. La luz de la mañana se filtra a través de una pequeña ventana, entreabierta. Al entrar, lo primero que hace MÍSTER SABAS es descalzarse (un plano detalle nos muestra sus calcetines remendados) y, lo segundo, quitarse su ajada chaqueta de domador, que deja colgada sobre la única silla. A continuación, abre el armario, del que extrae una botella de aguardiente y un vaso. Luego, se sirve un culín, que bebe de un trago. Por la mueca que describe su cara, el escozor del alcohol le ha llegado hasta el último recodo del esófago. Sin dar tiempo a su cuerpo para asimilar el lingotazo, MÍSTER SABAS se sirve un segundo vaso, que consume con idéntica rapidez. Su rostro muestra ahora, sin embargo, un rictus de relajada placidez. Tras servirse un tercer trago mediante el mismo procedimiento, el viejo domador guarda la botella y el vaso dentro del armario. Seguidamente, se sienta en la silla, frente al espejo.

Cara a cara consigo mismo, MÍSTER SABAS comienza a desabotonarse el cuello de la camisa, empezando por la corbata de lazo que, a pesar del desgaste y de la pérdida de brillo, se ha mantenido dignamente rígida después de tan azarosa jornada.

Sin embargo, aunque tira con fuerza del lazo, MÍSTER SABAS no consigue soltarlo. De repente, este gesto, aparentemente rutinario e insignificante, cobra en él una dimensión imprevista. El gesto, la corbata, el lazo, la torpeza de sus dedos intentando manipular el cuello de la camisa sucia y sudorosa, hacen que el domador se quede quieto un instante, con la atención puesta en su propia mirada del otro lado del espejo.

SECUENCIA 24 CARROMATO DE CIRCO INT./DÍA

Sentado frente a un tocador, un NIÑO de unos ocho años, vestido elegantemente con un traje negro, se pega sobre los labios un bigote postizo de puntas afiladas. En el cuello de su camisa, una corbata de lazo oscila graciosamente de un lado a otro porque está mal colocada. El NIÑO consigue que el bigote se sujete bien a su piel imberbe y, tras conseguirlo, adopta un rictus de caballero solemne que lo hace aún más cómico. Luego, coge un sombrero de copa que tiene a su derecha y trata de colocárselo en la cabeza. Aunque lo hace con sumo cuidado, el sombrero es de un tamaño mucho mayor que su cráneo y éste termina cayendo hacia abajo hasta casi taparle los ojos.

Justo en ese instante, a la izquierda del espejo aparece una atractiva MUJER, de cabello largo y ondulado, que luce un pañuelo y una camisa de zíngara. La MUJER, que se está dando unos últimos retoques de maquillaje, no puede evitar una carcajada al ver al chico de esa guisa.

MUJER5

(Dándose color en las mejillas)

¡Pero, Marco, hijo! ¡Deja eso ya! ¡Estás tan gracioso!

(La mujer sonríe, sin dejar de maquillarse. Mientras, el niño trata inútilmente de ajustarse el sombrero)

Anda, deja eso, que papá se va a enfadar. Ya sabes que no le gusta que le cojas sus cosas…

Al final, después de intentarlo una tercera vez, el chico se da por vencido y deja el sombrero donde lo había cogido. La mujer, que se retoca ahora la sombra de los ojos con un lápiz, vuelve a prorrumpir en una carcajada al ver a su hijo con el bigote postizo.

MUJER

(Que se agacha, acercando sus labios hasta la mejilla del muchacho y le da un beso)

¡Ay, ay, ay! Esto sí que no me lo esperaba… No sabía yo que tenía otro caballero en la familia… (El chico le devuelve una sonrisa cómplice a la madre) Vamos, Marco… No me entretengas que enseguida me llaman…

La imagen de la mujer desaparece del espejo y la OÍMOS MOVERSE DETRÁS DEL MUCHACHO, BUSCANDO ALGO EN UNOS CAJONES QUE ABRE Y CIERRA RÁPIDAMENTE. Mientras, el chico ha reparado en el detalle de su corbata mal puesta e intenta arreglársela. Tras él, vuelve a aparecer su madre, que luce unos exóticos brazaletes y se está poniendo unos lujosos y espectaculares aretes en las orejas.

MUJER

¡Pero, Marco! ¿Todavía sigues ahí? (Ella también repara en la corbata) ¿Y eso? ¿No me digas que también le has cogido la corbata a tu padre?

NIÑO

(Negando con la cabeza)

No, mamá, no… Esta corbata es mía. ¿No te acuerdas? Me la regaló abuela Teodora por mi cumpleaños…

MUJER

(Que se termina de poner el último de los aretes, impaciente)

A ver, déjame a mí… Porque si no…

La mujer se apresura a arreglar con rapidez la corbata de su hijo que, después de unos retoques precisos y eficaces, queda perfectamente ajustada al cuello de la camisa del muchacho. Éste sonríe feliz desde su impecable mostacho.

MUJER

Bueno, cariño, ya está… (Agarrándole la cabeza con ambas manos y mirándole a través del espejo) Fíjate… Qué pretendiente más guapo me he buscado… (Ella lo vuelve a besar en las mejillas) Bueno, mi amor… Vamos, que se nos hace tarde… El número está a punto de comenzar…

La mujer desaparece detrás del chico y éste no puede dejar de mirarse a sí mismo, adoptando de nuevo una pose señorial que resulta igual de divertida.

SECUENCIA 25 CARROMATO DE MÍSTER SABAS INT./DÍA

La imagen del espejo nos devuelve al niño cuarenta años después. Ahora es un hombre que se siente demasiado viejo, demasiado cansado. Un hombre que se lleva la mano derecha a sus mejillas y ya no encuentra las caricias de antaño, sino un pómulo roto. Su mirada ha perdido todo resto de ingenuidad, de inocencia. MÍSTER SABAS se contempla a sí mismo con resignada indiferencia. Con la absoluta certeza de la desesperanza. No obstante, en un gesto de obstinada resistencia ante una derrota que se sabe definitiva, el viejo domador, que probablemente no haya conocido en la vida otra cosa que desengaños e ilusiones rotas, se resiste a sucumbir así, sin más, y termina por desatarse el lazo de su corbata con impecable y metódica precisión.

Fundido en negro

SECUENCIA 26 CARAVANA INTERIOR/DÍA

De negro

Volvemos al presente narrativo. La hija de MÍSTER SABAS, LOLA GEORGEVICH, sostiene en sus manos una pieza curva, como de marfil, con abrazadera de oro en su base ancha y aplastada. Parece un amuleto. Se la entrega al ENTREVISTADOR, que la sostiene en la palma de la mano experimentando, con toda seguridad, una suerte de escalofrío.

LOLA

Es la garra de Sultán, el león de mi padre. Se llamaba Sultán. No sé quién le ha metido a usted en la cabeza ese nombre ridículo, Bubú… Es una tontería, como el cuento ese que me acaba de contar de que mi padre estuvo lloriqueando. Mi padre no lloraba nunca. Mi padre murió como un valiente, no como un borracho… Solo en su carreta… ¡Y de pena! ¡De pena solo mueren los viejos en los asilos, abandonados, rotos por dentro y por fuera! ¡Mi padre nunca estuvo solo, ni siquiera en el momento en que murió!

ENTREVISTADOR

Entonces, ¿qué ocurrió realmente esa tarde del 21 de enero de 1935?

LOLA

Ya le he dicho que la verdad siempre es difícil. Y duele. Aquella tarde, la tarde en que murió Sultán y murió mi padre, mi hermano Dola le cortó esta garra al león. Se lo permitieron porque el pobre animal estaba hecho una piltrafa y lo iban a enterrar. A quién le importaba que le quitara la garra. En adelante, Dola la llevó con él a todas partes; allá donde triunfó como domador: en el Circo Price, como primera figura de cartel; en Italia; en Londres; por todo el mundo. Mi hermano Dola empezó como payaso tonto con mis primos, Nene y Toti, y luego hicieron carrera cuando la familia se separó: ellos por su parte y nosotros por la nuestra. Dola es el padre de Lale, el director de este circo donde he venido a morir, como los elefantes. Esta será mi última morada…

ENTREVISTADOR

Si su padre no murió de tristeza, ¿qué fue lo que le causó la muerte? La prensa de la época publicó que, al parecer, sufrió un síncope, una especie de infarto.

LOLA

Mi padre era un cacho de pan, y era muy guapo, y muy simpático. Por la calle todo el mundo lo saludaba con respeto, con el mismo respeto que en España se tiene a los toreros, que también se juegan la vida. Y él se llevaba divinamente con los policías y con los guardias civiles. En todas partes adonde íbamos. En La Palma, mi padre invitaba a los guardias a ver el circo por la noche, cuando estaban fuera de servicio, y al mediodía tomaba una cerveza con ellos en el bar. Se veían todos los días y se daban la mano para saludarse y despedirse. Por eso nos dolió tanto que dispararan al león. No había necesidad. Mi padre era un valiente y corrió hasta donde estaba el pobre Sultán, y Sultán se le encaró mientras le disparaban.

ENTREVISTADOR

Fue entonces cuando sufrió el infarto, cuando el león se le encaró y le soltó tal vez un último zarpazo, en medio de la confusión…

LOLA

(Asintiendo sin mucha convicción)

Sí, puede ser…

LOLA GEORGEVICH cierra los ojos y exhala un profundo suspiro. De repente, suelta el bastón y deposita sus manos sobre las del ENTREVISTADOR, que aún sostiene en la palma de su derecha la zarpa del león abatido.

LOLA

(Iniciando un lento sollozo, contenido, casi en silencio, como una plegaria)

Mi padre… No murió de pena. Tampoco murió de un síncope, ni de un zarpazo… No, mi padre murió como solo pueden morir los héroes o los mártires…

SECUENCIA 27 EXPLANADA EN LAS AFUERAS EXT./DÍA

Sobre el silencio tenso de la ciudad aterrorizada, se escucha el REPIQUE DE CAMPANAS de las iglesias más próximas.

UN SILENCIO ABSOLUTO SE HA APROPIADO DEL LUGAR. Es como si todos los personajes hubiesen sido encerrados en una cápsula y cada segundo transcurriese muy lentamente. A una cierta distancia del león, del domador, de los policías locales, guardias civiles, soldados y de los empleados del Gran Circo Yugoeslavo, se ha concentrado una multitud de personas del pueblo que contemplan la escena como si se tratase de un fusilamiento.

MÍSTER SABAS

(Que parece ignorar las advertencias del TENIENTE y está a punto de echársele encima)

Por favor, señor… Por favor…

TENIENTE

(Que retrocede unos pasos, sin dejar de apuntar a MÍSTER SABAS)

¡Que no se me acerque, le digo!… ¡Apártese!

MÍSTER SABAS

Por favor, señor… No lo haga, no me lo mate…

En un gesto instintivo de autodefensa, el TENIENTE HERRERA golpea con la pistola el rostro de MÍSTER SABAS, quien cae al suelo. Al ver lo que le ha pasado a su domador, EL LEÓN se levanta sobre sus cuatro patas y emite UN RUGIDO IMPONENTE, SOBRECOGEDOR. UNA MUJER DE ENTRE EL PÚBLICO EMITE UN CHILLIDO ESTRIDENTE y muchos de los espectadores salen corriendo asustados. De pie, como una sombra amenazante, EL LEÓN DE MÍSTER SABAS recupera toda la egregia grandeza de su estirpe indómita.

TENIENTE

(Gritando fuera de sí mientras apunta al león)

¿A qué coño esperan? ¡Disparen!

De pronto, MÍSTER SABAS se incorpora y trata de interponerse, con los brazos abiertos, entre los guardias y su fiera. Y ésta VUELVE A RUGIR ANTE ELLOS CON TODO SU ESPLENDOR.

TENIENTE

(Completamente desaforado)

¡Fuego! ¡Coño! ¡Hagan fuego de una puñetera vez! ¡Fuego!

LOS DISPAROS, realizados a media distancia por un grupo de guardia civiles y de varios soldados del Regimiento de Infantería, SUENAN CON UN ESTAMPIDO SECO, DESAGRADABLE y SU ECO SE REPITE SINIESTRO por el cauce del barranco hacia arriba. La breve secuencia de detonaciones se convierte en una sucesión ininterrumpida de petardazos. A pesar de que la presa ha caído con la primera salva, el TENIENTE HERRERA vacía todo el tambor de su pistola.

Cuando el fuego cesa, y se levanta la nube de pólvora, se descubre el cuerpo exánime de MÍSTER SABAS, boca abajo, caído sobre el cadáver del león cosido a balazos.

Se forma rápido un tumulto: hay carreras, llamadas de auxilio y miradas llenas de angustia y de pánico.

A LO LEJOS, LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO EMPIEZAN A SONAR CON UNA PROSODIA LÚGUBRE, TRISTE.

Poco a poco, el público congregado en la zona comienza a reaccionar y se acerca con timidez pero con decisión hasta el animal tiroteado. Pero los primeros curiosos son apartados bruscamente por los agentes del orden, que hacen coro en torno a ambos cadáveres.

Los empleados del Gran Circo Yugoeslavo se acercan precipitadamente hasta el lugar donde yacen los dos cuerpos, unidos en fraternal abrazo ante la muerte.

Se ven a algunos hombres llevarse las manos a la cabeza y otros, cabizbajos, rezan una oración en silencio.

Fundido en negro

SECUENCIA 28 CARPA DEL CIRCO INT./DÍA

De negro

En el centro de la pista, elevado sobre unas burras de madera, se encuentra el ataúd con los restos mortales de MÍSTER SABAS. La caja de pino es de color caoba y está abierta, por lo que vemos al difunto: pálido, peinado con mucha pulcritud, estirado cuan largo es y vestido con un elegante traje de domador, de color ocre. A sus pies, alguien ha depositado un manojo de claveles rojos, recién cortados. A ambos lados del ataúd, hay dispuestas varias butacas de tijera, utilizadas habitualmente por el Gran Circo Yugoeslavo para acomodar a los espectadores. Sin embargo, en este momento las sillas están siendo ocupadas por los propios artistas que, con rigurosos trajes negros, velan el cadáver de su colega fallecido, con expresión grave.

En la primera hilera de butacas, con gesto compungido y la mirada perdida, vemos a la familia del domador fallecido, con su viuda, ROSA ORBICH, en primer término. El ambiente, de un SILENCIOSO Y CONMOVEDOR RECOGIMIENTO, limpio, por tanto, de coros plañideros o de lloros desolados, fuera de lugar, es de una gran sobriedad. Eso sí, se palpa una fuerte emoción contenida.

Por el lateral izquierdo entra MÍSTER TOD, de negro riguroso, seguido tímidamente, unos pasos más atrás, por EL ALCALDE. Acompañan a éste un GRUPO REDUCIDO DE CABALLEROS. Todos ellos están vestidos con sus mejores trajes de domingo, con modestia y sin lujos.

MÍSTER TOD se acerca hasta el féretro y le hace una seña a PEDRO GEORGEVICH para que se levante y se acerque hasta él. PEDRO, que tarda en darse cuenta de que MÍSTER TOD está tratando de decirle algo, se levanta al cabo de unos segundos y se aproxima. Ambos hablan en un aparte, con mucha discreción, procurando no levantar la voz.

MÍSTER TOD

(A PEDRO)

Mira, Pedro, estos señores quieren hablar contigo… (Señalando a la comitiva que está unos metros más atrás, PEDRO GEORGEVICH sigue la indicación y se da cuenta de la presencia del grupo de señores trajeados) ¿Ves a ese señor un poco gordo que está delante de todos?… Ese es el alcalde, Pedro, y quiere hablar contigo…

PEDRO GEORGEVICH

(Mirando con cierta desconfianza al munícipe)

¿Y qué quiere ése ahora?

MÍSTER TOD

No sé, pero me parece que viene a darte el pésame… (PEDRO GEORGEVICH no pone una cara precisamente de mucho entusiasmo ante la idea) Mira, Pedro, ya es un detalle que se haya acercado hasta aquí… No pierdes nada en atenderle… Además, en las actuales circunstancias, después de todo lo que ha pasado… (PEDRO continúa mirando de soslayo al ALCALDE, sin saber qué hacer) Venga, Pedro, no te quedes ahí, ve y habla con él… No me parece que sea una mala persona…

PEDRO GEORGEVICH

(A regañadientes y un tanto molesto)

Tú y tus intuiciones…

Finalmente, PEDRO GEORGEVICH decide acercarse hasta la comitiva. EL ALCALDE se adelanta y le estrecha la mano con mucha cordialidad, haciendo una ligera genuflexión que, por un instante, recuerda al motivo central de “La rendición de Breda”, de Velázquez, sólo que aquí, a la izquierda, tenemos a los acompañantes del ALCALDE, y, a la derecha, queda MÍSTER TOD; detrás del conjunto, aparece el féretro y las dos hileras de sillas a cada lado.

EL ALCALDE

(Tendiendo gallardamente su mano)

Señor Georgevich, reciba usted mi más sentido pésame y conmigo el de toda la corporación que me honro en presidir…

PEDRO GEORGEVICH

(Que responde al saludo sin excesivo entusiasmo)

Gracias…

EL ALCALDE

Lamento que tengamos que conocernos en estas circunstancias… (EL ALCALDE observa con perspicacia, porque, si no, no sería alcalde, que PEDRO GEORGEVICH no está para muchas retóricas) Verá, señor Georgevich, en calidad de alcalde he venido hasta aquí, acompañado de mis concejales… (Mirando hacia el GRUPO DE SEÑORES que le secundan) y del excelentísimo delegado del gobierno, para presentarle nuestras condolencias más sinceras por el fallecimiento del señor Míster Sabas y para expresarle además nuestra más completa consternación y repulsa por los hechos ocurridos ayer… (EL ALCALDE se sigue topando con la mirada entre inexpresiva y resignada de su interlocutor) Quiero que sepa que nunca fue intención de esta corporación ni del pueblo que me honro en representar que, en ningún caso, pasara lo que pasó…

PEDRO GEORGEVICH

(Cansado por el dolor y por la tensión acumulada)

Se lo agradezco, señor. Mi familia y el Circo se lo agradecen, pero entenderá que ahora…

EL ALCALDE

(Un tanto apurado)

Sí, sí, por supuesto… Lo entendemos perfectamente, señor Georgevich… Lo único que queríamos es que supiese que, por nuestra parte, nunca ha habido la intención de que las cosas se resolvieran de la forma en que se resolvieron…

PEDRO GEORGEVICH

(Asintiendo en un nuevo gesto de cansancio)

Ya, ya…

EL ALCALDE

(Con insistencia)

Que no le quepa duda a usted y a toda su familia que lo ocurrido ayer fue responsabilidad de las fuerzas de orden público que, a mi modesto entender y al de toda la corporación, llevaron el cumplimiento de su deber más allá de lo requerido por la ocasión y, a todos los efectos, señor…

PEDRO GEORGEVICH

(Con el mismo aire cansino)

Sí… Y yo se lo agradezco, señor, pero si me permite, tengo que volver…

PEDRO GEORGEVICH hace ademán de retirarse, pero el alcalde se lo impide, al sujetarle del brazo.

EL ALCALDE

(Nervioso)

Pero, señor… Permítame, por favor… Bajo, bajo ningún concepto… Nosotros… Nosotros podemos permitir que usted y que toda su compañía se lleve una impresión equivocada de… De esta ciudad… De su gente… Y de su alcalde, señor…

PEDRO GEORGEVICH

(Impacientándose)

¿Qué me está queriendo decir?

EL ALCALDE

(Con embarazo)

Que… que… En compensación por todos los disgustos… Sería, sería un honor para nosotros… Para esta ciudad que… Que el señor Míster Sabas tuviese la despedida que en justicia le corresponde, señor…

PEDRO GEORGEVICH

(De mala gana)

Sigo sin entenderle…

EL ALCALDE

(Muy rápido)

Naturalmente, sería si ustedes lo creen oportuno y están completamente de acuerdo… Ya se lo he comentado al párroco, don Mauro, que es un hombre extraordinario, créame, y no ha puesto ningún inconveniente… Además, la corporación correría con todos los gastos…

Durante unos segundos PEDRO no dice absolutamente nada. EL ALCALDE lo mira con gran expectación. PEDRO GEORGEVICH dirige su mirada al CORO DE CONCEJALES que le observan con gran atención. Luego, PEDRO mira a MÍSTER TOD, que pone cara de circunstancias. Por último, PEDRO GEORGEVICH observa cómo, sin darse cuenta, una NUMEROSA CANTIDAD DE PERSONAS, entre ellos varios NIÑOS DESCALZOS Y UN TANTO DESARRAPADOS, contemplan en completo silencio la capilla ardiente en la que está instalado el cadáver de su hermano.

Se trata de HOMBRES Y MUJERES DEL PUEBLO, de extracción modesta, que con toda humildad han acudido a la carpa para presentar sus respetos a su hermano. Los hombres de este grupo de ciudadanos se han descubierto y mantienen sus sombreros y gorras en la mano. Algunas de las mujeres, todas ellas vestidas de negro y con ropa de faena, portan pequeños ramos de flores. Las mujeres no tardan en acercarse, de una en una, hasta el féretro y depositar sus ramos a los pies del ataúd. Luego, cada una de ellas se persigna con mucha delicadeza, permaneciendo unos segundos ante el cadáver, mientras musitan una oración con los labios entreabiertos.

Por su parte, los niños mantienen la mirada fija en MÍSTER SABAS. Todos ellos tienen los ojos muy abiertos, en actitud asustadiza y sin pronunciar palabra.

SECUENCIA 29 PARROQUIA MATRIZ DEL SALVADOR INT./DÍA

En el interior del templo no cabe un alma. Todos los bancos están atestados de público e incluso, tanto en el fondo como en los laterales, hay personas de pie. El féretro se encuentra frente al altar, en mitad del pasillo de la nave central, bajo la bóveda de la iglesia. En la hilera de bancos de la izquierda, ocupando los asientos más próximos al ataúd, en primera fila, están los familiares directos de MÍSTER SABAS (su esposa, su hermano, sus hijos y sobrinos) y el resto de la troupe. Todos ellos vestidos de negro riguroso. Algunas de las mujeres de la compañía del Gran Circo Yugoeslavo (entre ellas, EDNA LAMOUR) se secan las lágrimas con bellos pañuelos blancos.

En la otra hilera de bancos, a la derecha del féretro, se encuentran las primeras autoridades civiles y militares de la ciudad. Se da la circunstancia que EL ALCALDE y LOS CONCEJALES que le acompañaron a la capilla ardiente, improvisada bajo la carpa del Circo, lucen brazaletes negros en señal de duelo. En una tercera hilera de bancos, no muy lejos del alcalde y del resto de fuerzas vivas, vemos a LOS TRES GUARDIAS CIVILES, uniformados con sus trajes de gala y guantes blancos.

Oficia la misa de corpore in sepulcro DON MAURO, EL SACERDOTE. De mediana edad, es un hombre con una calva incipiente y lleva unas gafas redondas. De expresión severa y voz potente, DON MAURO impone cierto respeto, ya que no es el clásico cura obeso de aspecto apacible. Muy al contrario, DON MAURO es un individuo alto y de complexión robusta. No en balde, en sus años de mocedad, que ahora empiezan a quedar un tanto lejanos, se inició en el noble arte del pugilismo.

En el momento de iniciar la acción, EL PÁRROCO, situado detrás del altar y dando la espalda a los feligreses, como estuvo prescrito hasta el Concilio Vaticano II, pronuncia una oración en latín. Tras él, y colocado a su derecha, UN MONAGUILLO sigue atentamente el ceremonial, sin perder de vista el atril, sobre el que descansa el misal abierto de par en par y que DON MAURO lee con monótona solemnidad.

DON MAURO

(Con los brazos abiertos)

Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis… Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison… Recordare, Jesu pie, quod sum causa tuae viae; ne me perdas illa die… Quaerens me, sedisti lassus, redemisti crucem passus: tantus labor non sit cassus… Qui Mariam absolviste, et latronem exaudisti, mihi quoque spem dedisti. Preces meae non sunt dignae: sed tu bonus fac benigne, ne perenni cremer igne. Inter oves locum praesta, et ab haedis me sequestra, statuens in parted extra… Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison6

Al pronunciar esta última letanía, EL SACERDOTE se gira y con gesto muy serio anuncia a los presentes:

DON MAURO

Oremus…

Al escuchar esta palabra, y como si se activase una señal, todo el mundo que está sentado en sus bancos se pone de pie. EL PÁRROCO se ha vuelto de nuevo hacia al altar. Por su parte, EL MONAGUILLO se apresura a dejar con cuidado el misal en la esquina derecha del altar. Luego, con toda la rapidez con que puede maniobrar, coge en peso el atril y lo lleva, por detrás del sacerdote, hacia la esquina izquierda del altar. Al pasar justo detrás del cura, EL MONAGUILLO hace una leve genuflexión. Tras colocar el atril a la izquierda del sacerdote, EL MONAGUILLO coge la Biblia que se encuentra en la esquina derecha del altar y la coloca sobre el atril, abriéndola por donde estaba marcado con una fina y alargada cinta de color carmesí. Una vez finalizada la operación, EL MONAGUILLO se retira unos pasos hacia atrás. DON MAURO, que vuelve a tener los brazos abiertos, parece que va a leer el pasaje previsto pero, en el último momento y para sorpresa de su joven acólito, decide acercarse a la Biblia, pasar las páginas y retroceder muchos capítulos más atrás. Tanto que deja el libro abierto por sus primeras páginas. Tras encontrar el pasaje que buscaba, DON MAURO retorna a la posición inicial, brazos en cruz.

DON MAURO

(Leyendo)

Et factum est vespere et mane dies quintus… Dixit quoque Deus producat terra animam viventem in genere suo iumenta et reptilia et bestias terrae secundum species suas factumque es ita… Et fecit Deus bestias terrae iuxta species suas et iumenta et omne reptile terrae in genere suo et vidit Deus quod esset bonum… Et ait faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram et praesit piscibus maris et volatilibus caeli et bestiis universaeque terrae omnique reptili quod movetur in terra… Et creavit Deus hominem ad imaginem suam ad imaginem Dei creavit illum masculum et feminam creavit eos… Benedixitque illis Deus et ait crescite et multiplicamini et replete terram et subicite eam et dominamini piscibus maris et volatilibus caeli et universis animantibus quae moventur super terram… Dixitque Deus ecce deid vobis omnem herbam adferentem semen super terram et universa ligna quae habent in semet ipsis sementem generic sui ut sint vobis in escam… Et cunctis animantibus terrae omnique volucri caeli et universis quae moventur in terra et in quibus est anima vivens ut habeant ad vescendum et factum est ita… Viditque Deus cuncta quae fecit et erant valde bona et factum est vespere et mane dies sextus7… Amen…

TODOS

¡Amen!

Luego, tras pronunciar esta última palabra, todas las personas en pie vuelven a sentarse. EL MONAGUILLO se apresura a cerrar la Biblia y a colocarla en la esquina izquierda del altar. A continuación procede a retirar el atril para llevarlo otra vez a la derecha del párroco. Y, de nuevo, justo al pasar por detrás del sacerdote, el muchacho hace una leve genuflexión. Finalmente, EL MONAGUILLO coloca el atril a la derecha del oficiante y, con rapidez, vuelve a situar el misal sobre él, abriéndolo por el mismo punto en que quedó retenida la lectura anterior. Hecho todo esto, en una veloz pero trabajosa maniobra que, sin embargo, le ha llevado poco más de un minuto, el ayudante de DON MAURO recupera la posición inicial con la que lo vimos al inicio de la secuencia. En cambio, como ajeno a todo este ajetreo a su alrededor, EL PÁRROCO ha permanecido inalterable, en una absoluta quietud.

DON MAURO, que continúa con los brazos en cruz y las palmas de las manos levantadas, se gira de repente hacia el público, en un gesto que sorprende a su ayudante.

DON MAURO

(Bajando los brazos y juntando las manos a la altura de su ombligo)

Queridos hermanos y hermanas… Muchas veces me pregunto si entendéis una palabra de lo que digo desde aquí… (El exordio coge a todo el mundo por sorpresa y en algunos rostros se empresa a dibujar un asomo de estupefacción) Bueno, para ser sinceros… (Por primera vez, DON MAURO esboza una sonrisa) Cada vez que os doy la espalda e inicio el diálogo con Dios en nuestra lengua madre os confieso que siempre me hago la misma pregunta: ¿cuántos de vosotros realmente entendéis lo que leo? (Muchos de los presentes empiezan a mirarse unos a otros como si no diesen crédito a lo que está pasando) Bueno, realmente supongo que da lo mismo… A fin de cuentas, Dios nos habla a todos y cada uno de nosotros, ¿verdad? Qué más da el idioma, ¿no?… Por la cara que ahora está poniendo más de uno, imagino que muchos de vosotros os estaréis preguntando si no habré perdido el juicio, ¿verdad?… Pero no os alarméis… Hijos míos, hijas mías, no tenéis que preocuparos por mi salud mental… Tranquilos, que ese momento aún no ha llegado… O eso al menos espero… (El grado de estupefacción entre los presentes es cada vez mayor) No, no se trata de eso… Lo que ocurre es que siento que hoy es un día especial. De hecho, hay tanta gente que me sorprende ver por aquí a más de uno… Y a más de una… Pero no os lo toméis como una reprimenda, por favor… Como decía San Agustín, el pensamiento es libre y la voluntad débil… No, no me interpretéis mal… No me dirijo a vosotros, los que nunca venís a la Casa del Señor, a ésta, que también es vuestra casa, con el propósito de reprenderos… Ni creo, de verdad, que ese sea mi cometido… Así pues, tanto para los habituales como para los que no lo son, mi más cordial bienvenida… Y, sin más preámbulo, vuelvo a lo que realmente os quería recordar de verdad a todos, que no es otra cosa que la palabra de Dios… Sí, hermanos, la palabra de Dios. La que está en esas líneas en latín que acabo de leer…

(DON MAURO hace una pausa. El interior de la iglesia está inmerso en un SILENCIO ABSOLUTO y, lógicamente, cargado de expectación)

Se trata, concretamente, del primer capítulo del primer libro de cuantos componen el libro de todos los libros: la Biblia… Y ese primer libro de la Biblia es el Génesis, donde, como muchos creo que ya sabéis, se nos cuenta el origen del mundo y la creación del hombre y la historia de los primeros hombres… Hoy, en este día, vuelvo a repetir, tan especial, he querido leer un fragmento del Génesis, el que va del versículo 23 al versículo 31… Sí, supongo que algunos de vosotros ya los habréis reconocido, es la parte en la que se nos relata qué fue lo que exactamente hizo Dios durante el quinto día de su Creación… ¡Y no fue poco!… Ese día fue la gloriosa jornada en la que Dios creó nada más ni nada menos que al hombre, y lo creó a su imagen y semejanza, y lo creó varón y mujer, y los bendijo… “Creced y multiplicaos, y engrandeced la tierra y haceros dueños de ella y dominad a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven sobre la faz de la tierra…” Eso fue lo que Dios nos dijo y eso es lo que hemos hecho, ¿verdad? (El público permanece en la misma actitud de pasmada incertidumbre) En unos casos lo hemos hecho bien y, en otros, rematadamente mal. Porque, en verdad, hijos míos, hijas mías, fue inmenso el poder que entonces Dios puso en nuestras manos y el poder en manos de los hombres es como una cuchilla con doble hoja… Sin embargo, eso no fue lo único que hizo Dios aquel quinto día… Ese día Dios también creó al resto de animales que pueblan la tierra. Ese bendito día creó a los animales de la casa, a los reptiles y también a las bestias salvajes… “Hizo Dios las bestias salvajes de la tierra según sus especies, y a los animales de la casa, y a todo reptil según su especie”, dice la Sagrada Biblia y añade “Y vio que lo hecho era bueno”… Et fecit Deus bestias terrae iuxta species suas et iumenta et omne reptile terrae in genere suo et vidit Deus quod esset bonum… Lo hecho era bueno… Porque, para Dios, nada de cuanto por él ha sido creado es malo. No, no… Él mismo lo dice, nos lo dice: “Vio que lo hecho era bueno”… Y yo me pregunto, ¿por qué se empeña el hombre en enmendarle la plana a Dios?… Si en efecto, como así parece, el Sumo Creador está satisfecho de cuántas criaturas han existido, existen y, es más, existirán sobre la Tierra, ¿quiénes somos nosotros, los hombres, simples animales, animales políticos bien es verdad, como nos recuerda Aristóteles, quiénes somos, insisto, para decidir qué seres han de compartir la dicha infinita de vivir en este mismo lugar y cuáles otros deben ser expulsados de la faz de la tierra, por ser indignos de formar parte de la naturaleza?… ¿Bajo qué criterios nos arrogamos ese derecho?, me pregunto. Hoy me pregunto… El Génesis habla de que Dios nos da el poder para dominar la tierra y a todos los animales que se mueven sobre ella pero en ningún versículo del Génesis y, es más, en ningún otro capítulo de la Sagrada Biblia, se dice ni una sola palabra sobre que tengamos el derecho a destruir la tierra, ni a destruir a los seres que la habitan y, muchísimo menos, a otros hombres…

(DON MAURO hace una nueva pausa, que aprovecha para dirigir una subrepticia mirada al TENIENTE HERRERA. Éste, que adivina por dónde van los tiros, nunca mejor dicho, no puede evitar bajar la cabeza como un niño al que van a reprender por su mal comportamiento)

En el día de ayer, en el curso de una jornada que se presumía alegre y festiva para todos, paradójicamente esta ciudad, nuestra querida ciudad, vivió una de las jornadas más tristes que se recuerdan en su ya vasta y fecunda historia… Y hoy nos vemos aquí… Reunidos en torno al dolor que tan terriblemente ha sacudido a la familia del Gran Circo Yugoeslavo, que ha perdido a uno de sus miembros más queridos… Pero esta no sólo ha sido una pérdida limitada a un único entorno familiar… El señor Marco Georgevich llevaba viniendo a esta ciudad muchos años y muchos de vosotros, grandes y pequeños, alguna vez disfrutasteis de su buen hacer dentro de ese maravilloso mundo dentro del mundo que es el circo… Hoy la inmensa familia del circo está de luto. Como lo está toda esta ciudad… Como lo estamos todos nosotros…

(Algunos asistentes empiezan a sacar sus pañuelos para enjugar las lágrimas)

Con independencia de credos o de nacionalidades, creo que hoy aquí, en este lugar sagrado, que es el hogar y refugio de todos los hombres, cualquiera que sea su fe, como si no tienen ninguna, se honra la memoria de un hombre bueno, de un ser humano digno y generoso, de un profesional honrado y trabajador, que amaba su oficio y amaba a aquellos y aquellas con quienes compartía techo y comida… Un hombre que quería y respetaba a los animales, a sus otros hermanos, tal y como San Francisco nos enseñó… Porque Marco Georgevich, Míster Sabas, no olvidó nunca lo que Dios, Nuestro Señor, nos reveló en su infinita misericordia: la bondad innata y la belleza divina de todas las criaturas que por Él fueron creadas…

Tras finalizar su imprevisto responso, DON MAURO guarda unos breves segundos de SILENCIO, APENAS ROTO POR EL LLANTO CONTENIDO de algunos miembros de la troupe del Circo, incapaces de contener la tensión (y la emoción) por más tiempo.

DON MAURO

(Otra vez solemne)

Oremus…

El público se levanta otra vez de los bancos.

A continuación, EL SACERDOTE se vuelve a girar hacia el altar, dando la espalda a los feligreses. De nuevo, con los brazos abiertos, DON MAURO lee el misal que está sobre el atril, a su derecha.

DON MAURO

(Su voz adquiere otra vez el tono monocorde de la letanía)

Sanctus, sanctus, sanctus Domini Deus. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Osanna in excelsis8

TODOS

(Repitiendo casi al unísono)

Sanctus, sanctus, sanctus Domini Deus. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Osanna in excelsis…

SECUENCIA 30 PÓRTICO PARROQUIA DEL SALVADOR EXT./DÍA

Las puertas de la iglesia están abiertas de par en par y a través de ella empieza a salir la gente que se encontraba dentro. La mayoría de estas personas, vecinos de Santa Cruz de La Palma, salen del interior del templo en silencio. Otros, los menos, lo hacen haciendo comentarios en voz baja, con un sigilo acorde a las circunstancias. Esta gente, los primeros en salir, se colocan fuera, formando un pasillo. En primer término, a la derecha del pórtico, LOS MÚSICOS DE LA ORQUESTINA (todos ellos, por encima de los cuarenta años, serios, curtidos por la experiencia y quizás los excesos con el alcohol barato) esperan la salida del cortejo fúnebre. Todos están vestidos con elegantes trajes negros aunque no impecables: se nota el desgaste debido al uso y al trajín propio de una vida errante. LOS MÚSICOS aguardan en silencio y algunos de ellos, como EL ENCARGADO DEL BOMBO, matan el tiempo fumando un pitillo, mientras su obeso instrumento descansa sobre el suelo. Otros, como EL VIOLINISTA y EL SAXO, afinan sus instrumentos. Por la izquierda, se les acerca FELIPE LÓPEZ, que acaba de salir del interior de la iglesia junto al resto de parroquianos. FELIPE lleva un estuche negro, alargado.

FELIPE LÓPEZ

(Dirigiéndose a los músicos)

Hola… Buenas…

LOS MÚSICOS, que se han dado cuenta del saludo de FELIPE, apenas se inmutan. Sólo EL ACORDEONISTA, que es medio francés y medio belga, le responde. Su acento resulta un poco marcado.

ACORDEONISTA

(Que aprovecha la espera para apurar un pitillo)

Hola… Buenas…

FELIPE LÓPEZ

(Tímido, un poco violento porque no encuentra las palabras adecuadas)

Verá… Yo…. Mire… Yo… Soy de aquí, ¿sabe usted? Y… Músico… Soy músico y… Verá… A mí… A mí me gustaría acompañarles… ¿Sabe?… No toco mal y… Pensé…

ACORDEONISTA

(Lanzando la colilla del cigarrillo al suelo)

¿Qué es lo que quiegue, amigo?

FELIPE LÓPEZ

(Que sigue atrabancado, indeciso)

No… Yo… No quisiera molestarles… Yo… Sólo era si no les importaba… También soy músico y no se me da mal… Pensé… Pensé que a lo mejor no les importaba que los acompañase…

ACORDEONISTA

(Comprendiendo)

¡Ah! Se tgataba de eso… Pog mí no hay pgoblemo, amigo… Espegue un momento… (Dirigiéndose a los demás) ¡Eh, chicos! Aquí el amigo dice qui es músico… Qui se le dejamos tocag con nosotgos… ¿No hay pgoblemo, no?

Los demás acogen la oferta con cierta indiferencia, encogiéndose de hombros.

VIOLINISTA

(Que deja de pasar el arco por el violín)

¿Y se puede saber qué tocas tú, muchacho?

FELIPE LÓPEZ

(Menos abochornado, entrando en confianza)

¿Yo? Pues… El clarinete… La gente dice que no lo hago mal…

VIOLINISTA

(Que sostiene su instrumento acostado sobre el brazo izquierdo)

¿El clarinete? Eso es cosa de Federico… Aquí Federico es el clarinetista. Si él no tiene inconveniente… (A FEDERICO) Oye, Fede, ¿a ti te importa que el chico toque con nosotros? (Por toda respuesta, FEDERICO, el clarinete de la orquestina, se limita a encoger los hombros y a mostrar una expresiva mueca de que a él le da igual) Pues, nada, muchacho, ya está… Te unes al grupo…

FELIPE LÓPEZ

(Mostrando una felicidad casi infantil)

¡Muchas gracias, señores!

VIOLINISTA

(Mirando a la comitiva que sale por la puerta)

De nada, chaval… Ya puedes ir sacando el instrumento porque ahí vienen… (A los demás) Vamos, chicos, preparados que ya están aquí…

Por las puertas de la iglesia irrumpe el ataúd entre el pasillo de curiosos que se ha formado. Lo cargan, en primer lugar, HÉRCULES, el hombre forzudo, y un MOZO del Circo, algo menos robusto que el primero, pero de hombros anchos. El rostro de HÉRCULES, que apenas refleja el esfuerzo, es de una seriedad grave, solemne.

EL MÚSICO DEL BOMBO lanza la colilla al suelo y recoge con rapidez el instrumento del suelo. Los demás están listos para tocar.

FELIPE LÓPEZ

(Muy alterado)

Esperen un momento, señores… Voy a dejar el estuche y enseguida vuelvo…

El JOVEN MÚSICO se pierde en medio de la multitud que hay ya concentrada a las puertas de la iglesia, mientras el cortejo fúnebre avanza muy lentamente, envuelto en un manto de ESPESO SILENCIO.

Tras el féretro, que cargan otros dos empleados del Circo, va DON MAURO, EL SACERDOTE, que porta un libro de oraciones entre las manos y que camina con expresión concentrada y circunspecta. A su lado, EL MONAGUILLO balancea el incensario. Al paso del ataúd, TODOS LOS HOMBRES se descubren respetuosamente y LAS MUJERES se santiguan con piadosa rectitud. Encabezan la comitiva los familiares directos del fallecido (ROSA ORBICH, consternada por el llanto apenas sofocado, va sostenida del brazo por su hija LOLA y su hijo DOLA) y el resto de la familia del Gran Circo Yugoeslavo. No falta nadie.

Al salir de la iglesia, la comitiva inicia con mucho cuidado el descenso por las largas escaleras que llevan a la Plaza de España. Una considerable multitud abre un pasillo hasta la plaza, donde esperan gran cantidad de personas llegadas de los cuatro puntos de la ciudad.

El último en cerrar este primer grupo es MÍSTER TOD, quien hace una seña a LOS MÚSICOS para que se acerquen hasta donde se encuentra él. Estos tardan unos segundos en llegar.

MÍSTER TOD

(Enérgico)

Vamos, chicos, que ahora nos toca…

VIOLINISTA

(En posición)

¿Con qué vamos, Félix?

MÍSTER TOD

(Que dirige los primeros compases con la mano)

Ya sabéis, muchachos… Puccini… Y que suene de verdad…

Y, para sorpresa de más de uno, que espera oír la marcha fúnebre de Chopin, con increíble precisión, LA ORQUESTINA acomete las primeras notas del “Adiós a la vida”, de “Tosca”. El resto del aria SE ESCUCHA CON UNA AFINACIÓN Y UNA ARMONÍA PASMOSAS. Realmente, parece una música escrita para este preciso momento.

Justo detrás de LA ORQUESTINA, EL ALCALDE encabeza la representación de autoridades civiles y militares. Cierran este grupo el TENIENTE HERRERA y sus dos hombres, el cabo MARCIAL PEÑA y el guardia LEOCADIO FERNÁNDEZ.

Después de esta comitiva que integran las fuerza vivas de la ciudad, aparecen LOS CIUDADANOS de Santa Cruz de La Palma: un grupo heterogéneo de hombres y mujeres de todas las clases sociales, confundidos y mezclados entre la tristeza y el pudor.

De entre este último grupo sale corriendo FELIPE LÓPEZ, con el clarinete en la mano, y rápidamente avanza entre la gente hasta llegar a la altura de la orquestina a cuyo paso se incorpora de inmediato. Enseguida, el joven músico se lleva la lengüeta del clarinete hasta los labios y empieza a tocar. Luego, gira hacia atrás y mira a alguien del grupo que viene más rezagado. FELIPE hace una leve inclinación con la cabeza y esboza una sonrisa. Entre el grupo de personas anónimas que cierra la comitiva distinguimos claramente a la SEÑORITA MONTSE, a quien iba dirigido el saludo de LÓPEZ. La chica sonríe coqueta. Entre sus bazos, acunado como si fuese un ramo de flores, está el estuche negro del músico.

El cortejo, que ha bajado hasta la Plaza de España, avanza entre la multitud de espectadores congregados en el centro, con una cadencia tranquila, apacible, como si lo hiciera al compás de la notas de Giacomo Puccini.

SECUENCIA 31 CALLE SAN TELMO EXT./DÍA

Son casi las seis de la tarde. Calle arriba, el cortejo fúnebre prosigue en el mismo orden. Las aceras aparecen ocupadas por VECINOS DEL BARRIO que han salido hasta la calle o se asoman desde las casas colindantes para dar el último adiós a MÍSTER SABAS.

La comitiva avanza en medio de un RESPETUOSO SILENCIO que SÓLO es ROTO POR LA MÚSICA. LA ORQUESTINA del Circo interpreta la parte final del aria “Che gelida manina”, de “La Bohème”. A su término, se abre un SILENCIO DRAMÁTICO, lleno de incertidumbre, en el que los espectadores no saben si aplaudir o echarse a llorar.

Durante unos instantes, LOS MÚSICOS se quedan también en silencio, porque desconocen qué tonada tocar, mientras esperan las indicaciones de su director. Sin embargo, de repente, el joven FELIPE LÓPEZ SE ARRANCA CON UN SOLO DEL PASODOBLE “EL RELICARIO, interpretada por el conjunto durante el número en el que el león se escapó ante la incredulidad de la gente. El arranque del músico palmero sorprende al resto de componentes de la orquestina y al propio MÍSTER TOD, que se queda mirando completamente extrañado, haciendo evidentes aspavientos de desaprobación al VIOLINISTA, que se encoge de hombros y también pone cara de no entender nada. No obstante, el SONIDO QUE SACA FELIPE LÓPEZ DE SU CLARINETE es tan limpio, tan puro y tan lleno de ritmo y de vida (recuerda, por su sencillez y su sentido intimista de la armonía, al clarinete del gran Benny Goodman), que la mueca inicial de desconcierto y censura de MÍSTER TOD termina convirtiéndose en un movimiento de asentimiento con la cabeza. EL RESTO DE MÚSICOS de la orquestina se miran, entre sorprendidos y admirados, y, tras la larga introducción del solista, deciden acompañarle con sus propios instrumentos.

El público que observa el paso de la comitiva también se deja llevar por la música y, algunos, cierran los ojos y mueven ligeramente sus cabezas siguiendo la cadencia de la tonada. Entre los vecinos que acompañan al féretro, la SEÑORITA MONTSE no puede ocultar una radiante sonrisa de admirativa satisfacción.

Al compás de este pasodoble el cortejo fúnebre avanza calle arriba, en dirección al cementerio.

SECUENCIA 32 INTERIOR DEL CEMENTERIO EXT./DÍA

Justo delante de una pared de nichos, uno de los cuales se encuentra vacío, DON MAURO realiza las últimas exequias ante el ataúd de MÍSTER SABAS. A un lado y a otro del féretro se encuentran los familiares del fallecido y miembros de la troupe del Gran Circo Yugoeslavo. ROSA ORBICH y su hija LOLA no pueden contener el llanto. Al igual que otros miembros de la compañía, que miran con angustia y desaliento el féretro que contiene los restos de su camarada.

DON MAURO

(Que lee su breviario, escoltado por el monaguillo, quien, como los demás, permanece en completo silencio y con la cabeza baja)

Vanitas vanitatum dixit Eclesiastes vanitas vanitatum omnia vanitas… Omnia tempus habent et suis spatiis transeunt universa sub caelo… Tempus nascendi et tempus moriendi tempos plantandi et tempos evellendi quod plantatum est… Tempus occidendi et tempus sanandi tempus destruendi et tempus aedificandi… Tempus flendi et tempus ridendi tempus plangendi et tempus saltandi… Tempus adquirendi et tempus perdendi tempus custodiendi et tempus loquendi… Tempus dilectionis et tempus odii tempus belli et tempus pacis… Vidi adflictionem quam dedit Deus filiis hominum ut distendantur in ea… Cuncta fecit bona in tempore suo et mundum tradidit disputationi eorum ut non inveniat homo opus quod operatus est Deus ab initio usque ad finem… Et cognovi quod non esset melius nisi laetari et facere bene in vita sua9

(DON MAURO cierra el breviario y permanece unos segundos EN SILENCIO. Luego habla con solemnidad, con la mirada puesta en el féretro, pero dirigiéndose a todos los presentes)

Vanidad de vanidades y todo es vanidad… Polvo eres y en polvo te convertirás…Todo cuanto pudieses hacer, hazlo sin perder tiempo; puesto que ni obra, ni pensamiento, ni sabiduría, ni ciencia ha lugar en el sepulcro, hacia el cual vas corriendo… Vanidad de vanidades… Pero también, hijo mío, te recuerdo que, como dejó escrito nuestro Señor Jesucristo en boca de su discípulo Mateo, bienaventurados los que contigo ahora lloran porque ellos serán consolados… Y bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra… Y bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia… Y bienaventurados los limpios de corazón, como tú, porque ellos verán a Dios y vivirán la vida eterna… Amen…

(Apenas unos pocos son capaces de responder “Amen”. Los demás permanecen conmocionados)

Recibe, hijo mío, la bendición de Dios Todopoderoso…

(Bendiciendo)

In nomine patri, et filii et spiritu sanctus… Amen…

Al igual que antes, sólo unos pocos se persignan y responden a DON MAURO. Éste, vuelve a pronunciar una letanía en latín, mientras el monaguillo esparce el incienso haciendo mover el hisopo.

DON MAURO

Lux aeterna luceat eis, Domine: cum sanctis tuis in aeternum: quia pius es… Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis… Cum sanctis tuis in aeternum: quia pius es10

Tras pronunciar esta última cita y, después de unos instantes de oración callada y silenciosa, DON MAURO hace una señal a su izquierda a alguien que se encuentra en un lateral y al que no vemos. Inmediatamente, por la derecha, entrando con mucho cuidado de no molestar a nadie, aparecen DOS HOMBRES, con indumentaria de albañil. Se trata de los DOS SEPULTUREROS. Al llegar hasta donde se encuentra DON MAURO, el cura asiente con la cabeza.

DON MAURO

Procedan, señores…

SEPULTURERO 1

(Con la gorra en la mano en señal de respeto)

Con su permiso, padre…

(DON MAURO se echa a un lado junto al MONAGUILLO para que los dos hombres puedan llevar el féretro hasta la pared de nichos. El primero de los DOS SEPULTUREROS se guarda la gorra en el bolsillo trasero del mono, gesto que también imita su compañero)

A ver… Coge tú por ese lado, Antonio…

El otro obedece la indicación y entre ambos, con mucha dificultad, acercan el ataúd hasta la pared del nicho. En el SILENCIO REINANTE SE ESCUCHA CON CLARIDAD EL LLANTO ENTRECORTADO, NERVIOSO, de varias personas.

Fundido encadenado y

CORTE A

Con ayuda de una escalera, los dos operarios del cementerio están dando los últimos toques de cemento al nicho en el que acaban de introducir los restos de MÍSTER SABAS. Cerca de ellos, los familiares, amigos y admiradores del fallecido observan el final de la maniobra en SILENCIO.

Fundido encadenado y

CORTE A

Los dos sepultureros colocan con sumo cuidado la lápida en el nicho.

Fundido encadenado

SECUENCIA 34 INTERIOR DEL CEMENTERIO EXT./DÍA

Fundido encadenado

La imagen recupera el color y muestra en un primer plano detalle la lápida actual de la tumba, en la que leemos la inscripción:

El Señor Don Sabas Jorge Vix. 22 de enero 1935. A los 48 años de edad.

Recuerdo de su hermano Pedro y sobrinos del Circo Toti”

La cámara describe un travelling out muy lento que nos permite descubrir a un grupo de personas que están de pie, frente al verdadero nicho de MÍSTER SABAS. Todos ellos están vestidos con indumentaria moderna, con ropa actual y guardan también un SOLEMNE SILENCIO.

Si nos fijamos bien, nos damos cuenta de que se trata de los actores y actrices que han interpretado a los personajes de la historia. Entre ellos, figuran los que interpretan a los personajes de la nonagenaria LOLA GEORGEVICH y de su ENTREVISTADOR. Otros dos de ellos, los que han encarnado a MÍSTER TOD y a HÉRCULES, depositan un hermoso ramo de rosas rojas junto a la lápida de MÍSTER SABAS. Mientras nos alejamos, también descubrimos que, frente a la tumba de éste, justo en el centro del grupo, un tanto adelantado a los demás, se encuentra el actor que ha interpretado al propio MÍSTER SABAS. Todo tiene el carácter de un acto de homenaje íntimo, sencillo. Entre los actores presentes también distinguimos la imponente figura del intérprete de DON MAURO, acompañado por el chico que hace de MONAGUILLO.

Con la misma lentitud, la cámara continúa alejándose del grupo hasta ofrecer un plano general.

Fundido en negro

Ródillo de créditos

DEDICATORIA FINAL

Al escritor Anelio Rodríguez Concepción, que rescató esta historia del olvido, a quienes la vivieron en primera persona, a Charles Chaplin, Buster Keaton, Lon Chaney, Tod Browning, Miguel Mihura, Antonio Buero Vallejo y, sobre todo, a los artistas del Gran Circo Yugoeslavo y de todos los Circo Toti que aún hoy, con heroísmo admirable, intentan llevar a los pueblos más recónditos la magia imperecedera del mayor espectáculo del mundo

NOTAS

1 De un éxito abrumador para la época, esta cinta de presupuesto medio, rodada en poco más de cuarenta días, fue la primera película en ganar los Oscars de la Academia en las cinco categorías más importantes: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz, Mejor Actor y Mejor Guión.

2 Bamballo: Adjetivo utilizado en La Palma para referirse a personas perezosas, indolentes, vagas.

3 Cernícalo: Ave rapaz, de la familia del halcón, de plumaje pardo y manchas negras, muy común en las islas Canarias.

4 Perlujo: Adjetivo utilizado en La Palma, especialmente, para hacer referencia a los niños impertinentes, molestos o quejosos por algún dolor o enfermedad.

5 Los diálogos de toda esta secuencia son en serbio, con subtítulos en castellano.

6 “Dales el descanso eterno, Señor, y resplandezca para ellos la luz eterna… Señor, ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad… Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy la causa de tu venida; no me pierdas en aquel día… Buscándome, te sentaste cansado, me redimiste con la cruz: no sea vano tanto esfuerzo… Tú que absolviste a María, y escuchaste al ladrón, esperanza me infundiste. No son dignas mis plegarias: pero por tu misericordia, que no me abrase el fuego eterno. Colócame entre tus ovejas, y sepárame de los cabritos, colocándome a tu diestra… Señor, ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad…” (Misa de Réquiem, versión de Lourdes Bonnet).

7 “Y hubo tarde y hubo mañana: día quinto… Dijo todavía Dios: Produzca la tierra animales vivientes en cada género, animales domésticos, reptiles y bestias salvajes de la tierra según sus especies. Y fue hecho así… Hizo, pues, Dios las bestias salvajes de la tierra según sus especies y los animales domésticos, y todo reptil terrestre según su especie. Y vio Dios que lo hecho era bueno… Y por fin dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, para que domine a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a los ganados y todas las bestias de la tierra, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra… Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios le creó, los creó varón y mujer… Y echóles Dios su bendición, y dijo: Creced y multiplicaos, y henchid la tierra, y enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven sobre la tierra… Y añadió Dios: Ved que os he dado todas las hierbas que producen simiente sobre la faz de la tierra, y todos los árboles que producen simiente de su especie, para que os sirvan de alimento a vosotros… Y a todos los animales salvajes, a todas las aves del cielo y a todo ser viviente que se arrastra sobre la tierra, le doy por alimento toda hierba verde. Y así se hizo… Y vio Dios todas las cosas que había hecho; y eran en gran manera buenas. Y hubo tarde y hubo mañana: día sexto…” (Génesis, capítulo 1, versículos 23-31, versión de Fray Serafín de Ausejo, en Editorial Herder, Barcelona, 1982).

8 “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios. Llenos están el Cielo y la Tierra de tu gloria. Hosanna en las alturas…”

9 “Vanidad de vanidades, dijo el Eclesiastés; vanidad de vanidades, y todo es vanidad… Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el término que se le ha prescrito… Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo que se plantó… Tiempo de dar muerte, y tiempo de dar vida; tiempo de derribar, y tiempo de edificar… Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de luto, y tiempo de gala… Tiempo de ganar, y tiempo de perder; tiempo de conservar, y tiempo de arrojar…Tiempo de amor, y tiempo de odio; tiempo de guerra, y tiempo de paz… He visto la pena que ha dado Dios a los hijos de los hombres para su tormento… Todas las cosas que hizo son buenas a su tiempo; y la idea de su permanencia puso en el alma de los hombres; de suerte que ninguno de ellos puede entender las obras que Dios creó desde el principio hasta el fin… Y así he conocido que lo mejor de todo es estar alegre, y hacer buenas obras mientras vivimos…” (Eclesiastés, capítulos 1 y 3, versículos 1, 1-12, respectivamente, versión de Fray Serafín de Ausejo, en Editorial Herder, Barcelona, 1982).

10 “Brille para ellos, Señor, la luz eterna: Con tus santos para siempre, pues eres misericordioso… Dales el descanso eterno, Señor, y resplandezca para ellos la luz eterna… Con tus santos para siempre, pues eres misericordioso…” (Misa de Réquiem, versión de Lourdes Bonnet).

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